China

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Henry Kissinger

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En nuestro país también existe un grupo reaccionario que se opone a nuestro contacto con ustedes. Acabaron huyendo al extranjero en un avión. [...] En cuanto a la Unión Soviética, ellos fueron quienes desenterraron los cadáveres, pero no se pronunciaron sobre el tema.25

En quinto lugar, Mao era partidario de acelerar la cooperación bilateral y pidió con insistencia conversaciones técnicas sobre el tema:

Nosotros somos también estrictos a la hora de abordar las cuestiones. Ustedes querían, por ejemplo, algún intercambio de personas en el ámbito personal, cosas de este tipo; también negocios. Pero en lugar de ello seguimos, erre que erre, con la postura de que sin resolver los asuntos importantes no hay nada que hacer con los secundarios, yo me mantuve en esta posición. Más tarde vi que tenían razón y jugamos al tenis de mesa.26

En sexto lugar, Mao puso el acento en su buena voluntad personal hacia Nixon, en el ámbito personal y también porque dijo que prefería tener tratos con gobiernos de derechas, pues los consideraba más de fiar. Mao, el artífice del Gran Salto Adelante y de la Campaña Antiderechista, hizo el sorprendente comentario de que «votaba a favor» de Nixon, y dijo que se sentía «relativamente feliz cuando subía al poder la derecha» (al menos en Occidente):

NIXON: Cuando el presidente dice que vota a mi favor, vota por lo menos malo.

MAO: Me gustan los derechistas. Se dice que ustedes son derechistas, que el Partido Republicano está a la derecha, que el primer ministro Heath27 también es de derechas.

NIXON: Y el general De Gaulle.28

MAO: De Gaulle es una cuestión distinta. Dicen también que el Partido Democratacristiano de Alemania occidental es asimismo de derechas. En cierto modo, me complace que la derecha llegue al poder.29

Hizo notar, no obstante, que si los demócratas accedían al poder en Washington, China también establecería contacto con ellos.

Al principio de la visita de Nixon, Mao estaba preparado para comprometerse en la dirección que implicaba esta, aunque por el momento no en los detalles de las negociaciones específicas que iban a dar comienzo. No estaba claro si surgiría una fórmula para Taiwan (las demás cuestiones básicamente se habían decidido). De todas formas, estaba dispuesto a refrendar una importante agenda de cooperación en las quince horas de diálogo que se habían programado entre Nixon y Zhou. En cuanto se hubo establecido la dirección básica, Mao aconsejó paciencia y escurrió el bulto por si no llegábamos a un consenso para el comunicado. En vez de considerar el revés como un fracaso, el dirigente comunista mantuvo que había de servir de acicate para impulsar un nuevo esfuerzo. El plan estratégico inminente pasó por encima del resto de los problemas, incluso del bloqueo sobre Taiwan. Mao aconsejó a las dos partes no arriesgar demasiado en una ronda de negociaciones:

Es positivo hablar y lo es también aunque no surjan acuerdos, porque ¿qué sacamos de permanecer en un punto muerto? ¿Por qué tenemos que ser capaces de conseguir resultados? La gente dirá [...] si fracasamos la primera vez, ¿se preguntarán por qué no lo hemos logrado a la primera? La única explicación será que hemos optado por la vía equivocada. ¿Qué van a decir si lo conseguimos a la segunda?30

Dicho de otro modo, aunque por alguna razón imprevista se estancaran las conversaciones que iban a iniciarse, China perseveraría hasta llegar al resultado deseado de colaboración estratégica con Estados Unidos en el futuro.

Cuando la reunión estaba a punto de terminar, Mao, el profeta de la revolución permanente, recalcó al presidente de la hasta entonces vilipendiada sociedad imperialista-capitalista que la ideología ya no venía al caso en las relaciones entre los dos países:

MAO: [

Señalando al doctor Kissinger] «Aproveche la hora y aproveche el día». Creo que, por regla general, las personas como yo parecemos cañones [

carcajadas de Zhou.] Es decir, algo así como «el mundo tiene que unirse y derrotar al imperialismo, al revisionismo y a todos los reaccionarios y establecer el socialismo».³¹

Mao se rió a mandíbula batiente de la insinuación de que todo el mundo podía haberse tomado en serio una consigna que llevaba décadas pintada en los lugares públicos de todo el país. Acabó su intervención con un comentario especialmente irónico, socarrón y tranquilizador:

Pero tal vez usted, como persona, no estará entre los derrocados. Se comenta que él [el doctor Kissinger] también se encuentra entre los que no van a ser derrocados a título personal. Y si lo son todos ustedes, no van a quedarnos amigos.³²

Garantizada así nuestra seguridad personal a largo plazo y certificada la base no ideológica de nuestra relación por la máxima autoridad en el tema, las dos partes iniciaron un período de cinco días de diálogo y banquetes, que intercalaron con algún viaje turístico.

