Chime

Chime


Capítulo 20

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Capítulo 20

Felices por siempre

 

Oscuridad y luz, oscuridad y luz. Ese era el mundo. El mundo era como encaje. El encaje es oscuridad y luz. Madrastra usaba encaje. Leanne usaba encaje.

Leanne y Eldric, oscuridad y luz.

Cuando pensamos en encaje, pensamos en blanco, pero sin la oscuridad, sin los pedacitos en el medio, no habría nada a lo que mirar.

Oscuridad y luz, oscuridad y luz.

Los huesos son huecos. Los huesos son palmeados con encaje.

¡Anestesia, Dr. Rannigan!

Los huesos pueden doler… ¡cuánto que pueden doler!

Toma una mano, aplástala leeeeeeentamente, machaca los huesos, desmenuza el encaje, aplasta el espacio negativo.

¡Anestesia!

—Tómatela. —La voz de Eldric presionó una cuchara contra mi boca—. ¡Ahí está, hasta la última gota! —El líquido bajó por mi garganta.

Todos esos vacíos aireados, se fueron.

Tragué.

Tragar rompió mi mano.

¡Anestesia!

***

Oscuridad y luz, el mundo era oscuridad y luz.

Oscuridad y luz, menta y manzana.

¡Vete!

Pero mi voz se había ido y, de cualquier forma, el Brownie nunca escuchaba.

Menta y manzana. Oscuridad y luz.

El parpadeo más pequeño arrancó el encaje de mi mano.

—¡Hasta la última gota! —La voz de Eldric era como la miel.

La voz de miel cantó.

Sé a donde estoy yendo,

y sé quien vendrá conmigo.

Sé a quien amo,

pero la querida sabe a quién desposaré.

Una vez había estado en la época de rugido de mi vida. Ahora estaba en la época de silencio. Las personas que se sentaban a mi lado estaban en la época de silencio. Hacían sonidos de silencio: un chillido como de ratón mientras se sentaban en sus sillas, un derrumbe de piedras en la madera.

Padre cantaba una canción de cuna suave.

¡Oh me temo que estás envenenado, Lord Randal, mi hijo!

¡Oh me temo que estás envenenado, mi joven hermoso!

Oh sí, estoy envenenado; Madre, haz mi cama pronto…

Espera: esa no es una canción de la época de silencio.

Tengo anguilas hervidas, Madre, haz mi cama pronto…

Porque estoy cansado de cazar y quiero yacer tranquilo.

Esta es una canción de la época de rugido. ¡Alto!

Padre no se detuvo.

***

Eldric se sentó al final de mi cama. Su extremo se hundió, mi extremo se elevó. Oh me temo que estás envenenado. Tenía que borrar esa canción.

—“Sé a dónde estoy yendo” —dije.

—¿Briony? —El extremo de la cama de Eldric se elevó. Él se paró en el extremo de la almohada. Mis párpados sentían su mirada.

—¿Dijiste algo? —Su voz era gruesa como la avena.

—“Sé a dónde estoy yendo.”

—¿Debería cantarla? —dijo.

Moví mi mano buena. ¡Sí!

El extremo de mi cama se levantó.

Eldric se aclaró la garganta. Se sentó tan lejos, ahora en silencio, ahora aclarando su garganta, que volví de regreso a la oscuridad.

***

—He aquí un alfiler del sombrero de una mujer —dijo Eldric—. Sé que te estás preguntando lo que este soberbio ejemplar de masculinidad querría con un alfiler. Pero lo que tú no sabes es que Tiddy Rex y yo estamos construyendo un castillo y, por supuesto, cada castillo necesita una catapulta, y lo que cada catapulta necesita es algo para lanzar. Incluso mientras hablo, este alfiler está siendo transformado en una enorme piedra medieval.

La voz de Eldric estaba en la época de silencio, pero una catapulta no era algo de la época de silencio y tampoco lo era el olor. Era un olor de la época de rugido: el humo de la madera, mezclado con una cálida especia parduzca, mezclado con el olor de los jabones frutales vendidos en la feria de Navidad.

—Necesitaremos una docena de hombres para poner esta piedra en la catapulta… o mujeres, por supuesto, si fueran campeonas de boxeo como tú.

