Chime

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Capítulo 16

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Capítulo 16

La fiesta siempre termina a medianoche

 

No me gusta todo de un sólo color —dijo Rose—. Pero me gustan nuestros vestidos.

Sabía que le gustaban. Había estado diciéndolo todo el día. Le gustaba la forma en que combinaban entre sí, lo cual es decir que eran blancos, blancos, blancos.

Pero eso es lo que las jóvenes damas visten en fiestas de jardín. Blanco.

Rose iba a asistir a la fiesta. El Dr. Rannigan le había dicho que podía.

—A Robert le gustará como combino. —Rose se dio la vuelta, así podía abrochar sus botones.

Presioné mis labios juntos, así no diría lo que había dicho tantas veces en los últimos días.

Que Robert quizá no vendría; que tal vez se sentiría incómodo; que él no tenía amigos en la fiesta.

Pero Rose me había oído suficiente. “Soy su amiga. Vendrá porque soy su amiga”.

—Abotonados todos los botones, Rose.

Una vez, la había llamado Rosy.

O Rosy Posy.

Es gracioso como me quedé pensando en nuestros nombres de pequeñas desde la lluvia del Viernes de las Dos Cervezas en la Taberna, cuando Padre me llamó Briony Vieny.

—Me veo bonita —dijo Rose.

Lo hacía. El vestido era ancho y de forma griega, con una alta blusa que desembocaba en un gran arco en los hombros. El mío era idéntico. La fiesta había demostrado ser un montón de trabajo y, al final, Pearl había abandonado su plan para diseñar dos vestidos.

Lucíamos como las gemelas del oráculo griego, más pálidas que permaneciendo en la cueva. Sin embargo, sin los poderes proféticos, lo cual era una lástima. Si pudiera ver el

futuro, sabría cómo salvé a Rose de la tos del pantano. No tenía ni una sola idea, ni de lejos. Dos semanas y nada de ideas.

—¿Supones que Robert ya está aquí?

—Porque no vas a ver —dije, lo cual me dejaba abotonándome mis propios botones, pero era mejor que volverme loca—. No lo olvides, el Dr. Rannigan dice que debes abrigarte bien, y que no debes quedarte en la fiesta pasadas las diez.

Eso también me dejaba algún espacio-cerebral para pensar cómo salvar a Rose. Uno necesita una completa ausencia de Rose para ser capaz de pensar en ella. Si ella muriera, podría pensar en cómo salvarla todo el tiempo.

Hay un enigma ahí. Sugeriré la Esfinge.

Rose vino bailando para el momento en que descendí las escaleras.

—Leanne está aquí, y debido a mi ojo para el color, le dije que su vestido es un verde persa, y ella dijo: “¡Estás en lo cierto!”.

Sus mejillas eran de un rosado tenue. Rose sonrió con su sonrisa perlada, su sonrisa de chica-real.

—Le pregunté cuántos años tiene —dijo Rose—, y dijo que era muy vieja. Padre dijo que era demasiado grosero preguntar, pero Eldric le dijo que Leanne estaba bromeando y no debía creérmelo. Él dijo que ella tiene su edad, la cual es veintidós años.

Rose me condujo a través de la cocina, lo cual era una sensación muy peculiar. Usualmente yo conducía a Rose.

—Eldric ha decorado el jardín de azul y blanco. Dijo que estaba inspirado por el Oriente, pero Leanne dijo que estaba “A la japonesa”.

Nos detuvimos en la puerta de la cocina.

—¿Puedo abrirla ahora? —Eldric nos había prohibido incluso dar un vistazo al jardín.

Había sido de lo más reservado sobre sus arreglos para la fiesta, y eso lo había llevado a saltarse las comidas en aras de trabajar en los detalles finales.

—Veo que te estás poniendo tu chal —dije—. Muy bien.