EL DIÁLOGO ENTRE NIXON Y ZHOU

Las cuestiones básicas se dividieron en tres categorías, y en la primera se situaron los objetivos a largo plazo de las dos partes, así como su colaboración contra los poderes hegemónicos, una forma de decir la Unión Soviética sin tener que pasar por el desagradable trago de nombrarla. Iban a ocuparse de ellas Zhou y Nixon, junto con un reducido grupo de colaboradores, en el que me encontraba también yo. Nos reunimos todas las tardes, como mínimo durante tres horas.

En segundo lugar, se organizó un foro para tratar el tema de la cooperación económica y los intercambios científicos y técnicos dirigido por los ministros de Asuntos Exteriores de las dos partes. Por último, se constituyó un grupo de redacción para el comunicado final encabezado por el viceministro de Asuntos Exteriores Qiao Guanhua y yo mismo. Las reuniones de preparación del documento se celebraron de noche, después de los banquetes.

Las reuniones entre Nixon y Zhou fueron algo insólito entre jefes de gobierno (Nixon, por supuesto, era también jefe de Estado) por el hecho de que en ellas no se tocó ninguna cuestión del momento; estas se dejaron al albedrío del grupo de redacción del comunicado y del de ministros de Asuntos Exteriores. Nixon se centró en situar una hoja de ruta conceptual de Estados Unidos ante su homólogo. Dado el punto de partida de las dos partes, era importante que nuestros interlocutores chinos tuvieran una guía seria y fidedigna de los objetivos estadounidenses.

Nixon era una persona con una preparación extraordinaria para esta función. Como negociador, su poca disposición a entrar en enfrentamientos cara a cara —en efecto, su forma de eludirlos— llevaba en general a una cierta imprecisión y ambigüedad. Sabía resumir a la perfección. De los diez presidentes de Estados Unidos que he conocido, él ha sido el que ha demostrado una comprensión más cabal de las tendencias internacionales a largo plazo. Aprovechó las quince horas de reuniones con Zhou para presentarle una perspectiva de las relaciones entre Estados Unidos y China y sus consecuencias en los asuntos mundiales.

Mientras me encontraba camino de China, Nixon había comunicado a grandes rasgos su perspectiva al embajador estadounidense en Taipei, a quien tocaría luego la desagradable tarea de explicar a sus anfitriones que a partir de entonces Estados Unidos cambiaría el eje de su política china: lo pasaría de Taipei a Pekín:

Debemos tener en mente, y ellos [Taipei] tienen que estar preparados para la realidad de que seguiremos con una relación gradualmente más normalizada con la otra China, la del continente. Es algo que exigen nuestros intereses. Y no es porque nos gusten, sino porque están ahí [...] y porque la situación mundial ha cambiado de una forma tan drástica.³³

Nixon había previsto que, a pesar del caos y las privaciones que vivía China, las excepcionales cualidades de su pueblo a la larga impulsarían el país hacia la primera línea de las potencias mundiales:

Pues parémonos a pensar qué podría suceder si cualquier país con un sistema de gobierno decente tomara el control de este territorio continental. ¡Dios mío! [...] No existiría potencia en el mundo capaz... Me refiero a que pones a 800 millones de chinos a trabajar en un sistema decente [...] y se convierten en la primera potencia del mundo.34

Aquellos días en Pekín, Nixon se encontraba como pez en el agua. Independientemente de su arraigada opinión negativa sobre el comunismo como sistema de gobierno, no había ido a China a convertir a sus dirigentes a los principios de la democracia y la libre empresa estadounidenses, pues lo consideraba una tarea inútil. Lo que persiguió a lo largo de toda la guerra fría fue un orden internacional estable para un mundo atestado de armamento nuclear. Así, en su primera reunión con Zhou, rindió homenaje a la sinceridad de los revolucionarios, cuyo éxito él mismo había denigrado anteriormente como un fallo de las señales en la política estadounidense: «Sabemos que cree firmemente en sus principios, y nosotros creemos firmemente en los nuestros. No le pedimos que ceda en los suyos, de la misma forma que no va a pedirnos que cedamos en los nuestros».35

