China

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Henry Kissinger

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Quedaba impreciso, sin embargo, qué aprobaba Mao al dar su «aprobación». Suponiendo que hubieran recuperado a Deng como alternativa más ideológica en relación con Zhou, habían obtenido el resultado contrario. Lo que Deng definía como orden y estabilidad se convirtió en un gran desafío desde la perspectiva de la Banda de los Cuatro.

LA MUERTE DE LOS DIRIGENTES: HUA GUOFENG

Antes de que Deng pudiera poner en marcha todo su programa de reforma, la estructura de poder china vivió una importante convulsión y él mismo fue víctima de una segunda purga.

El 8 de enero de 1976, Zhou Enlai sucumbió tras su larga lucha contra el cáncer. Su muerte desató un luto público inaudito en la historia de la República Popular. Deng aprovechó la ocasión del funeral de Zhou, el 15 de enero, para ensalzar sus cualidades humanas:

Era una persona abierta, que hablaba sin ambages, ponía toda su atención en los intereses colectivos, observaba la disciplina del Partido, era estricto a la hora de autoanalizarse, sabía unir a los cuadros y mantener la cohesión y la solidaridad del Partido. Siempre mantuvo importantes y estrechos vínculos con las masas y mostró su gran afecto por todos los camaradas y por el pueblo. [...] Deberíamos aprender de su excelente estilo. Fue modesto, prudente, sin pretensiones, accesible; su conducta y su vida sencilla, marcada por el trabajo, deben servirnos de ejemplo.7

Casi todas estas cualidades —en especial su respeto por la unidad y por la disciplina— fueron criticadas en la reunión del Politburó de diciembre de 1973, una vez despojado de su poder (aunque todavía conservara el cargo). Así pues, el elogio de Deng puede considerarse un acto de gran valentía. Tras las manifestaciones en memoria de Zhou, Deng fue purgado otra vez y desposeído de sus cargos. No lo detuvieron porque el Ejército Popular de Liberación lo protegió en sus bases militares, primero en Pekín y luego en el sur de China.

Cinco meses después, murió Mao. Su muerte fue precedida por (y según algunos chinos presagiada por) un catastrófico terremoto en la ciudad de Tangshan.

Con la caída de Lin Biao y el fallecimiento de Zhou y de Mao en un período de tiempo tan reducido, se abrió de par en par el futuro del Partido y del país. Después de Mao no surgió otro personaje que pudiera comparársele en autoridad de mando.

Cuando Mao empezó a desconfiar de las ambiciones y de la idoneidad de la Banda de los Cuatro, se las ingenió para impulsar el ascenso de Hua Guofeng. Hua se había mantenido en un segundo plano; no había participado suficiente tiempo en el poder para presentarse para algún cargo concreto, aparte de la sucesión de Mao. A la muerte de Zhou, Mao le nombró primer ministro, y al fallecer este poco después, Hua Guofeng heredó los cargos de presidente y de jefe de la Comisión Militar Central, no así su autoridad. En su ascenso en las filas de la dirección china, Hua apostó por el culto a la personalidad de Mao, si bien demostró carecer del magnetismo personal de su predecesor. Hua dio a su programa económico el desafortunado nombre de «Gran Salto Afuera», como reminiscencia de la nefasta política industrial y agrícola de Mao durante la década de 1950.

La principal contribución de Hua en la teoría política de la China de después de Mao fue la promulgación, en febrero de 1977, de la declaración que se denominó «los dos todos»: «Todo lo decidido por Mao hay que mantenerlo, todo lo mandado por Mao hay que seguirlo».8 En realidad, no eran el tipo de principios que podía inspirar ataques contundentes.

