Check-in

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DAN PASTOR

CHECK-IN

Para quien alegró mi vida

y me enseñó que el amor puede nacer

de cualquier encuentro.

Para un tesoro, Pepi.

¿Existe el amor? Algunos lo encuentran pero lo pierden, otros lo encuentran pero no lo reconocen y otros lo compran. Algunos creen que no implica una relación de pareja y otros piensan que se vive mejor sin estar bajo el mismo techo. Para algunos significan unas cadenas que llevan con resignación, para otros perderlas significan una liberación y otros, confusos, quieren recuperar esas cadenas de nuevo.

Encontrar el amor significa tener afecto y ser querido pero también arriesgarse a sufrir. Y, cuando las heridas de la ruptura han cicatrizado, se vuelve a buscar de nuevo en los rincones más inhóspitos.

Otros son novatos en buscarlo. Ya lo aprenderán si es que no se queman con él por el camino. Y si lo hacen, dejarán de perseguirlo.

Una pareja que se reencuentra, otra que se separa, un príncipe azul imposible que aparece en mitad de la noche y una antigua princesa que ha decidido dejar de lado los sentimientos son algunos de los personajes que piensan en su vida al respecto. Pero todos ellos, aunque muy distintos, se encuentran más relacionados de lo que creen. Y tan sólo existe una palabra que ha llevado a todos a reunirse en el mismo sitio:

Check-in.

Índice

B-220 17

B-314 38

B-320 64

B-221 78

B-315 104

B- 103 119

B-121 139

B-123 162

B-203 178

B-106 188

COMEDOR 202

RECEPCIÓN 236

No es que me entusiasmara mucho el trabajo cuando me lo ofrecieron. ¿Qué hace un joven licenciado en Derecho como yo, trabajando en un hotel de camarero? Pero, por desgracia, es lo que se da hoy día en este país. Y aún suerte que no he tenido que irme a Alemania a trabajar, con la que está cayendo.

El hotel no es malo. Cuatro estrellas, tres plantas de habitaciones y un buen servicio, aunque no soy el único que opina que le han regalado una estrella de más. Pero bueno, mientras paguen, me da igual las estrellas que tengan.

Que esté ubicado en el centro de Barcelona también me va bien. Si no me daban un trabajo y tenía que pasarme el tiempo estudiando... ¿cómo me iba a comprar un coche? Donde esté el transporte público, y en un sitio como la gran ciudad donde todo está conectado, que se quite el gasto que debería hacer con el coche.

Estudia, estudia y estudia para esto. A estas alturas debería estar trabajando como mínimo de pasante en un despacho de abogados o contratado por una gran empresa para defender sus intereses. Pero si no hay trabajo, o está mal pagado, hay que coger lo que sea. Y en el futuro, quien sabe, a lo mejor en este hotel ven mi valía y me ascienden al departamento comercial, trabajando codo a codo con el jefe de ventas. Sí, y entonces todo mi salario dependería de los clientes que consiga, una bonita manera de decirme “te vas a ganar tú tu propio sueldo”.

Mejor me voy acabando el café. Me toca entrar ya, son casi las siete de la manyana y hago el turno del desayuno. Total, si el periódico tan sólo pone lo mismo: crisis, guerras, dramas y los últimos movimientos políticos. ¿Qué quieren ahora? ¿Que seamos un nuevo país? Sólo me faltaría eso y que ahora mis escasos euros no tengan nada de valor. Bastante tengo con entender la sociedad que me rodea como para entender todos estos discursos que hacen para intentar convencerme de mil y una cosas. A mí, que me den un buen trabajo, oportunidades y entonces confiaré en alguno de estos políticos.

Es mil veces más distraído todo lo que oigo sobre las historias del hotel que no lo que leo en el periódico. Parece mentira la cantidad de anécdotas que he coleccionado tan sólo en un mes de trabajo. De las que he oído hablar y las que he visto con mis propios ojos.

Empresarios famosos que se alojan de incógnito en el hotel, reuniones de negocios que se han hecho en alguna de las habitaciones, maridos o mujeres que han entrado al lugar con su amante o con una prostituta, turistas borrachos e incluso peleas.

La consigna siempre ha sido la misma: “Ver, oír y callar”. A algunos de nuestros clientes no les gusta ver su nombre en el periódico por un escándalo que haya sucedido en el hotel y acabarían demandándonos. Y entonces, adiós a mi sueldo.

El camarero viene y le doy mi euro con cincuenta. Aproximadamente la décima parte de lo que llevo hoy en la cartera. Que mal me siento. Antes, cuando veía a uno de estos trabajadores, pensaba “Pobre, que triste tener que estar en este sitio para toda la vida” y ahora veo que, realmente, es un trabajo como cualquier otro y que muchos, a pesar de su esfuerzo, han acabado haciéndolo.