Nixon reconoció que en el pasado sus principios le habían llevado —al igual que a muchos de sus compatriotas— a defender políticas contrarias a los objetivos chinos. Pero el mundo había cambiado y los intereses de Estados Unidos exigían que Washington se adaptara a estos cambios:

Comoquiera que yo había estado en la administración de Eisenhower, en aquella época había tenido opiniones parecidas a las de Dulles. Pero desde entonces el mundo había cambiado, como tenía que cambiar también la relación entre la República Popular y Estados Unidos. Como dijo el primer ministro en una reunión con Kissinger, el timonel tiene que surcar las olas, de lo contrario se hundirá en la marea.36

Nixon propuso basar la política exterior en la reconciliación de intereses. Siempre y cuando se apreciara claramente el interés nacional y que este tuviera en cuenta los intereses mutuos de estabilidad, o al menos de evitar la catástrofe, aquello podía abrir el camino de la previsibilidad en las relaciones entre China y Estados Unidos:

Aquí, el primer ministro sabe, y yo también sé, que la amistad —que tengo la impresión de que mantenemos a título personal— no puede constituir la base en la que pueda apoyarse una relación establecida. [...] Como amigos, podemos ponernos de acuerdo sobre un tipo de lenguaje, pero a menos que se satisfagan nuestros intereses personales poniendo en práctica las decisiones tomadas en este lenguaje, poco habremos avanzado.37

Para un planteamiento de aquel tipo, la franqueza era la condición previa para la auténtica colaboración. Tal como dijo Nixon a Zhou: «Es importante que lleguemos a la franqueza total y establezcamos que ninguno de nosotros hará nada si no considera que es en interés de uno y otro».38 Los críticos de Nixon condenaban a menudo este tipo de declaraciones, tachándolas de egoístas. Los dirigentes chinos, en cambio, se referían a ellas con frecuencia como garantía de la fiabilidad estadounidense, pues las consideraban precisas, dignas de confianza y recíprocas.

Sobre esta base, Nixon planteó un razonamiento pensado para una función duradera de su país en Asia, a pesar de la retirada del grueso de las fuerzas estadounidenses de Vietnam. Lo insólito era que lo presentara como de interés mutuo. La propaganda china había atacado durante años la presencia de Estados Unidos en la zona calificándola de opresión colonialista y había llamado al «pueblo» a levantarse contra ella. Pero en Pekín, Nixon insistió en que los imperativos geopolíticos traspasaban los límites de la ideología, como daba testimonio de ello su propia presencia en la capital. Con un millón de soldados soviéticos en la frontera septentrional de China, Pekín no podía basar su política exterior en consignas sobre la necesidad de acabar con «el imperialismo estadounidense». Antes del viaje me había insistido sobre el papel determinante a escala mundial que ejercía Estados Unidos:

No podemos pedir demasiadas disculpas sobre la función de nuestro país en el mundo. No lo pudimos hacer en el pasado, no lo podemos hacer en el presente, ni en el futuro. No nos podemos mostrar excesivamente abiertos respecto a lo que hará Estados Unidos. En otras palabras, darnos golpes de pecho, ponernos cilicios y empezar con que vamos a retirarnos, vamos a hacer esto, lo otro y lo de más allá. Porque considero que lo que tenemos que decir es: «¿A quién amenaza Estados Unidos? ¿Quién preferiríais que ejerciera esta función?».39

Es difícil aplicar la invocación del interés nacional en su forma absoluta, como la planteada por Nixon, como único concepto capaz de organizar el orden internacional. Las condiciones con las que se define el interés nacional son demasiado distintas y las fluctuaciones en la interpretación tienen una importancia excesiva para proporcionar una guía de conducta fiable. En general, hace falta una cierta coherencia en los valores que proporcione un elemento de moderación.

Cuando China y Estados Unidos iniciaron los contactos tras un paréntesis de veinte años, lo hicieron con unos valores distintos, por no decir opuestos. Con todas sus dificultades, un consenso sobre interés nacional constituía el elemento más significativo de moderación con el que podía contarse. La ideología podía llevar a las dos partes a la confrontación y fomentar pruebas de fuerza alrededor de una amplia periferia.