Solo coincidí con Hua en dos ocasiones: la primera, en Pekín, en abril de 1979, y la segunda, en octubre de 1979, en su visita oficial a Francia. En ambas ocasiones se hizo patente el abismo entre la función de Hua y el olvido en el que cayó después. Lo mismo se podría decir de los registros de sus conversaciones con Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional durante la administración de Carter. Hua llevó a cabo cada una de las conversaciones con el temple que habían demostrado siempre las autoridades chinas en sus reuniones con extranjeros. Fue una persona bien informada, segura de sí misma, si bien no tan refinada como Zhou y sin el cáustico sarcasmo de Mao. Nada hacía suponer que Hua podía desaparecer tan bruscamente como había surgido.

Lo que le faltó siempre a Hua fueron adeptos políticos. Fue catapultado al poder porque no pertenecía a ninguna de las principales facciones en pugna: la Banda de los Cuatro o la facción moderada de Zhou y Deng. Sin embargo, con la desaparición de Mao cayó en la suprema contradicción de intentar combinar la observancia ciega a los preceptos maoístas de colectivización y lucha de clases con las ideas de Deng sobre modernización económica y tecnológica. Los partidarios de la Banda de los Cuatro estaban en contra de Hua porque no era suficientemente radical; a la larga, Deng y sus partidarios iban a rechazar cada vez más abiertamente a Hua porque no era suficientemente pragmático. Manipulado por Deng, fue perdiendo relevancia en los destinos del país del que ocupaba técnicamente los principales cargos.

Así y todo, antes de caer del pináculo, Hua llevó a cabo una iniciativa de gran trascendencia. Hacía un mes que había muerto Mao y Hua Guofeng se alió con los moderados —y las víctimas de la Revolución Cultural que habían pertenecido a la élite— para detener a la Banda de los Cuatro.

LA INFLUENCIA DE DENG: «LA REFORMA Y LA APERTURA»

En este ambiente tan cambiante apareció Deng Xiaoping de su segundo exilio en 1977 y empezó a trabajar en la perspectiva de la modernidad china.

Deng partió de una situación que no podía ser más desfavorable desde el punto de vista burocrático. Hua acaparaba todos los principales cargos, heredados de Mao y de Zhou: presidente del Partido Comunista, primer ministro y presidente de la Comisión Militar Central. Contaba con la aprobación explícita de Mao. (Son conocidas las palabras que el propio Mao le había dirigido: «Contigo al mando estoy tranquilo».)9 Deng fue restituido en sus anteriores cargos en los estamentos políticos y militares, si bien en todos los aspectos de la jerarquía formal permaneció como subordinado de Hua.

Deng y Hua coincidían bastante en sus puntos de vista sobre política exterior; en cambio, tenían una visión totalmente distinta sobre el futuro de China. En abril de 1979, en una de mis visitas a Pekín, me reuní por separado con ambos. Los dos me comunicaron sus ideas sobre la reforma económica. Por primera vez en mi experiencia con dirigentes chinos, se hicieron explícitos los desacuerdos filosóficos y prácticos. Hua puso en claro su programa económico para estimular la producción por medio de métodos soviéticos tradicionales, haciendo hincapié en la industria pesada, en las mejoras en la producción agrícola basada en las comunas, en el aumento de la mecanización y en la aplicación de fertilizantes en el marco del omnipresente Plan Quinquenal.

Deng rechazó todas estas ortodoxias. El pueblo, dijo, tiene que participar en lo que produce. Había que dar prioridad a los bienes de consumo respecto a la industria pesada, tenía que fomentarse la inventiva del campesinado chino, el Partido Comunista no podía entrometerse tanto y era importante descentralizar el gobierno. La conversación siguió mientras se celebraba un banquete en un salón en el que los comensales estaban sentados alrededor de unas cuantas mesas redondas. Yo me encontraba al lado de Deng. En una típica conversación durante la cena, saqué el tema del equilibrio entre centralización y descentralización. Deng subrayó la importancia de la descentralización en un vasto país con una enorme población y significativas diferencias regionales. Pero aquel no era el principal reto, dijo. Habría que introducir tecnología moderna, decenas de miles de estudiantes tendrían que salir al extranjero («No tenemos nada que temer de la educación occidental»), y se pondría punto final de una vez por todas a los abusos de la Revolución Cultural. A pesar de que Deng no había levantado el tono de voz, se hizo el silencio en las mesas de nuestro alrededor. Los chinos sentados en ellas permanecían en vilo: ni siquiera se molestaban en fingir que no escuchaban al anciano, que resumía su perspectiva sobre el futuro. «Esta vez tiene que salir bien —dijo Deng—. Ya hemos cometido demasiados errores.» Poco después, Hua desapareció de la dirección. Durante los diez años que siguieron, Deng puso en marcha los planes que había esbozado en el banquete de 1979.

