Chime

Chime


Capítulo 32

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Capítulo 32

Palabra mágica

 

Estoy abriendo a pistones nuevos senderos de memoria.

Es difícil. Hay demasiados senderos de soy malvada cruzando y descruzando mi memoria. No creo en las cosas agradables que digo de mí misma.

¡Me gustas! Me digo a mí misma.

Me respondo a mí misma: ¡qué estupidez!

Deja de decir eso, Briony. Si no tienes nada agradable que decir, no digas nada.

¡Me gustas!

Briony aprieta los labios. No dice nada.

¡Me gustas!

No lo creo ahora. Tendré que revertir las falsas memorias que Madrastra puso a la fuerza en mi cerebro. ¡Eres una bruja! Ella marcó senderos hacia memorias que nunca existieron. Lastimaste a Rose. Ella los marcó una y otra vez, para que parecieran reales, aun cuando llevaran a la nada.

¡Me gustas!

Sería más fácil creerme a mí misma si Eldric dijera algo. Te amo. Lo dijo una vez. Pero no lo ha dicho desde entonces. Sería tan fácil: está sentado a la mera distancia del ancho de una mesa.

Pero él no crea senderos a pistones. Es indiferente.

—Envuelve esa parte alrededor del final, ¿quieres? —dice.

¿La parte serpenteante?

—Esa.

Es apenas marzo, pero el día de hoy viene con un aroma a primavera. Desde el porche de en frente, Eldric y yo tenemos una vista increíble de la plaza. Padre y Eldric reconstruyeron el porche después del juicio, mientras yo estaba enferma. He visto al Dr. Rannigan muchas

veces, pero él nunca dice: ¡te lo dije! Estuve enferma por meses. Pensarías que una persona que ha perdido su mano necesitaría mucho tiempo para recuperarse, pero parece que una persona que vagabundea por el pantano en sus enaguas y luego aguarda en cárcel por cinco semanas, necesita aun más.

Un río de acero fluye hacia el pueblo. En el está el cinco treinta y nueve, resoplando y dando zarpazos al suelo. Está lista por su carrera a Londres. Pero por ahora al menos, los planes de extender la vía hasta el pantano han sido suspendidos. No ha habido drenaje del pantano desde Halloween. Pero el Sr. Clayborne está contemplando la posibilidad de hundir grandes postes en el pantano y poner una la vía flotante sobre ellos. Luego la reina estará feliz y el Boggy Mun estará feliz.

—Este artefacto necesita un poco de movimiento —dice Eldric, y yo me muevo. Tenemos un tremendo vocabulario de trabajo. Pero Eldric necesita mi ayuda menos de lo que pretende. Ha encontrado una manera de atar un nudo con sólo una mano. Lo he visto.

—Cuéntame la historia de nuevo —dice Eldric. Dice que sus memorias de la Mano Muerta y el pantano son como un sueño. Recuerda, pero no recuerda.

—¿Qué versión quieres? —digo—. ¿Aquella en la cual soy fenomenalmente heroica? ¿O

aquella en la que soy extraordinariamente heroica?

—La última —dice Eldric, pero luego me da una mirada de costado, y yo sé lo que va a decir.

—¡Por el amor de Dios! —digo—. No estoy tan cansada. ¿Podrían tú y Padre dejar de tratarme como si fuera a romperme?

—Pero sí te rompiste —dice Eldric—. Es duro para nosotros olvidarlo.

—Tú también te rompiste —digo—. Pero no me ves preocupándome por ti.

—Pero sí lo haces, creo. Te preocupas de una manera diferente.

Eldric tiene razón, aunque nunca lo admitiré. Sí me preocupo por él. Me preocupa que tenga horribles sentimientos acerca de haber perdido su mano, su mano dominante. Era un chico-hombre que boxeaba y era inquieto y trepaba a los techos, y ahora... ¿qué se dice a sí mismo cuando está sólo?

¿Me odio a mí mismo? ¿Es eso lo que dice?

Sólo puedo suponer sus sentimientos. Sé lo que el Dr. Freud supondría, pero estaría equivocado.

—Al menos podrías quejarte —digo—. Yo adoro quejarme. Calma los nervios.

Desearía haber perdido yo la mano en su lugar. No tengo particular necesidad de ella, excepto para escribir. Pero aun así, sólo necesito una.

—¡Ja! —dice—. No me viste durante todo el tiempo que estuviste enferma. Sólo preguntale a mi padre si no me quejé. O a Pearl. Pearl sabe.

Es verdad. He perdido tiempo, todo tipo de tiempo. He perdido tiempo de memoria con Madrastra; he perdido tiempo real con Eldric. Siento como si él y yo estuviésemos recién conociéndonos de nuevo. Intento identificar que ha cambiado entre nosotros. Quizás la mejor palabra para eso sea evasivo. Eldric se ha vuelto evasivo.

Le cuento una muy colorida versión de nuestro viaje a través del pantano en la noche de Halloween.

Pero hay suficiente verdad y dejo que Eldric sacuda su cabeza y diga.

—¿Cómo lo hiciste, sin embargo? ¡Todos esos kilómetros, y yo, tan pesado!