Pero Eldric había cenado con nosotros ayer, supongo que no estaría muy bien el no aparecer, como Padre había invitado al Sr. Clayborne. El Sr. Clayborne dijo que parecía como si Eldric estuviera trabajando duro; y Eldric le dio una pequeña sonrisa gris y dijo que lo estaba; y entonces el Sr. Clayborne se había tenido que ir y dijo que deseaba que por una vez, sólo una vez, pudiera ver a Eldric trabajar duro en algo útil, como la universidad u otra profesión.

—Prefiero que tú abras la puerta —dijo Rose.

¡Toma eso, Sr. Clayborne! ¿Por qué tiene que ir y hacer referencia a sus arruinadas esperanzas, con Eldric mirándolo como si estuviera trabajando para morir? Él todavía era un chico de ciento ochenta a dos metros, pero ya no vibraba con energía. No sé como un chico tan genial como Eldric puede lucir transparente, pero lo hacía. Él se estaba quemando, con mechas y no con cera.

—Prefiero que tú abras esa puerta —repitió Rose.

¿La puerta? Volví al mundo real. Perdón Rose, sí, la puerta.

Esta es la diferencia entre Eldric y yo. Si hubiera sido mi trabajo transformar el jardín, habría removido el tendedero. Los tendederos siempre me hacen pensar en ropa interior, y como nunca he estado en Japón, no puedo imaginar que el olor de la ropa esté A la japonesa.

Pero Eldric ha añadido tendederos, atándolos todo alrededor del jardín. De ellos cuelgan sábanas, alineadas borde a borde y atadas al suelo mediante estacas. Él ha creado un amurallado jardín de tres lados. El cuarto lado se abre hacia el río.

No sabía que Eldric pudiera pintar. Las sábanas eran blancas, la pintura azul y juntas, se transformaban en un paisaje azul y blanco: grutas y espuma, montañas nevadas y cerezos en flor.

El cielo del oeste era brillante. La sombra de Eldric se encorvaba contra el muro del jardín, haciéndolo más pequeño. Salté hacia él, estallando por decirle que era un genio —un genio en su propia forma de Eldric, como Fitz lo era en su propia forma de Fitz— pero entonces una segunda sombra se deslizó por la pared, con orejas extrañas y cabello como de concha.

Dejé pasar un salto, lo cual fue tan embarazoso como místico. ¿Dónde estaba mi cueva Delphi? Necesitaba ocultarme.

El jardín estaba llenándose de Oohs y Aahs, los cuales fueron acompañados por invitados y susurros de la tarde, y pequeñas briznas de olor. Pearl apareció con una gran carne asada, y la energía de la multitud surgió hacia la mesa del banquete. Corchos saltaron y vasos tintinearon y Padre, quien había sido puesto a cargo de la carne asada, dijo: “¡Auch!”, cuando se cortó.

Caminé hacia el río. Faroles de papel colgaban del árbol de manzanas, donde los columpios habían colgado una vez. Era una cosa pequeña. Es difícil imaginarnos a Rose y a mí siendo lo suficientemente pequeñas para columpiarnos.

Pasos vinieron detrás de mí, con un ligero salto. ¿Eldric?

—¿Champán, milady?

Que cosa tan terrible, que haya confundido a Cecil con Eldric.

Pero Cecil ya estaba saltando. Él tomó mi mano y dijo:

—He tenido un pensamiento interesante.

¡Imagínate, un pensamiento!

El sol era anaranjado y se ocultaba rápido. Su reflexión rezumaba hacia arriba y hacia abajo del río en gruesas ondas.

—¿No quieres saber cuál es?

—¿No piensas… —dije— que Eldric debería haber construido uno de esos puentes curvados por encima del río?

—¿Perdón? —dijo Cecil.

—Habría quedado muy bien con el tema Japonés. Mi teoría es que los ríos en Japón son sólo una excusa.

—Ven a sentarte y a hablar con sensatez por una vez. —Cecil apretó mi mano—. La comida es encantadora y quizá pueda interesarte mi idea.

—Una excusa, como ves, para construir esos puentes ligeramente curvados. Eldric lo habría pintado de azul, por supuesto.