Cuando una persona está enferma, una bocanada de la época de rugido es mejor que cualquier otro tónico. Abrí mis ojos. El sol se mostraba en la ventana. Yacía curvadamente en la palma de mi mano izquierda, mi mano malvada.

¿Dónde estaba mi mano virtuosa? Mi brazo virtuoso estaba pesado, muy pesado como para levantarlo. No podía ver su final.

Estaba en el cuarto de costura. No me gustaba eso. Aquí fue donde Madrastra había yacido. El olor a enfermedad había infectado la habitación. Recordé haberlo olido, un rezumante olor hinchado de espuma de sapo, y agua estancada. Se encrespaba en la parte de atrás de mi lengua.

Recuerdo oler anguilas. Anguilas en caldo. Ese era un olor enfermizo. ¿Dónde estaba mi Brownie de menta y manzana?

***

Era bueno abrir mis ojos. Dejé entrar la luz a mi cerebro. Estaba en el cuarto de costura, pero el olor a la espuma de sapo se había ido. Sólo había olor a madera, especias marrones y jabón de frutas.

Eldric había traído nuevos olores con él. Había traído nuevos sonidos con él. El sonido de su silbido hueco: si un cuerpo encuentra otro cuerpo, viniendo a través del centeno.

Madrastra nunca se había preocupado en prender el fuego, pero había fuego en la chimenea.

Lo escuché mirándome: la silla se iba desmoronando, desmoronando, ¡para!

Mi corazón contaba los segundos hasta que Eldric se inclinó sobre mí, luego, su cara llenó mi mente.

—¡Ahí estás! —dijo—. Te he estado esperando.

Se había vuelto delgado y hueco como su propio silbido, excepto por las bolsas bajo sus ojos, que eran escudriñantes y pálidas.

—Te ves cansado. —Parecía una extraña con mi propia voz. Era como la más débil de las campanadas, como el tic-tac de una uña sobre cristal.

—Eso es lo que se supone que yo te diga. —Su sonrisa obstruyó sus ojeras.

Tenía toda clase de profundas y significativas preguntas para hacerle, cosas para contarle, pero no podía pensar cuáles eran.

—También se supone que te diga que hablar te podría cansar más.

—Ésta es Briony, ¿recuerdas? ¡Desde cuando hablar la cansa!

Eldric sonaba más como sí mismo cuando reía.

—Estaré escuchando —dije—, incluso si cierro mis ojos. Háblame. Dime lo que has estado haciendo mientras he estado enferma.

—He estado justo aquí.

Cerré mis ojos.

—Dime sobre el festival de la cosecha.

—No fui —dijo Eldric—. He estado justo aquí.

Eso era interesante.

—Dime sobre el paseo del heno. —Tenía visiones de Eldric y Leanne en el paseo del heno. Bebiendo de los mismos termos; compartiendo una manta; y cuando su compañero piloto de heno partiera, persistiendo, tal vez, en el heno…

—Iré el año próximo —dijo.

—¿Qué hay sobre el Sr. Thorpe?

—Aburrido —dijo Eldric.

Mis labios estaban muy cansados como para sonreír.

—¿Pero las lecciones?

—No podía tener lecciones cuando estabas tan enferma. ¡Cuando pensábamos que quizá morirías!

¡Sin lecciones con Leanne!

—Una excusa para evitar las clases —dije.

Pero Eldric no respondió. Todo lo que pudo hacer fue aclararse la garganta.

***

Debieron ser horas o días más tarde cuando pregunté por mi mano. Todo es confuso cuando estás enfermo.

—Puedes aún sentir una mano, ¿no? ¿Incluso si ha sido arrancada?

Me di cuenta ahora cuán horrible había sonado la pregunta. Pero no quería decir eso. Era simplemente que sabía que las personas que habían perdido algo de sí mismas —digamos que fuera una mano— dicen que aún la sienten. No es así, por supuesto, porque la mano está a kilómetros de distancia, en el pantano. Pero su cerebro piensa que la siente. Lo sé porque leí eso en el Chismoso de Londres.