—Robusto —digo remilgadamente—. Eres robusto.

—Eres muy gentil. —Aquí viene la sonrisa enroscada de león—. Más bien creo que mi padre me llamaría gigantesco.

—Sólo cuando pides repetir por tercera vez en la cena. Dile que digo que eres robusto, y que yo soy la que sabe.

El cinco treinta y nueve silba. Eldric y yo saltamos, luego reímos. Las niñas que saltan la soga se dispersan. El cinco treinta y nueve lanza su luminoso cabello y se aleja de la estación a resoplidos.

Algún día correré en el cinco treinta y nueve hacia Londres. Y algún día, tomaré a otra de sus hermanas desde Londres hacia Dover, luego viajaré por mar a Francia, y sé justo lo que diré.

— Perdón, señor. —Seré muy educada—. ¿El restaurante Chez Julien está sobre el Boulevard Saint-Michel, a la derecha, si no me equivoco?29

Se lo menciono a Eldric, pero él sacude la cabeza.

—Déjame recordarte la correcta manera de expresarlo, y por favor nota mi acento perfecto:

¿el restaurante Chez Julien, ella está, si no me equivoco, por el Boulevard Saint-Michele, a la derecha?

Hablo de nuevo en mi voz francesa.

—Debo señalar un error, monsieur, un pequeño error. Un restaurante es un chico, no una chica.

—¡En serio! —dice Eldric—. ¡Los franceses deben haberse equivocado!

—Puedes corregirlos en tu próxima visita.

—Me aseguraré de hacerlo. —Eldric deposita su más nuevo artefacto en su palma, lo admira desde todos los ángulos—. Estamos listos para pintar. O, como dirían en París,

29 Original en francés: Pardon, monsieur. Le restaurant Chez Julien, il est sur le Boulevard Saint-Michel,

à droite, si je ne me trompe pas?

¡voilá! El francés es un idioma admirablemente económico.

—Iré a buscar a Rose. —Me quito de encima la manta de mi regazo, pero Eldric se pone de pie primero.

—Yo lo haré.

—¡No me voy a romper!

—No si te quedas tranquila —dice Eldric. El Dr. Rannigan le ha dicho a Eldric y a Padre que estaba anonadado por como me las había arreglado para sostenerme al final del juicio.

Pero también dice que lo ha visto antes. Que algunas veces la gente rechaza síntomas de una enfermedad para terminar otra cosa antes. Entonces, sin embargo, la enfermedad se les viene encima como una avalancha. Hace que Padre y Eldric se sientan culpables, lo que es agradable, pero cansado.

Eldric se apresura a atravesar la puerta, pero yo lo llamo.

—No me quedaré en esta silla. Volverás en algún momento para encontrar que he desaparecido.

Hmm. ¿Cuándo será ese algún momento? Podría ser esta tarde.

Podría ser, y lo será. Tengo la intención de caminar a los campos para ver la niebla verde.

Eso es lo que la gente del pantano solía hacer cada primavera cuando yo era pequeña.

Nos levantábamos antes del amanecer. Esperábamos y mirábamos. Por días y días, mirábamos el sol salir sobre los campos de tierra marrón, y girábamos y nos volvíamos a casa. Pero una mañana, el sol se levantaba sobre los campos de niebla verde, y nos quedábamos para darle la bienvenida a la tierra. Le decíamos cuan felices estábamos de que había despertado una vez más. Espolvoreábamos la tierra con sal y pan y decíamos extrañas palabras antiguas que ya nadie entiende.

Esta noche no sería como esos días no tan antiguos. Yo estaré mirando en la noche, y lo haría sola. Pero no podía dejar pasar otro día sin vigilar que la tierra despertara.

—Bien podrías haberme dejado ir a buscarla —digo cuando Eldric emerge con Rose—.

Mientras no estuviste, corrí alrededor de la plaza. Dos veces.

—Ni siquiera pienses en hacer eso —dice Eldric.

—¿O? —digo. Me escucho a mí misma. Sueno, quizás, un poco infantil.

—O te golpearé hasta que seas una pulpa —dice Eldric con extremo buen humor.

—Sé que es una broma —dice Rose.

—Muy cierto, Rosy Posy. —Le entrego a Rose la caja de pinturas—. Tengo un pedido de color para este artefacto.

Rose abre la caja.

—Pintémoslo del mismo color que el automóvil.

—Yo soy la que tiene un ojo para el color —dice Rose.

—Yo soy la que está enferma —digo.

—Has estado enferma demasiado —dice Rose.

—¡Eso! ¡Eso! —dice Eldric.

Siento el escozor de lágrimas detrás de mis mejillas. Me inclino hacia atrás y cierro los ojos.

Están bromeando, me digo a mí misma. O al menos Eldric. Rose no sabe como bromear.

Pero a veces lloro por las cosas más estúpidas.

Rose saca las pinturas; ella masculla sobre ellas. Eldric murmura. Habla entre dientes, susurra, habla entre dientes. Finalmente, Rose dice:

—¿De qué color es el automóvil, Briony Vieny?

Eldric la ha adiestrado, por supuesto.