—¡Maldición, Briony! Siempre es Eldric esto y Eldric aquello contigo. No deseo hablar de Eldric. Quiero hablar de nosotros.

Él tomó mi brazo, y me hizo girar a mi alrededor.

—Vamos, Cecil —dije—. Tengo una extraña sensación de estar siendo forzada.

—Pero Briony —dijo él—, estoy tan lleno de buenos espíritus. ¡Creo que podría caminar por Londres!

¿Por qué no lo hacía?

Después de un momento, me di cuenta de que nos girábamos hacia una audiencia para la producción de La Fiesta de Jardín, de Eldric Clayborne. El escenario estaba iluminado con velas y lámparas de papel, y cigarrillos brillantes, además de pequeños fuegos que se estaban encendiendo con media docena de brasas.

A la izquierda se desarrollaba el drama de Padre y El Cuchillo de Trinchar.

Perdón. A la derecha del escenario.

Al fondo del centro se desarrollaba el drama del tacón de la Sra. Trumpington y un poco de tierra.

A la izquierda del escenario se desarrollaba el drama de Rose y el ausente Robert. Estaba parada entre Eldric y Leanne, y aunque no podía escuchar sus palabras, supe que ella estaba preguntándole por él, e imaginé que Eldric estaba probablemente diciendo que no, que él no creía que la invitación pudiera haberse extraviado.

Cuán pequeña Rose se veía entre ellos. Vi exactamente como me vería si alguna vez estuviera parada al lado de Leanne, lo cual no voy a tratar de hacer.

Rose parecía una galleta de azúcar mal hecha.

En el centro se desarrollaba el drama del Brownie y el Loco Tom, ambos haciendo su camino hacia Briony Larkin.

—¡Niña de ojos negros! —Llamó el Loco Tom. El Brownie estaba en silencio.

—¡Voy a deshacerme de ellos! —Cecil anudó sus puños y se lanzó hacia adelante. Todo lo que pude hacer fue atraparlo de su abrigo.

—¡Es sólo el Loco Tom! —dije.

Había un acuerdo tácito entre los habitantes del pueblo para que él pudiera entrar y salir de las fiestas, bodas y otros eventos privados. Pero tácito implicaba la habilidad de hacer inferencias, lo cual es el porqué Cecil no lo sabía.

—Eres tú quien ha tomado mi ingenio —dijo el Loco Tom—. Lo sé por la oscuridad de tus ojos.

Había sido el Loco Tom quien había tallado los girasoles y las margaritas en la tumba de Madre. Bueno, no exactamente el Loco Tom, sino la persona que el Loco Tom había sido antes de volverse loco.

—Los necesito, niña de ojos negros. Los necesito dolorosamente.

—No los tengo. Pero si te quedas aquí. —Señalé la mesa del banquete—. Tendrás pan y carne asada.

Y un poco de la sangre del Reverendo Larkin.

—Nos conseguiré una mesa —dijo Cecil—. En uno de esos rincones cálidos. Sé que milady usualmente tiene frío.

Me gustó la palabra cálido, pero odié la palabra rincón, como si significara compartir un pequeño espacio con Cecil. Y todavía estaba soportar su idea.

Él se tomó mucho espacio en el rincón. No su cuerpo, aunque era suficientemente largo, sino su energía. Lo había visto así en varias ocasiones, pero nunca había quedado atrapada con él.

—Has estado fuera mucho estos días —dijo Cecil—. ¿Por qué no te unes a nosotros en la Noche de las Moras?

¿Esa era su gran idea?

—¡Estás loco!

Las chicas buenas no van a la Noche de las Moras. Padre tiene fuertes opiniones sobre ella. Su más grande y gordo sermón de este año es sobre la Noche de las Moras, el cual es también sobre San Miguel, cuando el Arcángel lanzó al Diablo del Cielo. Naturalmente, esto molestó considerablemente al Diablo, y él tomó esa noche, echando a perder las moras.

—Te protegeré —dijo Cecil, colocando su mano sobre la mía.