Nunca había visto a Padre o a Eldric tan nerviosos. Se apresuraron a asegurarme que mi mano aún estaba pegada a mi muñeca. Se interrumpieron y hablaron uno sobre el otro, lo cual no era típico de ellos, pero su significado era claro. Mi mano estaba gravemente herida… herida, sí, estaba herida.

Estaban tratando de evitar palabras como destrozada. Podía decir. Con razón mi brazo estaba tan pesado. Había sido enyesado, como algo en una historia de Poe. El Dr. Rannigan puso los huesos lo mejor que pudo.

—¿Cuantos huesos acomodó? —Me preocupaba eso mucho menos de lo que ellos lo hacían. Es mi calma de Florence Nightingale, supongo.

Hubo una pausa.

—Veintisiete —dijo Padre.

Había un signo de pregunta en esa pausa.

—¿Cuántos huesos hay en una mano?

Otra pausa.

—Veintisiete —dijo Eldric.

***

—¿Qué demonios estabas haciendo? —preguntó Eldric, cuando estuvimos solos.

—¿Haciendo?

—Dejaste el cuchillo al lado del hoyo del pantano —dijo Eldric—. Luego de que te llevé a casa y te limpiamos un poco, vimos los cortes.

¿Cortes? Por supuesto, el cuchillo y mi piel de hongo, y derramar sangre para el Boggy Mun. Cuánto tiempo había pasado desde eso.

—¿Cómo me encontraron?

—No trates de distraerme —dijo Eldric—. ¿Qué estabas haciendo?

—Pero en serio —dije—. ¿Cómo?

—Siempre puedo encontrarte —dijo Eldric—. No pienses que puedes esconderte de mí.

Ahora…

—Tienes que decirme primero —dije—. Porque estoy enferma.

—Oh Señor —dijo Eldric, pero se rió—. Nos llamó poderosamente la atención que habías dejado la Casa Parroquial cuando tu padre descubrió que tenía algo más que decirte.

Mi intuición masculina me dijo que buscara en el pantano. No estabas en las Llanuras, encontré el cuchillo en los Rápidos… —Se dio la vuelta, se sentó en el extremo de la cama.

Yo me elevé.

—¿Me encontraste en el Cenagal?

Una pausa; Eldric se aclaró la garganta.

—Y había tenido el buen sentido de llevar un Bible Ball. ¿Qué estabas pensando? ¿O no lo estabas?

—No estaba pensando en nada —dije—. ¿De qué quería hablar Padre conmigo?

—Tendrás que preguntarle.

—Ahora nunca va a decirme —dije—. Fue sólo la energía del momento cuando él pensó…

bueno, tú sabes.

—No eres una chica confortable con la cual estar —dijo Eldric.

—Debo insistir en ser insoportable hasta que me digas.

—Vas a arrepentirte —dijo Eldric.

—No.

Podía sentir el encogimiento de hombros de Eldric.

—Tiene que ver con la parte de “bueno, tú sabes,” con su hipótesis de que yo te había traído al pantano para —bueno, sin poner un punto fino a esto— seducirte. Y luego se le ocurrió preguntarse si realmente sabías lo que una seducción implica. Los detalles, quiero decir.

Estiré mi lastimada mano derecha sobre mi cara, pero seguramente pedazos de manchas rojas se verían a través de mis dedos.

—Tienes razón —dije.

—¿De qué te arrepientes?

—De que me arrepiento.

—¿Qué debo decirle a tu padre? —dijo Eldric.

—¡No le digas nada!

—Lo sacaste de mí —dijo Eldric—. Tienes que contestar. Tiene a tu padre preocupado, en realidad.

—Dile que leí mucho. —Pude incluso escuchar la sonrisa de león curvándose en la voz de Eldric.

—Muy bien. ¿Ahora contestarás mi pregunta? Dime qué estabas haciendo en los Rápidos, con ese cuchillo.

Pero no podía decirle.

—Es injusto, lo sé, pero…

—No puedes decirme, por supuesto. —Mi lado de la cama se hundió. Eldric se paró a mi lado. Sacó mi mano de mi cara.

—Tengo una petición. —Eldric subió la manga de su camisa para ofrecerme su brazo—.

La próxima vez que necesites hacer un ofrecimiento de sangre, por favor pídeme una contribución.

