China

China


Henry Kissinger

Página 33 de 51

Para nosotros sería complicado alentar la violencia. Podemos proporcionarles información en el ámbito de los servicios secretos. No tenemos noticias sobre movimientos recientes de las tropas soviéticas hacia sus fronteras.

No tengo más respuesta que darle. Nos hemos unido a la condena de Vietnam, pero la invasión de este país podría convertirse en una grave acción desestabilizadora.43

Lo de rechazar la aprobación de la violencia pero ofrecer información sobre los movimientos de las tropas soviéticas era añadir una nueva dimensión a la ambigüedad. Podía significar que Carter no compartía la opinión de Deng sobre una amenaza soviética subyacente. O bien, si se reducía el temor chino sobre una posible reacción soviética, había la interpretación de que se fomentaba la invasión.

Al día siguiente, Carter y Deng se reunieron en privado, y aquel entregó a este una nota (hasta hoy inédita) en la que resumía la postura estadounidense. Según Brzezinski: «El propio presidente escribió a mano una carta a Deng, en tono moderado, de contenido grave, en la que subrayaba la importancia de la contención y resumía las posibles consecuencias adversas a escala internacional. Consideré que aquel era el planteamiento correcto, pues no podíamos actuar formalmente en connivencia con los chinos patrocinando algo que iba a suponer una clara agresión militar».44 El acuerdo informal era otra cuestión.

Según un informe en el que se recogía la conversación de los dos mandatarios (a la que solo había asistido un intérprete), Deng insistió en que el análisis estratégico invalidaba el comentario de Carter respecto a la opinión mundial. Lo más importante era que no se considerara a China como un país acomodaticio: «China aún tiene que dar una lección a Vietnam. La Unión Soviética puede utilizar a Cuba, a Vietnam y, posteriormente, Afganistán puede convertirse en agente suyo [de la Unión Soviética]. La República Popular de China aborda la cuestión desde una posición de fuerza. La acción será muy limitada. Si Vietnam viera cierta debilidad en la República Popular de China, la situación empeoraría».45

Deng abandonó Estados Unidos el 4 de febrero de 1979. En su viaje de regreso, colocó la última pieza en el tablero de

wei qi. Se detuvo en Tokio por segunda vez en seis meses para afianzar el apoyo japonés a la inminente actuación militar y aislar un poco más a la Unión Soviética. Ante el primer ministro nipón, Masayoshi Ohira, Deng reiteró la opinión china de que había que «castigar» a Vietnam por la invasión de Camboya y expresó su compromiso: «Mantendremos las perspectivas de paz y estabilidad internacional a largo plazo... [El pueblo chino] cumplirá con firmeza sus obligaciones en el ámbito internacional y no dudará en, llegado el momento, hacer los sacrificios que sean necesarios».46

Tras visitar Birmania, Nepal, Tailandia, Malaisia, Singapur, dos veces Japón y Estados Unidos, Deng había cumplido con su objetivo de situar a China en el mundo y de aislar a Hanoi. No volvió a salir de su país, y en sus últimos años mostró el aire distante e inaccesible de los dirigentes históricos chinos.

LA TERCERA GUERRA DE VIETNAM

El 17 de febrero, China organizó una invasión con distintos frentes contra Vietnam del Norte desde las provincias meridionales chinas de Guangxi y Yunnan. El volumen de los efectivos chinos reflejaba la importancia que daba el país a la operación; se ha calculado que destinó a ella más de 200.000 soldados del Ejército Popular de Liberación, y es probable que el número ascendiera a 400.000.47 Un historiador determinaba que las fuerzas invasoras, en las que se incluían «las de tierra, las milicias y unidades navales y aéreas [...] tenían una envergadura similar a las que asignó China a la guerra de Corea, en noviembre de 1950, de consecuencias tan importantes».48 La prensa oficial china dio a la operación el nombre de «Contraataque autodefensivo frente a Vietnam» o bien «Contraataque de autodefensa en la frontera chino-vietnamita». Representaba la versión china de la disuasión, una invasión anunciada de antemano para impedir la siguiente iniciativa por parte de Vietnam.

