Chime

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Capítulo 25

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Capítulo 25

Una pequeña excursión

 

Esa tarde, Tiddy Rex llamó a la puerta del jardín.

—¡Señorita, oh señorita! —Se había puesto pálido de la emoción; sus pecas se destacaban en su salpicado uniforme—. ¡Vengan a ver, señorita!

—¿Qué pasa, Tiddy Rex?

—Lo siento, señorita. Se supone que lo tenía que decir con las otras palabras: el Sr. Eldric tomaría muy amablemente de su parte si pudiera ir a mirar en la plaza.

Eldric. Mi estómago se encogió sobre sí mismo, como un erizo.

Nos damos un beso, luego, ¡el amor!

—Honestamente, señorita, usted nunca ha visto nada igual. Es una sorpresa. Y el Sr. Eldric requiere la presencia de la Srta. Rose, también.

—¡Rose! —Llamé dentro de la casa—. Eldric tiene una sorpresa para nosotras en la plaza.

—Me gustan las sorpresas —dijo Rose.

Tengo que enfrentar en algún momento a Eldric. Tambaleantes y entrelazados, cantando Lord Randal…

—Vamos a avanzar a saltos, entonces.

—No a saltos —dijo Rose.

No estaba lloviendo, pero el aire estaba húmedo. Se podía ver el viento. La horca se elevaba alta y solitaria, piel y huesos contra las nubes grises. El viento enviaba la soga a balancearse. Le di la espalda a su ojo de Cíclope.

La sorpresa se extendió y ronroneó ante mí.

Se trataba de un automóvil —“¡Automóvil! ¡Oh, automóvil!” cantan los ángeles celestiales—.

Largo, pero no muy largo. Rojo, pero no demasiado rojo. Elegante entre los elegantes, brillante

entre los brillantes. Y sentado al volante estaba Eldric Clayborne, dejando un residuo de sus diabólicas manos pegajosas en todo su color rojo.

En realidad, no rojo, sino cardenal. Sí, cardenal —¡Cardenal!— con sus connotaciones de Alta Religiosidad —¡Aleluya! ¡Aleluya!—.

—¿No es ella una belleza? —dijo Tiddy Rex.

¿Ella?

—Todos nosotros, los muchachos, pronto nos iremos en una pequeña excursión en ella. Ésa es la palabra más apropiada, dice el Sr. Eldric. Una pequeña excursión.

Ella. Por supuesto, el automóvil era una mujer. Briony Larkin podría enamorarse de una dama. Eso sería muy apropiado. No habría nada de la suciedad de los hombres y sus cigarros.

El automóvil había sido adquirido con Leanne en cuenta, por supuesto, pero la quería de todos modos. Al automóvil, quiero decir.

Los hombres del Sr. Clayborne habían dejado su trabajo para mirarla. Rose caminó dando vueltas y vueltas, tocando la piel de caramelo de manzana con un dedo. Al mismo tiempo, Eldric estaba ayudando a sucios y pequeños niños y niñas a montarse en el automóvil, y sentando sus espaldas horribles en los asientos de cuero blanco. Uno de los chicos sonó su bocina de voz de ganso.

El cuero blanco. Debía detenerme para otro ajuste de color. No era blanco, era crema. Espesa, derretida crema, con pequeños botones adorables para fijar los pliegues decorativos y borlas; botones de cuero color crema, por supuesto. Incluso los interiores de las puertas fueron rellenados con piel en color crema.

Cada rueda era una confección de caramelos hilados trabajados en metal. En frente, los ojos saltones del automóvil miraban desde capuchas de bronce protectoras. Un águila de bronce se posaba en su nariz.

—¿Te gusta?

Salté ante la voz de Eldric.

—Estoy enamorada.

—Yo también —dijo Eldric—, lo que funciona bien, ya que he reservado el primer viaje para ti.

Pearl nos ha hecho un picnic. Me tomé la libertad de pensar que tú y Rose podrían unírseme.

—Hubiera pensado que le darías a Leanne el primer viaje.

—¿Después de lo que me dijiste? —dijo.

—Sin embargo, no me creíste, ¿verdad?

