Chime

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Capítulo 23

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Capítulo 23

Incomodísimus

 

Los miembros de la Fraternidad estaban reunidos. Los miembros de la Fraternidad estaban boxeando. O al menos, uno de sus miembros estaba boxeando. La otra estaba intentando recuperar el aliento.

—Ésta en una terrible idea —dije. O en realidad, intenté decirlo, pero principalmente jadeé—. Los chicos malos sólo deberían tener peleas predecibles.

—Las peleas impredecibles llevan un montón de práctica —dijo Eldric—. Lo estás haciendo muy bien.

—¡Mentiroso!

Eldric rió. Sequé el sudor de mis ojos.

—Y lo peor de todo es que estás tan fresco como una margarita.

Un pétalo de margarita: lo amo. Otro pétalo de margarita: no lo amo. ¡Cállate, Briony!

La noche de octubre estaba fría, pero entre más tiempo peleábamos, más ropa me sacaba.

Una pelea impredecible es increíblemente entibiadora. Ahora vestía la menor cantidad de prendas que permitía la modestia, un par de pantalones y una especie de camisa sin mangas que lucía más que nada como una prenda interior. Tiddy Rex me la había prestado.

¡Querido Tiddy Rex!

En una pelea impredecible, la persona siempre se está moviendo para todos lados. Ella golpea a la persona, pero resulta que él ya no está allí. Bloquea una patada de la derecha, pero se ve sorprendida por un gancho por debajo desde la izquierda. Ella pensaba que era una chica lobo que podía correr por siempre. Pero la chica lobo nunca se había movido de un lado al otro y había esquivado. La chica lobo está lista para rendirse después de cinco minutos. Pero es orgullosa y continúa, y ahora piensa que quizás tenga que ser llevada a casa cargada.

La persona de quien hablamos es Briony Larkin. La otra persona, Eldric Clayborne, simplemente holgazanea y medita acerca de los misterios de la vida y, de vez en cuando, hace una pequeña burla de un puñetazo.

—Nunca te he visto tan rosada —dice Eldric—. ¿Deberíamos terminar por el resto de la noche? Has estado trabajando muy duro.

—Pero tú no —dije—. He estado golpeándote tan duro como puedo, pero tú estás haciendo todos esos estúpidos suaves golpes de mariposa. Pensaría que estás haciendo trampa, excepto que los miembros de la Fraternidad Bad-Boyificus han prometido nunca hacer trampa.

—No, nunca hacemos trampa —dijo Eldric—. Lo que significa que estoy comprometido por el honor a admitir que debería haberme dado una desventaja. Tengo dos manos que funcionan, y tú ahora sólo tienes una.

Ese particular miembro de la Fraternidad tenía que violar el código de honor. Ella no podía admitir que su mano izquierda estaba muy activa y que su mano derecha nunca había sido útil. Al mismo tiempo, sentí fundirse un frío en mis huesos. Envolví mis brazos alrededor de la parte media de mi cuerpo.

—No debería haber permitido que dejaras de moverte —dijo Eldric—. Hagamos que te entibies.

—¿Permitirme? —dije—. Eso es algo mandón.

—Un entrenador de boxeo siempre es mandón. Es uno de los tristes hechos de la vida.

Ahora, terminemos.

Hice una pausa. Vestía la peculiar camisa de Tiddy Rex y por debajo, apenas algo. Ellas estaban húmedas con sudor, horrible en el frío de octubre.

Los Antiguos estaban allí, murmurando sobre historias y hongos y barro. Murmurando sobre el cementerio y el Espíritu Agitado que se sacudía en su sinuosa hoja.

—Los fríos gusanos yacen con ella y ella está chillando un nombre.

Me incliné sobre las ropas que me había sacado. Estaban demasiado húmedas.

—Es ese nombre, ama —dijeron los Antiguos—. Es ese el nombre que ella chilla.

—Tus labios están azules —dijo Eldric—. Conoces las reglas, ¿verdad? Una persona que no le presta atención a su entrenador debe ser expulsada de la Fraternidad.

—Pero estas ropas están demasiado húmedas.

Eldric se volvió un león, atacando su abrigo y luego yendo hacia mí, sosteniéndolo entre nosotros como una especie de cortina.

—Como un miembro de la Fraternidad a otro, preciso decir que protegeré tu privacidad contra cualquiera y todos los que puedan buscar invadir nuestro espacio de pelea.

Él hablaba de sí mismo, por supuesto, pero no podía decirlo. Qué crudo decir, prometo no mirar.

