Chime

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Capítulo 2

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Capítulo 2

Sabor a cerillas quemadas

 

Quiero ir a casa. —Mi hermana se volvió hacia el río y cerró los ojos, como si pudiera hacer desaparecer el río, y la barca en el río, y a Eldric en la barca. Pero la vida no funciona de esa manera, y era una lástima.

—No podemos irnos ahora —dijo Padre—. Eso heriría los sentimientos de Eldric, ¿no lo ves?

Pero Rose no lo vio. Ella nunca veía, y menos los sentimientos.

—Quiero ir a casa.

Los aldeanos abarrotaban la orilla del río, pero nos dieron un montón de espacio. Me había olvidado de que ellos dejan un espacio vacío alrededor del clérigo y sus hijas de porcelana. Siempre seríamos extranjeros, aunque Padre hubiese pasado veinte años en Swampsea, y Rose y yo hubiésemos pasado diecisiete. Nunca habíamos estado en otro lugar.

—Ciento ochenta y tres pasos hasta casa —dijo Rose.

Sin embargo, los aldeanos nunca solían mirar. Si yo fuera una chica normal, podrían mirar.

A la gente le gusta mirar a chicas que han estado enfermas, a chicas que han visto apenas en tres años, a chicas cuya madrastra se ha suicidado.

—¡Mira! —dijo Padre—. La barca casi está aquí.

Pero los aldeanos están equivocados sobre Madrastra, y también lo está Padre. Ella nunca se suicidaría. Soy la que mejor la conocía, y sé esto: Madrastra tenía hambre de vida.

—Ciento ochenta y tres pasos hasta casa. —Rose tenía toda la razón. Lo sé, lo había medido.

La Casa Parroquial estaba exactamente ciento ochenta y tres pasos detrás de nosotros, de espaldas al río, en frente de la plaza del pueblo.

—Y —dijo Padre—, sólo piensa en lo feliz que se va a poner el padre de Eldric al ver a su hijo.

—Eso haré —dijo el Sr. Clayborne, que estaba esperando con nosotros en nuestro espacio vacío. Él estaba más a gusto con los habitantes del pueblo que nosotros, a pesar de que había llegado de Londres hace sólo seis meses. Quizás fue porque era un tipo grande y cómodo, mientras que nosotros, los Larkin, rara vez somos cómodos, sobre todo con nosotros mismos.

—No me gustan los chicos —dijo Rose.

A mí tampoco, pero sabía que no debía decirlo.

—¡Rose! —dijo Padre, pero el Sr. Clayborne estaba acostumbrado a Rose.

—Eldric y yo nunca hemos estado separados tanto tiempo —dijo el Sr. Clayborne—. Casi seis meses.

Casi seis meses. Madrastra murió hace dos meses y tres días. Nunca debería acostumbrarme a la muerte de Madrastra. Nunca debería de suavizar el tiempo de la manera en que el Sr.

Clayborne lo hacía. Nunca diría que ella había estado muerta casi seis meses.

Recuerdo el día en que murió con absoluta claridad. Recuerdo estar de pie fuera de la habitación de la enferma, preguntándome si debería entrar. ¿Por qué dudaba? Supongo que tenía miedo de despertarla, lo llamaría irónico si fuera un poeta, pero no lo soy y, de todos modos, no me gusta la poesía. Un poema no viene y te dice lo que tienes que decir.

Es un círculo que se come la cola y tienes que adivinar lo que significa.

¡Detente, Briony! Madrastra te diría que te detuvieras. Para de soñar con ella, habría dicho, y atiende a Rose, quien acababa de tener un ataque de tos. Cuida de Rose. Eso es lo que siempre decía Madrastra. Yo se lo prometí. Le prometí que cuidaría de Rose.

—Rose tiene tos, Padre —dije—. ¿No deberíamos estar alejados del viento?

—Otros minutos no le harán daño —dijo Padre con su voz de sermón, que es su favorita, esa que plancha y almidona cada mañana.

¿Te has convertido en un médico, Padre? ¿Cómo sabes que no le hará daño? ¿O lo has escuchado de Dios? No hablas con nadie más.

El viento golpeó todo. Golpeó el río hasta formar espuma. Golpeó las ramas de un sauce en látigos. Golpeó a los aldeanos en sus cintas para el cabello y chales y en los faldones de las camisas. Sin embargo, el viento no nos golpeó, no a la familia Larkin. Aún estábamos abotonados, trenzados y abrochados.

Pero ni todos los botones y hebillas del mundo pueden proteger a un Larkin de la tos del pantano. Cuando Rose empezó a toser la semana pasada, hablé con Padre. Le pregunté si ella podría tener la tos del pantano. Padre dijo lo que él siempre dice, que no es nada.

De acuerdo, Padre. Vamos a dejar que Rose tosa hasta morir. ¿Por qué gastar dinero en un doctor? Después de todo, no hay cura para la tos del pantano.