—No. —Él sonrió; yo sonreí. Nos damos un beso, luego, ¡el amor! Ugh. Estómago erizándose. Ugh.

Rose y yo compartimos el asiento del pasajero. Me hundí en el cuero color crema.

—¡Señorita! —dijo Tiddy Rex presionando su nariz en la ventana. Astutamente, encontré una pequeña manivela para abrirla—. ¿Me lleva la próxima vez, señorita?

Yo solía ser la que se quedaba atrás, por lo general, pensando en Rose, mientras que los otros estaban fuera comiendo un helado o andaban en trineo en las noches frías y frescas.

No me importaban mucho las noches frías, frescas, pero nunca había probado un helado.

El automóvil estalló en vida y se deslizó hacia adelante.

—¿Señorita? ¡Señorita!

—La próxima vez, Tiddy Rex —dijo Eldric—. Puedes sonar la bocina.

Rose habló con Eldric. Ella en realidad condujo la conversación. ¿Cómo funcionaba el automóvil?

¿Por qué hacía tanto ruido? Yo apenas podía oírlos, y lo que pude oír, no lo entendía. Era todo sobre resortes y los trenes de transmisión y litros y cilindros y caballos de fuerza. ¿Caballos de fuerza? ¿No es el punto mismo de un automóvil la ausencia de caballos?

Fue un intercambio peculiar, pero cosas peculiares ocurrirán en este nuevo mundo de automóviles.

La tarde era gris y lacrimosa, pero el auto era muy acogedor. Sostuve mi mano fuera de la ventana.

Hay un placer especial en tener un poco de uno mismo enfriándose, mientras que el resto está ajustado por debajo de una manta envuelta.

Me hundí en el cuero color crema.

—El automóvil me hace sentir que soy realmente una figurita de Dresden —dije.

—¿Dresden? —dijo Rose.

—Algo precioso y frágil —dijo Eldric—. Algo que debería ser tratado con sumo cuidado.

—Briony no es frágil —dijo Rose—. Ella siempre dice lo fuerte que es.

—¡Eso es un poco embarazoso, Rose!

—Tiene razón—dijo Eldric—. Eso es lo que estás diciendo siempre.

—Aún más embarazoso —le dije—. ¿No crees que sea verdad?

Nos encontramos a lo largo de un camino áspero, a través de brezo, turba y aulaga. El páramo se levantaba en pliegues de lavanda, salpicado de algunos abetos artríticos.

—En cierta manera, tal vez —dijo Eldric. Pero luego se tranquilizó y no terminó su pensamiento.

—¿De qué manera?

—En el Amazonas de las formas de Swampsea —dijo Eldric, pero tenía la sensación de que sólo le había empujado a un lugar lejano y eso no era, en absoluto, todo lo que había querido decir.

Ahora la tierra se elevaba a nuestro alrededor, cortando nuestra vista del páramo. Las riberas a ambos lados estaban goteadas con musgos envejecidos y helechos amarillos y setas de color marrón, ásperas, como cuero. El otoño se había apoderado de ellas. Sólo faltaba poco más de una semana hasta Halloween, que era cuando Eldric se enteraría de que soy una bruja.

Lo vi ajustar el volante giratorio. Si Miguel Ángel hubiera vivido en esta era de automóviles, sabría exactamente cómo iba a esculpir la mano de Eldric. Los dedos largos e inquietos, la energía que podría, en cualquier momento, girar el volante en una cima.

Nos salpicamos a través de las hojas empapadas, luego pitamos sobre piedras para subir a un largo páramo ascendente.

Me imaginaba lo que esos dedos podrían hacer en Halloween, cuando revelara mi verdadero yo. Iba a quedarse muy quieto mientras absorbía la información. ¿Y luego qué? ¿Querría que le devolviese las cosas que había hecho?

Toqué la lobita gris perlada que colgaba en mi pecho. Si él quería las cosas de vuelta, sería demasiado tarde. Las había desaparecido.

Pero yo no podía soportar que él lo averiguara de esa manera. ¿Qué pasaba si yo se lo decía?

¿Qué si?

Nos detuvimos en un montón desordenado de piedras. La casi lluvia había traspasado al casi sol.

Eldric extendió una manta en el lado soleado de las piedras, las cuales estaban rojas y calientes.