—Rojo cardenal. —¡Aleluya! ¡Aleluya!

Los dos revisan nerviosamente las pinturas.

—¿Éste es rojo cardenal? —dice Eldric.

—No, es éste —dice Rose.

—Tienes un ojo para el color, es verdad —dice Eldric.

Obtengo lo que quiero, pero aun así me siento con ganas de llorar. ¡Qué estúpida bebé!

¡Detente, Briony! ¿No recuerdas caminar por los senderos? No quieres hacer más profundo el sendero hacia bebé estúpida. Quieres andar por el camino hacia la bondad. ¿Qué hubiera dicho Padre? Pobre chica, has estado tan enferma, y nadie te ha cuidado por tanto tiempo.

Eso ya no es verdad, aunque la verdad es completamente irrelevante frente a andar los senderos del cerebro.

Eldric envía a Rose a la cocina. Necesitamos algo para comer, dice.

—Pídele a Pearl uno de esos bollos de atardecer que a tu hermana le gustan tanto.

Sonrío. Sé que Eldric lo ve. Puede ser indiferente, pero al menos me prohíbe decir que no soy una heroína. ¡Ahí tienes! Otro sendero en el cerebro que quiere ser marcado.

Soy una heroína. Briony Larkin es una heroína.

Me estoy quedando dormida. Estoy teniendo pensamientos locos, mezclados, o quizás estoy soñando, pero los pensamientos de mis sueños son verdaderos, verdaderos en el mundo real.

Deseo que Eldric me hubiese cuidado cuando estaba enferma, como lo hizo cuando me estaba recuperando de mi encuentro con la Mano Muerta. Pero, en cambio, fue Padre quien me cuidó.

Cantó, y lavó mi frente, y se dedicó a cantar de nuevo en la noche. Es terriblemente tonto con hijas que tienen dieciocho años, pero no tengo que pretender que no me gusta. A Rose le gusta, lo que significa que aún si no le gustara, no lo diría porque uno no dice que las cosas no le gustan si le gustan a Rose, a menos que uno no aprecie su audición.

Después de unas cuantas cervezas, Padre inclusive se las arregla para decir unos pocos te amo.

Está devastado por habernos dejado solas con una Musa Oscura, aun cuando él apenas puede soportar decir las palabras. Le digo que él no podría haberse dado cuenta de que ella había venido a nosotras por su bocadillo nocturno.

Le digo que es razonable pensar que le había dado un golpe mortal cuando él paró de cantar y guardó su violín. Ella se hubiera devanado y muerto.

Pero Madrastra era demasiado lista, por supuesto. El mismo día que Padre guardó su violín fue el día en que ella me dijo —me “recordó”— que yo lastimé a Rose y que yo era una bruja. Y

eso significaba que no podía dejar la Casa Parroquial. Madrastra me había hecho creer que era demasiado peligroso entrar al pantano y, de cualquier manera, no podía dejarla sola cuidando a Rose. Madrastra se aseguró de que me quedaría cerca. Madrastra no perdió tiempo en comenzar a alimentarse de mí.

Le digo a Padre que nadie imaginó que una Musa Oscura pudiera alimentarse de chicas.

Padre me dice que es horrible darse cuenta de hace cuánto tiempo ella comenzó a planearlo; dando sus primeros pasos cuando yo tenía siete años; haciéndome creer que era malvada; manteniéndome atada a ella por si Padre descubría qué era ella.

Pero deseo que él me lo hubiera dicho desde el principio, cuando se dio cuenta de la verdad sobre Madrastra. Pero no era posible para él, el Reverendo Larkin, decirle a su hija que se había casado con una Musa Oscura. Era demasiado vergonzoso. Él tenía que ocultar el hecho. La dejó que muriera de deseos de comer, o eso pensaba. Nunca supo que se alimentaría de sus hijas.

Oigo a Eldric hacer una pausa, lo oigo caminar suavemente hacia mí, suave como un león. Él lleva la colcha a mi mentón. Realiza esos pequeños actos de amabilidad asiduamente por mí cuando piensa que estoy dormida. Y cuando yo estoy dormida, supongo.

Pero deseo que él haga lo mismo cuando estoy despierta. Deseo que él me ayude a colocar nuevos senderos y desgastar los viejos. Deseo que me diga cuán perfecta soy, como Padre lo hacia cuando era pequeña. Que exclame sobre mis lindas orejas de albaricoque y uñas perfectas. Que borre el sendero que Madrastra había marcado a pisotones, senderos de maldad y culpa.

Caigo en locos pensamientos de sueño de uñas y bebés. Pongo un bebé en el tren equivocado, y nadie puede encontrarlo, y yo estoy corriendo por ahí, buscando al bebé, pero el aire es tan espeso como pegamento. Qué alivio es despertar y darme cuenta que he estado dormida. Rose se

ha ido, dejando detrás medio plato de bollos de atardecer y un desorden de migas. Eldric sostiene el pincel en la punta de sus dedos.

—¡Maldición! —dice.

—Puedo intentarlo —digo.

El pincel hace una pausa.

—Lo lamento, ¿te desperté?

—No lo creo. —Intento sacudirme el sueño de encima.

