Chime

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Capítulo 19

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Capítulo 19

¡Haz historia de amor!

 

Los Rápidos farfullaron, la esponja se aplastó debajo de mis pies. Yo misma estaba un poco aplastada. No había tenido tiempo para bañarme: quería atrapar al Boggy Mun durante sus horas de la mañana. Tenía que llegar al pozo del pantano antes de que la niebla se consumiera.

¿Eldric y Leanne? ¡Leanne y Eldric! Leanne, sentada en mi asiento, riendo con Eldric.

¡Cállate, Briony!

Eldric y Leanne, compartiendo un tintero. Eldric convirtiendo su pluma en un barco, navegando por encima de su papel secante...

¡Cállate, Briony!

Los Rápidos respiraron lentamente, su aliento envenenado olía a azufre, infección y carne pasada. Golpeaban y tragaban, golpeaban y tragaban.

Pronto el Boggy Mun abriría sus puertas. No llevaba mi capa y no tenía bolsillos. Llevaba mi cuchillo y sal en una canasta. Pequeña Caperucita Roja, saltando en el bosque. ¿Y con quién se reunirá?

Quién, su propio yo, por supuesto: el lobo. Mi mano voló hacia la chica lobo color gris perla colgando de mi cuello. Si no supiera que no podía amar, podría haber pensado que la amaba.

Rocié la sal. Corté a través de mi piel de hongo. Rocíe mi sangre en la sal.

El Boggy Mun llegó a tiempo.

Vino en la niebla, a través de su larga barba. Vino en un enredo entre la niebla. El viejo rostro se asomó por entre el enredo, la piel de papel crepé, los párpados arrugados.

—Vine antes —dije.

—Sí.

—No concediste mi petición.

—No lo hice.

—Dos veces, he derramado sangre y sal.

—Sí —dijo el Boggy Mun.

—Hoy no vengo a pedir, sino a negociar.

Los párpados arrugados se levantaron, colgaron y esperaron.

—Sé como mantener el agua en el pantano.

Los párpados esperaron.

—Pero he de necesitar tu ayuda.

El agua corría, el viento se lamentaba, los ojos esperaban.

—Puedo actuar en la víspera de Todos los Santos, pero no antes. —Dejaría que los niños fantasmas hablaran por sí mismos, diciéndole a los aldeanos del Boggy Mun, el drenaje y la tos del pantano. Pero tendría que esperar hasta Halloween, ya que sólo en esa noche los mortales ordinarios pueden ver y oír a los muertos.

—Puedo hacer algo que hará que los hombres desconecten sus máquinas. Si lo hacen, el agua se quedará en el pantano. Pero debes hacer tu parte. Debes curar a Rose de la tos del pantano.

La niebla se mantenía inmóvil.

—Si Rose muere, o está a punto de morir, no tendré razón para actuar.

—Curada, no —dijo el Boggy Mun—. Si ella es curada, conseguiré que escapes con ella hacia tierras secas fuera de mi alcance.

Tenía un punto razonable.

—Ésta es mi negociación. Esa hermana, no continuará empeorando, no continuará mejorando. No hay necesidad de inquietarse por su gemela ahora, y en la víspera de Todos los Santos.

Halloween. La noche en que los muertos se levantan y andan por la tierra.

—A Tiddy Rex, también —dije.

—Esa hermana y el muchacho sobrevivirán al día de Todos los Santos —dijo la voz del viejo pergamino—. Y si sucede como dice, la tos de esa hermana se levantará, y la de todos los otros a los que ha golpeado.

El viento se lamentaba, el agua corría, el Boggy Mun se había ido.

Parece injusto que pueda sentir preocupación, pero no alivio.

Calma, calma, Briony: Estás pidiendo demasiado. Después de todo, el Boggy Mun fue sorprendentemente agradable. Tienes lo que querías, ¿cierto?

En su mayoría.

Entonces, por favor, cállate.