Era incómodo, luchar por salir de mis ropas mojadas, sentirme completamente expuesta, lo cual estaba, a toda la mitad del mundo en el lado este de la cortina del abrigo, incluyendo a los Antiguos. Y en el lado oeste, a un chico-hombre que podía espiar en cualquier momento, excepto que los miembros de la Fraternidad nunca mentían o hacían trampa. Me apresuré a meterme dentro de mi blusa, que era la única cosa que no estaba húmeda. Peor es nada, pero no era mucho mejor.

—¿Terminaste? —dijo Eldric.

—¿Cómo lo supiste? —dije.

—Tengo oídos.

¿Cómo podía un chico-hombre oír a una chica cuando se vestía?

—Terminé —dije.

Él se giró, envolvió el abrigo a mi alrededor. Pero sus inquietos dedos se aseguraron de no tocarme, ni siquiera a través del espesor del abrigo. Todo se había arruinado la Noche de las Moras.

—Ven, Labios Azules —dijo, pensando que quizás un poco de tontería podría suavizar la incomodidad.

—Si fueras a escribirme un poema —dije—. Podrías hacerlo rimar con tulipanes25.

Pero las tonterías no funcionaban para suavizar las cosas. No para nosotros dos mientras volvíamos al pueblo. No en esta particular noche de octubre, cuando los largos dedos de Eldric se habían tomado tanto trabajo para evitar cualquier parte de Briony Larkin.

Pasamos en silencio la estación de bombeo, hacia los campos de centeno. No habíamos tenido tiempo de volver a visitar incómodos recuerdos de nuestro viaje al exterior.

Habíamos caminado a paso lento y reído a través de los campos hacia las Cicatrices; había pasado demasiado tiempo desde nuestra última lección de pelea. Pero ahora, bueno, si sólo los campos de centeno ya estuvieran cosechados y lucieran como Tiddy Rex después de un corte de cabello. No sería tan incómodo entonces. Pero teníamos que atravesar un campo de incómodos recuerdos, a través del centeno, alto y bronceado y oliendo a besos.

Si dos personas se encuentran,

a través del centeno,

si dos personas se besan.

¿Alguien tiene que llorar?26

Podía sentir a Eldric peleando por contener ese vacío silbido suyo. Qué estúpido era eso, que no pudiéramos hablar de eso. No podía soportar que nos quedáramos en silencio, como Padre y yo lo estábamos. ¿Puede una vida entera de silencio comenzar con un beso?

No pude soportarlo; tenía que decir algo.

—¿Incomodísimus?

25 Labios Azules: En el texto original Labios Azules (blue lips) rima con tulipanes (tulips).

26 Parte de un poema de Edward Burns (9-1796), que J.D. Salinger adoptó y adapto para su libro El Guardián en el Centeno.

—¡Incomodísimus! —dijo Eldric.

Nos reímos, lo cual rompió el silencio. Sin embargo, una parte de mí, que estaba de pie a mi lado, oyéndonos: nos las arreglamos para hacer una impresionante imitación de la manera en que solíamos hablar, pero yo pensé que cualquier experto hubiera detectado la falsedad.

El río corría de color marrón oliva, como agua de enjuague de pincel. Mientras nos acercábamos al puente, la voz del Loco Tom se coló en nuestra falsa conversación.

—¡Devuélvelas! ¡Las necesito tanto, sí las necesito!

Silencio ahora, excepto por los martínes pescadores chismorreando en las camas de paja.

—Lo hago, hermosa dama. Loco Tom, se preocupa por ti. Se preocupa por ti por ese cabello negro que tú tienes.

Llegamos a la parte alta del puente. Loco Tom estaba escondido detrás de la garra negra de su paraguas, sólo los faldones de su camisa y las piernas de sus pantalones mostrándose por debajo.

¡Leanne! La hermosa dama era Leanne. Verla me dio un tipo de sensación gris, como de algodón y lana.

—¡Oh, mi hígado cubierto de azucenas! ¡Oh, mis dedos de los pies de nabos! —Loco Tom movió el paraguas de su hombro, dirigió la punta hacia las piedras al pie del puente—. Sé que la hermosa dama tiene ingenio de sobra para el Loco Tom.

El rostro de Eldric perdió su electricidad. Pesados párpados a media asta, labios apretados tan encrespados como podían estar.

¿Es así como luce el amor? ¿Si eres un hombre enamorado de veintidós años de una hermosa mujer, y la ves y ella te ve? Pero quizás Eldric quería esconder la expresión de amor. A un chico-hombre podría no gustarle exponer sus tiernos sentimientos, especialmente frente a Briony Larkin de la Noche de las Moras.

Ella tenía una manera flotante de caminar, Leanne, y había entrenado a su capa para flotar junto con ella. Esa sensación de fluctuación iba con el color de su capa y sus faldas, azules y verdes que cambiaban mientras ella se movía.