Él se estira hacia la bandeja de bollos.

—Haz un intento, ¿quieres? Mientras caliento estas cosas. —Observa el tazón de crema apelmazada—. Y enfrío otras.

Hago el intento. Pintar un pequeño artefacto no es tan fácil como parece. Cada pequeño error luce enorme. Una gota de pintura se ha deslizado hacia una esquina y se secó.

—Maldición —digo. Nunca fui tan malvada como había pensado, así que tengo bondad extra para balancear una mala palabra o dos.

La verdad te hará libre. Eso es a la vez verdadero y falso. Era ciertamente liberador saber que no era una bruja. Saber que no había lastimado a Rose o inclusive a Madrastra, al menos no con Rostro Mugriento como mi arma. Saber que Madrastra nunca había estado realmente enferma excepto por un breve período de tiempo después del incendio, antes de que ella se volviera hacia Rose, y por supuesto, el última día de su vida. No era tan liberador recordar que había envenenado a Madrastra, pero por eso, estoy perdonada. Pareciera que en el caso que alguien —Madrastra—

esté matando a alguien más —Rose—, la ley te permite matar a alguien para poder proteger a otro.

Me gusto.

Me gusto.

O, por ejemplo, la ley le permite a Eldric herir al alguacil para proteger a Briony Larkin.

Eldric regresa con un bollo cubierto de espuma. Hablamos de cierta persona que tiene un ojo para el color, pero que no puede terminar de pintar cierto artefacto. Especulamos que se ha ido a visitar a Robert: Rose se ha vuelvo horriblemente independiente por estos días. Nos vemos aliviados de nuestra conversación cuando Tiddy Rex entra corriendo.

Eldric me mira.

—¿Lo hacemos?

—¿Está seco?

Eldric asiente.

Llamo a Tiddy Rex al porche.

—Eres justo el chico al que queríamos ver. Esperamos que accedas a unirte a nuestra sociedad secreta.

—Los Temibles Cuatro —dice Eldric.

—La misión de los Temibles Cuatro es pelear por la justicia —digo.

—Para salir en cruzadas —dice Eldric.

—Nunca he estado en una cruzada —dice Tiddy Rex. Sus ojos están muy abiertos y muestran exactamente el mismo color de sus pecas.

—En los días antiguos —digo—, la gente salía en cruzadas a caballo. Pero en estos días modernos, los héroes salen en automóvil.

—¡Automóvil! —La voz de Tiddy Rex es apenas un chillido.

—La existencia de los Temibles Cuatro es un secreto solemne —dice Eldric—. ¿Te nos unirás y te dedicarás a nuestra misión?

Tiddy Rex se ruboriza.

—¡Sí, sí!

—Arrodillate, entonces, Tiddy Rex, y accede a ser parte de la sociedad secreta de los Temibles Cuatro.

Tiddy Rex se arrodilla. Miro hacia arriba como si fuera un momento sagrado. El cielo está lleno de nubes estiradas, como encaje elástico.

—¿Juras solemnemente enfrentar todos los peligros para rescatar a aquellos que lo necesiten?

¿Juras ser implacable en la eterna cruzada por justicia?

—¡Sí, sí!

—¿Juras solemnemente ir en automóvil de un lado al otro del mundo, extrayendo el mal de donde quiera que lo encuentres?

—¡Sí, sí!

Eldric se pone de pie. Pone un cordón de cuero alrededor del cuello de Tiddy Rex.

—Ahora te pronuncio un miembro de los Temibles Cuarto. ¡Bienvenido, Tiddy Rex! Levantate y camina entre nosotros.

El rostro de Tiddy Rex es un mapa de asombro. Toca el artefacto colgando del cordón.

—¡Sr. Eldric! —dice, porque el artefacto es una brillante copia del automóvil, hasta la pequeña águila de bronce. El águila no está hecha de bronce, por supuesto, pero está pintada de dorado, y puedes ver su pico y cada garra.

Miro a Eldric y él me mira. ¡Eso fue divertido! Por un momento, realmente lo habíamos pasado bien.

Se supone que debo descansar después de la cena para prepararme para la próxima gran aventura de la vida, que es dormir. Padre y Eldric piensan que me han intimidado a hacer esto con la sugerencia de que no estaré lo suficientemente bien para estudiar con mi nuevo tutor. Sí, Padre ha comprometido a un tutor para mí, tan brillante como Fitz.

James Bellingham. Aún no le he dicho su apodo cariñoso. ¿Me pregunto si le gustará?

Pero ni Padre ni Eldric son particularmente habilidosos para intimidar. Me siento en el descanso alto de la escalera hasta que oigo a Pearl decirle buenas noches a Padre. Pienso en Jim Bellingham.

¿Qué hubiera sido mejor? ¿Haberle permitido a Padre enviarme a la escuela, o haber permanecido en Swampsea, y haber conocido a Eldric?

Pero no tenía elección, ¿verdad? Madrastra se encargó de eso, haciéndome creer que había invocado a Rostro Mugriento y que la había herido. Ella sabía que no podía dejarla entonces, no por la escuela, por nada.

