Chernobyl

Chernobyl


11. Sábado, 26 de abril.

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Sábado, 26 de abril.

Dean Garfield tiene treinta y cuatro años y es realmente un productor televisivo de gran éxito en América. La razón de ello es, quizá, que el dinero de la joyería de su padre le pagó cuatro años de estudios y el subsiguiente grado en la Universidad del Sur de California y en el momento preciso, a principios de los setenta. Justo entonces, un puñado de jóvenes y brillantes universitarios se estaban preparando para convertirse en los genios del cine y la televisión del final de la década, y se acordaron de sus compañeros cuando se situaron. Una consecuencia de ello, quizás, es su esposa. Candace Garfield (su nombre profesional es Candace Merlyn) era la estrella del primer programa de Garfield. Desgraciadamente, el programa no pasó de las ocho semanas, y Candace ha estado buscando una nueva serie desde entonces. La hace muy feliz el éxito actual de Garfield con su serie de personajes exclusivamente negros, que lleva ya tres años en antena, pero no hay papeles en ella para rubias altas y hermosas. Confía, sin embargo, en poder representar a una ingeniero nuclear soviética, rubia, alta y hermosa, en una nueva serie, y ha estado elaborando esta idea con Garfield desde el desayuno.

En realidad, la idea surgió de Dean Garfield. Se le ocurrió mientras, con una ligera resaca y demasiado excitado para dormir, contemplaba desde la ventana el nuboso amanecer ucraniano sobre la ciudad de Kiev. Cuando vio que su esposa tenía los ojos abiertos y le observaba desde la cama, sonrió.

—Sospecho que estoy algo cargado. ¿Cuántos americanos consiguen ver el interior de una casa rusa de verdad? Bueno, ucraniana… ¿Sabes una cosa? En esto tiene que haber una historia. ¡Con tanto color local! Vamos a dar un paseo y echar un vistazo a la ciudad.

—Ya hemos visto la ciudad —bostezó Candace—. No tengo fuerzas para más museos de miniaturas.

—¡No me refiero a los lugares turísticos! Hablo de la forma en que la gente

vive. Cómo viaja en el metro. Cómo camina por la calle. Ver cómo… no sé, ver qué comen en lo que haya aquí equivalente a un «MacDonald’s».

—¿Me estás hablando de una nueva serie de televisión? —dijo su esposa, a quien empezaba a interesarle la idea.

—¡Todavía no sé de lo que hablo, pero vamos a dar un paseo!

Y así lo hicieron, aunque empezaba a llover. Por la mañana fueron a una carnicería y una lechería, incluso a unos grandes almacenes. Candace Garfield se maravilló al ver a la gente esperando en cola simplemente para ver qué se podía comprar, haciendo luego una segunda cola para pagar al cajero, y una tercera cola para recoger lo que hubiese.

No descubrieron nada parecido a un «MacDonald’s», pero decidieron disfrutar de la mejor comida que pudieran encontrar en Kiev. A la hora del almuerzo, Dean Garfield estaba casi convencido de que no sólo había en todo aquello un posible programa sino que su esposa bien podría ser la protagonista.

—Tal vez no deberías ser un ingeniero —dijo pensativo, mientras esperaban a que les dieran una mesa en el restaurante «Dynamo»—. ¿Y si fueras una guía del Intourist? Te metes en toda clase de situaciones graciosas con los turistas, ¿sabes? Cada semana hay un grupo nuevo, americanos, japoneses, de todo…, así que tenemos estrellas invitadas en pequeños papeles…

—¿Como

Vacaciones en el mar?

Ella tenía fruncido el entrecejo cuando el camarero les condujo escaleras arriba a una mesa en la terraza, pero se debía a la concentración, no al enojo. Garfield conocía bien la diferencia. Se sentó con un gruñido de satisfacción.

—Menos mal. Me dolían los pies —dijo, echando un vistazo alrededor.

Habían estado caminando por Kiev durante cuatro horas, y Candace no cesó de hablar en todo el tiempo. Su excitación había pasado, pero empezaba a tener auténtica hambre. Cuando llegó la camarera con el menú ni siquiera lo miró; diez días viajando por la URSS le habían enseñado que, de los cientos de platos que aparecían en cada carta, sólo había disponibles la docena que tenían marcados los precios, y no necesariamente todos ellos.

—¿Habla usted inglés? —preguntó.

Como la camarera negó con la cabeza, Garfield se levantó y echó una ojeada a las otras mesas. Cuando vio algo que le pareció comestible, lo señaló, luego se señaló a sí mismo y mostró dos dedos.

—Supongo que no será filete —dijo Candace con tono ausente.

Se había puesto las gafas y estaba tomando notas en su cuaderno.

—Creo que es una especie de guisado de ternera —explicó Garfield—. Olía bien. También he pedido una botella de ese vino blanco de allí.

Encendió un cigarrillo y miró la planta de abajo. Parecía haber al menos dos convites de boda, uno en el cual la novia llevaba el tradicional vestido blanco, aunque sin velo ni cola, y el otro con la novia en traje de calle verde pálido. Una orquesta de cuatro instrumentos tocaba lo que Garfield reconoció como

Gotas de lluvia sobre mi cabeza, y dos parejas bailaban en la diminuta pista.

