China

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Henry Kissinger

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China invadió Vietnam para «dar una lección» después de que los soldados vietnamitas ocuparan Camboya como respuesta a una serie de choques fronterizos con los jemeres rojos, que se habían apoderado de este país en 1975, y en la búsqueda definitiva del objetivo de Hanoi de crear una federación indochina. China se lanzó a ello desafiando un tratado de defensa mutua establecido entre Hanoi y Moscú, firmado hacía menos de un mes. La guerra resultó terriblemente cara para las fuerzas armadas chinas, que aún no se habían recuperado del todo de los estragos de la Revolución Cultural.² Pero la invasión cumplió con su objetivo básico: cuando la Unión Soviética se vio capaz de responder, demostró las limitaciones de su estrategia. Desde este punto de vista, podría considerarse como un momento crucial en la guerra fría, aunque en aquellos momentos no se entendiera exactamente así. La tercera guerra de Vietnam constituyó asimismo el punto culminante en la colaboración estratégica chino-estadounidense durante la guerra fría.

VIETNAM: EL AVISPERO DE LAS SUPERPOTENCIAS

China se vio envuelta en la tercera guerra de Vietnam por unos factores que pueden compararse con los que llevaron a Estados Unidos a la segunda. Existe algo en el nacionalismo casi obsesivo de los vietnamitas que lleva a otras sociedades a perder el sentido de la proporción y a malinterpretar las motivaciones vietnamitas y sus propias posibilidades. Con ello se encontró Estados Unidos en lo que hoy los historiadores denominan la segunda guerra de Vietnam (la primera fue la guerra anticolonial librada contra Francia). A los estadounidenses les costó aceptar que un país mediano en vías de desarrollo pudiera sustentar un compromiso tan férreo respecto a sus causas internas. Por consiguiente, interpretaron las acciones de los vietnamitas como símbolos de un plan más profundo. Se consideró la combatividad de Hanoi como la vanguardia de una conspiración coordinada entre chinos y soviéticos para dominar como mínimo Asia. Y Washington creyó que en cuanto pudiera bloquearse la ofensiva inicial de Hanoi se conseguiría algún compromiso diplomático.

La valoración era errónea. Hanoi no era agente de ningún país. Luchaba por su idea de independencia y, en definitiva, por una federación indochina, que le asignaba en el sudeste asiático el papel dominante que había ejercido históricamente en Asia oriental. Para aquellos resueltos supervivientes de siglos de guerra con China, era inconcebible el compromiso entre su idea de independencia y la concepción de estabilidad de cualquiera que viniera de fuera. Lo más destacado de la segunda guerra de Vietnam en Indochina fue la interacción entre el deseo de compromiso de Estados Unidos y la insistencia de los vietnamitas del norte en la victoria.

Visto desde este prisma, el gran error de Estados Unidos en la guerra de Vietnam no fue lo que dividió al pueblo estadounidense: saber si su gobierno creía suficientemente en un resultado diplomático. Se trataba más bien de la incapacidad de enfrentarse al hecho de que un denominado resultado diplomático, buscado con tanto afán —incluso con tanta desesperación— por las sucesivas administraciones de los dos partidos políticos estadounidenses, exigía unas presiones equivalentes a lo que venía a ser la derrota definitiva de Hanoi, y que Moscú y Pekín ejercían un papel solo impulsor, no de dirección.

Pekín cayó en el mismo error, aunque de una forma más moderada. Cuando empezó el despliegue de Estados Unidos en Vietnam, Pekín interpretó la ofensiva en términos del

wei qi: otro ejemplo de las bases estadounidenses que rodeaban China desde Corea hasta el estrecho de Taiwan, y en aquellos momentos hasta Indochina. China apoyaba la guerra de guerrillas norvietnamita, en parte por razones ideológicas y en parte para conseguir apartar al máximo las bases estadounidenses de las fronteras con su país. En abril de 1968, Zhou Enlai dijo al primer ministro norvietnamita Pham Van Dong que China apoyaba a Vietnam del Norte para evitar el bloqueo estratégico de China, a lo cual Pham Van Dong respondió de forma ambigua, en buena medida porque Vietnam no tenía como objetivo el bloqueo de China, ya que sus perspectivas eran meramente nacionales:

ZHOU: Estados Unidos ha estado mucho tiempo cercando a China. Actualmente lo hace también la Unión Soviética. El círculo se va completando, a excepción de [la parte de] Vietnam.