¿Era suficiente el pragmatismo? Es algo que puede intensificar choques de intereses, de la misma forma que es capaz de solucionarlos. Cada lado conoce mejor sus objetivos que los del otro. Según la solidez de la postura interior de cada cual, la oposición interior puede utilizar las concesiones necesarias desde el punto de vista pragmático como demostración de debilidad. Así pues, existe la tentación constante de doblar la apuesta. En los primeros contactos con China, la cuestión que se planteaba era hasta qué punto eran o podían ser coherentes las definiciones de los intereses. Las conversaciones entre Nixon y Zhou proporcionaron el marco de la coherencia, y el puente que llevaría a ella era el comunicado de Shanghai y su tan debatido párrafo sobre el futuro de Taiwan.

EL COMUNICADO DE SHANGHAI

Los comunicados suelen ser perecederos. Definen más un estado de ánimo que una dirección. No fue este el caso, sin embargo, del comunicado que resumió la visita de Nixon a Pekín.

Los dirigentes tienden a crear la impresión de que los comunicados nacen directamente de sus cabezas y de las conversaciones que mantienen con sus homólogos. Suelen fomentar la idea de que redactan y deciden hasta la última coma de sus escritos. No obstante, los estadistas con experiencia y juicio saben que no es así. Nixon y Zhou eran conscientes del peligro de obligar a los dirigentes a concluir pactos durante los cortos períodos de una cumbre. En general, las personas tenaces —no estarían donde están si no lo fueran— tienen problemas por resolver los estancamientos cuando el tiempo apremia y los medios de comunicación insisten. Como consecuencia, los diplomáticos suelen acudir a las reuniones importantes con los comunicados casi listos.

Nixon me mandó a Pekín en octubre de 1971 —en una segunda visita— con este objetivo en mente. En los intercambios subsiguientes se decidió que el nombre en clave del citado viaje sería Polo II, puesto que después de poner Polo I al primer viaje secreto, nos fallaba la imaginación. El principal objetivo del Polo II era el de ponernos de acuerdo en un comunicado que pudieran aprobar los dirigentes chinos y el presidente cuando, cuatro meses más tarde, se diera por finalizada la visita de Nixon.

Llegamos a Pekín en un momento de convulsiones en la estructura gubernamental china. Unas semanas antes habían acusado al sucesor de Mao, Lin Biao, de una conspiración cuyas dimensiones nunca se rebelaron oficialmente. Existen distintas versiones de los hechos. La imperante a la sazón era que Lin Biao, el recopilador del

Pequeño Libro Rojo de las frases de Mao, parecía haber decidido que la seguridad del país se garantizaría mejor con la vuelta a los principios de la Revolución Cultural que con las maniobras que se llevaban a cabo con Estados Unidos. Se apuntó también sobre este punto que Lin se oponía a Mao desde una perspectiva próxima a la posición de Zhou y Deng y que su fanatismo ideológico respecto al exterior no era más que una táctica defensiva.40

Los vestigios de la crisis seguían en el aire cuando mi equipo y yo llegamos a Pekín el 20 de octubre. Durante el desplazamiento desde el aeropuerto vimos carteles con la típica consigna de «Abajo el capitalismo imperialista estadounidense y sus lacayos». Algunos estaban en inglés. En las habitaciones del pabellón de huéspedes encontramos también panfletos sobre temas similares. Pedí a mi ayudante que los recogiera y los devolviera al jefe de protocolo chino, alegando que los ocupantes anteriores los habían dejado allí.

Al día siguiente, el ministro de Asuntos Exteriores en funciones que me acompañó al Gran Salón del Pueblo, donde tenía que entrevistarme con Zhou, tomó nota de la violenta situación. Me señaló un cartel que habían colocado sobre uno de los que resultaban ofensivos y rezaba en inglés: «Bienvenidos al campeonato afroasiático de ping-pong». Vimos otros muchos que habían sido pintados por encima. Zhou comentó como de pasada que teníamos que observar la práctica china y no fijarnos en sus «cañones sin munición» retóricos, un anuncio de lo que iba a comentar Mao a Nixon meses después.

La discusión sobre el comunicado empezó de una forma bastante convencional. Yo mismo propuse un borrador que había preparado junto con mi equipo, ya aprobado por Nixon. En él, ambas partes afirmaban su lealtad a la paz y pedían colaboración sobre los temas más destacados. La parte dedicada a Taiwan estaba en blanco. Zhou aceptó el borrador como base para la discusión y prometió presentar a la mañana siguiente las modificaciones y las alternativas chinas. Todo seguía el proceso convencional de redacción de un comunicado.