—Me alegra que decidiéramos quedarnos, aunque no saquemos nada de todo esto —dijo a su esposa—. Me gustaría volver a ver a mis parientes…, si supiera cómo ponerme en contacto con ellos.

—Llámales —dijo Candace con el mismo tono ausente, sin dejar de escribir.

—¿Llamarles a dónde? Simyon no vive en Kiev, y no sé la dirección de tía Aftasia.

La anciana les había telefoneado al hotel y les había enviado un coche el día anterior, y a Garfield no se le ocurrió pedir direcciones o números de teléfono.

—Tiene que haber una guía telefónica —dijo Candace.

—¿En ruso? De todas formas, me parece que no tenía teléfono.

—Entonces esperemos al lunes y llama a la central nuclear. Escucha. Creo que tengo algo. Soy una guía de Intourist, como dijiste. Tal vez en ocasiones soy azafata de Aeroflot. Cada semana cuidamos de un grupo diferente de turistas, y vamos a un sitio distinto. Moscú, Leningrado, Kiev, no sé, tal vez Tashkent, Yalta…, hay un millón de lugares en Rusia. Como en

Vacaciones en el mar, cambiamos de escenarios, ¿de acuerdo? Y cada semana tenemos tres parejas haciendo el viaje, igual que en

Vacaciones en el mar; tratan de salvar su matrimonio, o acaban de conocerse, o estaban enamorados y tuvieron que separarse…

—¿Cómo vamos a arreglarnos con tantas localizaciones?

Ella soltó el bolígrafo para mirarle.

—¿No crees que los rusos cooperarán en la filmación?

—Estoy pensando en los costes de producción, por no hablar de entenderse con los laboratorios y los técnicos rusos.

—Hay que buscarle un nombre a mi personaje —dijo Candace con decisión. Garfield, encogiéndose de hombros, se rindió, y ella continuó—: ¿Qué te parece

Camarada Tanya? Lo de los exteriores es fácil. Envía a un equipo por todo el país para que filmen los fondos, y el resto lo hacemos en estudio. Además, de todas formas, Dean, debe de haber cantidad de exteriores rodados ya. Catedrales, ríos, aeropuertos. ¿Qué tipo de escenarios hacen falta? Un autobús. La recepción de un hotel. Una playa…, cualquier playa puede valer, sólo pon un montón de personas con trajes de baño rusos.

—Podría ser —concedió Garfield; y entonces, viendo asomar el otro tipo de ceño fruncido añadió—: Quiero decir que verdaderamente merece la pena. Buscaré un guionista en cuanto regresemos. ¡Ahí viene nuestro vino!

El guisado resultó ser cerdo y no ternera, y el vino blanco estaba caliente, pero aun así fue un buen almuerzo. Lo que lo hizo particularmente bueno fue que Candace estaba radiante con la nueva idea y Dean Garfield había empezado a confiar en que, aunque nada de lo que hablaran llegara a ser filmado jamás, el proyecto haría que su viaje a la Unión Soviética pudiera ser maravillosa e indiscutiblemente deducible de impuestos. Utilizó su último rollo de película filmando los convites de bodas, los camareros con sus chaquetas, la graciosa orquestina, donde tres de los cuatro músicos eran mujeres. Ni siquiera el terrible, denso y dulce café enfrió su ánimo. Se echó hacia atrás, encendió un cigarrillo y contempló a su bella esposa. Casi todos los presentes en el restaurante habían mirado a la americana alta y esbelta, vestida de color celeste. Garfield suponía que las mujeres miraban el vestido y los hombres imaginaban lo que había debajo. No era un pensamiento nuevo; ésa era su opinión general cada vez que salían juntos, y estaba seguro de que tenía razón. Él hacía lo mismo. Lo hacía ahora mientras contemplaba a su esposa desde el otro lado de la mesa, aunque en su caso no imaginaba, sólo recordaba. Desgraciadamente, no por experiencias recientes. No sólo en

Vacaciones en el mar las parejas viajaban para intentar salvar sus matrimonios.

Apagó el cigarrillo con decisión. Como Candace había llenado el cenicero con la grasa cuidadosamente amputada de su guisado de cerdo, tuvo que usar un plato.

—Podríamos descansar un poco, ¿no crees? ¿Volvemos al hotel?

—Me parece bien. Estoy pensando en los otros personajes fijos. Tendremos un conductor de autobús, tipo Mickey Rooney. Tal vez estuvo en un campo de concentración. Por haber dicho algo malo, pero gracioso, sobre Khruschev o alguno de ésos. Y el tipo de la KGB, gordo, chapucero y tonto. Participa en todos los viajes para vigilar a Tanya, sólo que está loco por ella y nunca informa de nada…

—Escribiremos todo eso en el hotel —prometió Garfield.

Su esposa le dirigió una sonrisa pícara.

—Al menos terminemos el vino. Luego quizá te enseñe mi cicatriz, como la vieja.

