Chime

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Capítulo 29

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Capítulo 29

Una página arrugada

 

¡Maggie!

—¡Mi Jess!

—¡Willy!

Los nombres de los niños muertos llenaban la noche.

—¡Kevin!

—¡Pequeña Shirley!

Las manos fantasmas se escabullían; los niños fantasmas se reunían en el filo de la horca, extendiendo las manos hacia la carne y la sangre. Los veía bien ahora. No había nada desagradable en ellos. No había carne goteando, no supuraban.

—¡Hablen! —dije—. ¡Díganles!

—¡Fue el Boggy Mun! —dijo una vocecita.

Luego otra.

—Fue el Boggy Mun quien nos mató.

—¡Estoy asustado de la oscuridad!

Miré a la multitud. Eldric se hallaba en el frente, su cara brillante como la llama.

—El Boggy Mun nos mató a cuenta del agua.

—El agua que salió del pantano.

—El agua que se fue al océano.

—¡Te extraño, Mamá! ¡Mi cama, está tan fría!

Madres y padres alcanzaron a sus hijos.

—El Boggy Mun nos mató a cuenta de los hombres de la ingeniería.

Los pescadores eran imperturbables, y usualmente lloraban sólo cuando bebían. Pero ahora ellos lloraban abiertamente, sollozaban y llamaban a sus hijos.

—¿Dónde está ella? —gritó la voz de una mujer, y todas las cuevas oscuras hicieron eco—.

¿Dónde? —La voz me golpeó entre las alas de mis hombros.

La multitud retrocedió y perdió los estribos. Suspiró, gritó y corrió con paso torpe arrastrando los pies.

Me di vuelta, haciendo frente al negro chillido de una boca.

Los huesos goteaban con carne. El negro chillido se abrió ampliamente.

—¡Allí está! —Gusanos se arrastraban entre sus dientes. Gusanos se escurrían a través de sus ojos.

Más suave ahora.

—Aquí estás. —Su voz fue lo único que reconocí. Eso, y su pelo, una maraña de nudos manchados de hollín. Negro es el color de pelo de mi verdadero amor. Su carne era real, ella no era como los niños fantasma, cuya carne no se pudría. Pétalos azules de piel se amontonaban a sus pies.

—He estado esperando para hablar contigo. —Madrastra colocó un andrajoso dedo en sus labios. Me había olvidado de ese gesto suyo—. Eres buena chica, al llamarme desde mi tumba. —Ella podría haber estado hablando en una fiesta de té.

Lo peor era que ella aún tenía sus ojos. O uno de ellos. El otro sobresalía de su cuenca, vocado con un vientre de pez gris.

—Ven acércate. —Ella extendió su mano hacia mí con un desgarrado brazo. Pulseras tintineaban en los huesos de su muñeca. Sonaban tanto como solían hacerlo, al igual que podrían hacerlo en una fiesta de té.

El aire sabía a truenos. Se sentía en mi lengua como una moneda oxidada.

—He estado gritando; todo este tiempo he estado gritando. —Sus pulseras eran del color de la ceniza—. ¿Qué más puedes hacer, enterrada en el frío barro con gusanos que te envuelven? —Sus dientes eran rectos y blancos, horrorosos para ver en aquella tormenta de decaimiento.

—No lo entiendo. —Mi voz era distante y extraña. La escuchaba como si estuviera escuchándome a mí misma, escuchándome a mí misma.

—¿No? —El viento tiró de su carne, salpicando pedazos a la noche—. ¿A pesar de que me has llamado de mi tumba?

O quizás eran mis oídos los que se habían ido lejos.

—¿Eres un Espíritu Inquieto?

—¿Espíritu? —Madrastra hizo una pausa, gordas larvas brotaban de sus mejillas—. No creo que esa fuese la palabra que tu padre usaría. Pero inquieto sí. Muy inquieto. La situación en cuestión… bueno, creo que tu padre la llamaría irónica. Esto era imposible, lo sé, pero mis oídos a lo lejos oyeron la garganta de Padre manteníendose unida.

—Es irónico que después de todos tus intentos de escapar de mí, quemando tu mano cuando primero me dirigí a ti, y luego cuando me dirigí a Rose... no, dejemos eso para después.

La cara de Madrastra era un páramo huracanado, pero ella hablaba en un tono de fiesta de té. ¿Podían oírla los demás? Ellos estaban en un silencio de muerte.

—Es irónico que después de todo lo que hiciste para destruirme, debieras llamarme desde mi tumba. Que ahora puedo gritar al mundo el nombre de la persona que me asesinó y, entonces al fin, podría dejar este mundo.

Asesinó. Sabía que Madrastra no se suicidaría.

—Incluso nosotros los Antiguos, sí, incluso nosotros somos incapaces de dejar este mundo con asuntos pendientes.