Me deslizo hacia abajo. Tengo lista una excusa por si alguien me ve, pero no la necesito. Me deslizo fuera de la puerta de la cocina, paso el puente.

Piso las huellas de cascos de los caballos Shire, como Eldric y yo solíamos hacerlo. Pero estoy sola, y ya estoy cansada. Camino arrastrando los pies, ignoro las huellas de cascos.

Todo lo que quiero es ver la niebla verde. Lágrimas vienen a mis ojos.

Honestamente, Briony, basta de autocompasión. ¡Qué bebé eres!

Detente, Briony: ¡corrige ese pensamiento!

¡Qué linda bebé, y tan deliciosas oreja de albaricoque!

Subo trabajosamente la rivera del río y tomo un atajo por las Llanuras. Pero es más difícil caminar en el terreno fangoso. ¿Dónde está la chica lobo? Nunca le importó un poco de lodo.

Tendré que reinventar también a la chica lobo. Pero no será tan difícil de reinventar. Tendré que abrir nuevos senderos de músculos por ella, no senderos del cerebro. Los senderos de músculos son fáciles; el cerebro es una cosa engañosa.

Pienso en el momento en que descubrí que Madrastra era una Musa Oscura. Recuerdo mi mano moviéndose sobre el papel, mi lapicera dejando un rastro de tinta. Me recuerdo a mí misma, sentada en un mar de sábanas arrugadas, junto a la línea de no-cruzar. Recuerdo que estaba enferma, que la lapicera era pesada.

Escribí que Madrastra me había comprado materiales para escribir. Escribí que, mientras más escribía, más enferma me ponía. Escribí acerca de la enfermedad de Padre y de su recuperación inmediata una vez que abandonó el violín y dejó la Casa Parroquial. Escribí para entenderme.

Escribí para darme cuenta que tenía que asegurarme de que no podía escribir nada más. Sabía que no tenía el suficiente poder para rehusarme a escribir. No podía resistir el hechizo de Madrastra.

Escribí para entender que tenía que quemar mi mano.

Pero el cerebro es engañoso. No podía permitirme recordar lo que Madrastra realmente era. Me hice olvidar. Raspé mis propios y reales recuerdos mientras Madrastra creaba falsos recuerdos.

—¡Qué momento tan amplio para esperar el momento oportuno, ama!

Me he encontrado con los Espíritus de los juncos. No he estado en el pantano desde el Día de Todos lo Santos.

—He estado enferma —digo—. Volveré y hablaré apropiadamente con ustedes cuando esté recuperada.

—¿Y llevará nuestra dulce historia con usted? —Qué dulces son sus voces, y cuán tristes. Cuidado, Briony, o llorarás.

Ahora comprendo mejor el apetito de los Antiguos por su historia. La Chime Child me lo ha dicho.

Ella puede haber cometido un error con Nelly Daws, pero es increíblemente lista y sabe tanto acerca de los Antiguos.

Sólo los mortales, dice, pueden escribir una historia, para que desaparezca con la memoria. Y por supuesto, sólo nosotros, la Chime Child y yo, podemos oír a los Antiguos y escribir su historia.

—Cuando esté mejor —digo—, vendré a escribir sus historias.

Cómo suspiran y cantan.

—¡Ama!

—¡Nuestro agradecimiento a usted, ama!

Y cuando esté mejor, seré aprendiz de la Chime Child. Algunas veces la Chime Child dice que ha cometido tantos errores últimamente, que ella debería ser mi aprendiz. Pero no lo sé. Es un trabajo difícil. Hay tantas cosas que ella tiene que enseñarme.

Avanzo lentamente. Estoy cansada, pero también pienso. Pienso en los Antiguos, que tienen un pasado pero no historia. Pienso en la inevitabilidad de la muerte, y si no es esa misma inevitabilidad la que nos inspira a tomar fotografías y hacer álbumes de recortes y a contar historias. Así es como los humanos encontramos nuestro camino hacia la inmortalidad. Esta no es una idea nueva; he tenido pensamientos así antes. Pero tengo uno nuevo ahora.

Así es como encontramos nuestro camino hacia el significado.

Significado. Si vas a morir, quieres encontrar significado en la vida.

Quieres conectar los puntos.

Los Antiguos nacen inmortales. Han vivido cientos y cientos de años. Pero van a morir.

Algún día, pronto, en cinco días, cinco semanas o cinco años, los humanos encontraremos una cura para la tos del pantano. Entonces el Sr. Clayborne encenderá el gas iluminador y pondrá en marcha las maquinas y drenará el agua del pantano.

Miro las Llanuras, intentando imaginarlo. Hombres sacarán los antiguos árboles.

Marchitarán las Llanuras hasta convertirlas en una abuelita sin dientes. Drenarán el pantano hasta convertirlo en una costra. Los Antiguos no tendrán donde vivir. Y si eso no los mata, la industria lo hará. Las fabricas y los hospitales y los astilleros que seguro vendrán. Los Antiguos no pueden sobrevivir en un mundo lleno de metal. No pueden sobrevivir al ruido y los gruñidos de la maquinaria.