El objetivo militar de China era un país comunista, correligionario, aliado hasta hacía poco, que se había beneficiado mucho tiempo de su apoyo económico y militar. Desde la perspectiva china, había que mantener el equilibrio estratégico en Asia. China emprendió la campaña con el respaldo moral, la ayuda diplomática y la colaboración de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, la «potencia imperialista» que Pekín había ayudado a expulsar de Indochina cinco años antes.

China declaraba que la iniciativa estaba encaminada a «frenar las disparatadas ambiciones de los vietnamitas y darles una oportuna y limitada lección».49 «Oportuna» implicaba infligir suficiente daño al país para afectar a sus opciones y perspectivas de cara al futuro; «limitada» suponía que finalizaría antes de que la intervención exterior u otros factores pudieran hacerle perder el control. Constituía además un desafío directo a la Unión Soviética.

Se confirmó la predicción de Deng de que la Unión Soviética no iba a atacar a China. El día que los chinos se lanzaron al ataque, el gobierno soviético publicó un escéptico comunicado que, a la vez que condenaba el «criminal» asalto chino, subrayaba: «El heroico pueblo vietnamita [...] es capaz de ponerse de pie otra vez».50

Los soviéticos, a modo de respuesta militar, se limitaron a enviar un destacamento naval al mar de la China meridional, se encargaron de un puente aéreo de armamento limitado hacia Hanoi y reforzaron las patrullas aéreas a lo largo de la frontera chino-soviética. El puente aéreo estuvo limitado por la cuestión geográfica, pero también por vacilaciones internas. Por fin, la Unión Soviética ofreció en 1979 a su nuevo aliado, Vietnam, el mismo apoyo que había brindado veinte años antes a su antiguo aliado, China, en las crisis del estrecho de Taiwan. En ambos casos, los soviéticos no quisieron correr el riesgo de participar en una guerra de mayor envergadura.

Poco después de la guerra, Hua Guofeng resumió las consecuencias en una sucinta frase desdeñosa en alusión a los dirigentes soviéticos: «Como amenaza, llevaron a cabo maniobras cerca de la frontera y enviaron barcos al mar de la China meridional. Pero no se atrevieron a avanzar. De modo que, en definitiva, pudimos seguir tocando el trasero del tigre».

Deng rechazó con sarcasmo el consejo estadounidense de actuar con prudencia. En una visita que hizo a Pekín a finales de febrero de 1979, el secretario del Tesoro, Michael Blumenthal, pidió que se retiraran «cuanto antes» de Vietnam las tropas chinas, puesto que Pekín, dijo textualmente: «corre un peligro injustificado».51 Deng puso objeciones a ello. En una conversación con periodistas estadounidenses poco antes de reunirse con Blumenthal, el dirigente chino mostró su menosprecio por la indeterminación, mofándose de «algunos» que tenían «miedo de ofender» a la «Cuba de Oriente».52

Al igual que en la guerra chino-india, China llevó a cabo un ataque limitado, «punitivo», y pasó inmediatamente a la retirada. La cuestión se liquidó en veintinueve días. Poco después de que el Ejército Popular de Liberación capturara (y afirmara haber arrasado) las capitales de las tres provincias vietnamitas situadas a lo largo de la frontera, Pekín admitió que los efectivos chinos se retirarían de Vietnam, salvo en alguna parte del territorio en liza. Pekín no hizo intento alguno de derrocar el gobierno de Hanoi, ni de entrar en Camboya de forma manifiesta.

Un mes después de que se hubieran retirado las tropas chinas, en una visita que efectué a Pekín, Deng me explicó la estrategia china:

DENG: Cuando volví [de Estados Unidos], pasamos inmediatamente a librar una guerra. Pero antes queríamos saber su opinión. Hablé de ello con el presidente Carter y él me respondió de un modo formal y solemne. Me leyó un texto. Yo le dije: China se ocupará por su cuenta de la cuestión y, si surge algún riesgo, China lo afrontará en solitario. Viéndolo en retrospectiva, pensamos que incluso habría sido mejor penetrar más hacia el interior de Vietnam en nuestra acción punitiva.

KISSINGER: Tal vez.

DENG: Porque contábamos con fuerzas suficientes para llegar hasta Hanoi. Pero no habría sido aconsejable llegar tan lejos.

KISSINGER: No, probablemente habría sido ir más allá de los límites del cálculo.