Deng se impuso porque llevaba años alimentando contactos en el seno del Partido y especialmente en el Ejército Popular de Liberación, y también porque tenía más habilidad política que Hua. Como veterano en las luchas internas del Partido de aquellas décadas, había aprendido a utilizar las confrontaciones ideológicas para los objetivos políticos. Los discursos de Deng de aquella época eran verdaderas obras maestras de flexibilidad ideológica y de ambigüedad política. Su principal táctica consistía en elevar las ideas de «buscar la verdad a partir de los hechos» e «integrar teoría y práctica» hacia «el principio fundamental del Pensamiento de Mao Zedong», una propuesta pocas veces planteada antes de la muerte de Mao.

Al igual que cualquier chino que aspirara a conseguir el poder, Deng intentaba presentar sus ideas como productos de las declaraciones de Mao, con profusión de citas (a veces puestas astutamente fuera de contexto) de sus discursos. Mao no había subrayado en especial ningún precepto nacional práctico, al menos desde mediados de la década de 1960. En general, el presidente habría mantenido que la ideología invalidaba e incluso podía arrollar la experiencia práctica. Al reunir unos fragmentos tan dispares de la ortodoxia maoísta, Deng dio la espalda a la revolución permanente. En boca de Deng, Mao aparecía como un pragmático:

Camaradas, reflexionemos: ¿no es cierto que buscar la verdad a partir de los hechos, proceder a partir de la realidad e integrar teoría y práctica son los principios fundamentales del Pensamiento de Mao Zedong? ¿Acaso ha quedado obsoleto este principio fundamental? ¿Es posible que algún día quede obsoleto? ¿Cómo podemos mantenernos fieles al marxismo-leninismo y al Pensamiento de Mao Zedong si nos oponemos a buscar la verdad a partir de los hechos, a proceder a partir de la realidad y a integrar teoría y práctica? ¿Adónde nos llevaría esto?10

Partiendo de la base de la defensa de la ortodoxia maoísta, Deng criticaba la declaración de «los dos todos» de Hua Guofeng, pues implicaban la infalibilidad de Mao, algo que ni siquiera había reivindicado el Gran Timonel. (Por otra parte, en muy pocas ocasiones se habló de la falibilidad de Mao en vida de este.) Deng invocó la fórmula mediante la que Mao había juzgado a Stalin —un 70 por ciento de acierto y un 30 por ciento de error— y apuntó que el propio Mao se merecía un índice de «70-30» (pronto aquello se convirtió en la política oficial del Partido y así ha seguido hasta nuestros días.) Durante el proceso, se las ingenió para acusar al heredero designado por Mao, Hua Guofeng, de falsificar el legado del presidente en su insistencia sobre la aplicación literal:

«Los dos todos» son inaceptables. Si tal principio fuera correcto, no podría justificarse mi rehabilitación, ni tampoco la declaración de que lo que hicieron las masas en la plaza de Tiananmen en 1976 [es decir, el duelo y sus manifestaciones tras la muerte de Zhou Enlai] fuera razonable. No podemos aplicar mecánicamente lo que dijo el camarada Mao Zedong sobre una cuestión específica a otra cuestión. [...] El propio camarada Mao Zedong dijo en repetidas ocasiones [...] que si el trabajo de uno se considera que está formado por un 70 por ciento de los logros y un 30 por ciento de las equivocaciones podría darse por bueno, y que él mismo se sentiría feliz y satisfecho si tras su muerte las generaciones futuras le concedieran este índice del «70-30».¹¹

Resumiendo: no existía una ortodoxia inalterable. La reforma china iba a basarse en buena medida en lo que funcionaba.