Aminoró el paso cuando se acercó a nosotros, haciendo que Loco Tom bailara alrededor de ella, bendiciendo su hígado y espiando su ingenio con su pequeño ojo. Ella llamó a Eldric con su alineada voz de crepúsculo, pero su mirada se mantuvo en el abrigo de él, que colgaba de mí como una bolsa.

—Que agradable verte de nuevo... Briony. —La pausa antes de mi nombre fue breve, pero efectiva.

Decía, Lo lamento tanto, pero tengo el nombre de esta hermosa criatura en la punta de mí... ah, aquí está.

Ahora de nuevo a Eldric.

—Qué dulce de parte de tu padre escribirme. No puedo decirte cuán aliviada estuve de oír de tu recuperación. —Sus ojos deambularon sobre él—. ¿Estás completamente bien?

—Completamente —dijo Eldric.

¡Él no la había visto desde que se había recuperado! Diez días enteros. ¿No era una ausencia demasiado larga para un ardoroso amante?

—Me pregunto —dijo ella—. Si podrías sacarme al pobre Loco Tom de encima. —Su sonrisa mostraba sus dientes de sultán de harem, hermosos, quizás, pero excesivos en número—. Confieso, que me asusta.

—Ojos tienes, dama. —Loco Tom se acercó, demasiado cerca para la buena educación—. Han estado persiguiéndome, esos ojos.

Eldric tomó el brazo del Loco Tom.

—Por aquí —dijo—. La bonita dama necesita privacidad. —Pero no apresuró al Loco Tom. Lo llevó por el puente, dejando que Loco Tom llevara el paso. Eldric era un caballero. Nunca antes había pensado en eso.

—¿Supongo que no le temes al pobre tipo? —Leanne se volvió hacia mí, como si fuéramos las mejores amigas. Exhaló un aroma. Podría haber adivinado que ella nunca hubiera elegido algo fresco y floral.

En cambio, olía como lucía, oscura y a pimienta, con una oculta corriente de animal salvaje.

—Estás acostumbrada a él, por supuesto. Oigo que realmente no es peligroso, pero no me gusta que se acerque tanto.

Pero el crepúsculo y la pimienta estaban simplemente en la superficie. Por debajo yacían olores a sal, algas marinas y humedad. Se deslizaron dentro de mi mente como pececillos, asustándome con la memoria olfativa de Madrastra. No Madrastra como la había visto la última vez, pero la alegre, risueña Madrastra que había entrado en nuestras vidas.

Cuando Eldric volvió a unírsenos, Loco Tom trotó detrás de él.

—Aquí vuelve —dije yo, lo que hizo que Loco Tom se dirigiera a mí y no a él.

—Pensé que te había visto antes, pero era otra chica a la que había visto.

Se abalanzó sobre Leanne con dedos palmeados.

—Eres la chica real que se robó mi ingenio.

Eldric aferró el paraguas, lo sacó de las manos de Loco Tom.

—Quieres ser cuidadoso con eso. Podrías lastimar a alguien.

—No —dijo Loco Tom, más tranquilo ahora—. Me da una apariencia más bonita. Tú llévame contigo y trabaja conmigo hasta que yo caiga. Fui una buena comida para ti, ¿no es cierto?

Mi respiración se enganchó en mi garganta. Que extrañas cosas decía. Hasta ahora, había pensado que Leanne era una idiota por temerle al Loco Tom. Pero por primera vez, yo tenía miedo.

—Aléjalo de nuevo —dijo Leanne—. Quizás debería acompañarlo esta vez. Me seguirá, pobre tipo.

Quizás el alguacil debería saber que ha desarrollado una obsesión por mí. Siento que podemos llamarlo así, una obsesión.

—Tengo noticias del automóvil. —Eldric tomó el brazo de Leanne—. Pero prometí cenar con Briony, así que tendré que contarte sobre eso en otro momento.

¿Lo estaba? ¡Qué excusa más tonta! ¿No quería estar con Leanne? ¿Cómo podría explicarse de otra manera?

¡Él no quería estar con Leanne!

Leanne se inclinó de nuevo, y me asustó a mí también.

—¿Podrías disculparnos, Briony? —No fue simplemente que presionara, sino que era alta y oscura—.

Gracias por dejar ir a Eldric. Sólo estará lejos unos minutos, estoy segura. —También fue que estaba casi

saliéndose de su piel, y su voz era demasiado grave, y tenía tantos dientes, y yo estaba encogiéndome en mi piel, y no tenía voz.

Me encogí para alejarme. Yo, Florence Nightingale Larkin, en verdad me encogí, como cualquier violeta secándose.