Rose se dio la vuelta, a pesar de la manta sugerente de picnic, y Rose era muy aficionada a los picnics. Ella miró hacia abajo, al vuelco del páramo, hacia el viento partiendo a través de la maleza, hacia un conjunto de caballos galopando por allí.

Eldric extrajo la cesta de picnic; instalamos nuestra cena. Un termo con té; pollo frío; bollos con mermelada de frambuesa y crema; y galletas.

—Mira, Rose —le dije—. Bollos y galletas… ¡galletas compradas en la tienda!

Pero Rose no parecía haber escuchado. Ella permanecía sonriendo, no su sonrisa de mona ansiosa, sino la sonrisa de una niña real. Ella tenía sus propios pensamientos… agradables pensamientos.

Por supuesto que los tenía.

Pearl era la genia del picnic. El picnic era la esencia misma de la comida campestre. Ella nos había dado una colcha, desgastada y descolorida, justo de la forma en la que una manta de picnic debe ser. Los panes estaban envueltos en un paño azul y blanco, y si yo fuera una chica en una historia, habría exclamado: ¡Mira, están todavía calientes!

Lo cual, estaban.

—Supongo que es hora de acabar de una vez con esto —dije—. Mientras Rose no está escuchando.

—¿Sobre lo que pasó anoche? —Eldric no fingió no saber lo que quería decir.

—Estoy muy mortificada. Preguntándote esas cosas molestas, y... ¡y cantando!

—¡Pero me alegro que lo hayas hecho! —dijo Eldric—. ¡Tienes una… una voz deslumbrante! Nunca hubiese podido oírla, de otra manera.

Negué con la cabeza.

—Solía cantar bastante bien, pero crecí sin ello.

—No es así —dijo Eldric—. Te lo digo, no es así.

—Tal vez sólo puedo cantar cuando estoy ebria. —Sonreí para demostrar que no lo decía en serio—. Y luego, en las escaleras… oh, lo siento mucho.

—Qué lástima esa memoria fenomenal —dijo Eldric—. Más bien esperaba que lo olvidaras.

—Desearía hacerlo —dije—. Y este pensamiento horrible sigue viniendo a mí. ¿Qué pasa si no soy mejor que Cecil? ¿Qué pasa si cuando me ponga a beber, vaya y bese a las personas?

—Tú no eres en absoluto como Cecil —dijo Eldric.

—¿Cuál es la diferencia?

—Bueno —dijo Eldric, pero hizo una pausa y, otra vez, tuve la sensación de que se iba a la deriva.

—¿Y bien?

—Nunca he invitado a Cecil a un pininc —dijo Eldric.

—Pensé por un momento que ibas a ser serio —le dije.

—Ni siquiera por un momento.

—Me sentí terriblemente mal —le dije—. Tal como tú lo habías predicho.

—He estado bajo esa tempestad yo mismo —dijo Eldric—, justo en esa manera. Pero creo que los miembros de la Fraternidad, jóvenes y alegres como nosotros, a veces necesitan hacer tales cosas, sólo para aprender a no hacerlas de nuevo.

—No tengo intención de hacer eso otra vez.

—¿No vas a beber jamás? —dijo Eldric.

—Así no, por lo menos.

—Un brindis en tu boda, ¿tal vez? —dijo Eldric.

—Nunca me casaré —le dije—. Pero me gusta el champán.

Es curioso como me había empezado a sentir tan cómoda con Eldric la primavera pasada, pero esas, ahora espinosas y pequeñas pausas, estaban creciendo entre nosotros. Es completamente lo contrario a mi experiencia con otras personas. Suelo empezar a sentirme incómoda y tengo que intensificar la parte ácida y divertida de Briony.

Pero a medida que empiezo a despreciarlos, crecen cada vez más fácil, y los chistes caen de mis labios como sapos.

—¡Mira! —Rose señaló hacia el acantilado—. Es un caballo.

Era extraño debido a la Noche de las Moras. La Noche de las Moras arruinó todo.

—Oh —dijo Eldric, su voz tan carente de inflexión que miré hacia arriba. Se puso de pie al lado de Rose, mirando a lo largo de su dedo índice, protegiéndose los ojos contra el sol.