Deng exponía las cuestiones básicas cada vez con más apremio. En un discurso de mayo de 1977 desafió a China a «trabajar mejor» que en la restauración Meiji, el espectacular cambio hacia la modernización de Japón que se produjo en el siglo XIX. Invocó la ideología comunista para fomentar lo que en definitiva era una economía de mercado, apuntando que los chinos, «como proletarios», serían capaces de superar un programa llevado adelante por la «incipiente burguesía japonesa» (si bien cabe sospechar que en realidad se trataba de un intento de apelar al orgullo nacional chino). A diferencia de Mao, que se dirigía al pueblo presentando la perspectiva de un futuro trascendental y glorioso, Deng les desafiaba a contraer un importante compromiso para superar el atraso:

La clave para alcanzar la modernización está en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Por otra parte, si no prestamos atención a la educación, resultará imposible desarrollar la ciencia y la tecnología. Las palabras vacías no llevarán a ningún lugar a nuestro programa de modernización; tenemos que disponer de conocimientos y de personal preparado. [...] Al parecer, China se encuentra a veinte años de los países desarrollados en los campos de la ciencia, la tecnología y la educación.¹²

Al consolidar Deng el poder, estos principios se convirtieron en las máximas operativas del esfuerzo de China para transformarse en una potencia mundial. Mao había mostrado poco interés por el aumento del comercio internacional del país o por hacer competitiva su economía en el mundo. En la época de la muerte del dirigente comunista, el comercio de Estados Unidos con China sumaba 336 millones de dólares, cifra ligeramente inferior a la del comercio de Estados Unidos con Honduras y una décima parte de la de este país con Taiwan, que contaba aproximadamente con un 1,6 por ciento de la población de China.¹³

La superpotencia económica de la China actual es el legado de Deng Xiaoping. Ello no significa que Deng hubiera planeado programas específicos para alcanzar estos objetivos. En realidad, satisfizo la tarea definitiva de un dirigente: la de llevar a su sociedad desde el punto en el que se encuentra a otro que no ha alcanzado jamás. Las sociedades funcionan a base de parámetros de rendimiento medio. Se mantienen llevando a la práctica aquello con lo que están familiarizadas. Pero avanzan cuando cuentan con dirigentes con visión sobre lo necesario y con el valor de emprender un camino que ha de aportar unos beneficios que están básicamente en su idea.

Deng tuvo que superar un reto político, ya que en los primeros treinta años de gobierno comunista China había sido gobernada por un líder dominante que había llevado al país hacia la unidad y el respeto internacional, pero también hacia unos objetivos nacionales y sociales insostenibles. Mao había unificado el país y, a excepción de Taiwan y Mongolia, había restablecido sus límites históricos. Pero le había pedido un esfuerzo que iba en contra de sus características históricas. China había alcanzado la grandeza aplicando un modelo cultural de acuerdo con el ritmo que podía mantener su sociedad. La revolución permanente de Mao había llevado a China al límite de su extraordinaria resistencia. Había conseguido el orgullo de resurgir como identidad nacional a la que la comunidad internacional tomaba en serio. Lo que no había descubierto era cómo podía avanzar su país si no era a base de arrebatos de exaltación ideológica.

Mao había gobernado como un emperador tradicional mayestático e imponente. Personificó el mito del gobernante imperial que establecía el vínculo entre el cielo y la tierra y se hallaba más cerca de lo divino que de lo terrenal. Deng gobernó siguiendo el espíritu de otra tradición china: basó la omnipotencia en la omnipresencia, pero también en la invisibilidad del gobernante.