Sí, he de aceptar que es este hombre que me sirve el que es un compañero laboral del gremio y no ese trajeado que está con un maletín al fondo. Pero si este camarero que me sirve tiene casi el doble de mi edad, debe querer decir que no se gana mal del todo. De eso no puedo quejarme. Entre el sueldo y el reparto de propinas me acerco a un salario justo y, sin darme cuenta, me he vuelto más extrovertido de tanto hablar con los clientes.

Pues sí, casi mejor trabajar así que no estar en una empresa explotado por una tercera parte de lo que gano ahora y con la excusa de que estoy de prácticas o en período de formación.

Y eso es la excusa para que el primer año nos puedan tener de prueba o cualquier cosa que se les ocurra y así tener a un trabajador casi a coste cero durante un tiempo. Incluso, después, no te garantiza nada el que te hagan un buen contrato. Primero que te hagan un contrato y te cojan, luego que éste, que será temporal, se convierta en uno indefinido, y luego que a pesar de estar fijo no te echen a la calle porque está más fácil que nunca.

Maldita reforma laboral. Ahora, si protestas, o no te gusta nada de lo que se hace, como un esclavo. A fastidiarse y a aguantarse y a no poner mala cara porque enseguida cogerían a cualquier otro y te liquidarían con cuatro euros. ¿A cuánto han modificado la cuantía de los despidos? ¿A veinte días por año trabajado con un máximo de doce mensualidades? Una ruina, haga los cálculos que haga.

O sea, aunque después de un año de prácticas consiga que me cojan y que al cabo de un par de años más, me hagan fijo, luego incluso si acumulara tres años de antigüedad, me podrían liquidar de la empresa con apenas sesenta días de salario. Y encima, la empresa no paga toda la cantidad porque el Fondo de Garantía Salarial les cubre un buen porcentaje.

Sí, señor. Para eso me ha servido estudiar Derecho en este país, para calcular perfectamente la cuantía de mi despido o las nulas posibilidades de que acabe fijo de por vida en una empresa. Qué panorama. Incluso si llevara veinte años en una empresa o más, con los límites de la reforma con doscientos cuarenta días de salario te cargas al que sea. Nadie tiene el sitio fijo ahora ya en la empresa privada.

¿Y funcionario? Menudo sueño. Las oposiciones hace mucho tiempo que se han congelado con los recortes. Y el embudo de las sustituciones en bolsas de trabajo hace tiempo que está colapsado. Vayas donde vayas, siempre eres uno más de entre miles que quieren hacer una sustitución, aunque sea corta, para que su número de sustituto se acorte y te llamen antes. Quizás podría echar una instancia en la bolsa de secretarios judiciales… si es que la abren algún día, claro.

La verdad, estoy empezando a pensar que he tenido suerte de trabajar en este hotel y de que me hayan cogido. Al menos, hay un trato razonable hacia el empleado y un buen ambiente. Pero como llevo poco tiempo, mejor ser cauto.

Salgo del bar. Me quedan unos cien metros hasta el hotel y este bar es de los pocos que se pueden encontrar abiertos por aquí a estas horas. Podría desayunar en el hotel, pero prefiero hacerlo a media mañana, si no, no desconecto del trabajo.

¿Tengo todo? Sí, la pequeña bolsa de deportes con mi ropa, el móvil, la cartera y mi T-١٠ para el metro. Todo en orden.

Caminando, que es gerundio. Y en dirección al trabajo. Mientras voy llegando, ya veo que no hay apenas gente en la entrada. Y nosotros, como personal de servicio, debemos entrar por otra puerta de acceso.

Lo que le gusta a la gente de este hotel (y a mí también) es que esté ubicado lejos de una esquina o de un cruce, para favorecer más que los coches puedan frenar y aparcar con comodidad enfrente suyo. Ir a tientas y con dudas mientras conduces en un cruce de Barcelona en plena hora punta, es un suicidio.

Miro un momento hacia la entrada, antes de desviarme por la puerta de servicio. Allí está el recepcionista de siempre, un tío que se nota que tiene galones en este sitio. Y no mucho mayor que yo. Seguro que lleva años haciendo esto y no parece que le haya ido mal del todo. Nunca lo he visto estresado por el trabajo, ni siquiera cuando ha habido alguna convención o cuando han aparecido personajes conocidos. Si cojo más confianza con él, me gustaría poder hablar con él un rato para que me explique un poco cómo ha llegado aquí y en qué otros trabajos se ha desempeñado. Eso puede animarme o acabar de hundirme definitivamente, quien sabe.

Entrando. Y, cómo no, ya está el pelota número uno con el uniforme puesto. Se nota que quiere que le asciendan enseguida a jefe de servicio, siempre intentando decir a los demás lo que tienen que hacer y poniendo esa cara de superioridad intelectual. Por favor, que trabajamos en lo mismo y yo tengo una carrera, aunque de poco me sirva de momento. ¿Me vas a tocar la moral hoy también, por no decir otra cosa?