Aparté mi mano.

—¡Cecil!

En la Noche de las Moras, los muchachos y las muchachas corren descalzos a través del pantano, pretendiendo intentar atrapar al Diablo, pero aparecería el Diablo para capturarlos a ellos en su lugar, por las cantidades consumidas de cerveza y vino, y ellos se despojan de sus ropas, y siempre hay un número de sorpresivas bodas viniendo.

¿Cómo se siente Padre sobre la Noche de las Moras?

Está contra ella.

—Estoy tan enamorado de ti —dijo Cecil.

Miré dentro de sus ojos de ángel-caído. Cuán conveniente sería si yo pudiera caer locamente por él. Podría casarme con un vitral colorido y un jardín lleno de dinero.

—Usando toda razón, debería declinar tu amable invitación. —¿Qué ven las chicas normales en él que yo no?

—No te tocaré —dijo—. Te protegeré.

Algunas chicas eligen casarse en vitrales coloridos sin estar enamoradas ni un poco. Pero yo, al menos, necesitaría mucho vitral colorido.

—Puedo protegerme sola.

—No conoces la Noche de las Moras —dijo él—. Encontrarás, pienso, que tu padre te ha mantenido ignorante del mundo fuera de la Casa Parroquial.

No había suficiente vitral colorido en el mundo que me convenciera de casarme con Cecil Trumpington: aspirante a bandido y pedante.

—Conozco más de lo que me das crédito —dije.

Esta era la cosa equivocada que decir. Era provocativa. Hacía que Cecil se inclinara más cerca y dijera:

—¿Lo haces? —Con una desagradable inflexión en el haces.

Cecil me instó a revelar mi conocimiento del mundo, y encontré divertidas formas de eludir sus preguntas, y continuamos con esto por un rato, hasta que se me ocurrió que eso es a lo que llaman flirteo.

Era un ejercicio tedioso.

No tomaba más que una sola célula del cerebro flirtear, haciéndolo perfecto para Cecil y dejándome a mí con otro poco de billones de células para admirar las servilletas de papel, las cuales Eldric había doblado en pagodas21. Para sonreír a las largas puntas de los pies del dragón que Eldric había construido para los braceros. Sus garras estaban pintadas de dorado. Y para mirar de tanto en tanto a Eldric y a Leanne. La mayoría de ellos estaban errando sobre tomar champán, pero una vez encontré a Leanne escondiéndose del Loco Tom detrás de Eldric. ¿Qué? ¿La excelente amazona estaba asustada del pobre Loco Tom?

Ella se veía ridícula.

Estaba celosa, ¿verdad? Quería ser la única amiga de Eldric. Pero esa no es la manera en que el mundo funciona, Briony. Tú tienes sólo un amigo, pero la gente normal tiene docenas.

Sí, estaba celosa. Estaba practicando uno de los siete pecados capitales —a pesar de que actualmente no había tenido mucha práctica—. Probablemente los siete.

¿Ira?

Absolutamente. Estaba dotada de mucha. ¡Así que ten cuidado, Briony! No quieres volar a todos en cenizas.

¿Gula?

Basta con mirar mi plato brillante.

¿Orgullo?

Definitivamente. Me odio a mí misma, pero también me amo en una forma odiosa. Amo ser inteligente, amo ser especial, amo ser una bruja.

¿Lujuria?

¡No pienses en eso! Pero mis ojos caen en Eldric y Leanne. ¿Habían hecho ellos lo que Pearl y Artie habían hecho? ¡Detente, Briony! Cosas malas pasan cuando estás celosa.

Cecil se inclinó más cerca. Sentí su aliento caliente en mi mejilla. ¿Por qué no me importaba que él estuviera comprometido en la actividad de Pearl-y-Artie?

—Has estado muy soñadora.

21 Pagodas: templos orientales.

Me aparté. Él había estado muy lujurioso.

—No puedo quitar mis ojos de Leanne —dije. Mira a alguien más, Cecil—. ¿No crees que es hermosa? —No me desees, Cecil. No soy una chica normal.