Muchas culturas, y sin duda todas las occidentales, respaldan la autoridad del gobernante por medio de algún tipo de contacto efusivo con los gobernados. Precisamente por ello, en Atenas, en Roma y en la mayor parte de estados pluralistas occidentales, la oratoria se consideraba un punto importante en el gobierno. En China no existe tradición de oratoria (en cierta forma, Mao fue una excepción). Los dirigentes chinos nunca basaron su autoridad en la habilidad retórica, ni en el contacto físico con las masas. En la tradición de los mandarines, actuaban básicamente fuera de la vista y su trabajo les legitimaba. Deng no disponía de un gran despacho; rechazó todos los títulos honoríficos; casi nunca se le vio en televisión e hizo política casi siempre entre bastidores. No gobernó como un emperador, sino como el mandarín principal.14

Mao había gobernado contando con el aguante del pueblo chino a la hora de sufrir lo que sus puntos de vista personales imponían al país. Deng gobernó liberando la creatividad del pueblo chino para hacer realidad su perspectiva sobre el futuro. Mao luchó por el avance económico con una fe mística en la fuerza de las «masas» para superar cualquier obstáculo, por medio de pura fuerza de voluntad y pureza ideológica. Deng siempre fue directo al hablar de la pobreza de China y del abismo que existía entre el nivel de vida de su país y el del resto del mundo. Declaró que «la pobreza no es socialismo» y con ello afirmó que China necesitaba tecnología, competencia y capital extranjeros para remediar sus deficiencias.

Deng coronó su regreso en diciembre de 1978, en el tercer pleno del undécimo Comité Central del Partido Comunista Chino. Dicho pleno divulgó la consigna que iba a caracterizar toda la política de Deng a partir de entonces: «reforma y apertura». Estableciendo un cambio respecto a la ortodoxia maoísta, el Comité Central aprobó una serie de políticas pragmáticas de «modernización socialista» que se hacían eco de las «cuatro modernizaciones» de Zhou Enlai. Se permitió de nuevo la iniciativa privada en la agricultura. Se anuló el veredicto dictado contra la multitud que guardó luto por Zhou (a la que se había considerado «contrarrevolucionaria») y se rehabilitó a título póstumo al veterano comandante militar Peng Dehuai, que había estado al mando de las tropas en la guerra de Corea y posteriormente fue purgado por Mao por haber criticado el Gran Salto Adelante. Al final de la conferencia, en un discurso, Deng hizo un claro llamamiento en el que precisó: «Vamos a librar de ataduras nuestras mentes, a utilizar la cabeza, a buscar la verdad a partir de los hechos y a unirnos como un solo hombre de cara al futuro». Después de diez años en los que Mao Zedong había fijado la respuesta a prácticamente todas las preguntas sobre la vida, Deng destacaba la necesidad de aflojar los límites ideológicos y animaba a que «cada cual reflexionara por sí mismo».15

Utilizando a Lin Biao como metáfora para la Banda de los Cuatro y distintos aspectos de Mao, Deng condenó los «tabúes intelectuales» y el «burocratismo». Había que sustituir la corrección ideológica por la valía; eran demasiados los que habían elegido la vía de la mínima resistencia y se habían hundido en el marasmo dominante:

De hecho, el debate actual sobre si la práctica es el único criterio para descubrir la verdad es también un debate sobre si hay que librar de ataduras la mente del pueblo. [...] Cuando todo hay que hacerlo ciñéndose estrictamente a las reglas, cuando el pensamiento se vuelve inflexible e impera la fe ciega, es imposible que un partido o una nación avancen, porque a la larga su vida dejará de latir y el partido o nación perecerán.16

El pensamiento creativo independiente se convirtió en la principal pauta del futuro:

Cuantos más miembros del Partido y otras personas utilicen la cabeza y reflexionen a conciencia, mayores beneficios se cosecharán para nuestra causa. Para hacer la revolución y edificar el socialismo necesitamos muchos pioneros que se atrevan a pensar, que exploren nuevas vías y desarrollen nuevas ideas. De otro modo, no seremos capaces de apartar nuestro país de la pobreza y del atraso, ni de ponernos al nivel de los países avanzados, y mucho menos superarlos.17