Los caballos Shire se detuvieron, soplando humo por sus grandes narices rosas. La barca había llegado. Busqué al hijo del Sr. Clayborne entre los pasajeros. Esperaba que no fuera uno de esos niños sucios que lanzan piedras. Pero todos lo son, ¿no? Baso mi conocimiento de niños en Tiddy Rex, nueve años, con sus necesarias manos sucias, pero no totalmente del mal tipo.

Por lo menos no necesitaba hablarle a Eldric. Creo que los chicos no son de mucha conversación. Si Eldric me molestaba le mencionaría a Mucky Face. Es el espíritu que vive en el río y al que le encantan los niños jóvenes. Pero para comer, querido Eldric. Para comer.

—¡Ahí está! —dijo el Sr. Clayborne—. Mira, a la izquierda… ¿alto, pelo rubio?

—¡Un chico guapo! —dijo Padre.

Pero yo no veía ninguna versión de Tiddy Rex, con o sin manos sucias.

—Ahí. —Señaló el Sr. Clayborne—. Bajando la pasarela. Seguramente lo ves ahora, ¿no?

Pelo claro, fornido.

—Oh —dije. No sabía que sería tan grande. Era un chico enorme. Un enorme gigante de niño, de ciento ochenta a dos metros.

—Hay está mi chico malo —dijo el Sr. Clayborne, saludando hacia Eldric. Él lo hizo sonar como si fuera bueno ser un chico malo.

No sabía que él era tan mayor. Era universitario. Reconocí la ropa de las fotos de las revistas… los pantalones finos, el chaleco tipo tablero de ajedrez, el intento de una corbata.

Ahora entendía porqué el Sr. Clayborne quería que su chico malo se alojara en la Casa Parroquial, con el clérigo y sus hijas. Ahora entendía porque él no quería que su chico malo se alojara con ellos en la Taberna. Los chicos malos y las cervecerías son una mezcla explosiva.

—¿Qué piensas Briony? —dijo Padre—. ¿Les gustará a las chicas de Swampsea una cara nueva y bonita?

Odio cuando Padre hace un espectáculo, fingiendo que somos el tipo de familia que charlan, cotillean y se ríen. Las personas siempre dicen una cosa, y quieren decir otra. Yo soy la peor de todas, pero al menos no me miento a mí misma sobre ello.

De todos modos, no tengo ni idea de lo que otras chicas sienten, chicas normales. No soy una chica normal.

Eché un vistazo a Eldric cuando él y el Sr. Clayborne se dieron la mano. Padre estaba equivocado, por supuesto. Eldric no era guapo, no de la forma en que es una estatua griega, no como Cecil Trumpington, que quiere casarse conmigo. Bueno, realmente Cecil quiere casarse con la idea que tiene de mí. Él quiere una chica con la piel de marfil, y el pelo como el trigo y la seda, quiere una chica con cara de ángel.

Pero ni siquiera Cecil tiene ropa tan bonita y casual como la de Eldric. Todo sobre Eldric gritaba cosas que yo nunca tendría: Londres, teatro, encender lámparas y automóviles…

—No me importaría darle la mano a ese muchacho —dijo Rose.

Y tuberías de agua…

El Sr. Clayborne agarraba a Eldric con el brazo extendido y le sonreía.

Y lavabos con tuberías de agua…

El Sr. Clayborne jaló a Eldric hacia atrás y lo besó en la mejilla.

¿Besándose? ¡Hombres besándose! Nosotros no vamos por ese tipo de cosas en Swampsea.

Pero somos un país de cobardes. Quizás los libros de historia recojan que, como el nuevo siglo entró en su segunda década, los hombres en Londres llevan abrigos de visón, lo que lleva naturalmente a…

El alguacil sacó la placa de bronce en nuestro gran espacio vacío. El resto de la policía pasó de largo, lo que fue una lástima. El espacio vacío se estaba llenando… ahora el Juez del Pantano, ahora el Alcalde Brody y sus galgos, ahora el Juez Trumpington y su esposa.

Ah sí, la hermosa Sra. Trumpington, y el bonito vestido de la Sra. Trumpington. La Sra.

Trumpington, viéndose igual que una flor de mayo —aunque apenas fuera abril— una flor de mayo de melocotón con unas enaguas de encaje y demasiado bordado para mencionarlo, así que no lo haré. Rose y yo llevábamos vestidos idénticos, no al de la Sra.

Trumpington, sino el uno de la otra. Los habíamos tenido durante años, y nos hacían ver de doce años, no de diecisiete. Pero a Rose le gusta verse como de doce: ella también llevaba un delantal y una cinta para el cabello rosa. Los lleva puesto todos los días.

—No me importaría darle la mano a ese chico —dijo Rose. Ella sólo tiene una manera de hablar, y es fuerte.

¡Oh, Rose! Ahora Eldric nos miraría y se compadecería de nuestra frágil y trastornada familia, y nuestra ropa lamentable, infantil; y estaría obligada a odiarme a mí misma, y a él también, aunque he tenido mucha práctica y no es terriblemente agobiante. Odiar, quiero decir.