—Demasiado intrépida para mi gusto. —Cecil tomó posesión de mi mano otra vez, tirando de mí hacia él—. Prefiero el estilo blanco de los dioses.

La diosa de blanco se levantó, el Brownie se levantó.

—¿Qué dije acerca de forzarme? ¿Estás borracho?

—¡No borracho! —dijo Cecil—. No, no eso, y prometo que no… mira aquí, ¡te buscaré un dulce!

Se levantó de un salto, limitado por la mesa de dulces. Realmente daba la impresión de estar borracho. Pero se incorporó de manera suficentemente firme —para ser torpe— y volvió con tres platos de trifle, Eldric y Leanne.

Ellos habían estado jugando Metáfora, lo cual los había sumido en una risa inmoderada y lanzaban champán por todas partes excepto dentro de sí mismos. También, tal vez, sospechaba que tenían algo del mismo en su interior. Eldric trajo una silla para Leanne, pero ella prefirió estar de pie y, por supuesto, él también.

—Leanne es una Klimt, por supuesto —dijo Eldric.

—¿Lo es? —Nunca había escuchado de una Klimt, pero no estaba en peligro de exponer mi ignorancia, porque Eldric estaba tambaleándose sobre una explicación de lo Klimtish que era ella.

Parecía que Klimt era una pintora en Vienna, y también parecía que Eldric había visitado Vienna. Él le dijo a Leanne, pero no a mí. Eldric sabía cómo Klimt pintaría a Leanne, lo cual era todo dorado, con flores creciendo desde su cabello, y que arreglarían su ropa, sólo que…

Leanne interrumpió.

—Ella es un poco pequeña para Klimt, ¿no crees?

—Oh lo siento, lo siento, ¡lo siento tanto! —dijo Eldric.

Eldric estaba borracho. Cecil estaba algo más.

Yo era joven, parecía joven vestida de blanco, era una galleta de azúcar al lado del vestido de seda y tafetán de Leanne, destellando azul y verde, excepto que había menos brillos de los que debería haber habido, lo cual era porque no había tanto tafetán como podría haber habido, lo cual era el porqué Leanne vestía faldas arriba de sus tobillos, exponiendo sus enormes pies.

—Pero me encuentro atrapado en la escultura —dijo Eldric, y por un momento lo vi enfocado en un monumento, hasta que me di cuenta de que todavía estaba jugando a la Metáfora—. ¿Qué escultura sería Leanne? Tú eres tan inteligente, Briony, que lo sabrías de inmediato.

Un antiguo, que perdió su cabeza.

—A diferencia de ti, no he viajado —dije, y cavé en mis dulces, los cuales eran ordinarios para disfrutar, como si simplemente fuera crema y ron. Pero yo vestía de blanco y nunca había estado en Vienna así que, ¿cuál era el punto?

—Sé lo que Briony sería —dijo Cecil—. Sería una figura de Dresden.

—¿Una de esas chicas bailarinas? —dije—. Ellas no son esculturas y de todas formas, terminaría rompiéndome yo misma.

—Absolutamente debería retirarme del fuego —dijo Leanne, sacudiendo su cabello con una risa y mirando a Eldric con sus curvados ojos. Mientras los dos retrocedían, el Sr.

Clayborne se unió a nosotros para desearle a Leanne un muy feliz cumpleaños.

—¿Es tu cumpleaños? —dije.

—Mañana, de hecho —dijo Leanne.

—Vamos a levantar una copa a medianoche —dijo Eldric.

Esto era una fiesta de cumpleaños. Estaba feliz de que su cumpleaños fuera mañana, lo cual era el primer día de agosto. No quería que ella hubiera nacido en julio. Julio era un mes alegre, no de chicas ardientes y egocéntricas.

Oh, ¡Primero de Agosto! Recordé hacer a Eldric reír ese día en la Taberna, cuando estaba adivinando su cumpleaños. Y aquí estábamos: Leanne era del Primero de agosto. ¿Por qué no podía recordar cómo se había reído Eldric?