PHAM: Estamos aún más decididos a derrotar a los imperialistas estadounidenses en todo el territorio vietnamita.

ZHOU: Por ello os apoyamos.

PHAM: Nuestra victoria tendrá unas consecuencias positivas en Asia. Nuestra victoria traerá resultados imprevisibles.

ZHOU: Así tendría que ser.³

Aplicando una estrategia china respecto a la cual Pham Van Dong se mantuvo prudentemente al margen, China envió más de cien mil efectivos de no combatientes para apoyar las infraestructuras y la logística de Vietnam del Norte. Estados Unidos se opuso a los norvietnamitas al considerarlos la punta de lanza del plan soviético-chino. China dio apoyo a Hanoi para entorpecer la ofensiva estadounidense, que veía encaminada a dominar Asia. Ambos incurrieron en un error. Hanoi luchaba solo por la cuestión nacional, y un Vietnam unificado bajo la dirección comunista, victorioso en su segunda guerra en 1975, podía convertirse en una amenaza estratégica mucho mayor para China que para Estados Unidos.

Los vietnamitas observaban a su vecino del norte con una desconfianza que rayaba en la paranoia. Durante los largos períodos de dominio chino, Vietnam había hecho suyos el sistema de escritura chino y las formas políticas y culturales de China (lo que se demuestra, de la forma más espectacular, en el palacio imperial y en las tumbas de la antigua capital de Huê). Vietnam se sirvió de estas instituciones «chinas», no obstante, para crear un Estado aparte y reforzar su propia independencia. La situación geográfica no permitió a Vietnam aislarse, como pudo hacer Japón en otra época de su historia. Desde el siglo II a.C. hasta el siglo X, Vietnam estuvo más o menos bajo el dominio chino y no fue plenamente independiente hasta que en el año 907 se vino abajo la dinastía Tang.

La identidad nacional vietnamita reflejaba el legado de dos fuerzas en cierta forma contradictorias: por una parte, la absorción de la cultura china; por la otra, la oposición a la política y al dominio militar chinos. La resistencia frente a China ayudó a forjar un apasionado orgullo independentista en Vietnam y una extraordinaria tradición militar. Al absorber la cultura china, Vietnam pudo contar con una élite confuciana de corte chino y con una especie de complejo Reino Medio regional propio frente a sus vecinos. Durante las guerras de Indochina del siglo XX, Hanoi mostró su idea del derecho político y cultural, aprovechándose de los territorios neutrales de Laos y Camboya como si tuviera facultad para ello, y, después de la guerra, amplió sus «relaciones especiales» con los movimientos comunistas en cada uno de estos países, con lo que estableció un dominio vietnamita.

Vietnam se enfrentó a China en un desafío psicológico y geopolítico sin precedentes. Los dirigentes de Hanoi conocían bien

El arte de la guerra de Sun Tzu y aplicaron sus principios con importantes resultados en sus contiendas contra Francia y Estados Unidos. Ya antes de finalizar las largas guerras de Vietnam, primero contra los franceses, que intentaban recuperar su colonia después de la Segunda Guerra Mundial, y posteriormente contra Estados Unidos entre 1963 y 1975, Pekín y Hanoi tomaron conciencia de que la próxima guerra iban a librarla entre ellos por el dominio de Indochina y del sudeste asiático.