Mi mirada molesta y fija le disuade de decirme que enseguida van a servir el desayuno. Es una manera indirecta que suele utilizar de decirme “llegas a tiempo pero cuando acabes de cambiarte ya habrán pasado dos minutos de tu hora de entrada”. No eres mi jefe, idiota, aunque pretendas serlo. Y para eso, si lo logras, todavía te queda mucho. O sea que no hagas funciones que no te tocan sólo para que quieras que los demás te vean como más responsable de lo que en realidad eres.

El resto también están todavía cambiándose. Alguno ya tiene el uniforme puesto pero se relaja bebiendo alguna cosa o mirando su móvil.

– Mírala, la rusa. Ya me ha vuelto a llamar.

– Eres un hacha. Fijo la tienes en el bote.

– ¿Tienes ya el encargo del restaurante?

Palabras, frases y más frases. Dudo que pueda aprender nada útil como oficio de las conversaciones de todos estos. ¿Cuántos serán universitarios? Por el vocabulario, no creo que muchos. Y prefiero guardarme lo de que soy licenciado porque se reirían de mí.

Y qué decir del personal femenino. La mayoría son señoras que podrían ser mi madre y que llevan unos uniformes que no despiertan el erotismo, precisamente. ¿Dónde está la fama de que en los hoteles se ligaba mucho? Si lo haces con las compañeras, te despiden, y si lo haces con las clientas, también. Eso si te quedan ganas después de haber cumplido todas las horas de tu turno, claro.

Y hablando de la vestimenta, aquí está la mía. Y desde luego, no está hecha para ir con ella a cualquier sitio. Una vestimenta en forma de uniforme, para indicar que perteneces al hotel o casi, que eres de su propiedad. La verdad es, que cada vez que me lo pongo, me siento más incómodo.

Maldito uniforme. Siempre me atasco en el mismo punto. Parecería que han hecho esto diseñado para tíos con anorexia. Me aprietan por todas partes. No estoy gordo, en realidad estoy delgado de ir a correr a menudo, pero aun así me aprieta por varios sitios y no me deja moverme con libertad. A lo mejor está diseñado con ese motivo, hacerte sentir prisionero, prisionero de tu trabajo.

Si me hubieran cambiado el turno, podría haber ido hoy a correr la media maratón. Pero me tendré que aguantar a otro año. Gajes del oficio de trabajar cuando casi todo el resto del mundo no lo hace.

Cuando estudiaba fui un par de veces y me gustó la sensación. Todos a la vez, corriendo y en grupo y descargando adrenalina. Un rato de nervios y sudor y luego, para casita. Ahora, sigo con los nervios y el sudor, pero trabajando, y no me puedo ir a casa hasta pasadas unas horas.

Bueno, entremos en el comedor y a ver lo que tenemos. Poca gente que ha bajado, una mujer despampanante que podría ser una de mis profesoras, alguno que parece que va a ir a correr y está desayunando antes de ir a la media maratón, una pareja en la mesa de la izquierda y todos, como no, muertos de hambre y suspirando por el buffet libre que se da en el desayuno.

La mujer despampanante está desayunando con un tipo. Lástima. Si no, podría haberme alegrado la vista un rato ofreciéndole café o cualquier tontería que se me ocurriera. Si me sonriera, sería la segunda sonrisa de una fémina que coleccionaría desde esta semana. Pero siempre son eso: sonrisas y nada más. Nada que te permita aventurarte a algo más con nadie.

Al fondo hay otra mujer similar y, aunque parece tener unas buenas piernas, va vestida muy formal y tecleasu ordenador sin parar. Vaya manera de desaprovechar el tiempo, señora.

Aunque no parece que esté con ese gigantón que está en otra mesa. Menudo mastodonte. Si se pusiera violento, no podríamos pararlo ni entre todos los camareros antes de que viniera la policía. A saber de donde habrá salido y si está con alguna de las clientas de buen ver que están ahora en el comedor. Si fuera así, un comentario inocente de alguno de nosotros podría desencadenar una catástrofe.

Cada persona de éstas con una historia y unas circunstancias distintas que les han traído hasta aquí y algunas probablemente salgan en un estado distinto al que entraron o con nuevos acompañantes.

Cada uno en una habitación. Cada habitación, un mundo distinto. Y a veces esos mundos se cruzan dentro del hotel. Y todos empiezan siempre por la misma palabra.

Check-in.

B-220

Mientras esperaba enfrente de la entrada, miraba la hora una y otra vez. Se retrasaba como hacía cada vez que quedaban cuando eran novios lo cual entonces era adorable porque le quitaba tensión al encuentro al bromear sobre ello.

Pero ahora no tenía ganas de bromear. No era una noche para hacerlo si quería que todo saliera lo mejor posible. A los veinte años te podías permitir desaprovechar oportunidades pero, a los cuarenta y ocho años las oportunidades eran menores y no muchos más trenes iban a pasar en la vida.