—Sí, cuéntame. ¿De verdad te enseñó una herida de bala? Me habría gustado verla.

Candace se echó a reír.

—Ni se te ocurra. Está justo al lado del pubis. Tuvo que quitarse la ropa interior para enseñármela. Y, en serio, cariño, no creerías la clase de bragas que usa.

—¿Dice que la hirieron en la Revolución?

—Bueno, el maestro dijo que en la Guerra Civil… ¿Es lo mismo? La anciana contó montones de cosas, pero la maestra sólo tradujo una cuarta parte. Es una lástima. Si conseguimos volver a localizarles, ¿cómo vas a hablar con ellos?

—Nos preocuparemos de eso el lunes —dijo Garfield—. Acábate el vino. Estoy realmente ansioso por acostarme.

Pensó que el día iba a resultar bastante bueno. Incluso encontraron un taxi delante del restaurante, y al conductor dispuesto a llevarles al hotel. Sólo cuando salieron del ascensor y presentaron la tarjeta del hotel a la conserje, la celadora, o como quiera que llamaran a la mujer que lo supervisaba todo, la cosa empezó a torcerse. Lo primero que ocurrió fue que Candace profirió un gritito al ver que su equipaje estaba apilado tras el mostrador. Lo segundo fue que la mujer les dijo, en un inglés con fuerte acento, que tenían que marcharse para Tbilisi aquel mismo día con el resto del grupo de Intourist; su habitación se necesitaba de inmediato para los nuevos huéspedes, quienes de hecho ya la estaban ocupando. ¿Les importaría llevarse las maletas ahora mismo?

—¡Pero dejé una nota en recepción! —exclamó Garfield—. Decía que habíamos cambiado de planes.

La mujer pareció sorprendida.

—No, eso es imposible. Su grupo ya se ha marchado. Deben ir inmediatamente a caja y abonar su cuenta; luego un portero trasladará su equipaje.

En recepción no fueron más amables. No, no había habitaciones disponibles. No, no habría tampoco habitación en ningún otro hotel de Kiev; dentro de pocos días sería el Primero de Mayo y, naturalmente, todos los hoteles estaban llenos.

Garfield dio la espalda a su esposa porque no quería ver el aspecto de su cara.

—Bueno —dijo, en el tono seguro y relajado que de tanto le había servido en las reuniones de ejecutivos de las cadenas de televisión—. Estoy seguro de que habrá algún lugar donde podamos hospedarnos. ¿Una casa particular? Ya sabe, uno de esos sitios donde dan cama y desayuno.

—Va contra la ley que los extranjeros se hospeden en casa de cualquier ciudadano soviético.

—¿Pero entonces qué vamos a hacer?

Lo único que la empleada de recepción concedió fue:

—Les guardaremos el equipaje hasta que lo recojan.

Hizo un cortés movimiento de cabeza, les dio la espalda y desapareció.

Garfield abrió la boca para llamarla, pero su esposa le tiró de la manga.

—Vámonos fuera —dijo.

Su tono no admitía discusión.

Una vez estuvieron en la calle, él se quejó.

—Pero no podemos dormir ahí en medio, querida.

—Había un hombre detrás de ti —dijo ella, tensa—, escuchándolo todo.

—¿De qué hablas? ¿Quieres decir una especie de policía secreto? ¡Si no hemos hecho nada!

—Vamos —dijo ella, empujándole para que caminara. Los transeúntes les miraban con curiosidad. Candace guardó silencio hasta que doblaron una esquina; entonces se volvió hacia su esposo—. Tenemos bastantes cheques de viaje. Ésta es una ciudad grande; ha de haber algún lugar.

—La empleada dijo que no.

—La empleada no lo sabe todo. —Ella reflexionó un instante, luego sonrió—. Esto podría ser una auténtica aventura, ¿sabes? Y apuesto a que conseguiremos buen material para

Camarada Tanya. Encontraremos una habitación. Dios sabe que no será el Beverly Wilshire, pero podremos soportarlo por un par de días. En el peor de los casos, está el apartamento de la tía Aftasia; tiene una habitación extra, porque los Smin se quedaron a dormir anoche.

Garfield pensó durante un momento.

—Dejaremos a tía Aftasia como último recurso —concedió—. Bien, ¿qué tal Simyon? Es un pez gordo. Puede mover algunos hilos.

—Dean —dijo ella pacientemente—, Simyon no vive en Kiev. ¿Sabes acaso el nombre de la ciudad donde vive? Y… ¡Oh, Dios! ¡Ahí está ese hombre otra vez!

Garfield se volvió. Era cierto. El hombre que se acercaba a ellos era el mismo que había visto en la recepción del hotel. No le pareció un funcionario de la KGB. No llevaba gabardina negra, ni sombrero calado, y no era particularmente fornido. Además, no tenía más de veinte años.

El hombre miró rápidamente a un lado y a otro y después dijo, de manera intrigante:

—Por favor, ¿me disculpan? ¿Quieren una casa para dormir? Conozco un buen lugar, cerca del autobús. ¿Tienen dólares americanos para pagar?

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