Chernobyl

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29. Jueves, 8 de mayo.

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—Oh, claro —dijo Pembroke, sonrojado—. Lo siento. Quiero decir… Bueno, el propio documento se supone que parte de gente que está muy en las alturas. Dicen que hay en él un montón de datos secretos que nadie más podría conocer. Y tiene diecisiete páginas. Es todo lo que sé. ¿Nunca ha oído hablar de él?

—Puede apostar a que no. Lo que me sorprende es que usted sí. —Emmaline reflexionó un momento—. Podría preguntarle a alguien —dijo, pensando en Rima… y rechazando el pensamiento de inmediato. Había límites más allá de los cuales no se podía presionar a ningún ciudadano soviético, ni siquiera a uno amigo. También podía preguntar a su contacto local de la CIA, se dijo, pero esta idea era incluso peor. Emmaline hacía todo lo posible por mantenerse apartada de la CIA. Además, el agente estaba siempre más interesado en recibir información que en darla—. Pero —terminó—, si descubro algo, probablemente no podré decírselo. ¿Qué tiene que ver Johnny Stark con todo esto?

—No tengo ni idea. Me llamó esta mañana y se dio a conocer, y dijo que había oído que yo estaba interesado en los futuros planes del gobierno. Pensé que hablaba del documento.

—Señor Pembroke —dijo Emmaline con fervor—, es usted un pozo de sorpresas.

—Así que dijo que me llamaría de nuevo dentro de unos días, y que tal vez podríamos comer juntos o lo que fuera.

—Dios mío. Igual que un hombre de negocios americano. Bien, señor Pembroke, no hay nada que yo pueda decirle, pero si estuviera en su lugar, probablemente acudiría a la cita. Eso sí, tendría cuidado y vigilaría lo que le cuento.

—Nada de nombres, nada de datos, ¿no? —sonrió Pembroke—. ¿Cree que tiene algo en mente?

—Lo único que sé con certeza de Johnny Stark es que siempre hay dos propósitos en todo lo que hace, y una nunca llega a averiguar cuál es el segundo. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Dicen que perteneció a la KGB.

—Parece interesante.

Ella le miró con desconfianza.

—No se entusiasme demasiado, por favor. Aunque daría un cuarto de dólar por ser una mosca en la pared cuando hable usted con él.

—¿Quiere que intente que la invite?

—Señor Pembroke —dijo ella, incorporándose—, de ninguna manera accederá a eso. Pero si oye algo jugoso, déjese caer por la Embajada y le invitaré a una hamburguesa con patatas fritas de verdad.

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