No así lo que sucedió después. Mao intervino para ordenar a Zhou que dejara el redactado de lo que denominó un «comunicado del género tonto». A pesar de que calificara de «cañones sin munición» sus exhortaciones sobre la ortodoxia comunista, no estaba preparado para abandonarlas como directrices para los cuadros comunistas. Dio instrucciones a Zhou de que preparara un comunicado que replanteara la ortodoxia comunista como postura china. Dijo que los estadounidenses podían exponer su punto de vista si así lo deseaban. Mao había basado su vida en la idea de que la paz solo podía surgir de la lucha, que no era un fin en sí. A China no le importaba reconocer sus diferencias con Estados Unidos. El borrador de Zhou (y mío) era aquel tipo de banalidad que habrían firmado los soviéticos, aunque sin convicción, y que nunca habrían puesto en práctica.41

En la presentación, Zhou siguió las instrucciones de Mao. Expuso un proyecto de comunicado en el que constaba la postura china con un lenguaje intransigente. Había en él unas páginas en blanco para que nosotros dejáramos constancia de nuestro punto de vista, que se esperaba que fuera tan contundente como el de ellos. Incluía también un apartado final reservado a posturas comunes.

Al principio aquello me desconcertó. Pero al reflexionarlo, me di cuenta de que aquella forma no ortodoxa parecía resolver los problemas de las dos partes. Cada cual podía reafirmar sus convicciones básicas, con lo que tranquilizaría a sus respectivos pueblos y a sus incómodos aliados. Las diferencias se habían hecho patentes durante veinte años. El contraste iba a destacar los acuerdos a los que se había llegado y así serían mucho más creíbles las conclusiones positivas. Al no tener posibilidades de consultar con Washington, puesto que no disponíamos de representación diplomática, ni de una comunicación segura y adecuada, confié en las ideas de Nixon a la hora de seguir adelante.

Así, un comunicado que vio la luz en China y publicaron los medios de comunicación de este país permitió que Estados Unidos declarara su compromiso por «la libertad individual y el progreso social de todos los pueblos del mundo»; que anunciara sus estrechos vínculos con los aliados de Corea del Sur y Japón, y que articulara una perspectiva sobre el orden internacional que rechazara la infalibilidad de cualquier país y permitiera que todas las naciones se desarrollaran sin interferencias extranjeras.42 El redactado chino del comunicado era, evidentemente, igual de expresivo en las perspectivas opuestas. No podía constituir una sorpresa para la población china: lo habían oído y visto constantemente en los medios de comunicación. Ahora bien, con la firma de un documento que incluía ambos puntos de vista, cada parte iniciaba efectivamente una tregua ideológica y ponía de relieve los puntos de convergencia en sus planteamientos.

El más significativo de ellos, con mucho, era el apartado sobre la hegemonía, que precisaba:

Ni una parte ni otra debe pretender alcanzar la hegemonía en la región asiática del Pacífico y ambas se oponen a los empeños de cualquier otro país o grupo de países por establecer dicha hegemonía.43

Se habían creado alianzas con mucho menos que esto. Pese al estilo ampuloso, la conclusión resultaba contundente. Los países que medio año antes eran enemigos declarados anunciaban su posición conjunta a la expansión de la esfera soviética. Aquello constituía una verdadera revolución diplomática, puesto que el paso siguiente iba a centrarse, inevitablemente, en encontrar una estrategia para responder a las ambiciones soviéticas.

Esta estrategia se mantendría dependiendo de los progresos que se consiguieran en Taiwan. Cuando se había abordado este tema en el viaje de Nixon, las partes ya habían estudiado la cuestión, empezando en los días de la visita secreta, siete meses antes.

Las negociaciones habían llegado al punto en que el diplomático puede elegir. Una de las tácticas —en efecto, el enfoque tradicional— consiste en perfilar la postura de máximos e irla rebajando poco a poco hasta un nivel que se considere al alcance. Se trata de una táctica muy valorada por los negociadores impacientes por proteger su posición nacional. De todas formas, si bien puede parecer «duro» empezar con un conjunto de peticiones límite, el proceso conlleva un debilitamiento progresivo, propiciado por el abandono del impulso inicial. En ella, la otra parte siente la tentación de atrincherarse en cada estadio para comprobar qué da de sí la siguiente modificación y convertir el proceso de negociación en una prueba de resistencia.