La proximidad cultural podría explicar la relativa falta de seguridad en el análisis estratégico que guió en general la política china durante la guerra de Vietnam estadounidense. Resulta curioso que el interés estratégico a largo plazo de Pekín pudiera asemejarse al de Washington: un resultado en el que cuatro estados indochinos (Vietnam del Norte y del Sur, Camboya y Laos) se equilibraban entre sí. Esto explicaría por qué Mao, al esbozar los posibles desenlaces de la guerra ante Edgar Snow en 1965, habló de un resultado basado en ceder al máximo en Vietnam del Sur como algo posible y, por consiguiente, probablemente aceptable.4

En mi viaje secreto a Pekín en 1971, Zhou explicó que los objetivos chinos en Indochina no obedecían a la estrategia ni a la ideología. Según Zhou, la política de su país en Indochina se centraba totalmente en una deuda histórica contraída por antiguas dinastías. Es probable que los dirigentes chinos dieran por supuesto que Estados Unidos no podía sufrir una derrota y que el norte de un Vietnam dividido iba a depender del apoyo chino, al igual que había ocurrido con Corea del Norte al final de la guerra con este país.

En el desarrollo de la guerra se detectaron indicios de que China se preparaba —aunque sin demasiado entusiasmo— para una victoria de Hanoi. Los servicios de inteligencia detectaron la construcción de carreteras por parte de los chinos en Laos, algo intrascendente para el conflicto con Estados Unidos, si bien útil para la estrategia posbélica de equilibrar Hanoi e incluso un posible conflicto sobre Laos. En 1973, después del Acuerdo de París con el que se concluyó la guerra de Vietnam, Zhou y yo negociamos un pacto posbélico sobre Camboya basado en una coalición entre Norodom Sihanouk (el ex dirigente camboyano que residía en Pekín), el gobierno de Phnom Penh y los jemeres rojos. Tenía como principal objetivo crear un obstáculo para la toma de Indochina por parte de Hanoi. Finalmente, el acuerdo se malogró cuando el Congreso de Estados Unidos prohibió que siguiera la función militar estadounidense en la región, perdiendo con ello trascendencia el papel de este país.5

Percibí la hostilidad latente de Hanoi con su entonces aliado en una visita que hice a esta capital en febrero de 1973 para conseguir poner en marcha el Acuerdo de París, firmado quince días antes. Le Duc Tho me llevó a ver el museo nacional de Hanoi, sobre todo para mostrarme los departamentos dedicados a la histórica lucha de Vietnam contra China, aún formalmente aliada de Vietnam.

Con la caída de Saigón en 1975 estallaron las históricas rivalidades inherentes al país, lo que llevó a la victoria de la geopolítica frente a la ideología. Aquello demostró que Estados Unidos no era el único país que se había equivocado a la hora de valorar la importancia de la guerra de Vietnam. China consideró la primera intervención de Estados Unidos como la última boqueada del imperialismo. Casi de forma rutinaria, los chinos se habían inclinado por Hanoi. Interpretaron la intervención estadounidense como un paso más hacia el cerco de China, más o menos de la forma en que habían visto la intervención en Corea diez años antes.

Curiosamente, desde un punto de vista geopolítico, los intereses a largo plazo de Pekín y Washington tenían que asemejarse. Ambos deberían haber preferido mantener las cosas como estaban, es decir, la división de Indochina en cuatro estados. Washington se oponía a que Hanoi dominara Indochina a raíz de la idea wilsoniana del orden mundial —el derecho a la autodeterminación de los estados existentes— y de la cuestión de la conspiración comunista mundial. Pekín tenía el mismo objetivo general, aunque desde la perspectiva geopolítica, pues quería evitar que surgiera un bloque del sudeste de Asia en su frontera meridional.

Durante un tiempo, Pekín pareció creer que la ideología comunista acabaría con la milenaria historia de la oposición vietnamita al dominio chino. O tal vez no creía posible que alguien pudiera derrotar del todo a Estados Unidos. Tras la caída de Saigón, Pekín tuvo que enfrentarse a las implicaciones de su propia política. Y retrocedió ante ellas. El desenlace de Indochina se unió al temor permanente de China respecto al bloqueo. Deng tuvo una preocupación básica en política exterior: evitar que en Indochina se formara un bloque vinculado a la Unión Soviética y el mantenimiento de la colaboración con Estados Unidos. Hanoi, Pekín, Moscú y Washington jugaban una partida de

wei qi a cuatro manos. Los acontecimientos de Camboya y de Vietnam iban a determinar quién acabaría rodeado y neutralizado: Pekín o Hanoi.