No se veía yendo a las discotecas con sus amigos separados para tratar de conseguir una noche loca gratis o metiéndose en internet para contactar con gente. Para él, ese medio tecnológico debía ser poco menos que el diablo y sólo lo más ruin debía conectarse para poder tener un contacto personal con alguien.

Debía mantener y cuidar lo que tenía. Incluso cuando era difícil hacerlo. Y a veces era necesario refrescarlo para que no se secara como cualquier otra planta o flor en la flora del señor.

Su teléfono comenzó a sonar. Maldito artilugio. Al menos su hija había accedido a comunicarse con él llamando en vez de proceder a esos wataps, fastbooks o como cualesquiera que se llamaran esos otros modos de comunicación nuevos.

La tecnología no era su fuerte, e incluso sólo el hecho de descolgar el teléfono ya se hacía más difícil y complicado que antaño con los móviles más rudimentarios.

– Maldito trasto… Hola, pequeña, ¿dónde andas?

– Hola, papá. Te prometí que te llamaría. Pues he salido con las chicas y vamos a comer una pizza en casa de Olga.

– Así me gusta, todas juntas. No os vayáis por ahí que es peligroso, hay cada elemento por la noche…

– Pues ahora eres tú, uno de ellos, jijiji…

– Muy lista. Eso seguro que lo has sacado de tu madre.

– ¿No ha llegado todavía? ¿No está contigo?

– Todavía no, la estoy esperando y ya pasan unos minutos de las nueves.

– Bueno, no te preocupes que enseguida vendrá. Vosotros os veis, cenáis y no os peleéis.

– Tú recuerda que nosotros te queremos y eso te debe bastar. Tus padres, pase lo que pase, te quieren y tan sólo te has de preocupar de llevar bien los estudios que dinero para acabarlos no te va a faltar.

– Vale, papá, no te pongas tan dramático.

– Llámame luego, cuando hayas llegado a casa, aunque sea muy tarde, que si no, no me quedo tranquilo.

– Tan tarde no te llamaré, papá. Te enviaré un mensaje, si acaso.

– Vale, vale. Pero si no soy capaz de leerlo, te llamaré.

– Ok. Hasta luego, papi.

Mientras colgó el teléfono pensó en la suerte que tenían con su hija. Mientras todas las jovencitas de su edad estaban saliendo por la noche ese sábado, ella se había quedado con unas amigas para cenar alguna cosa. A saber lo que acabaría encontrando si salía por ahí y acababa con cualquier adolescente repleto de hormonas que tan sólo buscaba bajarle las bragas.

Él no había sido así. Al menos, no a esa edad. Su época era más conservadora y no se permitía tanto ir de flor en flor y si acababas desvirgando a una chica podías encontrarte que, al día siguiente, su padre te persiguiera con una escopeta para dispararte u obligarte a casarte. En el pueblo pequeño de donde él venía, todo se sabía y todos se conocían.

Pero en Barcelona era todo muy distinto. Aquí la gente era anónima y cualquiera que conocieras podía ser la mejor o peor persona que te podías encontrar en la vida.

– ¡Hola, Juan, perdona que llegue tarde!

Era Eva. Llegaba casi diez minutos tarde y por las marcas en sus labios, se notaba que se había estado maquillando por el camino hace poco.

– Bueno, algo sale como en los viejos tiempos. Hola, un beso.

– Un beso. Y perdona, se me había acumulado un poco los exámenes que tendré que corregir el lunes. Tenía que mirar un poco el correo electrónico por si los alumnos tenían dudas y había algún problema de última hora.

– Lo de hacer dos trabajos de profesora te quita demasiado tiempo. Ya te dije que lo haría.

– Bueno, pues si me dan unos euros más por hacer algunas clases, mejor. Además, todo es a distancia. Juan, no comencemos a discutir, no hemos venido por eso.

– No, claro que no. No me estaba quejando.

– Mejor. ¿Quieres cenar en el hotel o fuera?

– He reservado para cenar en el hotel. Mejor así y el menú también está muy bien.

– Por mí, perfecto. Iba vestida para salir, pero también va bien.

Eva llevaba un vestido negro con una minifalda que le llegaba a las rodillas. Dejaba entrever los muslos que, a sus cuarenta y cinco años muy bien llevados, eran toda una tentación para cualquiera. Y también para él.

– Vamos a entrar. Tengo reserva a nombre de los señores Ibarza.

– Ibarza y Palomares, que ya no estamos en los años sesenta y no heredamos un apellido con el matrimonio.

– Tú siempre has sido muy moderna.

– Y tú muy anticuado. Esa es una de las razones que ahora estemos así.

– Pues nada, vamos a ver si podemos arreglarlo. Tú, primera.

– Eso sí, siempre has sido un caballero. Gracias.

Entraron en el hotel. La recepción era muy discreta y no era para nada proporcionalmente grande a la medida del comedor. Se accedía a él una vez se había dejado la recepción a mano izquierda, aunque Juan debía pararse antes para cerciorarse de que todo estaba correcto.