Dejo las Llanuras. Los campos no están lejos. Sólo más adelante en el camino. Pero el camino es largo y siento el hormigueo de las lágrimas una vez más. Es porque he estado enferma, lo sé. Eso es todo.

Y cuando los pozos de barro se cierren, ¿dónde irá el Boggy Mun? ¿Irá al mar? Y si lo hace,

¿entonces qué?

¿Es el mar demasiado grande para ser drenado? Probablemente no. Mira lo que la humanidad puede crear. Ahora puedes fotografiar a una persona moviéndose, y cuando miras la fotografía, realmente lo ves moviéndose, por lo cual es llamada imagen en movimiento. Esto es difícil de creer, lo sé, pero aún así, los humanos estamos inventando cosas tan maravillosas. No debería estar tan sorprendida si, con el tiempo, seremos capaces de drenar el mar.

¿Y qué hay de los Antiguos?

Sólo las historias permanecerán.

Otros cuatrocientos metros hacia los campos de centeno. Puedes hacerlo, Briony. No llores.

No lloro. Camino y camino y llego.

Hay campos, pero no hay campos de centeno. No aún. No hay niebla verde.

Me siento. Estoy demasiado cansada. Soy un bebé con orejas de albaricoque que necesita llorar. Pero no lo hago. Me siento al borde de los campos y miro la tierra marrón.

Todo está quieto, excepto por una pequeña nube de polvo en la distancia. Está acompañada por un sonido. La nube y el sonido se acercan. Se vuelve de un hermoso tono de rojo, uno puede llamarlo cardenal.

El automóvil se detiene a unos pocos metros de donde estoy sentada. Eldric emerge.

Levanto la mirada cuando su sombra cae sobre mí.

—Bueno, si no es la Srta. Briony Larkin —dice.

—Digamos que no es. Quizás te guste más.

Eldric se sienta junto a mí.

—¿Qué quieres decir?

—Quería ver la niebla verde —digo.

—¿Qué me gusta más? —dice.

Me encojo de hombros, lo cual yo debo recordar no hacer. Mi hombro aún duele.

—Es sólo una de esas cosas que la gente dice.

—No, no lo es.

¿Qué sabe él acerca de eso? Nos quedamos en silencio por un momento. ¿Qué sabe él acerca de nada? Luego me sorprendo a mí misma y digo:

—Siento que ya no te conozco.

—Sabes todo sobre mí —dice—. Incluidas unas pocas cosas que no deberías saber.

Chicas, quiere decir él. Sé cosas sobre Eldric y las chicas que no debería. Yo estaba achispada en ese momento, pero sé por Cecil que eso no es excusa.

—Nunca hablas acerca de tu mano —digo.

—¿Esta mano? —Él levanta su brazo derecho. Las mangas están enrolladas. Nunca se molesta es disfrazar el muñón.

—Esta mano.

—¿Qué hay de ella? —dice.

—¿Recuerdas lo que dije acerca de quejarse? Nunca lo haces.

—¿Quieres saber si la extraño?

—Sí.

—La respuesta a eso depende de otras respuestas —dice Eldric—. Pero no las tengo aún.

Aquí tienes un ejemplo: ¿tú extrañas mi mano?

—Sólo si tú lo haces —digo—. Quiero saber que sientes tú. ¿Es horrible cuando quieres hacer algo y tienes que pedir ayuda? ¿O es horrible cuando se relaciona con el boxeo?

—¿Quieres decir que ya no puedo enfrentarme a Cecil Trumpington?

Cecil Trumpington, magnánimo Cecil, distribuyendo arsénico a sus amigos, incluyendo Fitz. Incluyéndome a mí. Me he disculpado con Cecil una docena de veces, pero sé que aún no cree que pueda haberme olvidado de él, del arsénico, del asesinato.

—Supongo —digo.

He intentado recordar el día en que me di cuenta que Madrastra había comenzado a alimentarse de Rose. Lo recordaba tan vívidamente como podía. Recordaba cuando las miraba a las dos, bajo la mesa de la sala. Recordaba haber mirado a Madrastra tijereteando los infinitos pedazos de papel de Rose. Recordaba mirar mi mano, pensando que la había quemado para nada: Madrastra ya no podía alimentarse de la escritura de Briony, pero había otra hermana Larkin que podría ser igualmente sabrosa.

Eldric gira su muñón en una dirección y en otra, examinándolo.

—¿Qué te hace pensar que no puedo enfrentarme a Cecil?

—No lo sé. Yo sólo asumí...

—Por favor no asumas nada. —Su voz se hace apretada—. ¿Te das cuenta de que no he sido emasculado?

Emasculado. Esa es la palabra que el Dr. Freud querría usar.

—¿Quién dijo algo acerca de estar emasculado?

—Tú lo hiciste. Tú lo haces. Cada vez que me miras, lo haces. Odio la manera en que deslizas tus ojos lejos de mí.

—¡No lo hago!

—¡Lo haces! Piensas, pobre hombre. Lo que quiere es una dosis de arsénico. Mejorar las cosas.

Él se acerca, demasiado, y ahora yo me estoy alejando.

—Todavía puedo besar a una chica, sabes. Todavía puedo desprender su vestido.