DENG: Es cierto. Pero podíamos haber penetrado treinta kilómetros más. Ocupamos todas las zonas de fortificación defensivas. No quedó ni una sola línea de defensa en el camino hacia Hanoi.

Entre los historiadores existe la idea preconcebida de que la guerra fue un fracaso que costó muy caro a China.53 Durante la campaña se hicieron evidentes los efectos de la politización del Ejército Popular de Liberación durante la Revolución Cultural: las fuerzas chinas, con los problemas que implicaba contar con un equipo anticuado, las dificultades logísticas, la escasez de personal y las tácticas inflexibles, avanzaron con mucha lentitud y el coste fue extraordinario. Según estimaciones de algunos analistas, el Ejército Popular de Liberación registró en un mes tantas víctimas mortales en la tercera guerra de Vietnam como el de Estados Unidos en los años más duros de la segunda.54

Sin embargo, la idea preconcebida se basa en un malentendido sobre la estrategia china. Independientemente de los defectos en su ejecución, la campaña china reflejó un serio análisis estratégico a largo plazo. En las explicaciones que dieron los dirigentes de Pekín a sus homólogos de Washington, hablaron de la consolidación del poder vietnamita respaldado por los soviéticos en Indochina como de un paso crucial en el «despliegue estratégico» de la Unión Soviética en todo el mundo. Los soviéticos ya habían concentrado tropas en Europa oriental y a lo largo de la frontera septentrional china. En aquellos momentos, advertían los chinos, Moscú «empezaba a conseguir bases» en Indochina, en África y en Oriente Próximo.55 Si llegaba a consolidar su posición en estas zonas, controlaría unos recursos energéticos vitales y sería capaz de bloquear las rutas marítimas, en particular el estrecho de Malaca, que conecta el océano Pacífico con el Índico. Con ello, en un conflicto futuro, Moscú contaría con la iniciativa estratégica. En un sentido más amplio, la guerra fue el resultado del análisis por parte de Pekín de la idea del

shi de Sun Tzu: la tendencia y la «energía potencial» del panorama estratégico. Deng tenía como objetivo poner freno y, a ser posible, cambiar radicalmente lo que consideraba una dinámica inaceptable en la estrategia soviética.

China alcanzó la meta en parte por su audacia militar, pero también por haber llevado a Estados Unidos a una estrecha colaboración inaudita hasta entonces. Los líderes chinos habían dirigido la tercera guerra de Vietnam llevando a cabo un meticuloso análisis de sus opciones estratégicas, una ejecución audaz y con una hábil diplomacia. A pesar de contar con todo ello, China, de no haber sido por la colaboración de Estados Unidos, no habría sido capaz de «tocar el trasero del tigre».

La tercera guerra de Vietnam marcó el inicio de la colaboración más estrecha entre China y Estados Unidos durante la guerra fría. Dos desplazamientos a China de emisarios estadounidenses marcaron el extraordinario nivel de actuación conjunta. El vicepresidente Walter «Fritz» Mondale se desplazó a China en agosto de 1979 con el objetivo de establecer la diplomacia posterior a la visita de Deng, en especial con respecto a Indochina. Se trataba de un problema complejo en el que entraban en serio conflicto las consideraciones estratégicas y morales. Estados Unidos y China coincidían en que por el interés de sus países debían evitar la creación de una federación indochina controlada por Hanoi. Ahora bien, la única parte de Indochina que seguía en disputa era Camboya, que había sido gobernada por el abominable Pol Pot, quien había asesinado a millones de compatriotas. Los jemeres rojos constituían la parte mejor organizada de la resistencia antivietnamita de Camboya.

Carter y Mondale demostraron un gran respeto por los derechos humanos en su mandato; en efecto, en su campaña el presidente atacó a Ford por no haber prestado suficiente atención al citado tema.

