Chernobyl

Chernobyl


32. Miércoles, 14 de mayo.

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Miércoles, 14 de mayo.

Han pasado dieciocho días desde la explosión en la central nuclear. Todos los televisores de la Unión Soviética están encendidos y a la espera de un mensaje importante, y Mijail Gorbachov aparece en la pantalla. Su rostro es grave, pero su presencia firme. Empieza a hablar:

—Buenas noches, camaradas. Como todos ustedes saben, una desgracia ha caído sobre nosotros: el accidente de la central nuclear de Chernobyl. Ha afectado dolorosamente al pueblo soviético y ha provocado la ansiedad del público internacional. Por primera vez en la historia nos hemos enfrentado a una fuerza tan siniestra como la energía nuclear que ha escapado al control.

»¿Qué es lo que sucedió?

»Según los especialistas informan, la capacidad del reactor se incrementó de repente durante una desconexión programada en la cuarta unidad. La considerable emisión de vapor y la reacción subsiguiente dieron como resultado la formación de hidrógeno, su explosión, el daño al reactor y la descarga radiactiva correspondiente.

»Es aún pronto para emitir un juicio sobre las causas del accidente. Todos los aspectos del problema (diseño, construcción, técnico y operacional) están siendo investigados de cerca por la comisión del Gobierno.

»No hace falta decir que cuando se complete la investigación del accidente y se llegue a las conclusiones necesarias, se tomarán medidas para evitar la repetición de algo parecido.

A treinta kilómetros del reactor, el soldado Konov estaba encorvado sobre su cena, pero con los ojos fijos en la pantalla. Apenas sabía qué estaba comiendo. Una lástima; era pollo que había traído un granjero local y que los técnicos habían aprobado después de pasar los detectores por encima de sus plumas e incluso sobre su vientre abierto.

—Parece que estaremos aquí mucho tiempo —murmuró el soldado sentado a su lado.

—Estaremos aquí hasta que terminemos el trabajo, Miklas —replicó Konov—. ¡Calla, por favor! Quiero oír lo que dice.

Y la voz de Gorbachov continuó:

—La gravedad de la situación era obvia. Fue necesario evaluarla urgente y competentemente. Y en cuanto recibimos información inicial fiable, se puso a disposición del pueblo soviético y se envió a través de los canales diplomáticos a los gobiernos de los países extranjeros.

»Consideramos entonces de máxima prioridad reforzar la seguridad de la población y proporcionar asistencia efectiva a aquellos que habían sido afectados por el accidente.

»Los habitantes de las poblaciones cercanas a la central fueron evacuados en cuestión de horas y luego, cuando se descubrió que había una amenaza potencial para la salud de las personas en la zona adyacente, también se las trasladó a lugar seguro.

»Sin embargo, las medidas tomadas no consiguieron salvar a todos. Dos hombres murieron en el accidente, un ajustador de los sistemas automáticos y un operador de la central.

»Hasta la fecha de hoy, había 299 personas hospitalizadas bajo diagnóstico de radiación en diversos grados de gravedad. Siete de ellas han muerto. Al resto se les está aplicando el mejor tratamiento posible.

En su apartamento de Kiev, el matrimonio Didchuk y los abuelos estaban reunidos en torno a su aparato.

—No menciona a los niños evacuados —se quejó la señora Didchuk.

—Porque seguro que ninguno de ellos sufre radiación —la tranquilizó su esposo—. Después de todo, hablamos con nuestra hija por teléfono ayer mismo.

—¡No quiero hablarle por teléfono! ¡Quiero abrazarla!

—Pronto, querida. ¡Mira ahora! ¡El camarada Gorbachov está furioso!

Al menos, había torcido el gesto mientras decía duramente:

—No puedo dejar de mencionar otro aspecto de este asunto. Me refiero a la reacción que ha habido en el extranjero sobre lo sucedido en Chernobyl. —Se detuvo un instante. Su expresión se suavizó al continuar—: En todo el mundo, y hay que recalcarlo, la desgracia que ha caído sobre nosotros, y nuestras acciones en esta complicada situación, han sido tratadas con comprensión.

»Estamos profundamente agradecidos a nuestros amigos de los países socialistas que han mostrado su solidaridad con el pueblo soviético en un momento difícil. Estamos agradecidos a las figuras políticas y públicas de otros estados por su sincera simpatía y apoyo.