– Sí, señor, dígame.

– Tenía una reserva a nombre de los señores Ibarz… del señor Ibarza, quiero decir.

– A ver… sí, señor, aquí está. Tienen la B-220.La encontrará en la segunda planta, al fondo a la derecha.

– Gracias, ¿a qué hora se sirve el desayuno?

– A partir de las ocho de la mañana pueden bajar a desayunar cuando quieran hasta las diez.

– Perfecto. Le cojo la llave ya, si no le importa.

– Desde luego, señor, firme aquí para el check-in.

– ¿El qué?

– El registro, señor. Para que quede anotado que ha aparecido y cogido la llave de su habitación. Espero que todo sea de su agrado.

– Gracias, yo también lo espero. Seguro que será así. Hasta luego.

Se dirigió con Eva al comedor, en donde ya tenían una reserva para dos. El comedor del hotel a esas horas se asemejaba más a un restaurante que a un buffet libre gracias al hecho de que no entrar en el precio de la habitación. El desayuno ya sería otra historia en donde la masificación de los clientes anularía cualquier posibilidad de cena o comida romántica.

El camarero les dirigió hacia su mesa, preparada para dos, con una tímida florecilla en un jarrón ubicada en el centro. Juan le ofreció a Eva su asiento y luego se sentó él mientras la miraba de nuevo.

– Estás muy guapa. Te sienta bien el nuevo trabajo.

– Implica estar algunas horas frente a la pantalla del ordenador. Así descanso un poco en vez de tener que estar yendo de un sitio para otro para otro segundo trabajo manual. ¿Recuerdas cuando hacía horas extras en aquel restaurante? Siempre volvía molida.

– ¿Y en el instituto se portan bien? Los míos de este año son tremendos, aunque ya los conociste.

– No me puedo quejar. Ya sabes que como orientadora los cojo en pequeños grupos y no he de pasarlo tan mal como los demás con una clase de casi treinta recipientes de hormonas con ganas de hacer el tonto.

– Pues a mí me las están haciendo pasar canutas. El otro día vino un padre a quejarse porque había echado a su hijo de clase.

– Eso no es novedad, vaya chorrada.

– Lo eché porque te mentó. Me dijo en voz alta “a mí no me dices cómo comportarme que no has sido capaz ni de conservar a tu mujer”.

– ¡Pero bueno! ¿Es que lo sabe todo el instituto?

– Yo no he dicho nada. Pero tus amigas ya sabes como son.

– O tus amigos.

– Yo no los tengo trabajando en el mismo sitio que mi pareja o ex pareja. A mí no me eches la culpa que no he dicho nada.

– Pues bien hecho. Y encima viene el padre a quejarse después de eso…

– Porque al crío le dije en el pasillo, ya a solas, que como se volviera a pasar le rompía la cara contra la pared.

– Juan, eres de lo que no hay… No me extraña que el padre quiera venir si amenazas a su hijo.

– Mientras nadie lo oiga, es lo que hay. Antes bien nos educaban así y un tortazo a tiempo nos daba y al volver a casa el padre nos daba otro de rebote. Ahora es al revés y quieren pegarnos a nosotros, padres e hijos. Como cambian los tiempos.

– Pues sí, Juan. O te adaptas a ellos o serás un dinosaurio. A ver cuando aprendes que las cosas han cambiado.

– Me he ido adaptando un poco a los cambios. Me he modernizado, mira que móvil.

– Que lleves un móvil digital, con un servicio de internet que ni siquiera usas, no es modernizarte.

– Pues tú demasiado moderna te has vuelto.

Tus amigas te comenzaron a meter ideas raras en la cabeza.

– Mis amigas son mujeres que ahora están separadas y viviendo su vida, no la de su marido. Y si salen de noche y se lo pasan bien, mejor que estar encerradas en casa cocinando para toda la familia.

– ¿Y también te gusta que vayan con jovencitos? ¿También apruebas eso?

– Si quieren ir con un treintañero que está en forma y hace deporte en vez de con uno cincuentón, con barriga y calva, mejor para ellas ¿no te parece? ¿O no harías tú lo mismo si pudieras?

– Yo no haría eso y lo sabes. Además, algunos de sus amiguitos son veinteañeros, no treintañeros. Podrían ser tus alumnos.

– Sí, quien sabe. A lo mejor alguna está liada con alguno de mis alumnos y yo sin enterarme, ¿te imaginas? ¡Jijiji!

– Pues no sé qué le ven a ir con alguien que podría ser su hija. Antes, en el pueblo, si una mujer hacía eso la echaban de la localidad.

– Pero no estamos en tu pueblo, ni la gente lleva boina ni garrota y las mujeres ya tenemos derechos en vez de ser unas pueblerinas que deben obedecer en todo al marido. ¡A ver si te enteras ya!