Puse poca atención a la conversación, aunque escuché al Sr. Clayborne decir que Eldric lucía perfectamente atroz, lo cual estoy contenta de decir que lucía.

—¡Briony!

Salté, pero sólo era Rose, tirando de mi manga, anunciando que la Lúgubre Medianoche estaba acercándose.

Presioné mis manos en mis oídos. Lo que hubiera estado pensando —¡o no pensando!—

había permitido a Rose pasarse del horario de dormir de las diez, pero Rose había mantenido un ojo en el reloj. Ella me había advertido de las campanadas de medianoche.

Mis manos en mis oídos difícilmente amortiguaron las campanadas, las cuales eran asombrosamente penetrantes. También lo era la voz de Eldric, llamando la atención.

—Permitámonos alzar las copas por Leanne en este, ¡su vigésimo tercero cumpleaños!

—¿Por qué, Eldric? —gritó Cecil—. ¡Nunca pensé que tomarías a una mujer mayor!

Esto es lo más inteligente que Cecil podía decir, pero todo el mundo rió. Era el champán, sin duda. Cecil brilló positivamente. Tengo que admitir que él tiene una encantadora piel.

Rose tiró de mis manos de mis oídos.

Eldric reconoció a Cecil con la sonrisa del Gato de Cheshire, luego dio una verdadera sonrisa mientras saludaba a Leanne con su copa.

—Por Leanne, la mejor compañía que un hombre pueda tener.

Los invitados rompieron en un caos de risas y burlas. Eldric se sonrojó. Leanne no. Tal vez ella funcionara con gasolina, no con sangre.

Eldric había estado pensando en Leanne esa noche, la noche de nuestra comunión, la noche de la Perra. Él no había estado en comunión conmigo en lo absoluto. Había estado en comunión con los pensamientos de Leanne.

—La fiesta terminó. —La voz de Rose estaba ahogada con lágrimas—. Y Robert no vino.

—La fiesta no ha terminado —dije, lo cual era idiota, porque no debía alentar a Rose a mantenerse despierta.

—Sí, lo hizo —dijo Rose—. Siempre termina a la Lúgubre Medianoche.

—Entonces vamos. —No podía soportar ver a Eldric con Leanne mucho más. Estaba celosa. Y, ¿por qué no?

No hay condiciones previas para los celos. No tienes que estar bien, no tienes que ser razonable. Toma a Otelo. Él no estaba bien ni era razonable, y Desdémona terminó muerta.

No me importaría que Leanne terminara muerta. No me importaría explotarla en fuegos artificiales de pavos reales o perlas.

¿A quién le importan las perlas, de todas formas? Están sobrevaloradas, en mi opinión.

¿Qué es una perla sino un poco de arena y saliva de ostra?

Rose y yo entramos. No di despedidas. Esta es la ventaja de tener una hermana como Rose. Nunca tienes que decir adiós.

138 Subimos las deformadas escaleras hasta nuestra habitación, con Rose llorando todo el tiempo y lo peor de todo, el Brownie siguiéndonos. Él no estaba rogando aún, pero pronto estaría suplicando por su historia.

—Léeme una historia —dijo Rose.

—Pero Rose…

—¡Por favor, ama! —Cuando el Brownie miró hacia arriba, se veía sobre todo la punta afilada de su larga nariz—. ¡Cuéntame mi dulce historia!

—¡No hay historias! —hablé con Rose, por supuesto, sólo con Rose. El Brownie no necesitaba pensar que estaba hablando con él.

Dije lo que siempre decía sobre los libros siendo quemados, y Rose dijo lo que siempre decía sobre desear que su libro fuera quemado, y no pregunté lo que siempre evito preguntar, lo cual es: ¿cuál demonios, es su libro? Entonces me recosté donde pertenecía, en mi lado de la línea de no-cruzar. Pertenecía a mi propio lugar, el cual era, como siempre, al lado de Rose.

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