En lugar de primar el proceso frente a lo esencial, es preferible formular las primeras propuestas lo más ajustadas posible a lo que uno considera que sería el resultado más sostenible, y con lo de «sostenible» me refiero en abstracto a lo que las dos partes tienen interés en mantener. Esto representó un reto específico respecto a Taiwan, cuestión en la que los dos países mantenían un margen de concesión bastante limitado. Así pues, nosotros desde el principio expusimos las perspectivas sobre Taiwan que consideramos necesarias para una evolución constructiva. Nixon las propuso el 22 de febrero en forma de cinco principios extraídos de los intercambios anteriores en mis reuniones de julio y octubre. Eran globales y al mismo tiempo constituían el límite de las concesiones estadounidenses. Habría que avanzar en el futuro partiendo de este marco. He aquí los cinco principios: afirmación de la política de una sola China; de que Estados Unidos no iba a apoyar los movimientos internos de independencia de Taiwan; de que Estados Unidos desaconsejaría cualquier avance japonés hacia Taiwan (una cuestión, teniendo en cuenta la historia, que preocupaba especialmente a China); apoyo a todas las resoluciones pacíficas a las que llegaran Pekín y Taipei, y compromiso de seguir con la normalización.44 El 24 de febrero, Nixon expuso la posible evolución en el ámbito nacional de la cuestión de Taiwan, mientras Estados Unidos impulsaba estos principios. Afirmó que tenía la intención de concluir el proceso de normalización durante su segundo mandato y de retirar los soldados estadounidenses de Taiwan durante dicho período, si bien advirtió de que no estaba en posición de adoptar compromisos formales. Zhou respondió que ambas partes tenían «dificultades» y que no existía un «límite de tiempo».

Así pues, con los principios y el pragmatismo en un equilibrio precario, Qiao Guanhua y yo redactamos la sección que quedaba del comunicado de Shanghai. El pasaje clave contenía tan solo un párrafo, pero tardamos casi dos noches enteras en dejarlo listo. Así quedó redactado:

La parte de Estados Unidos declara: Estados Unidos reconoce que todos los chinos de un lado y otro del estrecho de Taiwan afirman que no hay más que una China y que Taiwan forma parte de ella. El gobierno de Estados Unidos no discute esta postura. Reafirma su interés en un acuerdo pacífico sobre la cuestión de Taiwan llevado a cabo por los propios chinos. Teniendo en cuenta esta perspectiva, ratifica el objetivo final de la retirada de todas las fuerzas e instalaciones militares estadounidenses de Taiwan. Mientras tanto, irá reduciendo las fuerzas e instalaciones militares de Taiwan a medida que disminuya la tensión en la zona.45

Este párrafo daba por concluidas unas cuantas décadas de guerra civil y animadversión con un principio general positivo que podían suscribir Pekín, Taipei y Washington. Estados Unidos resolvía la política de una sola China reconociendo las convicciones de los chinos de uno y otro lado de la línea divisoria. La flexibilidad de la fórmula permitió a Estados Unidos pasar del «reconocimiento» al «apoyo» a su postura en las décadas siguientes. Se había dado la oportunidad a Taiwan de desarrollarse en el ámbito económico y en el interno. China lograba el reconocimiento de su «interés básico» en una relación política entre Taiwan y el continente. Estados Unidos declaraba su interés por una resolución pacífica.

A pesar de las tensiones ocasionales, el comunicado de Shanghai ha cumplido con su cometido. En los cuarenta años transcurridos desde su firma, ni China ni Estados Unidos han permitido que se interrumpa el curso de su relación. Ha sido un proceso delicado y en alguna ocasión tenso; a lo largo de él, Estados Unidos ha dejado sentada su perspectiva sobre la importancia de un acuerdo pacífico, y China su convicción de que la unificación final es imperativa. Una parte y otra han actuado con circunspección y han intentado ahorrarse mutuamente una prueba de voluntad o de fuerza. China ha invocado principios básicos, pero se ha mostrado flexible respecto a la planificación de su puesta en práctica. Estados Unidos se ha mantenido pragmático, ha avanzado caso por caso, a veces bajo la fuerte influencia de la presión interior. En general, Pekín y Washington han dado prioridad a la importancia primordial de la relación chino-estadounidense.

Ahora bien, no hay que confundir un

modus vivendi con una situación permanente. Ningún dirigente chino ha dejado de insistir en la unificación final, ni puede esperarse que lo haga. Tampoco es probable que ningún dirigente estadounidense abandone la convicción de que el proceso tiene que ser pacífico o que cambie la perspectiva del país sobre este tema. Hará falta habilidad política para evitar desviarse hacia un punto en el que las dos partes se sientan obligadas a poner a prueba la firmeza y la naturaleza de las convicciones del otro.

LAS CONSECUENCIAS

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