—Puedo decir quién es, a partir de ese tono particular de verde —dijo Rose—. Tengo un ojo para el color.

Mi boca se tornó amarga.

—¿El caballo es de color verde?

—Puedo decir que es una broma —dijo Rose.

Me uní a ellos, sabiendo lo que vería. Un caballo y su jinete, tronando a través del páramo. El caballo no era verde, pero yo… me estaba tornando verde, eso es. El sabor del recuerdo de la noche anterior aumentó por debajo de mi lengua, todo nauseabundo y arenoso. Tragué fuertemente.

El viento torcía a través de la pluma de pavo real en su sombrero, tiraba de la cazadora de su traje de montar color verde.

—Ella monta muy bien —dije.

—Sí —dijo Eldric.

—Parece estar dirigiéndose hacia acá.

—Sí —dijo Eldric.

—¿Tenemos suficientes galletas de chocolate? —dijo Rose.

—Vamos a comérnoslas todas —dijo Eldric—. ¡Ahora!

Leanne estaba ahora instando al caballo a subir el acantilado, ahora más lento, ahora deslizándose de la silla, volviéndose hacia nosotros, sonriendo con esos dientes exagerados.

—Qué sorpresa —dijo Eldric.

Leanne estaba sonrosada, brillante y vigorosa, se veía indecentemente saludable.

—Pensé que podrías volver aquí.

Volver aquí. Eldric y Leanne habían estado aquí antes.

Rose se lanzó en la manta y tomó el paquete de galletas.

—¿Cuál es la regla, Rose? —le dije.

—Los dulces son para después. —Rose lo dejó—. Pero prefiero hacer una pregunta ahora. ¿Una persona siempre debe guardar un secreto, o no debe?

Volver aquí.

—En realidad es su deber —le dije. Había pensado que este lugar era tan fresco y nuevo, pero ellos habían estado aquí antes. Eso se lo llevaba todo.

—¿Incluso si ella prefiere no hacerlo?

—Aun así —dije.

—Espero que no les importe que me una —dijo Leanne. Me importaba. Después de todo, ella había intentado matarme. Una chica en una novela, diría que eso era difícil de creer, pero no era así.

—No estoy de acuerdo —dijo Eldric—. Algunos secretos son malos y deben ser dichos.

—¿Qué pasa si una persona puede decirlos sin decirlo? —dijo Rose.

—¿Qué quieres decir? —dije.

—Tengo una pregunta diferente —dijo Eldric—. ¿Por qué lo quieres decir?

—Es un secreto terrible —dijo Rose—. Es terrible decir que vas a lastimar a una persona si ellos cuentan un secreto, ¿no?

—Sí —dijo Eldric—. En su mayoría terrible.

Estábamos todos sentados ahora en la manta. Hubo un fuerte olor a almizcle y sal. Leanne debía haberse ahogado en perfume. Por primera vez, Eldric la miró. Él ajustó su posición muy ligeramente, abriendo el círculo, dejándola entrar en la conversación.

—Puede que no siempre sea terrible —dije—. ¿Qué pasa si al decirle a la persona que mantenga el secreto, en realidad la estás protegiendo? ¿Qué pasa si ella misma se hace un daño si lo dice?

¿Era eso lo que les gustaba a los hombres, el almizcle y la sal?

—Muy bien —dijo Leanne—. Siempre hay dos lados en cada historia.

—Nunca es aceptable herir a alguien, o amenazar con hacerle daño —dijo Eldric.

—Pero has golpeado a alguien —le dije—. Yo te vi.

—Él estaba hiriendo a alguien más. —Eldric debería haberme visto. Yo era la persona que había sido herida. Pero miraba a Leanne. Estaba cayendo bajo su hechizo, ¿cierto? Tenía que recordarle…

no debo permitir que él…

—¿Sólo fue ayer —dije—, que me pediste que te diera crédito por un poco de inteligencia?

—Eso creo. —Los dedos inquietos de Eldric alcanzaron un bollo—. Parece que fue hace tiempo.

—Él extendió la muy delgada mermelada, amontonado la muy espesa crema.

