Chime

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Capítulo 22

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—¿Opio?

—No tan benigno —dijo Eldric.

—¿Morfina?

—No tan malo —dijo Eldric.

—¡Entonces dime!

—Arsénico —dijo Eldric.

Arsénico. Cecil tomaba arsénico. Fitz tomaba arsénico. Sin duda esa era la razón por la que pasaban tanto tiempo juntos.

Pearl vino a prender las lámparas.

—No deberías verlo sola otra vez. Él pierde el control, al menos cuando tú estás involucrada.

Ella puso parafina en una de las lámparas.

—¿Por qué una persona toma arsénico?

—Depende de la persona —dijo Eldric—. Las mujeres lo toman para el cabello y la piel, lo que aparentemente la vuelve blanca y tersa.

—¿Y si eres un hombre?

Hizo una pausa mientras Pearl llenaba otra lámpara y salía.

—Tiene que ver con la reputación de los impulsos masculino… oh, ¿cómo lo describo? Con la virilidad masculina.

Me incliné hacia adelante con cara de póquer, mi cabello tapaba mi cara.

—Nunca el carbón había sido movido tan bien —dijo Eldric.

—Nunca una dama había sido tan propensa a ruborizarse —dije—. Es tan poco caballeroso de tu parte.

Pensé que se reiría, pero dijo:

—Es un poco difícil la conversación.

Asentí, moviéndome entre mis pensamientos. ¿Recuerdas lo que Padre había dicho sobre Fitz?

¿Acerca de no quedarme sola con él? El efecto del arsénico en los hombres… seguramente ésa era la razón.

Pude considerar que le hice a Padre una injusticia. Creí que había dicho todo en susurros y sin sentido. Pero había otras cosas que llamaban mi atención. El olor de la parafina. Olí profundamente; trajo memorias del incendio de la biblioteca.

Lo trajo todo de regreso: la chispa, el silbido, las llamas, el fuego, las llamas sobre los libros, comiéndose los títulos: Los Espíritus de los juncos, Los Extraños, Rostro Mugriento. Al fuego le gustaron todos. No sólo bastó que el fuego se comiera mis historias, sino los libros de verdad se arruinaron durante la inundación. Eso trajo de vuelta el sonido de los zapatos de satín de casa color rosa de Madrastra, golpeando el suelo.

¿Alguna vez me pregunté cómo se las arregló Madrastra para levantarse de su cama, creyendo que me salvaría del fuego? ¿Cómo pudo con esa lesión en su espina dorsal?

¿Me pregunté alguna vez qué estaba haciendo? ¿Cómo pude quemar las historias de los Corazones Sangrantes y de los Extraños y otras más de los Antiguos?

¿Por qué quemé mis historias?

¿Por qué metí mi mano en el fuego?

Detente, Briony: ¡No hiciste eso!

Traté de hacer desaparecer el recuerdo, pero mi mente estaba hundida en la imagen de mi mano izquierda metiéndose en las llamas.

¡Deja de recordar! Pero no podía detenerme.

—¿Así que tú? —dijo Eldric.

—¿Yo qué?

La memoria es una cosa extraña. El olor de la parafina… ¿por qué recordaría eso? Llamé al fuego, no necesitaría parafina.

—¡No has escuchado nada! —dijo Eldric.

¿Por qué recordaría poner mi mano en las llamas, cuando lo que sucedió fue que el fuego se salió de control? Creció rápidamente, quemaba más fuerte de lo que podía manejar.

Mis recuerdos se habían distorsionado con el tiempo. Pero al menos las tenía: me recuerdo llamando el fuego, recuerdo enviar a Rostro Mugriento contra Madrastra, recuerdo mover el viento contra Rose. Pero no recuerdo tirar algo contra Eldric.

—¡Por favor, escucha! —Eldric se inclinó hacia adelante—. Tienes que cuidarte de Cecil.

¿Qué había hecho yo para enfermar tanto a Eldric?

No me importaba Cecil. Lo único que deseaba era decirle a Eldric que quería que él se cuidara de mí.

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