Deng había hablado de la ayuda a la guerrilla camboyana contra el invasor vietnamita durante una conversación privada que mantuvo con Carter sobre el ataque a Vietnam. Según el informe oficial: «El presidente preguntó si los tailandeses aceptarían transmitir la información a los camboyanos. Deng respondió afirmativamente y dijo que estaba pensando en armamento ligero. Los tailandeses iban a enviar a un alto cargo a la frontera entre Tailandia y Camboya para mantener más seguridad en las comunicaciones».56 La colaboración

de facto entre Washington y Pekín respecto a la ayuda a Camboya a través de Tailandia tuvo el efecto práctico de echar una mano de forma indirecta a lo que quedaba de los jemeres rojos. Las autoridades estadounidenses procuraron insistir ante Pekín sobre el hecho de que Estados Unidos «no podía apoyar a Pol Pot» y se tranquilizaron ante la corroboración de que Pol Pot ya no controlaba a los jemeres rojos. Esta forma de acallar la conciencia no cambió la realidad de que Washington proporcionaba apoyo material y diplomático a la «resistencia camboyana» de tal forma que la administración tenía que estar al corriente de que beneficiaba a los jemeres rojos. Los sucesores de Carter de la administración de Reagan siguieron la misma estrategia. Sin duda, los dirigentes estadounidenses contaban que si se imponía la resistencia camboyana, ellos o sus sucesores se opondrían luego a los jemeres rojos que seguían en su interior: en efecto, lo que sucedió tras la retirada de Vietnam diez años más tarde.

Los ideales de Estados Unidos tropezaron con los imperativos de la realidad geopolítica. No fue el cinismo, ni mucho menos la hipocresía, lo que fraguó esta actitud: la administración de Carter tuvo que escoger entre necesidades estratégicas y convicción moral. Decidieron que para llevar adelante finalmente las convicciones morales primero tenían que imponerse en la lucha geopolítica. Los dirigentes de Washington se enfrentaron al dilema del arte de gobernar. Los líderes no pueden escoger las opciones que les ofrece la historia, y mucho menos decidir que sean inequívocas.

La visita del secretario de Defensa Harold Brown marcó un nuevo hito en la colaboración entre China y Estados Unidos, algo inimaginable unos años antes. Deng le dio la bienvenida con estas palabras: «Su llegada tiene en sí una importancia extraordinaria por el hecho de ser usted el secretario de Defensa».57 Unos cuantos veteranos de la administración de Ford captaron la insinuación sobre la invitación al secretario Schlesinger, que se malogró cuando Ford le destituyó.

El punto principal de la agenda era la definición de las relaciones militares de Estados Unidos con China. La administración de Carter había llegado a la conclusión de que para el equilibrio mundial y la seguridad nacional de Estados Unidos era importante aumentar la capacidad tecnológica y militar de China. El secretario Brown dijo: «Washington distingue entre la Unión Soviética y China». Y explicó que estaban dispuestos a transferir a China una tecnología militar que no pondrían a disposición de los soviéticos.58 Por otra parte, Estados Unidos estaba dispuesto a vender «equipo militar» a China (como material de vigilancia y vehículos), no así «armas». Tampoco iba a interferir en las decisiones de los aliados de la OTAN sobre la venta de armamento a China. Como explicó el presidente Carter en sus instrucciones a Brzezinski:

Estados Unidos no se opone a la actitud más abierta que adoptan nuestros aliados respecto al comercio con China en campos tecnológicos delicados. Nos interesa una China fuerte y segura y reconocemos y respetamos este interés.59

China finalmente no fue capaz de salvar a los jemeres rojos ni de obligar a Hanoi a retirar sus tropas de Camboya durante diez años más. Tal vez al darse cuenta de ello, Pekín se marcó los objetivos de guerra en unos términos mucho más limitados. A pesar de todo, consiguió que Vietnam lo pagara muy caro. La diplomática China en el sudeste asiático trabajó con gran determinación y habilidad para aislar a Hanoi antes, durante y después de la guerra. China mantuvo una importante presencia militar a lo largo de la frontera, conservó una serie de territorios en pugna y siguió con la amenaza de dar «una segunda lección» a Hanoi. Vietnam se vio obligado durante años a mantener unas fuerzas considerables en la frontera septentrional para defenderse de otro posible ataque de China.60 Tal como dijo Deng a Mondale en agosto de 1979:

¿Dónde va a encontrar suficiente fuerza de trabajo un país de estas dimensiones para mantener una fuerza de intervención permanente de más de un millón? Una fuerza de intervención permanente de un millón requiere mucho apoyo logístico. Actualmente dependen de la Unión Soviética. Según determinadas estimaciones, consiguen dos millones de dólares al día de la Unión Soviética, otras cifran la ayuda en dos millones y medio de dólares. [...] Con ello van a aumentar los problemas y conseguir que la carga de la Unión Soviética se haga cada vez más pesada. Las cosas se irán complicando. Con el tiempo, los vietnamitas se darán cuenta de que la Unión Soviética no puede satisfacer todas sus peticiones. Entonces quizá surja una nueva situación.61