– No me grites…

– No lo hagas tú, diciendo a todo el mundo lo que debe hacer. Además, en todo este tiempo que no nos hemos visto, ¿no me vas a decir que no has estado con nadie?

– Yo… yo no he estado con nadie. ¿Y tú?

– Pues ofertas he tenido. Bastantes. Pero de momento aquí estoy, a ver si podemos salvar algo de esto.

– A la niña le ha hecho ilusión que nos viéramos.

– ¿Dónde anda Jennifer?

– Ha dicho que se iba a casa de Olga y que cenarían allí. Verían alguna película o algo así y luego en cuanto la devuelvan a casa, me llamará.

– Jennifer tiene que salir, Juan. Cuando está contigo, dice que lo pasa peor porque no le dejas hacer casi nada.

– Hago que estudie, en cambio tú te vas con ella de compras y hasta os intercambiáis la ropa a la hora de salir.

– Pues sí, Juan, eso hago. La niña es ya una mujercita de veinte años y es hora de que lo aceptes. Cuanto más le prohíbas hacer una cosa, más ganas tendrá de hacerla, y ha de vivir la vida.

– Bueno, como todas las chicas, se lo pasa mejor con su madre. Es natural.

– Conmigo todo el mundo se lo pasa bien. Soy muy animada, ya lo sabes.

– ¿Esta noche también lo serás?

– Muy lanzado vas tú, Juan. Ya veremos, no te embales, que libertad no significa libertinaje.

– He reservado una habitación porque tú me lo dijiste. Pero ya sabes que estás tremenda. Cuando te he visto, me he acordado…

– Yo también me he acordado de algunas cosas, no todas buenas. Pero bueno, vamos cenando que se enfría.

El camarero ya había traído los primeros platos del menú y la cara de ambos, degustando la ensalada de queso de cabra, era un poema. El menú del hotel podía competir con cualquier otro restaurante, pero al ser clientes aunque fuera por una noche, les hacían un pequeño precio reducido.

El segundo plato y el postre completaron la cena mientras ambos iban repasando algunas de sus vivencias. Y la tensión inicial había dejado paso a las risas, un campo en el que ambos se encontraban cómodos.

– ¡No me lo puedo creer!

– Que sí, que me apunté a clases de salsa.

– Pero si no has sabido dar nunca ni dos pasos seguidos en una pista, Juan.

– Pues ya tenía que aprender algo para sacar a bailar a las mujeres en las fiestas.

– ¿Y ya te siguen? ¿O mejor dicho, las sigues tú a ellas?

– Me defiendo bien, y algunos agarrados he bailado tanto en las clases como fuera.

– ¿Ah, sí? ¿Dónde fuisteis?

– Hemos ido un par de veces a aquella discoteca de mayores que te gustaba, que estaba cerca de la calle Valencia.

– ¡Pero si allí va gente que podrían ser nuestros padres, Juan! ¡Menudo sitio habéis escogido para quemar la noche! Ya no es como antes, sólo hay que mirar la cola de entrada.

– Lo que pasa es que te da envidia que me miren.

– Lo que pasa, Juan, es que si ligas allí, estarás haciendo algo muy próximo a la necrofilia y en vez de invitarlas a un cubata las tendrás que invitar a hacerse la prueba del carbono 14.

– ¡Que exagerada! Pues más de una vez se me comían con los ojos.

– A ti no, Juan. A ti, no se te comería nada si no empiezas a cuidarte.

– Ya lo he estado haciendo. Y te lo voy a demostrar esta noche.

– Hombre, admito que ese brazo no estaba así la última vez que te vi.

– He ido un poco al gimnasio, aparte de bailar salsa. Ahora, tengo más tiempo para mí.

– Muy interesante, quizá rasques premio hoy, tramposo.

El contoneo de las piernas de Eva bajo la mesa, buscando la entrepierna de los pantalones de Juan, había empezado hace escasos segundos. Juan, al notarlo, comenzaba a excitarse. Nunca había sido un tío que rehuyera un polvo si podía darse.

– Cuidado, que me vas a … ¿pero dónde has aprendido estas cosas?

– He aprendido muchas cosas, era contigo con quien me sentía anulada para hacerlas. Eras un aburrido.

– Y si no lo fuera…

– No te hagas ilusiones. Si no lo fueras, ya veremos qué pasa esta noche, pero una gota no hace océano.

– Bueno, bueno. Esto se anima.

Y mientras se seguía animando, ambos iban alternando más risas. Eva dominaba la situación porque sabía que tenía a Juan cogido por sus partes al haberle insinuado sexo. Juan siempre había sido un amante pésimo pero nunca rechazaba un poco de sexo aunque a veces no podía controlarse y se empeñaba en hacerlo en algún sitio que no tocaba como la cocina o el salón.

En ese momento, ambos pensaban en la habitación. La B-220 que les esperaba en la segunda planta para continuar la noche. Pasara lo que pasara después.

– ¿Vamos a subir ya?