Pero empezó a hacerse realidad la pesadilla del cerco de Pekín por parte de una potencia hostil. Vietnam, por su cuenta, tenía un peso extraordinario, y si llevaba adelante su objetivo de conseguir una federación indochina llegaría a sumar cerca de cien millones de habitantes y a colocarse en la posición ideal para presionar a Tailandia y a otros estados del sudeste asiático. En este contexto, la independencia de Camboya como contrapeso de Hanoi se convirtió en la principal meta de China. Ya en agosto de 1975 —tres meses después de la caída de Saigón—, Deng Xiaoping dijo al dirigente de los jemeres rojos, Khieu Samphan, que estaba de visita en China: «Cuando una superpotencia [Estados Unidos] se ve obligada a retirar sus fuerzas de Indochina, la otra superpotencia [la Unión Soviética] aprovecha la oportunidad [...] de extender sus pérfidos tentáculos hacia el sudeste asiático [...] en un intento de expansión en la zona».6 En palabras de Deng: «Camboya y China [...] se enfrentan al reto de combatir el imperialismo y las hegemonías. [...] Creemos firmemente que [...] nuestros dos pueblos se unirán más estrechamente si cabe y juntos alcanzarán nuevas victorias en la lucha común».7 Durante una visita que hizo el primer ministro laosiano Kaysone Phomvihane en marzo de 1976 a Pekín, Hua Guofeng, a la sazón primer ministro, hizo una advertencia sobre la Unión Soviética diciendo: «En concreto, la superpotencia que pregona la “distensión” al mismo tiempo que extiende sus garras por todas partes está intensificando su expansión, preparando la guerra en un intento de añadir más países bajo su esfera de influencia y ejercer su hegemónico señorío».8

Sin necesidad ya de fingir una solidaridad comunista frente a la amenaza del «imperialismo» estadounidense, los países enfrentados demostraron la oposición abierta entre ellos en abril de 1975, poco después de la caída de Saigón. A los seis meses del hundimiento de toda Indochina, 150.000 vietnamitas se vieron obligados a abandonar Camboya. Un número similar de ciudadanos vietnamitas de etnia china tuvieron que abandonar Vietnam. En febrero de 1976, China dio por finalizado su programa de ayuda a Vietnam y un año después cortó todo tipo de suministro basado en programas existentes. Al mismo tiempo, Hanoi se iba acercando a la Unión Soviética. En una reunión del Politburó vietnamita celebrada en junio de 1978, se calificó a China de «enemigo principal» de Vietnam. Durante el mismo mes, los vietnamitas se adhirieron al COMECON, el bloque de cooperación económica dirigido por la Unión Soviética. En noviembre de 1978, la Unión Soviética y Vietnam firmaron el Tratado de Amistad y Colaboración, que incluía cláusulas militares. En diciembre de 1978, las tropas vietnamitas invadieron Camboya, derrocaron a los jemeres rojos e instauraron un gobierno provietnamita.

La ideología había desaparecido del conflicto. Los centros de poder comunista llevaban adelante una lucha por el equilibrio de poder que no se basaba en la ideología, sino en el interés nacional.