—¡Lo juro, señora! —dijo Loco Tom—. Lo juro con mármol y espada para trabajar piedra por ti hasta que caiga. Sólo no te vayas antes de mi tiempo. Chúpame la vida, dama, hasta que yo esté muerto.

—Vamos. —Eldric se llevó al Loco Tom una vez más para el puente, Leanne flotando a su lado.

Eldric se volvió de repente, diciendo sobre su hombro.

—Volveré directamente.

Me giré hacia el río, apoyé mis brazos en la baranda. Las reprimendas y zalamerías de Loco Tom se hicieron más débiles, más débiles, luego desaparecieron. Miré el agua como agua de pincel. Mi máscara era una gran arruga; necesitaría horas de alisamiento.

¿No debería estar feliz? Eldric no quería cenar con Leanne. Por supuesto que debería estar feliz.

¿Pero cómo podía decir lo que era la felicidad? No es un pensamiento, es una sensación. Si la felicidad fuera una descripción tomada de una novela sentimentaloide, podría decir: Ella se sintió como si caminara en el aire.

Eso era correcto: me sentía como si caminara en el aire. Los clichés se volvían así porque contenían un mínimo de verdad.

Eldric no volvió directamente.

Eldric no volvió indirectamente.

La sensación de caminar en el aire se evaporó. El agua de pincel era deprimente. Él quería estar con ella después de todo.

Él no podía esperar que yo lo esperara en el puente para siempre. Me dirigí hacia el callejón que lleva a la plaza, entré en la oscuridad como polvo de carbón. Pestañeé para evitarlo y allí estaba Eldric. Eldric y Leanne. Eldric, inclinado sobre Leanne, sus labios sobre los de ella. Sabía cómo se sentían, esos labios de seda y mantequilla. Sabía cómo se sentía cuando él te abrazaba, tu cuerpo apretado contra el suyo, suave y pesado, nunca duro y aplastante, la electricidad de terciopelo y crema...

Volví al callejón. Volví a la cresta del puente. Apoyé mis antebrazos en la verja. Miré al agua de pincel.

El chico se paró en la cubierta ardiente. Merecía morir, ese muchacho. Esperando por alguien que nunca vino. Pero yo estaba haciendo lo mismo, esperando por Eldric, mirando el agua, el agua de pincel, la cual ahora estaba mirando, había tomado el color del hígado.

Formaba remolinos, luego hirvió. Lo había visto antes, la ola elevándose del río, demasiado alta, demasiado derecha, desafiando la gravedad. Ahora un rostro, tomando forma bajo la cofia de espuma, ojos de remolino, boca de océano profundo...

Rostro Mugriento, preparado para saltar y aplastar.

Sus ojos de remolino encontraron los míos.

—¡Ama! ¡Esas necesidades deben ordenar que me detenga!

El vientre de él era gris hígado. Nada de agua de pincel de niña de escuela para Rostro Mugriento.

—¡Hable vivamente, ama! Di “Como yo soy tu ama...”

Grité al rugido y el murmullo del agua.

—Como yo soy tu ama, ordeno que te detengas. Te ordeno que vuelvas al río.

Rostro Sangriento se quedó suspendido.

—¡Más, ama! Es una voz tan poderosa la que llama, que me comanda a recoger mi ser particular en usted.

—¡Vuelve al río, Rostro Sangriento!

—La voz, en un mandato que envía a arrojar mi particular ser en usted.

—¡Sumérgete en las nubes de peces, Rostro Mugriento! Vuelve al río...

—¡Ordenándome que la mate!

—Vuelve al río, empuja el río sobre las orillas con tus grandes manos, empuja...

Hombros cubiertos de espuma colapsaron.

—¡Eso es astuto, ama! —Rostro Sangriento se hundió. Tan rápidamente como se había elevado, se derramó de nuevo en su elemento. Olas de cresta blanca hirvieron en el río.

Rostro Sangriento se hundió por debajo. De repente, el río estaba tan pacífico como la pintura de una colegiala.

Ya no había nada que ver, excepto el río y mis antebrazos descansando en la baranda.

Excepto el río, la baranda, y mis antebrazos, y también los antebrazos de Eldric, descansando junto a los míos. Los miré, los largos antebrazos de Eldric, mangas de camisa empujadas hacia atrás a pesar del frío. Mis antebrazos, perdidos en las mangas de tweed de su abrigo.

—Oh, oh —dijo Eldric—. Estás llena de sorpresas.

Tuve que mirarlo en ese momento, no vi ninguno de los rostros del Eldric que conocía. Su rostro estaba quieto. Sólo sus ojos estaban vivos.

—Estoy esperando —dijo.

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