—¿Los Antiguos? —dijo mi voz lejana.

Ella dio un paso adelante.

—¿No tienes miedo, Briony? ¿Miedo de lo que podría decir? —Su mandíbula cayó, y ella era una vez más, un chillido terrible, aullando a la multitud.

—Son tontos, todos ustedes. No tomé mi propia vida.

La mejilla de Madrastra se desprendió de sus huesos, salpicando el suelo de la horca.

—Mi asesino está delante de ustedes. Su nombre, Briony Larkin.

¿Briony Larkin? Mi mente no podía reaccionar a Briony Larkin. Pero mi cuerpo podía. Sentí el impacto del mismo, y las campanas de catedral resonaban en mi cuello y muñecas.

—Paz al fin —dijo Madrastra, y todo ocurrió a la vez. La piel de Madrastra se marchitó en sus huesos. Ella se convirtió en un montón de pétalos.

Una chica común sentiría algo. Ella sentiría algo mientras los pétalos se convertían en polvo. Pero una bruja simplemente miraba a otro lado. La cara de Padre era una página arrugada. El resto de

las caras eran un borrón. Los niños fantasmas habían desaparecido. Ellos se habían liberado. Ellos también podían abandonar este mundo ahora.

El viento barrió el suelo de la horca, arrebatando el polvo que alguna vez había sido Madrastra.

—¡Asesina! —gritó alguien entre la multitud.

Madrastra se arremolinaba alrededor de mis pies.

—¡Bruja! —gritó otro.

Madrastra se disolvió con el viento. Ella se había ido.

Ahora un coro:

—¡Cuelguen a la bruja!

Los ojos del coro estaban entrecerrados.

—¡No! —gritó Cecil a través de la multitud, pero un grupo de hombres agarró su brazo.

—¡Déjenme en paz! —Luchó Cecil, pero los hombres lo agarraron con fuerza.

—Tranquilo, muchacho. Esto es para la gente mayor que no se deja engañar por ninguna bruja.

Cecil. Cecil quien le hizo un misterioso favor a Briony. Cecil quien es adicto al arsénico.

Madrastra murió por el arsénico.

Salté hacia atrás cuando una figura saltó a los escalones de la horca. Pero sólo una persona podría hacer ese salto de león.

—¡Apártense! —El recuerdo de la mano de Eldric brilló en la parte de atrás de mi cuello.

La multitud se lanzó hacia delante, gruñendo y abriéndose camino.

—¡Ahórquenla!

—Siempre sospeché que era una bruja.

Eldric levantó la pistola. El silencio cruzo a través de la multitud.

—Dispararé a la primera persona que se mueva.

—Ella no necesita ningún juicio —dijo el alguacil—. Todos nosotros hemos visto que es una bruja.

—¡No! —gritó Padre.

El alguacil miró a su alrededor por debajo de sus párpados.

—Nosotros hemos visto lo que hemos visto, ¿no?

La multitud rugió y empujó más cerca.

—Miren los ojos que tiene —dijo el Juez—. Negros como su mismo ser.

La multitud se convirtió en una gran bestia con una sola mente.

—Siempre me disgustaron sus ojos.

La multitud lanzó sus cuernos de caza y pateó el suelo. Sus mandíbulas se estremecieron.

Corrieron hacia las escaleras, pero la mano relámpago de Eldric dio un golpe. La pistola saltó. La noche se volvió blanca. La realidad se rompió. Yo seguía recogiendo pedazos y poniéndolos en el orden incorrecto.

El alguacil retrocedía, con la mano en el hombro.

Pero eso debería haber pasado después.

El alguacil subía las escaleras de la horca...

Eso debía haber ocurrido primero.

La pistola tronó...

Eso debió haber sucedido en el medio.

Y sobre todo, el olor, la lengua sabía a pólvora. Que, al menos, era como debería ser.

—A continuación voy a dispararle al Juez —dijo Eldric. Su mirada deambulaba entre la multitud—. Entonces tendré que decidir.

—Él no tiene más de cinco tiros —dijo la multitud. Se lamió los labios. Llevaban antorchas que ardían como tulipanes amarillos.

La multitud avanzó hacia adelante.

Tulipanes amarillos con corazones carmesí.

—¡Vamos! —Eldric me golpeó con su hombro. Me tambaleé. La nada blanca atacó la noche.

Los tulipanes se detuvieron, con sus corazones latiendo.

El viento silbaba bajo su aliento, las primeras gotas de agua cayeron. Eldric gritó: —¡Corre tan rápido como puedas!

Corrí a través de la plataforma. La nada blanca hizo un hueco en la multitud.

—¡Corre chica lobo! —gritó Eldric.

Salté en el agujero. El aire se rompió. Yo corrí.

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