La ruptura con la ortodoxia maoísta puso de relieve al mismo tiempo el dilema del reformador. El dilema del revolucionario se basa en que casi todas las revoluciones se producen en oposición a lo que se considera un abuso de poder. Pero cuantas más obligaciones existentes se supriman, mayor fuerza habrá que aplicar para crear de nuevo el sentido de la obligación. Por ende, el resultado frecuente de la revolución es un aumento del poder central; y cuanto más arrolladora es una revolución, más cierta es la premisa anterior.

El dilema de la reforma es lo contrario. Cuanto más se amplía el alcance de las opciones, más cuesta dividirlas en secciones. En la búsqueda de la productividad, Deng incidió en la importancia de «que cada cual reflexionara por su cuenta» y defendió que las mentes se liberaran «completamente» de ataduras. Pero ¿y si aquellas mentes, una vez libres de ataduras, pedían pluralismo político? Según la perspectiva de Deng, hacían falta «muchos pioneros que se atrevieran a pensar, a explorar nuevas vías y a desarrollar nuevas ideas», pero daba por hecho que dichos pioneros iban a limitarse a explorar nuevas vías para crear una China próspera y se mantendrían apartados de la exploración de unos objetivos políticos últimos. ¿Cómo imaginaba Deng que podía reconciliarse lo de liberar de ataduras la mente con el imperativo de la estabilidad política? ¿Era tal vez un riesgo calculado, que se basaba en que China no disponía de una alternativa mejor? ¿O quizá él, siguiendo la tradición china, descartaba toda posibilidad de desafío a la estabilidad política, sobre todo teniendo en cuenta que Deng situaba el país en una mejor posición y le brindaba más libertad? La perspectiva de Deng sobre liberalización económica y revitalización nacional no incluía un paso importante hacia lo que en Occidente se habría denominado democracia pluralista. Deng pretendía mantener el gobierno de un solo partido no tanto porque se inclinara hacia los incentivos del poder (era notorio que había renunciado a muchos de los lujos de los que disfrutaron Mao y Jiang Qing) como porque consideraba que la alternativa era la anarquía.

Deng no tardó en tener que enfrentarse a estas cuestiones. Durante la década de 1970 había animado a todo el mundo a airear sus motivos de queja por lo sufrido durante la Revolución Cultural. Ahora bien, cuando esta nueva apertura se fue transformando en un incipiente pluralismo, en 1979 Deng se vio obligado a exponer con detalle su concepción de la libertad, así como los límites de esta:

En el último período, algunos grupos reducidos han provocado incidentes en determinados lugares. En vez de aceptar los consejos, las orientaciones y las explicaciones de los principales dirigentes del Partido y del gobierno, ciertos elementos han formulado demandas que en la actualidad no pueden satisfacerse o no tienen nada de razonables. Han incitado o engañado a una parte de las masas para que tomaran por asalto el Partido y las organizaciones gubernamentales, con la ocupación de oficinas, la organización de sentadas y huelgas de hambre y la obstrucción del tráfico, actos encaminados a alterar la producción, las distintas tareas y el orden público.18

Estos incidentes no eran hechos aislados ni insólitos, como lo demuestra la relación que presentó de ellos Deng. Habló del Grupo de Derechos Humanos de China, que había llegado hasta el punto de pedir que el presidente de Estados Unidos manifestara su preocupación por los citados derechos: «¿Podemos permitir una llamada tan abierta a la intervención en los asuntos internos chinos?».19 En la lista de Deng se incluía el Foro por la Democracia de Shanghai, que, según Deng, reclamaba la vuelta al capitalismo. Algunos de estos grupos, en palabras de Deng, habían establecido clandestinamente contactos con las autoridades nacionalistas de Taiwan y otros hablaban de pedir asilo político en el extranjero.