Me quedé mirando su brazo, con las abultadas venas de chico malo.

—Es tan roja como la tuya —dijo—. Lo prometo.

Asentí.

—Aunque sé que no lo harás —dijo—. Porque a pesar de ser Fraters…

— Frateri —dije.

— Frateri, aún mantienes todo para ti misma y no pides ayuda. El ofrecimiento de sangre, la estación de bombeo… dime esto, al menos: ¿están los dos conectados?

Un grueso silencio creció entre nosotros.

—Tengo la ventaja —dijo Eldric—, de ser capaz de vencerte. Tú tienes la desventaja de ser vencida y no ser capaz de evitarlo. Debo atenerme a eso hasta que me lo digas.

Asentí.

—¿Me estás diciendo que están relacionados?

Asentí.

Eldric sabía más de mí que nadie más desde Madrastra.

***

—Estoy aquí para hacerte una apuesta —dijo Eldric.

—¿Qué clase de apuesta?

—Estoy dispuesto a apostar que irás a la Noche de las Moras.

—¿Has estado hablando con Cecil? —dije.

—Nunca, si puedo evitarlo.

—Él lo mencionó también, en tu fiesta de jardín. Pero la hija del reverendo no puede ir a la Noche de las Moras.

—No he terminado —dijo Eldric—. Estoy apostando que irás a la Noche de las Moras si podemos garantizarte en un cien por ciento —sí, un cien por ciento señoras y señores—

que el Reverendo Larkin nunca va a enterarse.

—Esa es un tipo de apuesta extraña. —Pero no era una apuesta en absoluto. Era una invitación. No estaba invitando a Leanne; me estaba invitando a mí.

—Pearl y yo hemos estado conspirando. Ella te está haciendo un vestido tejido de rayos de luna, y deberías llevarlo la Noche de las Moras.

—Realmente no podría hacer eso.

—¿Por qué no?

¿Por qué no? ¿Porque Padre no estaba de acuerdo? ¿Porque daba su imponente sermón contra la Noche de las Moras?

¿Quiero que Padre me guíe en esos temas? ¿Quiero que ponga sus huellas en mis pensamientos?

No.

***

Me desperté por la tos de Rose.

Ella estaba de pie a mi lado, tosiendo y mirando tan fijo que una persona no podría evitar despertarse.

—Eldric prefiere que no te despierte —dijo—. Dice que necesitas descansar. Pero prefiero hablarte, así puedo mejorarte. Fue una decisión un poco difícil.

—Debería mejorarme por mí misma —dije.

—No es esa clase de mejoramiento —dijo Rose.

—¿Qué clase de “mejoramiento” es?

—Ése es un secreto —dijo.

Por lo menos no necesito preocuparme por la enfermedad de Rose. El Boggy Mun había congelado el progreso de su enfermedad hasta Halloween, cuando ella se pusiera mejor, o muriera.

—¡Lo sabía! —Se sentó en la cama. Casi se sentó sobre el Brownie—. Sabía que estabas toda de un color. Tu cara combina con tu vestido de noche. Pero Eldric dice que no hay que preocuparse. Serás bonita otra vez cuando te recuperes.

—¿Eldric dijo eso?

Rose asintió.

—Quizá debas traerme un espejo —dije.

—Prefiero que no —dijo Rose—. No tengo tiempo que perder.

—Aún no querida —dijo el Brownie—. No mires aún.

—Prefiero que sí —dije—. Tengo todo el tiempo del mundo.

Al final, Rose trajo un espejo. Estudié mi cara como si fuera a hacer un retrato de mí misma.

—No estás escuchando —dijo Rose—. Tomé una decisión muy difícil. Quiero que seas capaz de ver el secreto.

Rose tenía razón acerca de mi único color, y peor. Había finas líneas verticales a cada lado de mi boca. Sabía que un tipo tonto de novela lo podría llamar: líneas de dolor. Y sabía como una Briony no sensiblera lo llamaría:

Feo.

—¿Dónde está Eldric?

—Lecciones —dijo Rose—. Tengo una pregunta muy importante que hacerte.

—¿Está con el Sr. Thorpe?