»Expresamos nuestros más cálidos sentimientos a los científicos extranjeros y a los especialistas que se han ofrecido rápidamente para ayudar a remediar las consecuencias del accidente. Me gustaría hacer notar la participación de los médicos americanos Robert Gale y Paul Terasaki en el tratamiento de las personas afectadas y expresar gratitud a los círculos financieros de aquellos países que rápidamente reaccionaron a nuestra petición de ciertos tipos de equipo, materiales y medicinas.

»Pero… —y ahora frunció el ceño—, es imposible ignorar y no evaluar políticamente la manera en que el suceso de Chernobyl ha sido tratado por los gobiernos, las figuras políticas y los medios de comunicación de ciertos países de la OTAN, especialmente los Estados Unidos de América.

»Han desatado una feroz campaña antisoviética.

»Es difícil imaginar lo que se ha dicho y escrito estos días…: “miles de bajas”, “enterramientos en masa”, “Kiev asolada”, que “toda la tierra de Ucrania ha sido envenenada”, y así sucesivamente.

»Hablando en general, nos encaramos a una verdadera montaña de mentiras…, mentiras descaradas y maliciosas. Es desagradable resaltar esto, pero hay que hacerlo. El público internacional debería saber a qué nos enfrentamos, para encontrar respuesta a la pregunta: ¿Qué hay detrás de esa campaña absolutamente inmoral?

»Sus organizadores, a buen seguro, no están interesados en la información veraz sobre el accidente o sobre el destino de la gente de Chernobyl, de Ucrania, de Bielorrusia o de cualquier otro lugar de cualquier otro país.

»Necesitaban un pretexto para difamar a la Unión Soviética y su política exterior, para atenuar el impacto de las propuestas soviéticas para la terminación de las pruebas y la eliminación de las armas nucleares, y, al mismo tiempo, enturbiar el creciente criticismo que en el escenario internacional despiertan la conducta americana y su rumbo militarista.

»Hablando claramente, ciertos políticos occidentales tenían propósitos bien definidos: torpedear las posibilidades de equilibrio en las relaciones internacionales, sembrar nuevas simientes de desconfianza y recelo hacia los países socialistas…

En su apartamento, Warner Borden se levantó para volver a llenar el vaso de Emmaline, pero ella colocó la mano sobre el borde.

—Nada más, por favor —dijo—. Tengo que volver a casa. Pero gracias por dejarme ver tu televisión.

—No me lo agradezcas a mí —sonrió él, con la botella en la mano, por si ella cambiaba de opinión—. Agradécelo al amigo Gorbachov. Está montando todo un show.

Emmaline dudó.

—La verdad es que pienso que tiene razón.

—¿En qué? ¿En lo que dicen los periódicos en América? Bueno, querida, si ellos hubieran publicado la verdad no se habrían producido especulaciones.

—Supongo que así es —dijo Emmaline, pensativa—. De todas formas, ha mencionado a los médicos americanos.

—Claro. Una línea. Y ahora… escucha, va a empezar a hablar del desarme. No querrás perdértelo. Y mira, queda un poquito en la botella. Podríamos terminarla.

—El accidente de Chernobyl —decía Gorbachov— nos muestra una vez más el abismo que se abrirá si una guerra nuclear se abate sobre la humanidad. Pues inherentes a los arsenales nucleares almacenados hay miles y miles de desastres aún más horribles que el de Chernobyl…

»La era nuclear demanda un nuevo enfoque de las relaciones internacionales, la suma de esfuerzos entre estados con diferentes sistemas sociales para poner fin a la desastrosa carrera armamentista y lograr una mejora radical del clima político mundial…

Pero en la habitación de Simyon Smin, en el Hospital número 6 de Moscú, nadie escuchaba las palabras que brotaban del televisor, aunque Vassili Smin miraba fijamente la pantalla con los ojos inundados de lágrimas. Su hermano Nikolai estaba apoyado contra la ventana, con la frente en el cristal y los ojos cerrados. Su madre miraba al vacío con una expresión que no era airada ni triste, sino la mirada frustrada de una mujer que no podía creer que las cosas le hubieran salido tan mal.

Al otro lado de la habitación, su abuela le cerraba los ojos al padre. Las mamparas de plástico habían sido apartadas. La máquina renovadora de sangre estaba en silencio, con las luces apagadas. Simyon Smin parecía dormido, con la boca abierta y la cara franca y amistosa convertida en una máscara.

—¿Qué dijo antes, que nueve personas habían muerto a causa de Chernobyl? —preguntó Aftasia—. Ahora ya son diez.

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