– Pues sí, aquí ya no tenemos mucho que hacer. Ya hemos acabado de cenar hace un rato y podemos continuar hablando en la habitación.

– Desde luego, prefiero hablar contigo en la cama y recordar viejos tiempos.

– Sí, además hay una empleada que no te quita el ojo y le voy a echar la bronca.

– ¿Ah, sí?

– He visto a una de la limpieza que cuando pasaba por el fondo de la cocina te estaba echando unas miraditas, … y te lo digo en serio.

– Pues tengo más éxito de lo que imaginaba. Si hubiéramos ido ya a la habitación, seguramente estaría enfadada porque no le he dado propina.

– No te preocupes, ya se ha ido. Así evitaré preguntarle si es que te has dejado tus calzoncillos sucios en el recibidor del hotel.

– De momento los voy a dejar en la habitación, bien rápido, en el suelo.

– Como siempre, vas muy rápido, Juan. Pero me gusta, así te modernizas un poco que ya tocaba.

Dejaron el pago de la cuenta en el platito del restaurante y comenzaron a subir a la habitación. Tan sólo llevaban ambos una pequeña bolsa de deportes con ropa para la mañana y los utensilios propios de higiene personal.

Juan insistió mucho en subir por el ascensor, seguramente por su condición física que no le permitía mucho esfuerzo. O tal vez, porque quería ser discreto y que nadie les viera entrando en la habitación y poniendo el cartel de “No molestar” y no quería cruzarse a nadie del hotel que les estorbara.

La B-220 era fácil de localizar y estaba en un ancho pasillo. A esas horas, cerca de las once de la noche, no se veía a nadie entrando en las habitaciones. O la gente había salido y volvería más tarde o ya estaban dentro de ellas durmiendo.

En su caso, si no iba mal, no iban a dormir. Y tal vez fuera el principio de una reconciliación después de pasar varios meses separados, aunque ahora Eva no parecía la misma mujer con la que se casó. Ahora era una de esas mujeres que había visto cuando salía y que hacían maravillas con sus escotes y minifaldas bien puestos en su sitio.

Entraron en la habitación y dejaron las bolsas encima de la cama. Eva se dirigió directa al mini-bar.

– Algo decente habrá aquí para poder beber… Y sí, mira. Un par de cervezas, un par de refrescos de cola y dos bitter kas. ¿Quieres alguna cosa?

– Una cerveza.

– Toma esta y yo me tomo la otra. En eso no has cambiado.

– Ahora bebo un poco menos. Tú estás más guapa.

– Es que también he hecho ejercicio y el salir de noche también gasta.

– Lo digo en serio. Te veo mejor. Cuando estábamos juntos también estabas guapa, pero supongo que la rutina me impedía verlo.

– No aprecias algo hasta que lo has perdido del todo. Y tú te lo perdiste. No estaba feliz siendo sólo una profesora de instituto que al acabar las clases iba a casa para cuidar a su familia y estar de canguro de dos personas a tiempo casi completo. No me imaginaba que la vida fuera a ser así hasta el final de mis días.

– No tenía que ser así. Podríamos haber salido más, viajar un poco y haber hecho el deporte que hacemos ahora, juntos.

– La verdad es que estás mejor. A ti también te ha sentado bien el cambio. A lo mejor es lo que deberíamos hacer, juntos pero no revueltos. ¿O no lo estás pasando bien, hoy?

– Sí. Pero la niña… Para ella eso no es natural.

– Se lo ha pasado muy bien estos meses, Juan. Todos lo hemos pasado mejor estos meses.

– Tómatelo como un respiro. Le hemos dado un pequeño golpe de aire.

– Cállate y sigue bebiendo. ¿Has visto a tu padre estos meses?

– Sí, le ha sentado bien jubilarse. Ahora se pasa cada mañana dando paseos infinitos por el puerto.

– ¿Y lo de su pancreatitis?

– Pues le tuvieron que quitar la vesícula al final. Pero ya está mucho mejor, e incluso diría que más sano, por el susto que le pegó que lo ingresaran.

– Vaya, lo siento, Juan.

– Para nada, ahora ha dejado de fumar y hace más kms cada día que un marchador olímpico.

– Y lo ves más. Yo también veo más a mi madre, ahora.

– Mejor, que la pobre estaba un poco triste desde hace un tiempo. Me la encontré un par de veces y me preguntó por nosotros.

– ¿Y qué le dijiste?

– Lo que ya le dirías tú. Que nos separamos un tiempo a ver cómo iba todo y que tú tenías un nuevo trabajo de profesora asociada en la universidad a distancia.

– Ya se lo dije. Está contenta pero le pasa como a ti, tiene miedo de todo esto de nuevas tecnologías, de los que puedes encontrarte por internet, y todo ese lío que tú tienes en la cabeza muchas veces. Todo lo nuevo le da miedo.