Por supuesto que lo estaba, pero Rose no es una persona del tipo “por supuesto”.

—Sí.

—¿Está con Leanne?

—Sí —dijo Rose—. Ahora, realmente debes poner atención: ¿cómo se ve la medianoche para ti?

—Tarde.

—No quiero decir eso —dijo—. ¿Cómo se ve a tus ojos?

—Oscura —dije—. Pero algunas veces hay luna.

—¿Cómo se ve antes de medianoche para ti?

—¿Cuánto antes de medianoche?

Rose se detuvo.

—Creo que eso debería ser un secreto.

—¡Tienes demasiados secretos, Rose! —Los enumeré con los dedos—. Mi cumpleaños.

Ese libro tuyo que deseas haber quemado. Las diferentes formas de sentirse mejor, la que no tiene nada que ver con mi mano. El secreto que quieres que vea.

—Sí —dijo Rose—. ¿Cómo se ve antes de medianoche para ti?

—Si son cinco horas antes de la medianoche, se vería como un crepúsculo, lo que significa que el cielo estaría en un color zafiro azulado muy profundo y el aire como un gato Persa.

Si son diez minutos antes de medianoche, se ve justo como lo hace la medianoche.

—Eso no ayuda para nada —dijo—. Me veo obligada a consultarlo con Eldric.

***

Mi mano dolía más de lo usual. Cuán horroroso sería si mi mano estuviera realmente perdida y el dolor fuera ese dolor a larga distancia que había leído en el Chismoso de Londres. Mi mano perdida quizá nunca dejaría de dolerme porque el dolor estaría en mi mente.

Levanté mi brazo y miré la monstruosidad de vendajes. Dijeron que mi mano real estaba allí. Eso es lo que dijeron.

***

Pearl me abotonó y asistió en las otras tareas que creía que mi mano izquierda era incapaz de hacer. Iba a haber una fiesta de té en la tarde, pero no sabía más que eso. Una sorpresa se estaba elaborando, en adición con la elaboración del té. Los días pasados estuvieron llenos de susurros, seguidos por repentinos silencios siempre que yo me acercara.

Rose se me acercó danzando.

—Tenemos una sorpresa para ti, pero no te lo puedo decir. Eso es lo que Padre dijo.

Padre no necesitaba decir nada. Rose tiene un estricto sentido del honor, o quizá es una simple inhabilidad para romper las reglas.

Estaba más rosa que de costumbre y sonreía con su sonrisa de niña real. Ella era Pinocho al final de la historia.

—¿Voy a verla ahora? —dije.

—Si prefieres venir. —Rose me condujo por el corredor, el cual olía a aserrín, pintura y barniz. Dudé ante el estudio de Padre ya que no había nada más al final del corredor salvo los restos de la biblioteca. Pero Rose pasó el estudio. La seguí.

Estábamos invertidas hoy, Rose y yo. Usualmente, yo era la que aceleraba los pies de chica lobo. Rose era la que perdía el tiempo, tropezaba y se quejaba. Pero mis piernas se habían vuelto pesadas, y ahora que estábamos cerca de la biblioteca, se habían vuelto como pañuelos mojados, lo que quizá era porque había estado enferma, pero también podía ser porque no me gustan las sorpresas.

—¡Apúrate! —dijo Rose—. Tienes que entrar primero.

Pero de todos modos, dudé. Los olores a casa arreglada estaban allí, así como las voces y risas, y entre las voces estaba la de Leanne. ¿Leanne? Alguna tonta parte de mí había esperado que ella y Eldric ya no fueran amigos. Después de todo, Eldric no había ido al paseo del heno.

Tonta Briony. Una chica normal lo habría sabido.

—Prefiero que tú abras la puerta —dijo Rose.

Mi mano derecha estaba aún envuelta en yeso. Giré el pomo con mi mano izquierda llena de cicatrices. La puerta se abrió hacia el color de la miel. Hacia revestimientos de madera color miel, brillando con cera de abejas. Hacia un suelo de color miel, con una isla de alfombra color roja.

—¡Briony prefirió asistir a la fiesta! —dijo Rose.