Con ello admitía, cosa sorprendente, un desafío político. Deng se mostraba más claro acerca del alcance de este que al modo de abordarlo:

La lucha contra estas personas no es una tarea simple que pueda resolverse con rapidez. Hemos de esforzarnos por establecer una distinción clara entre las personas (muchas de las cuales son jóvenes inocentes) y los contrarrevolucionarios y elementos perversos que las han embaucado, con los que habrá que enfrentarse con dureza y aplicar la ley. [...]

¿Qué tipo de democracia necesita el pueblo chino hoy? Solo puede ser la democracia socialista, la democracia popular, y no la democracia burguesa, la democracia individualista.20

Si bien apoyaba un proceder autoritario en política, Deng abandonó el culto a la personalidad, rehusó purgar a su predecesor Hua Guofeng (en lugar de ello, dejó que fuera perdiendo importancia) y empezó a planificar su propia sucesión de una forma metódica. Una vez consolidado el poder, Deng se negó a ocupar los primeros puestos en la jerarquía del Partido.²¹ Tal como me contó en 1982, cuando coincidí con él en Pekín:

DENG: ...Estoy llegando al punto en el que voy a quedarme anticuado.

KISSINGER: No diría tal cosa teniendo en cuenta los documentos del Congreso del Partido.

DENG: Ahora estoy en la Comisión Asesora.

KISSINGER: Considero que es una señal de confianza.

[...]

DENG: Los años de nuestro liderazgo nos han llevado a ello, por tanto, contamos con experiencia histórica y enseñanzas...

KISSINGER: No sé por qué cargo debo dirigirme a usted.

DENG: Tengo unos cuantos. Soy miembro del Comité Permanente del Politburó y presidente de la Comisión Asesora, así como presidente del Congreso Consultivo Político del Pueblo Chino. Quisiera delegar todo esto a otros. Tengo demasiados cargos. [...] Tengo demasiados cargos. Quisiera hacer lo menos posible. Mis camaradas esperan también que me encargue de menos asuntos rutinarios. El único objetivo es que pueda vivir más años.

Deng cortó con el precedente establecido por Mao al restar importancia a su propia competencia en lugar de presentarse como un genio en cada uno de los ámbitos. Confió a sus subordinados la innovación y aprobó sus trabajos. Tal como explicó, con su habitual franqueza, en una conferencia sobre inversión extranjera en 1984: «Yo soy lego en el campo de la economía. He hecho algunos comentarios sobre el tema, pero todos sobre el punto de vista político. He propuesto, por ejemplo, la política económica de apertura hacia el mundo, pero en realidad conozco poco los detalles o las cuestiones específicas de su puesta en marcha».²²

Al elaborar su estrategia interior, Deng pasó a ser la cara de China que vio el mundo. En 1980 había alcanzado la supremacía. En el quinto pleno del Comité Central del Partido Comunista, de febrero de 1980, los partidarios de Hua Guofeng fueron degradados o relevados de sus respectivos cargos; los aliados de Deng, Hu Yaobang y Zhao Ziyang, entraron a formar parte del Comité Permanente del Politburó. Los importantes cambios de Deng se consiguieron a base de unas claras tensiones sociales y de unas políticas que culminaron en la crisis de la plaza de Tiananmen en 1989. Pero un siglo después de la frustrada promesa de autofortalecimiento de China formulada por los reformistas del siglo XIX, Deng había domeñado y reinventado el legado de Mao, catapultando a China hacia una reforma que, con el tiempo, reivindicaría la influencia a que le daba derecho su práctica y su historia.

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«Tocar el trasero del tigre»

La tercera guerra de Vietnam

En abril de 1979, Hua Guofeng, todavía primer ministro chino, resumió los resultados de la tercera guerra de Vietnam, durante la cual China había invadido este país y se había retirado seis meses después, lanzando un desafío al papel de los soviéticos: «No se atrevieron a avanzar. Por tanto, seguíamos en condiciones de tocar el trasero del tigre».¹

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