Desde la perspectiva de Pekín, en las fronteras de China iba tomando cuerpo una pesadilla de cariz estratégico. En la parte septentrional seguía con todo su empuje el despliegue soviético: Moscú mantenía aún cerca de cincuenta divisiones a lo largo de la línea fronteriza. En el lado occidental se había producido un golpe de Estado marxista en Afganistán, donde la influencia soviética era cada vez más evidente.9 Pekín veía también la mano de Moscú en la revolución iraní, que culminó con la huida del sha el 16 de enero de 1979. Moscú siguió fomentando un sistema de seguridad colectivo asiático con el único objetivo posible de contener a China. Mientras tanto, Moscú negociaba el Tratado SALT II con Washington. Según Pekín, eran acuerdos destinados a «empujar las aguas turbulentas de la Unión Soviética hacia Oriente», en dirección a China. Los chinos parecían encontrarse en una situación extraordinariamente vulnerable. Vietnam se había pasado al bando soviético. Entre los «resultados imprevisibles» pronosticados por Pham Van Dong a Zhou en 1968 parecía incluirse el cerco soviético de China. La cosa se complicaba aún más porque todo ello se producía mientras Deng consolidaba su situación en su segunda vuelta al poder, un proceso que no concluyó hasta 1980.

Una de las principales diferencias entre la estrategia diplomática china y la occidental estriba en la reacción ante la percepción de vulnerabilidad. Los diplomáticos estadounidenses y occidentales concluyen que hay que avanzar con tiento para evitar provocaciones; es probable que China responda con un aumento del desafío. Los diplomáticos occidentales, a partir de un equilibrio de fuerzas desfavorable, son más dados a ver un imperativo de solución diplomática; así pues, impulsan iniciativas diplomáticas para situar al otro en el «error», para aislarlo moralmente, aunque desistiendo de la utilización de la fuerza: este fue básicamente el consejo que dio Estados Unidos a Deng después de que Vietnam invadiera y ocupara Camboya. Los estrategas se inclinan más por el compromiso de sustituir valor y presión psicológica por la ventaja material del adversario. Creen en la disuasión bajo forma de anticipación. Cuando los planificadores chinos deciden que su adversario está ganando una ventaja inaceptable y que la tendencia estratégica se vuelve contra ellos responden intentando minar la confianza del enemigo y recurren a la imposición psicológica cuando no puede ser material.

Ante la amenaza en todos los frentes, Deng decidió optar por la ofensiva diplomática y estratégica. Aunque no contaba aún con el control total en Pekín, dio unos pasos temerarios hacia el exterior. Cambió la actitud china frente a la Unión Soviética: de la contención pasó a la hostilidad estratégica explícita y, efectivamente, a impulsar el retroceso. China ya no iba a limitarse otra vez a aconsejar a Estados Unidos sobre la forma de contener a la Unión Soviética; a partir de entonces desempeñaría un papel activo en la creación de una coalición antisoviética y antivietnamita, sobre todo en Asia. Se trataba de hacer encajar las piezas en su sitio ante una posible confrontación con Hanoi.

LA POLÍTICA EXTERIOR DE DENG: EL DIÁLOGO CON ESTADOS UNIDOS Y LA NORMALIZACIÓN

Cuando Deng regresó de su segundo exilio en 1977, revocó la política interior de Mao, pero en general dejó intacta la exterior. Y fue así porque los dos se caracterizaban por unos profundos sentimientos nacionales y coincidían en sus puntos sobre el interés nacional de China, y además porque la política exterior había establecido unos límites más absolutos a los impulsos revolucionarios de Mao que la política interior.

Existía, sin embargo, una clara diferencia de estilo entre la crítica de Mao y la de Deng. Mao había puesto en duda las intenciones estratégicas de la política de Estados Unidos sobre la Unión Soviética. Deng daba por sentada una cohesión de intereses estratégicos y se concentró en lograr una conclusión semejante. Mao consideraba la Unión Soviética como una especie de amenaza estratégica abstracta que ya no se centraba en China, sino en el resto del mundo. Deng reconoció el peligro específico para China, sobre todo una intimidación inmediata en su frontera meridional, que constituía un reto latente para el norte. Así pues, el diálogo adoptó un carácter más operativo. Mao hizo las veces de profesor frustrado y Deng, de socio exigente.

Ante la situación de peligro, Deng acabó con la ambigüedad en la relación de Mao con Estados Unidos del año anterior. No quedaban ya restos de la nostalgia china sobre la posibilidad de una revolución mundial. En todas las conversaciones que se tuvieron con Deng tras su regreso, el dirigente insistió siempre en que la resistencia a la ofensiva soviética hacia Europa, China y Japón tenía que llevarse a cabo en el marco de un plan mundial.