Intento empujarlo, pero él me empuja, en cambio. Todo lo que necesita son dos dedos, dos dedos empujando en mi esternón, y yo caigo a la tierra.

—Hay, por supuesto, ciertas desventajas al haber perdido una mano —dice—. Si la chica está inclinada a huir, tienes que sentarse sobre ella... ¡así! —No se sienta completamente, se arrodilla a cada lado de mí. Atrapa mi parte media con sus rodillas.

—¡Aléjate! —Golpeo su parte central, su pecho, lo que sea que pueda alcanzar. Pero él atrapa mis dos manos con una de las suyas. El sol está detrás de él.

Sus ojos están en las sombras.

—Todavía puedo desatar la blusa de una chica.

Todo el horror de Cecil vuelve a mí: ajada espuma de mujer; y duros labios; y ojos lunares; y sangre, y saliva, y enfermo, y ahogo y ahogo; y el recuerdo del ahogo me hace ahogar de nuevo. Vuelvo mi cabeza hacia el lado para no ahogarme.

Eldric deja ir mis manos. Todavía puedo desatar la blusa de una chica. Pero no me toca. Apoya su mano en mi rostro.

Está llorando.

Me siento muy mal.

—¿Dejarás que me levante, por favor?

Eldric se pone de pie. Yo me pongo de pie. Camino hacia el campo. Camino entre las filas de grano. Todo ha cambiado. Respiro y camino, respiro y camino.

No diré que me odio a mí misma.

No diré que me odio a mí misma.

Es difícil, sin embargo. Había una cierta comodidad en odiarme a mí misma. Entonces, al menos, sabía lo que era. Pero ahora que sé que no soy una bruja, he perdido mi camino hacia mí misma.

No me odiaré a mí misma.

Me paro en el medio del campo. Es una hora del día de la Chime Child, un tiempo en medio. El cielo empuja su hombro azul a través de pedazos de la luna.

—¡Briony!

Camino más rápido.

—¡Briony!

—¡Vete!

Se está acercando. Giro rápidamente.

—¡No me toques!

Se detiene. Levanta una mano en señal de derrota. Se desordena al llorar. Tiene grandes manchas rojas en sus mejillas.

—Por favor, dejame mostrarte la verdadera razón por la que vine a buscarte.

—¿No viniste por las violaciones y el pillaje?

Él da un respingo.

—¿Puedo mostrarte?

—No respondiste a mi pregunta.

—Déjame mostrarte. Luego lo sabrás.

—Muéstrame, luego déjame sola.

Abre sus dedos. En su palma descansa el más pequeño artefacto.

—Tengo que confesar que no lo hice todo solo.

El artefacto es un resplandor de dorado y perla, excepto que la perla no brilla y ésta sí.

—No espero que lo aceptes. Pero quería mostrarte que no vine a... —Él muerde la parte interna de sus labios, pero lágrimas vienen a sus ojos.

—En Halloween —dice—, te dije que te amaba. No dijiste nada entonces, no has dicho nada desde ese momento. Quiero decírtelo de nuevo, esta noche, pero las primeras palabras en salir de tu boca fueron sobre mí queriéndote más si no eres tú misma.

¿Por qué dije eso? Si no estuviera enojada, podría estar avergonzada.

—Pero no podrías gustarme más de lo que me gustas. Y cuando dijiste eso... bueno, he aceptado un montón de golpes en mi vida, boxeando o no, pero nunca uno se ha sentido así. Fue como la patada de una mula, al pecho.

¿Por qué dije eso?

—Una persona se pregunta, se pone nerviosa, pierde confianza junto con su mano. La chica reía con él cuando él tenía ambas manos. La chica lo besaba cuando él tenía ambas manos. Pero ahora apenas lo mira. Él culpa a su mano.

—Eso —digo—, es la cosa más estúpida que oí jamás. No te ríes con tu mano. No besas con tu mano. ¿Vas a la Noche de las Moras con tu mano? Yo no lo sabría, por supuesto, porque no tenía un joven en la Noche de las Moras. Él huyó.

—¡No huí! —dije Eldric, pero sus labios de león comienzan a enroscarse.

—Me encuentro a mí misma preguntándome como será una verdadera Noche de las Moras —digo—. El tipo de Noche de las Moras donde el joven no recuerde palabras como virtud o boda de Adviento. El tipo de Noche de las Moras donde el joven se queda en el centeno.

Eldric sonríe.

—Puedes salir adelante sin una mano.

—No amas a una persona por su mano.

—¿Por qué amas a una persona? —dice—. Quiero decir, ¿por qué amas tú a una persona?

Aquí viene al final. Tengo que admitir que no amo a nadie.

—Amo a una persona por saber que necesito ser tocada. Amo a una persona por limpiar sangre de mi frente. Amo a una persona por saber que necesito ser una bebé una vez más y por cantar canciones de cuna. Amo a una persona por saber que no soy una figurilla de Dresden. Amo a una persona por hacerme una chica lobo.

¿Qué estoy diciendo? Soy valiente cuando se trata de golpear a Petey y de pelear con la Mano Muerta, pero soy una cobarde con las palabras. ¿Qué estoy diciendo? Mi cuero cabelludo siente cien pies de miedo. ¿Pero cómo puedo saberlo si no lo digo?

