Chernobyl

Chernobyl


37. Miércoles, 21 de mayo.

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Miércoles, 21 de mayo.

La terminal de la TWA en el Aeropuerto Kennedy, en Nueva York, con sus alas de gaviota, no es solamente un espectáculo arquitectónico; es, además, inmensa. Tiene sus propios servicios de aduanas e inmigración para los pasajeros que llegan del extranjero. Ello evita que se produzcan aglomeraciones, y es buena cosa. Los Estados Unidos no son el país de mundo donde se puede entrar con mayor facilidad. Los registros de equipajes pueden ser muy estrictos. Los extranjeros deben tener visados y certificados sanitarios, y a veces se les somete a innumerables preguntas sobre sus ideas políticas y posibles antecedentes penales. En ocasiones incluso son devueltos al avión para que regresen a casa. Durante muchos años, incluso los ciudadanos americanos que llegaban del extranjero perdían muchísimo tiempo haciendo cola, pero ya que tantos electores se quejaron ante tantísimos congresistas, ahora resulta más fácil volver al propio país. Hoy pasan de largo ante las oficinas de Inmigración, y también ante las aduanas si dicen que no tienen nada que declarar. Pero no siempre. Y a aquéllos a quienes se pide que entren en otra habitación suele esperarles una odisea.

Así que cuando a Dean y Candace Garfield se les invitó cortésmente a que salieran de la cola ante el mostrador de la aduana, la sorpresa fue desagradable.

—¡Pero si ya lo hemos anotado todo en los impresos —se quejó Garfield—. Todavía no hemos hablado con el funcionario de aduanas…

Entonces vio que el jefe de publicidad de su cadena en Nueva York se le acercaba, acompañado por una mujer joven y un oficial de uniforme del Servicio de Inmigración, y se relajó.

—Dejad las maletas —le apremió el hombre, sonriendo—. Bobbi se hará cargo de todo. Tenemos algo más para vosotros.

El «algo más» resultó ser una habitación pequeña donde les esperaba un médico con una jeringuilla de toma de sangre. En la puerta había media docena de periodistas de prensa y televisión, ansiosos de hablar, primero, con celebridades, y sobre todo con celebridades que hubieran estado cerca del desastre de Chernobyl. Aquella noche, los Garfield tuvieron el placer de verse en los noticiarios vespertinos.

—¡Debí haberme arreglado el pelo en Viena! —se quejó Candace; pero su marido, cambiando de canal, dijo sinceramente:

—¡Estabas estupenda! Maravillosa. Y, mira, incluso salimos en la CBS.

Allí estaban. Por supuesto, les dedicaron menos tiempo que en su propia cadena, pero de todas formas Garfield se vio sonriendo una vez más a la cámara y diciendo:

—Los médicos creen que tenemos trazas de, ¿cómo se llama?, telurio y otras cosas terminadas en «io», procedentes de la explosión. Pero lo mismo le pasa a todo el mundo en Ucrania. No es mucho, y no necesitamos preocuparnos al respecto. Y, sí, la gente de Kiev marcha bien. Por lo que vimos, lo han limpiado todo, aunque lógicamente están preocupados por el futuro; pero…, ¡diablos!, ¿quién no lo está?

—¡Se han saltado toda la parte en que hablaba de Camarada Tanya! —se quejó Candace cuando vio que el presentador cambiaba a un «tema relacionado».

—Espera un minuto —dijo su marido—. Quiero oír esto.

El «tema relacionado» era la noticia de una conferencia de prensa ofrecida por la Asociación Americana de Ingenieros Nucleares.

A su portavoz le concedieron más tiempo que a los Garfield, y el hombre explicó que lo sucedido en Chernobyl no podría suceder aquí. Sí, se habían dado accidentes en América, en el pasado…, accidentes pequeños; en realidad, sólo contratiempos técnicos si uno los juzgaba con imparcialidad y no era uno de esos obsesos antinucleares. Y ciertamente, nadie había resultado herido en América en un accidente nuclear. Bueno, muy pocas personas. Sí, era cierto que el reactor de Chernobyl tenía un escudo protector, en contra de lo que se había dicho al principio, pero era rectangular, no una cúpula. Sí, de acuerdo, en el caso de la Isla de las Tres Millas las autoridades no informaron durante varios días, y tal vez el presidente de la Comisión Nuclear Reguladora había expresado con irritación su deseo de que, en ciertas ocasiones, no se respetara tan fielmente la libertad de prensa en los Estados Unidos… Sí, cierto, terminó el hombre, enfadándose evidentemente cada vez más, eran varios los detalles nimios que las Janes Fonda y la gente que amaba las ballenas podían esgrimir contra la energía nuclear. Ése era su privilegio. Sin embargo, aquel desastre no podía suceder aquí, y lo ocurrido en Chernobyl demostraba simplemente que no se podía confiar en los rusos para cuestiones de alta tecnología. Los responsables de Chernobyl estaban sin duda en apuros, ¡y se lo merecían!

—Cristo —dijo Garfield, cambiando otra vez de canal, aunque no encontró nada excepto la información meteorológica—. No me gusta cómo suena eso. Espero que el primo Simyon esté bien.

—Ojalá me hubiera puesto el vestido azul —suspiró su esposa.

Otro «tema relacionado» no obtuvo cobertura en los noticiarios, aunque el servicio de prensa de Garfield se lo pasó entre los recortes de periódico, al día siguiente. La noticia procedía de Francia, donde cinco trabajadores de una planta de reprocesado nuclear en Cap La Hague habían quedado expuestos a radiación (uno de ellos cinco veces la dosis anual tolerable), cuando de una tubería escapó líquido radiactivo.

Tal noticia no llamó mucho la atención en América. Ni siquiera en Francia la tomaron en serio, excepto en la redacción de un periódico donde un reportero había descubierto algo considerablemente más preocupante. Al parecer, aquel mismo año otro reactor francés había alcanzado el punto crítico cuando las bombas fallaron por un corte de suministro eléctrico en los circuitos primarios. Esto era grave, pero las cosas empeoraron cuando se intentó evitar el meltdown total con los generadores diesel de reserva. El primer generador falló. El segundo era la última esperanza.

Funcionó, y la fusión del núcleo se evitó con su ayuda. Los franceses consiguieron desconectar el reactor. Profirieron unas cuantas maldiciones, y uno o dos se fueron a casa a cambiarse de calzoncillos; eso fue todo.

Si la noticia llamó poco la atención fue porque tuvo un final feliz…, excepto (como el reportero le contó a su director) que para Francia había sido una gran suerte que el accidente hubiera ocurrido en un cálido día de primavera. El segundo generador también funcionaba con motor diesel, y cuando hace frío, según admitían los trabajadores de la central, los diesel, normalmente, rehusan ponerse en marcha.

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