En efecto, esta situación se produjo diez años después, cuando el desmoronamiento de la Unión Soviética y el fin del apoyo económico de este país llevó a la reducción del despliegue vietnamita en Camboya. Por fin, en un período de gran dificultad para las sociedades democráticas, China logró buena parte de sus objetivos estratégicos en el sudeste asiático. Deng tuvo suficiente capacidad de maniobra para frustrar el dominio soviético en esta región y en la del estrecho de Malaca.

La administración de Carter llevó a cabo un número de equilibrismo con el que mantuvo una opción sobre la Unión Soviética a través de las negociaciones sobre limitaciones de armas estratégicas, al mismo tiempo que basaba su política asiática en la afirmación de que Moscú seguía siendo el principal adversario estratégico.

Quien perdió definitivamente en el conflicto fue la Unión Soviética, cuyas ambiciones en el ámbito mundial habían causado alarma en todo el planeta. Un aliado soviético había sido atacado por el enemigo más claro y estratégicamente más definido de esta superpotencia y el agresor estaba orquestando la agitación de cara a una alianza de contención contra Moscú: todo ello al cabo de un mes de haberse establecido la alianza soviético-vietnamita. Visto en retrospectiva, se comprende que la relativa pasividad de Moscú respecto a la tercera guerra de Vietnam podía interpretarse como un síntoma de la decadencia de la Unión Soviética. Uno se pregunta si la decisión que tomó un año después esta superpotencia, la de intervenir en Afganistán, no fue impulsada en parte por un intento de compensar su falta de efectividad en el apoyo a Vietnam contra la ofensiva china. Sea como sea, en las dos situaciones, los soviéticos no fallaron en el cálculo porque no se dieron cuenta de hasta qué punto había cambiado la correlación de fuerzas contra ellos. Así pues, la tercera guerra de Vietnam puede considerarse otro ejemplo en el que los estadistas chinos consiguieron unos objetivos estratégicos generales a largo plazo sin contar con un estamento militar comparable al de sus adversarios. Si bien no puede contarse como victoria moral el respiro proporcionado a lo que quedaba de los jemeres rojos, China logró sus objetivos geopolíticos más amplios respecto a la Unión Soviética y a Vietnam, que contaban con ejércitos mejor preparados y equipados que el de China.

La ecuanimidad frente a unas fuerzas materialmente superiores es una idea arraigada en el pensamiento estratégico chino, como se demuestra en la decisión de Pekín de intervenir en la guerra de Corea. En uno y otro caso, las decisiones chinas apuntaban a lo que sus dirigentes percibían como un peligro reciente: la consolidación de las bases de una potencia hostil en distintos puntos de la periferia del país. Tanto en el caso de Corea como en el de Vietnam, en Pekín estaban convencidos de que la potencia hostil llevaría a cabo su plan, de que China quedaría cercada y en un estado de desprotección permanente. De esta forma, el adversario podría emprender la guerra en el momento que decidiera, y la conciencia de la ventaja le permitiría actuar, como dijo Hua Guofeng al presidente Carter en su reunión en Tokio, «sin escrúpulos».62 Por consiguiente, una cuestión aparentemente regional —en el primer caso, el rechazo de Estados Unidos por parte de Corea del Norte; en el segundo, la ocupación vietnamita de Camboya— se consideró «el foco de las luchas del mundo» (como Zhou describió Corea).63

Ambas intervenciones situaron a China contra una potencia más fuerte que puso en peligro su seguridad; cada una de ellas, no obstante, lo hizo en el terreno y en el momento que decidió Pekín. El viceprimer ministro Geng Biao dijo posteriormente a Brzezinski: «El apoyo de la Unión Soviética a Vietnam es un elemento de su estrategia mundial. No va dirigido tan solo a Tailandia, sino también a Malaisia, Singapur, Indonesia y a los estrechos de Malaca. Si triunfaran, la ASEAN recibiría un golpe mortal e incluso se destruirían las vías de Japón y Estados Unidos. Nosotros tenemos la obligación de hacer algo en este sentido. Puede que no contemos con suficiente capacidad para hacer frente a la Unión Soviética, pero sí a Vietnam».64