Y más. Un piano; el violín de Padre; la mecedora de Madre; asientos en la ventana escondidos debajo de los parteluces de diamante; una mesa, demasiado nueva para haber acumulado el polvo usual en las superficies horizontales.

—¿Estás sorprendida? —dijo Rose.

—¡Muy sorprendida!

Pero mis recuerdos de la biblioteca eran más fuertes que esta nueva realidad. Las llamas; mi mano; mis gritos; el olor a carne quemada, horriblemente deliciosa.

Busqué algo familiar, más allá de la madera color miel y de los brillantes dientes, rodeada de sonrisas. Eldric dio un paso al frente y con él vino Leanne. Se había puesto perlas y encaje.

Parecía un perro rabioso.

—Quería darle a Briony mi regalo primero —dijo Rose.

—Está bien, Rose —dijo padre—. Eres la primera.

—No es contra las reglas darte un regalo. —Me tendió un fino paquete envuelto en una hoja del Chismoso de Londres—. Eso es porque no tienes cumpleaños.

Debajo de la hoja de periódico había más pedazos de papel, pero estos eran preciosos papeles de la colección de Rose. Papel cremoso y de lino, papel de cantos rodados y papel de bordes desiguales. Los miré, hoja por hoja.

—¿Te gustan? —dijo Rose.

—Me gustan mucho, Rose. Son hermosos.

Me encontré extendiendo mi dedo índice y después de una pausa Rose hizo lo mismo.

Nos tocamos los dedos. Me había olvidado de ese viejo ritual. Es una forma de abrazar a Rose sin abrazarla en realidad. A ella no le gusta mucho que la gente la toque. Padre lo sugirió, supongo.

—Ahora puedes escribir tus historias de nuevo —dijo Rose—. Me gustan aquellas en las que soy la heroína.

Vagué por la biblioteca. Era una versión más limpia y más joven que la vieja. Incluso había libros esparcidos en los estantes. David Copperfield, Jane Eyre, una colección de Yeats.

Solíamos pasar una gran cantidad de horas en la biblioteca antes de Madrastra entrara en nuestras vidas.

El té ya estaba distribuido: adorables sándwiches y tarta de arándanos… los arándanos estaban en su apogeo.

Cecil me hizo señas hacia uno de los asientos de la ventana. Había estado esperándome, con dos platos de tarta. Tomé el que tenía más crema batida, y lo puse en el asiento entre Cecil y yo. Qué conveniente era que no fuera capaz de sostenerlo. Tomé el tenedor con mi mano izquierda; nadie podía esperar que usara la derecha. Mi mano era como un cachorrito, delirante de alegría por poder salir al fin.

Un tren chilló en la plaza. La línea de Londres-Swanton se había puesto en marcha mientras estaba enferma. Cómo me hubiera gustado haber sido lo bastante inteligente como para convencer al Boggy Mun para que curara a Rose de la tos del pantano, en lugar de hacer pausar su curso. Entonces ella y yo nos habríamos ido en uno de los trenes. Adiós, Cecil.

Adiós Leanne. Adiós, adiós, adiós.

Pero al menos no necesitaba preocuparme sobre que Rose empeorara. El Boggy Mun había prometido que Rose iba a sobrevivir Halloween. Probablemente moriría más adelante, si el drenaje no se detenía, pero por el momento, no había necesidad de tener especiales cuidados con ella. No se mejoraría, pero tampoco empeoraría.

La biblioteca estaba dividida en pequeñas haciendas: Cecil y yo sentados en la ventana; Padre, el Sr. Clayborne y el Sr. Thorpe en la mesa; Rose en el piano, aporreando notas al azar; y Leanne y Eldric apoyados contra la pared de atrás, lejos del fuego, a pesar del frío. Recordé que Fitz siempre se burlaba de mí, apuntando como a Madrastra nunca le gustaba estar muy cerca del fuego. No le importaba Madrastra y amaba provocarme a que la defendiera. Siempre pensé que cambiaría de idea una vez que la conociera mejor, pero no se puede conocer mejor a alguien cuando te niegas a pasar tiempo en su compañía.

Aquí venía Leanne, marchando a través de nuestra frontera, sin ni siquiera mostrar los papeles. Eldric la siguió, moviendo su cola.

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