Serían los niños fantasmas, por supuesto, quienes les dirían a los aldeanos sobre el drenaje y la tos del pantano. Qué idiota había sido al pensar alguna vez en decirle a los aldeanos yo misma. Un compañero no puede confiar en nada que pueda ser dicho por una bruja. Pero ellos creían en los niños fantasmas.

E incluso si me creían, me reconocerían como una bruja y me colgarían. De esta manera, tendría una oportunidad de escapar. Llamaría a los niños fantasmas de sus tumbas.

Acompañaría a los niños fantasmas hacia los aldeanos, instaría a los niños fantasmas a contarles su cuento a los aldeanos. Entonces yo desaparecería. Me perdería en el pantano.

Mejor comenzar ahora, empezar a encontrar lugares para esconderme y grietas en que guardar provisiones.

Me presioné en los turbios márgenes del Cenagal.

—¡Chica bonita! —dijo un coro de pequeñas voces tintineantes—. Chica bonita, haz historia.

No había pensado en los Corazones Sangrantes durante tres años. Había olvidado cuan bonitas sus voces tintineaban juntas. Por otro lado, hablaban demasiado y tenían la más espantosa gramática.

—Chica bonita, haz historia de amor.

—Las personas no hacen historias —dije—. Las personas escriben historias. Hacen mesas.

—¡Haz mesas! —Sus florecientes rostros rosas se volvieron hacia mí como cientos de gloriosos corazones—. ¡Haz mesas!

Una persona nunca podía hablar con los Corazones Sangrantes.

—Chica bonita, haz historia en mesa.

—¡Usen sus artículos! —dije—. Haz una historia, quiero decir, escribe una historia en la mesa. O, escribe la historia en una mesa. O…

—¡Historia de amor! ¡Historia de amor!

—No, a menos que usen sus artículos.

—¡Artículos! ¡Artículos!

Me daban dolor de cabeza.

—¡Chica bonita ama!

—¡Chica bonita ama!

¡Suficiente!

—¿Chica bonita ama qué? —dije.

¡Detente, Briony! No deberías comenzar a hablar como lo hacen ellos.

—¿Cuál es el objeto de su oración?

—¡Objeto! ¡Objeto!

—¡Amor es objeto!

—Amor es objeto de deseo.

¡Cállense! Me están haciendo comenzar a pensar en Eldric y Leanne convirtiendo sus plumas en botes y navegando con ellos a través de un mar de tinteros. Habría un barco pirata, por supuesto, y una isla desierta… ¿por qué simplemente no me suicido?

—Chica bonita ama chico bonito.

¿Chico?

—No amo a ningún chico.

—Chica bonita ríe con chico bonito.

Eldric y Cecil, ambos eran chicos bonitos, pero no podías reír con Cecil.

—Chica bonita ríe con chico bonito.

Al menos ponían un objeto en su oración.

—¡Chico bonito! ¡Chico bonito!

—¡Reír!

—¡Jugar!

Luz mordisqueó los bordes de mi visión. Flamas azules rozaron sobre el estiércol, flamas amarillas se sumergían en la tierra. Los Wykes salieron hoy en la mañana, brillando, coqueteando, bromeando, atrayendo.

—¡Historia de amor!

—¡Chica bonita ama!

Los Corazones Sangrantes eran idiotas.

Reír y jugar con Eldric era divertido, pero no era amor. Pero los Corazones Sangrantes eran espíritus de amor y romance. No tenían espacio en sus pequeñas mentes para una persona que no amaba a nadie.

—¡Historia de amor!

Me alejé. No tenía caso en decirle adiós a los Corazones Sangrantes. No está en su vocabulario.

—Haz historia, chica bonita. —Me fui, pero sus voces tintineantes se prolongaron durante un largo camino—. ¡Haz historia de amor!

Olvídalos, Briony. Piensa en las horas de la mañana del día de Todos los Santos. Piensa en como los aldeanos buscarán detrás de ti, todos de cabeza, armados con cualquier cosa a mano: horcas, látigos, mondadientes. Puedes evadirlos si consigues un buena ventaja. Es de los perros de caza de los que tienes que preocuparte. Tendrás que hacer unas cuantas consultas prudentes acerca de cómo desordenar tus pistas, confundir tu olor y confundir a los perros. Los confundirás más, tomando los callejones. Lástima si no tienes un barco.