No eran cuestiones sencillas: China lanzaba sus tropas hacia una de las batallas más costosas y sufría un número de bajas que no habría podido soportar el mundo occidental. En la guerra chino-vietnamita, el Ejército Popular de Liberación parece que llevó adelante sus tareas con muchas deficiencias, lo que incrementó el número de víctimas en su bando. Así y todo, en ambas intervenciones se consiguieron notables metas estratégicas. En dos momentos cruciales de la guerra fría, Pekín supo aplicar con éxito la doctrina de prevención disuasiva. En Vietnam consiguió poner al descubierto los límites del compromiso soviético de defensa con Hanoi y, lo más importante, todo su alcance estratégico. China estaba dispuesta a arriesgarse a librar una guerra con la Unión Soviética para demostrar que no le intimidaba la presencia de este país en su flanco meridional.

Lee Kuan Yew, primer ministro de Singapur, resumió el resultado de la guerra: «La prensa occidental consideró un fracaso la acción punitiva de los chinos. Yo considero que cambió la historia de Asia oriental».65

14

Reagan y la llegada de la normalidad

Uno de los obstáculos que tuvo que afrontar la continuidad en la política exterior estadounidense fue la extraordinaria naturaleza de sus periódicos cambios de gobierno. A raíz de los límites del mandato, cada ocho años se sustituye como mínimo hasta el último cargo en el entorno del presidente, un cambio de personal que afecta hasta el nivel de subsecretario adjunto y puede llegar a implicar a cinco mil puestos clave. Con el relevo ya hecho, los sucesores tienen que pasar por unos largos procesos de investigación. En la práctica, durante los primeros nueve meses de cada nueva administración se produce un vacío durante el cual es imprescindible improvisar o actuar bajo recomendación del personal restante mientras el recién incorporado se prepara para ejercer su propia autoridad. El período inevitable de aprendizaje se complica por el deseo de la nueva administración de legitimar su subida al poder alegando que todos los problemas heredados son consecuencia de los errores políticos de su predecesor y no dificultades inherentes; se considera que tienen fácil solución y, además, en un período finito. La continuidad de la política se convierte en una consideración secundaria, cuando no en una molesta reivindicación. Teniendo en cuenta que los nuevos presidentes acaban de resultar vencedores en una campaña electoral, es natural que sobrestimen el grado de flexibilidad que permiten las circunstancias objetivas o que cuenten excesivamente con su poder de persuasión. Los países que confían en la política estadounidense sufren el perpetuo psicodrama de las transiciones democráticas en forma de una invitación constante a minimizar los riesgos.

Todas estas tendencias constituían entonces un desafío especial para las relaciones con China. Como demuestran estas páginas, en los primeros años de acercamiento entre Estados Unidos y la República Popular de China se dio un período de descubrimiento mutuo. Las últimas décadas, sin embargo, dependieron mucho de la capacidad de ambos países de confluir en las posturas sobre la situación internacional.

Armonizar los imponderables es tarea harto difícil cuando se produce un movimiento constante en el liderazgo. En este caso, tanto China como Estados Unidos vivieron cambios espectaculares en la dirección de sus países durante la década de 1970. En los capítulos anteriores se han descrito las transiciones chinas. En Estados Unidos, el presidente que abrió la puerta a las relaciones con China dimitió al cabo de dieciocho meses, si bien el grueso de la política exterior siguió su curso.

La administración de Carter representó el primer cambio de partidos políticos para la dirección china. Habían oído declaraciones de Carter como candidato en las que prometía una transformación de la política exterior estadounidense y la vía de una nueva apertura, así como un énfasis mayor en la cuestión de los derechos humanos. Sobre China, en cambio, había hablado poco. Hubo cierta inquietud en Pekín sobre si Carter mantendría el carácter «antihegemónico» de la relación establecida.

Carter y sus principales asesores, sin embargo, reafirmaron los principios básicos de la relación, incluyendo los que hacían referencia a Taiwan, que había dado por sentados Nixon en su visita a Pekín. Por otra parte, la llegada de Deng y el fin de la Banda de los Cuatro confirió una nueva dimensión pragmática al diálogo entre China y Estados Unidos.

Ir a la siguiente página

Report Page