Por más proximidad que pudiera existir en las consultas entre China y Estados Unidos, persistía la situación anómala en que este último seguía reconociendo a Taiwan como gobierno legítimo de China, y a Taipei, como capital de este país. Los adversarios de China situados cerca de sus fronteras septentrional y meridional podían interpretar esta falta de reconocimiento como una oportunidad.

La normalización de las relaciones pasó al primer punto de la agenda entre China y Estados Unidos cuando Jimmy Carter tomó posesión del cargo. La primera visita a Pekín del nuevo secretario de Estado, Cyrus Vance, en agosto de 1977 no dio fruto alguno. Él mismo escribió en sus memorias:

Salí de Washington convencido de que sería imprudente abordar una cuestión tan polémica en el ámbito político como era la normalización con China hasta quitarnos de encima lo de Panamá [en referencia a la ratificación del Tratado del Canal de Panamá que ponía en funcionamiento dicho canal], a menos que —y no tengo esperanzas en ello— los chinos acepten del todo nuestra propuesta. Por razones políticas, intenté mantener una postura de máximos sobre el tema de Taiwan. [...] En consecuencia, no contaba con que aceptaran nuestro proyecto, pero me pareció acertado plantearlo a pesar de que a la larga tuviéramos que abandonarlo.10

En la propuesta estadounidense sobre Taiwan se incluía una serie de ideas sobre el mantenimiento de limitados efectivos diplomáticos de Estados Unidos en la citada isla, que se habían establecido y rechazado durante la administración de Ford. Deng volvió a rehusar las propuestas, calificándolas de paso atrás. Un año después, cuando el presidente Carter decidió dar la máxima prioridad a las relaciones con China, finalizó el debate interno en Estados Unidos. La presión soviética en África y Oriente Próximo convenció al nuevo presidente de que tenía que optar por la rápida normalización de las relaciones con China, que se concretó en la búsqueda de una alianza estratégica

de facto con este país. El 17 de mayo de 1978, Carter envió a Pekín a su asesor de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, con las siguientes instrucciones:

Habría que destacar que considero que la Unión Soviética es esencial en una relación competitiva con Estados Unidos, si bien existen ciertos aspectos de colaboración. [...]

Más en concreto, me inquieta que el aumento del poder militar soviético, junto con la falta de visión política, todo ello alimentado por las ambiciones de superpotencia, puedan tentar a la Unión Soviética a explotar las turbulencias en distintos puntos (sobre todo en el Tercer Mundo) y a intimidar a nuestros amigos a fin de conseguir beneficios políticos e incluso el predominio político.¹¹

Brzezinski tenía también autorización para reafirmar los cinco principios enunciados por Nixon a Zhou en 1972.¹² El secretario de Estado de Estados Unidos, firme defensor desde hacía mucho tiempo de la colaboración estratégica con China, llevó adelante las instrucciones recibidas con entusiasmo y habilidad. Cuando visitó Pekín en mayo de 1978 con el objetivo de normalizar las relaciones, Brzezinski se encontró con unos interlocutores receptivos. Deng estaba impaciente por lograr la normalización a fin de reclutar a Washington en la oposición, mediante lo que él denominó «un trabajo real, sólido y concreto»,¹³ a los avances soviéticos en todos los rincones del planeta.

Los dirigentes chinos eran del todo conscientes de los peligros estratégicos que se cernían a su alrededor; sin embargo, en lugar de presentar el análisis como una preocupación a escala nacional, lo plantearon dentro del marco más amplio de la situación mundial. La «agitación bajo la capa del cielo», la «línea horizontal» y los «tres mundos» representaban teorías generales de relaciones internacionales y no percepciones puntuales a escala nacional.