Seguí, a través del agua de espinaca, hacia el interior del gris incandescente y el olor de la putrefacción. La incandescencia se insinuaba debajo de mi mano, así como un perro podría insinuar su cabeza. Salté hacia atrás, pero la andrajosa carne no lo hizo. Se estremeció.

La Mano Muerta se deslizaba y rezumaba. Golpeó ligeramente el dedo pulgar como si mordiera el aire. Pero golpear es fresco, esto era todo flácido y aplastado.

—¡No! —dije.

Los dedos hinchados se deslizaron sobre mi mano, rezumando alrededor de mi muñeca.

—¡No puedes! —dije.

La Mano Muerta rezumó con más fuerza.

—Soy una de los tuyos —dije—. ¡Soy una bruja!

La Mano tiró. Apretó y tiró.

¿Qué debería hacer? ¿Qué debería hacer?

No era doloroso, aún no, pero la idea del dolor que llegaría era en sí mismo una clase de dolor.

Me senté en mis rodillas, tiré hacia atrás. La Mano Muerta tiraba hacia adelante. El agujero del pantano escupió y rió entre dientes.

La Mano Muerta no absorbió mi calor, yo absorbí su frío. Los Wyles chispeaban hacia arriba, amarillos, azules, brillando, riendo, todo estaba riendo, el agujero, el viento, los Wykes. Pero no la Mano Muerta. No reía.

El agua sucia salpicó mis rodillas. El viento reía.

La Mano Muerta estaba en silencio. Tiró. Yo tiré de nuevo. La tierra temblaba.

La Mano Muerta estaba en silencio. Tiró.

¡Artículos, artículos! ¡Usen sus artículos!

La Mano Muerta tiró y apretó, tiró y apretó.

No había traído ningún artículo, ninguna Bible Ball.

—¡Soy una bruja!

A la Mano Muerta no le importaba.

¡Pero soy una bruja, una bruja!

¡Crack! Mi muñeca crujió. Fue el sonido tanto como el dolor lo que hizo que las náuseas llegaran para rociar mi boca.

A la Mano no le importaba. Tiró.

Jalar y estirar. No eran sólo los huesos los que mantenían junta mi muñeca. Había otras cosas para las que no tenía nombre. Cosas que podían ser jaladas, cosas que podían estirarse. ¿Por qué nunca las había conocido, les había dado nombres?

Mi muñeca era pequeña. ¿Cómo podía caber tanto dolor? ¡Se estiraba! El crujido había sido rápido, el estirón era lento. ¿Cómo podía una muñeca ocupar el universo de mi mente?

Cruje y estira, y ahora ¡un chasquido! No tenía nada en mi estómago que perder.

Alguien está gritando ahora.

—¡Por todos los demonios!

El chico bonito.

El chico bonito tiraba. Olía a jabón de Londres y pino. El chico bonito crujió, estiró y chasqueó. Él era carne morena y zarpa de león. Su zarpa cavó por mi mano.

—¡Sujétate!

Pero era la Mano la que estaba sujetándose bien. Era la Mano la que apretaba.

—¡Sujétate!

¿Sujetarme al chico bonito? Podía sujetarme a él sólo en mis pensamientos. ¡Chico bonito ríe! Chico bonito juega.

La Mano apretaba. El amor es objeto de deseo. Esas palabras tintineantes, aférrate a ellas, resiste.

La Mano apretaba. Chica bonita ama chico bonito. Aférrate a esas palabras, resiste.

Pero la Mano apretaba. Exprimía mis pensamientos. Exprimía la luz de mi cerebro. Estaba desapareciendo. Vi la luz de mi cerebro, cayendo gota a gota fuera mi de mente.

Se apagaba, goteando, goteando, goteando, hasta que me apagué.

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