Me odio a mí misma.

Eldric nos había notado ahora, sus ojos primero en Rose, después en mí, para volver a Rose, asegurándose a sí mismo, como todos hacían, de que éramos ese interesante fenómeno de la naturaleza, gemelas idénticas. ¿Qué pensaba mientras miraba nuestras caras de ángel?

¿Qué pensaría si supiera lo que había debajo de la cara del ángel llamada Briony?

—No me importaría darle la mano a ese chico.

Padre cedió; lo vi en sus hombros. Nunca le puedes ganar a Rose. Se le debe haber olvidado mientras estaba hablando con Dios.

—Por favor permítame presentarle a mi hija Rosy.

¿Rosy? En serio, Padre, ahí vas otra vez, poniendo tu máscara bonita, jugando al juego de la Familia Perfecta. No somos el tipo de personas que pone nombres cariñosos.

—¿Cómo te va? —Eldric sonrió. Tenía los ojos dorados de un león y una gran melena de pelo rojizo.

—Lo sabía —dijo Rose—. Lo sabía.

—¿Saber qué? —dijo Padre.

—No soy Rosy —dijo ella, lo cual era verdad. Las dos somos las chicas de alabastro1, precioso de mirar, o eso es lo que oímos.

¿Cómo podría soportar a Eldric viviendo con nosotros, este no-niño, este muchacho-hombre? Tendría que mantener la máscara de Briony. Tendría que mantener los labios lubricados y sonrientes. Tendría que retener a mi lengua afilada y divertida. Ya estaba cansada.

—¿Y tú? —dijo Eldric. Después de un instante de silencio, miré hacia arriba. Eldric estaba mirándome, ese chico dorado de Londres, me miraba con sus ojos amarillos—. ¿Cómo te voy a llamar?

—Me puedes llamar Briony —dije—, lo cual lo hace muy conveniente, porque lo mismo hacen todos los demás.

Después de un hipo de silencio, Eldric se echo a reír. Luego lo hicieron los demás, menos Rose. Y yo, por supuesto. No tenía ganas de reír. He cuidado de Rose durante años y años y ella me drenó hace mucho tiempo. Me pregunto, de qué se estará alimentado ahora.

¿Del jugo de mi alma?

Tendría que hablar con Eldric, ¿no? Hablar con este muchacho extranjero hombre-animal.

No sabía nada de jóvenes, y no me importaba aprender. Y él no iba simplemente a vivir con nosotros, sino que dormiría en la habitación de enferma de Madrastra, durmiendo en la misma cama donde ella murió.

¿Y comería con él?

La hora de comer ha sido tan difícil después de que Madrastra muriera y Padre empezara a pasar más tiempo en casa. Ninguno de nosotros tenía nada que decir, y Rose no es buena hablando. No habíamos tenido comidas normales mientras Madrastra estaba enferma.

Saltarse las comidas es terriblemente conveniente: da un montón de tiempo para pensar y odiarse a uno mismo.

1 Alabastro: piedra blanca que se utiliza para hacer esculturas.

De todas formas, yo odio cocinar y odio la cocina y odio a Rose cuando empieza a tragar aire, que era lo que estaba haciendo ahora, como una clase de ejercicio de calentamiento para un ataque de gritos. Se lo había advertido a Padre, recordándole que a Rose no le gustaban los extraños, pero Padre nunca escucha.

Suelo avergonzarme cuando Rose grita en público, pero me alegré ahora. Una vez que lo superáramos, podría tenerlos a los dos en casa, quitarme mi máscara, y dividir mi cara en sus pliegues de bruja.

Pero primero hay que conseguirlo. Los gritos de Rose son como agujas de tejer. Pinchan directamente en el oído, aplastando por debajo.

Ella empezaría en cualquier momento. Por lo menos Rose no oculta lo que siente. Por lo menos ella no se calla, como Padre.

Hay varios tipos de silencio. El silencio de estar solo, que me gusta bastante. Después está el silencio de un padre. El silencio de cuando tú no tienes nada que decir y él tampoco. El silencio tuyo después de la investigación de la muerte de tu Madrastra.

Nunca hemos hablado de la investigación, en la que el médico forense declaró que Madrastra había muerto de envenenamiento por arsénico. De la investigación en la que Padre declaró que Madrastra se había suicidado. De la investigación en la que testifiqué que Madrastra nunca se suicidaría.

Nunca.

El aire estalló; el grito de Rose había empezado. Los otros saltaron, mirando a su alrededor, preguntándose si deberían actuar como si no se dieran cuenta. Pero yo todavía estaba pensando en silencio.

El silencio de Padre no es solamente la ausencia de sonido. Es una criatura con vida propia.

Te ahoga. Te pega pequeños pellizcos, tan pequeños como un grano de arroz. Se retuerce en tus entrañas como un gusano.

Silencio que arañaba mi garganta. Y deja un sabor a cerilla quemada.

No, nuestra familia no habla mucho.

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