—Amo a una persona por comunión, comunión con vino y abrigos y ayuda y confianza, aún si esa persona siente que es el único que confía y se pone de mal humor. Amo a una persona por saber que soy la Amazona del Swampsea, y por ayudarme a ser aún más Amazona, aunque él no debiera entregar esos pequeños puñetazos de mariposa, porque eso es hacer trampa. Lo amo por hacerme reír, y amo hacerlo reír...

No hay final para las cosas que podría decir. Siento mi corazón desdoblándose. He sentido ese desdoblamiento antes, pero no lo he dejado ser real. Presta atención, Briony; ¡presta atención!

—Amo a una persona por saber que debo huir en la Noche de las Moras, aun si yo misma no lo sé, y aun si ciertas cosas imprevistas y complicadas suceden, y lo amo por jugar con los niños, y por hacer que los niños lo adoren, y por confiar en que puedo ser Robin Hood...

Realmente, podría decir cualquier cosa, y sería verdad. Excepto...

—Excepto cuando una persona actúa como Cecil, y se preocupa por su propia masculinidad, y piensa que es bueno mostrarle a una chica que es masculino, porque las chicas aman a los hombres fuertes, por supuesto que lo hacen, ellas aman cuando alguien sostiene sus muñecas con demasiada fuerza, y hace sangrar sus labios, y y aplastan todo su encaje y espuma y brillo.

Eldric pasa un antebrazo por sus ojos. Está llorando de nuevo.

—Qué estúpido soy.

—Sí —digo.

Él ríe y llora.

—Tienes razón, y no puedo soportarlo. Nunca pensé que alguna vez podría actuar como Cecil.

Apoyo una mano en mi corazón. Nuestros padres nos enseñan las primeras cosas que aprendemos. Nos enseñan sobre nuestros corazones. ¿Qué sucedería si yo pudiera ser tratada como si fuera pequeña de nuevo? ¿Qué sucedería si yo fuera mimada de nuevo?

¿Podría obtener mi corazón de nuevo?

Mi corazón se está abriendo.

¿Pero no es eso lo que Eldric hizo? Él me mimó y me devolvió el corazón. Tengo que decirle.

Le cuento mi teoría acerca de asentar y sacar senderos en el cerebro. Le explico sobre ser de nuevo un bebé.

Eldric llora y ríe.

—De vez en cuando —digo—, podría gustarme oír sobre cuán adorables son mis orejas de albaricoque.

Él ríe, llora, extiende sus brazos.

Doy un paso hacia él, lo dejo envolver sus brazos alrededor de mí. No es vergonzoso cuando Eldric llora.

—Me gustaría ver tu artefacto —digo—, pero siento que debo advertirte sobre todos los senderos que debo sacar y asentar. Apenas parece justo. Quizás deberías volver cuando haya crecido.

Estoy bromeando, por supuesto, excepto que no lo estoy. Para el momento en que crezca, Eldric se habrá ido con una chica que realmente haya crecido.

—Ésta es la chica crecida que me gusta —dice Eldric. Él toma mi mano. Desliza su artefacto en mi dedo—. El relojero fue muy amable —dice—. Me dejó usar su taller, y me prestó sus dos manos.

Piedras de luna. Esas son las perlas falsas que brillan. No reconozco las piedras amarillas brillantes. Pregunto y él me dice. El anillo tiene piedras de luna y diamantes amarillos.

—Pienso en nosotros como el sol y la luna —dice él.

Mi corazón es un desastre. Si los corazones realmente tuvieran cuerdas, yo diría que él está punteando las mías.

Él le murmura al bebé Briony. Adora sus queridas orejas de albaricoque y sus pequeñas uñas. Él susurra a la adulta Briony.

—No quiero otra chica. Podemos hacer nuevos senderos, sé que podemos.

—Pero no sé si alguna vez podré cantar de nuevo. —Y ahora, al final, estoy llorando. Uno puedo hacer nuevos senderos en el cerebro, pero no puede hacer un sendero de voz.

—Pero creaste el sendero de memoria de tus queridas orejas de albaricoque —dice Eldric—. ¿Creíste que alguna vez lo harías?

No lo hacía.

—Entonces podemos crear otros senderos —dice Eldric—. Los abriremos, sólo así. Algunos serán duros, algunos serán fáciles. Lo haremos juntos.

Quizás tiene razón. Miro el anillo.

—¿Cómo supiste que iba a entrar?

—No sé la décimo segunda declinación —dice—, pero sé cómo te gusta tu crema y tu mermelada. Conozco cada uno de tus dedos.

—Lo amo —digo—. ¿Sabías que lo haría? ¿Sabías eso también?

—Sí —dice.

Caminamos hacia el automóvil. Subo al estribo, pero él me atrapa.

—Te amo.

Palabra mágica. Si dices una palabra, esta salta y se vuelve la verdad. Te amo. Lo creo.

Creo que puedo ser amada. ¿Cómo puede algo tan frágil como una palabra construir un mundo entero?

Fin

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