El análisis de la situación internacional realizado por el ministro de Asuntos Exteriores, Huang Hua, denotaba una clara seguridad. En vez de presentarse como peticionario en una situación que, en definitiva, era muy complicada para China, Huang adoptó la actitud del maestro confuciano que diserta sobre cómo abordar una política exterior global. Empezó con una valoración general de las «contradicciones» entre las dos superpotencias y siguió diciendo que eran inútiles las negociaciones con la Unión Soviética e inevitable una guerra mundial:

La Unión Soviética es el mayor peligro de cara a una futura guerra. Su excelencia ha mencionado que la Unión Soviética se enfrenta a un sinfín de problemas. Es cierto. El imperialismo socialista soviético ha establecido el objetivo estratégico de luchar por la hegemonía en el mundo. Puede sufrir muchos reveses, pero nunca renunciará a su ambición.14

La gran inquietud de Huang afectó también a los expertos en estrategia estadounidenses, en especial a los que intentaban relacionar el armamento nuclear con el pensamiento tradicional en el campo estratégico. La confianza en las armas nucleares iba a abrir una brecha entre las amenazas disuasorias y la voluntad de llevarlas a la práctica: «En cuanto a la idea de que la Unión Soviética no se aventurará a utilizar armas convencionales por miedo a un ataque nuclear por parte de Occidente, he de decir que son ilusiones. Basar en ello una estrategia, aparte de peligroso, no es fiable».15

En Oriente Próximo —«el flanco de Europa» y una «fuente de energía en una futura guerra»—, Estados Unidos no había conseguido frenar los avances soviéticos. Había firmado una declaración conjunta sobre esta región con la Unión Soviética (en la que se invitaba a los estados de la región a una conferencia a fin de explorar la perspectiva de un amplio acuerdo palestino) «que abriera bien la puerta a la Unión Soviética para una más profunda infiltración en Oriente Próximo».Washington había dejado al presidente Anwar al-Sadat de Egipto —cuya «audaz acción» había «creado una situación desfavorable para la Unión Soviética— en una situación peligrosa y permitido a la Unión Soviética «aprovechar la oportunidad de crear serias divisiones entre los estados árabes».16

Huang resumió la situación invocando un antiguo proverbio chino: Lo de «apaciguar» a Moscú, dijo, era «como dar alas a un tigre para que tenga más fuerza». Pero lo que iba a imponerse era una política de presión coordinada, pues la Unión Soviética era «fuerte solo exteriormente, e interiormente débil. Intimidaba al débil y temía al fuerte».17

Todo ello iba encaminado a establecer un programa sobre Indochina. Huang abordó «el problema de la hegemonía regional». Evidentemente, Estados Unidos había abierto el camino diez años antes. Vietnam tenía como meta el dominio de Camboya y de Laos y la creación de una federación indochina. En palabras de Huang: «Detrás de ella está la Unión Soviética». Hanoi había alcanzado ya una situación dominante en Laos, donde tenía tropas desplegadas y mantenía «asesores en todos los departamentos y niveles de Laos». No obstante, Hanoi había encontrado resistencia en Camboya, país que se oponía a las ambiciones regionales vietnamitas. La tensión entre Vietnam y Camboya no se traducía «simplemente en alguna escaramuza esporádica a lo largo de la frontera», sino que era un importante conflicto. En palabras de Huang: «Puede durar mucho tiempo». A menos que Hanoi renunciara a dominar Indochina, siguió Huang: «El problema no va a resolverse en un corto período de tiempo».18

Deng siguió aquel mismo día con la crítica iniciada por Huang Hua. Advirtió a Brzezinski de que las concesiones y los acuerdos nunca habían conseguido contener a los soviéticos. Quince años de acuerdos sobre control armamentístico habían permitido a la Unión Soviética conseguir paridad estratégica con Estados Unidos. En su opinión, el comercio con la Unión Soviética se traducía en «ayuda estadounidense para que los soviéticos superaran su debilidad». Deng presentó una sarcástica valoración de la respuesta estadounidense al aventurismo soviético en el Tercer Mundo y criticó a Washington por intentar «complacer» a Moscú:

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