— Él estaba hiriendo a alguien más —imité a Eldric—. Siempre es diferente cuando se trata de uno mismo, ¿no? Pero recuerda: tú mismo admitiste que habías sido estúpido.

—¡Touché! —Eldric me entregó un cremoso atardecer de bollo: montones de crema, un toque simple de color rosa.

—Eldric es demasiado duro consigo mismo —dijo Leanne.

—Gracias —le dije, refiriéndome al bollo—. Es justo de la manera que me gusta.

—Lo sé —dijo Eldric—. Nunca voy a luchar a brazo partido con la treceava declinación, pero sí sé lo que te gusta.

Qué bonito comer en una puesta de sol, aún con clima cálido y extendido con nubes.

—Eldric está lejos de ser estúpido —dijo Leanne—. Él es un genio a su manera.

¡Pero esa era mi idea! Había dicho que era un genio la noche de la fiesta en el jardín. ¡Leanne no podía tratar de matarme, y robar mi idea también!

—Fue realmente estúpido. —Sin embargo, no lo dije en voz alta.

—Es cruel, Srta. Larkin. — Srta. Larkin. ¡Ja! Ella no podía distinguirme de Rose.

—No lo creo —dije—. Todos somos estúpidos, ¿o no lo somos, de vez en cuando?

—Pero yo más que la mayoría —dijo Eldric, sonriendo.

Leanne comenzó a hablar, pero Rose la interrumpió.

—Puedes dejar de hablar. Me estás distrayendo de una decisión muy difícil. —Hizo una pausa—.

Necesito primero sentar las bases.

—¡Cúbranse! —dijo Eldric entonando las palabras. Se había puesto eléctrico—. ¿Quieres que te prepare un bollo, Rose?

Rose asintió con la cabeza.

—¿Te acuerdas de cómo Padre solía llamarme?

—¡Rosy Posy! —dije, la cual era la respuesta, pero resultó ser más una exclamación.

—Él solía llamarte Briony Vieny.

Briony Vieny.

—Lo recuerdo.

Pero me hubiera gustado no hacerlo. Cuán mortificante recordarle a Leanne el infantil nombre de una mascota.

—¿Sabes cómo Briony y yo coincidimos? —A veces no es claro a quién le está hablando Rose, porque ve a todos lados, no a una sola persona.

Esta vez, sin embargo, dejó claro a quien no le hablaba: ella le había vuelto la espalda a Leanne.

—Sus rostros coinciden bastante —dijo Eldric.

—Las caras son sólo genética. —Rose era muy inteligente a su manera—. Pero los nombres no son genéticos.

—¿Puedo adivinar sobre cómo coinciden? —dijo Eldric.

—Si puedes —dijo Rose, lo que era generoso, porque es aficionada a anunciar sus ideas.

—¿Coinciden porque una rosa es una flor y también lo es una briony?

—Es una vid —dijo Rose.

—Una enredadera venenosa —dije.

—Nunca puedo adivinar correctamente —dijo Eldric—. Debe ser porque soy tan estúpido.

—¡Por favor, Eldric! —dijo Leanne.

Me entraron ganas de reír, quería lanzar mis brazos sobre Eldric. Él estaba jugando conmigo, estaba jugando en contra de Leanne.

—Porque las dos somos plantas —dijo Rose—. Nuestros rostros coinciden, y nuestros nombres coinciden, pero hay algo que no concuerda. —Y que los Horrors me lleven si ella no muestra uno de sus collages—. ¿Te gusta?

Me gustaba, en realidad. Era una explosión de azules y morados, con algunos toques de melocotón y dorado para darle vida.

—Me gusta extremadamente —dijo Leanne, aunque a ella no se le había preguntado—.

¿Cómo sabes que colores usar?

—Tengo un regalo. —Rose se sentó más cerca de mí que de costumbre—. Pero no es el tipo de regalo le das a alguien. Lo tengo todo para mí, Eldric lo dijo.

—Hice el cortar y pegar —dijo Eldric—. ¿No hice un excelente trabajo?

—Eldric es el Asistente Administrativo de Tijeras y Pegamento —dijo Rose.

Mientras miraba el collage, los colores se resolvieron entre sí, en patrones, y los patrones se resolvieron entre sí en una imagen.

—¿Veo a… personas?

—¡Sí! —dijo Rose, y su voz realmente logró un signo de exclamación—. ¿Quiénes son las personas?

Las personas eran bastante abstractas, en su mayoría gotas de color melocotón con ojos.

—¿Son bebés? —dijo Leanne.

—¡Sí! —dijo Rose, todavía sentada con la espalda hacia Leanne, lo que fue maravillosamente grosero—. ¿Quiénes son los bebés?

Miré fijamente el collage, pero los “bebé-gotas” no dieron sus nombres.

—No sé —dije—. ¿Quiénes son?

—No te puedo decir —dijo Rose—. Porque es un secreto.

—Pero Rose —dije.

—Me gusta Rosy Posy —dijo Rose.

—Pero Rosy Posy —le dije.

—Yo prefiero que lo veas —dijo Rose—. Porque entonces te vas a mejorar.

—Pero ya no estoy enferma —dije.

—Estás enferma en un tipo de manera diferente —dijo Rose.

—¿Qué manera es esa? —dijo Eldric.

—Ella está enferma en sus pensamientos —dijo Rose.

—¡No lo estoy!

—Sí que lo estás —dijo Rose—. Crees ciertas cosas acerca de ti y ellas no te hacen feliz.

Eldric me miró, pero fingí no darme cuenta. ¡Cállate, Rose!

—¿Qué te hace pensar que tengo pensamientos tristes? —No lo he dicho a Rose como esas… cosas íntimas.

—Porque hablas cuando estás dormida.

Oh.

—¿Puedo aventurar una conjetura? —dijo Eldric.

—Aventurar es peligroso —dijo Rose.

—Aventurar una conjetura acerca de los bebés, quiero decir. ¿Son tú y Briony?

—¡Sí! —Rose de hecho se puso de color rosa por todos esos signos de exclamación.

—Eres siempre tan inteligente —dijo Leanne.

—Ésta eres tú, Rose. —Señaló Eldric—. Ésta de aquí es Briony.

—¡Sí!

—¿Cómo diablos puedes decirlo? —dije.

—Te lo he dicho docenas de veces, tú y Rose no son nada iguales —dijo Eldric.

—Eldric tiene un buen ojo para el arte de todo tipo —dijo Leanne—. ¿Cierto, querido?

—Si tú lo dices —dijo Eldric.

¡Querido! ¿Se estaban tratando de “queridos” el uno al otro cuando estaban aquí? Me los imaginaba, magníficos a caballo, arrojando “queridos” de aquí para allá.

—No estás prestando atención —dijo Rose.

Me incliné más cerca. Los bebés eran un poco más que rectángulos de papel, sin embargo, eran claramente bebés. ¿Cómo había hecho eso?

—Es fantástico, Rose.

—Lo sé —dijo Rose—. ¿Qué más ves?

Miré, y Eldric miró, pero no pudimos ver otra cosa.

—Prefiero que lo veas —dijo Rose.

—¿Tal vez Leanne puede verlo? —dijo Eldric.

Leanne lo contempló, pero finalmente negó con la cabeza.

—Lo siento.

—Ya ves, Rose —dijo Eldric—, no tenemos tus ojos para el color.

—Puedes llamarme Rosy Posy —dijo Rose—. Sin embargo, Leanne, no puede.

—¡Rose! —dije—. Eso fue muy grosero.

—Nosotros no le pedimos que viniera —dijo Rose.

Me volví hacia Leanne para pedir disculpas, pero Leanne sonrió y negó con la cabeza.

—No dejes que te moleste. Lo entiendo perfectamente.

—¡No te rindas! —dijo Rose—. ¡Briony debe ponerse mejor!

Miré profundamente en el collage, en una capa de azul oscuro con manchas blancas y amarillas.

—¿El cielo nocturno? —dije.

—Sí —dijo Rose—. Eldric ha corroborado mi teoría de que está muy bien decir sí cuando se acierta.

—Tengo la intención de sólo hacer conjeturas correctas —le dije.

El collage estaba dividido en dos mitades con una línea vertical de color negro. A primera vista, las dos mitades eran idénticas. Una luna pálida en cada una, y un bebé de melocotón pálido, con un sólo ojo.

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