– Bueno, cuando te la encuentres no me la preocupes mucho. Además, ella se ha de hacer cargo alguna vez de la niña cuando salgo con las amigas y si continúas así, la acabarías espantando y sería a mí a la que castigaría sin salir.

– A sus órdenes, mi sargenta.

Continuaron hablando mucho rato sin que se dieran cuenta de cómo pasaba el tiempo. Rememoraron varios momentos juntos en sus años de matrimonio, de varios proyectos que habían hecho juntos y de cómo algunos de estos se habían realizado por separado.

De repente, un golpe sonó en la pared.

– ¿Y eso?

– Algún gracioso de la habitación de al lado, hombre. Algunos vienen a hacer lo mismo que tú y yo a este hotel.

– ¿Y qué hemos venido a hacer, Eva?

– Pues lo lógico, bandido.

Le cogió y le dio un beso, con mucha fuerza, que le aplastó contra la pared. Él recibió la embestida y la pared le frenó. Se apresuró a agarrar con fuerza a su, todavía mujer, por los muslos y apresurarse a palpar los muslos que antes había visto. Al tacto, se notaban mejor de lo que su vista sugería con un tono muscular bastante marcado.

En esos meses, su mujer se había convertido en una diosa apetecible en vez de acumular la habitual grasa en las caderas y la piel de naranja que florecía en muchas de las mujeres de edad madura. Las manos de Juan se apresuraban a explorar ese nuevo cuerpo por debajo de la falda.

Dos golpes más en la pared rompieron el momento y desconcentraron la pasión de los amantes. Parecía que iban a tumbar la pared. Y se oían un par de risas jóvenes de fondo.

– ¡Bueno, pero esto que es!

– A lo mejor se quieren vengar del golpe que has dado antes tú, Juan.

– El mío no ha sido tan fuerte y ya se están pasando. ¡Escucha, escucha! ¡Siguen los golpes!

– Déjalo, Juan.

– ¡Para nada, esta es nuestra noche, he pagado una habitación y no me van a reventar la noche!

Dejó a Eva a un lado y se dirigió hacia la puerta, hecho una furia. La abrió de par en par y salió al pasillo. En la habitación de al lado, la B-221, se oía el estruendo. Y era casi la una de la mañana.

Los golpes de Juan contra la puerta de la habitación amenazaban con echarla abajo. Un silencio respondió a los primeros golpes pero nadie abría. Y una segunda andanada de golpes respondió a ese silencio hasta que al fin, una mano abrió la puerta y apareció un joven rubio de unos veinte años y vestido únicamente con unos pantalones cortos. Aunque había abierto la puerta con confianza, al ver el rostro de Juan, se había estremecido.

– Síii..

– Bueno, chico, ¡qué pasa! ¿A qué vienen tantos golpes?

– Nada, nosotros estamos en la habitación.

– No, si eso ya lo he visto. ¿Es que los jóvenes de hoy no tenéis respeto por nada?

– Eh, tío, no te pases, que…

– ¡Qué “tío”, ni qué “tío”! ¿Tú quién eres para llamarme así de esa manera? ¡Respeta a tus mayores y cómo vuelvas a dar golpes llamo a recepción para que te echen del hotel! ¿Entendido?

El joven hizo un gesto con la cabeza, mientras la agachaba y se refugiaba tras la puerta. No tenía argumentos aunque intentara adoptar una actitud de machito, seguramente para impresionar a la chica que debía estar con él, cuyo suspiro ahogado, conteniendo la respiración, casi se podía oír desde la puerta.

Juan se volvió para la habitación murmurando sobre los jóvenes de hoy en día mientras el veinteañero cerraba la puerta y se giraba encogiéndose de hombros hacia quien quiera que fuera la chica que le acompañaba.

Al entrar en la habitación, Juan encontró a Eva con la ropa fuera, tirada por el suelo y esperándole en la cama tapada parcialmente con la sábana. La imagen era digna de una película erótica.

– ¿Qué haces así…?

– Como me pones, cuando dejas ir tu genio. Ahora recuerdo porque me casé contigo.

– Es que eran un par de mocosos que…

– Sssshhh, calla. Ahora ven aquí, que vamos a ser nosotros los que hagamos ruido. Y del bueno, que se oiga abajo y en las paredes de los lados.

Juan se quedó un momento paralizado como esperando una señal, sin acabar de creerse que su mujer estuviera volviendo a tomar el interés por él, pero en cuanto observó cómo su pierna derecha aparecía desde debajo de las sábanas para situarse por encima de ellas, comenzó a ir raudo hacia Eva.

Al cabo de un minuto ya estaba encima de su mujer, recordándole las noches más salvajes que ambos habían tenido juntos. En ese momento, no se preocupaba de lo que fuera a significar eso. Sólo de tomar a esa mujer.

Y cómo había mejorado Eva. Aunque sólo lo insinuara, Juan estaba seguro de que había tenido multitud de aventuras. Barcelona era grande y la cantidad de hombres que podía conocer era infinita y, aunque pareciera extraño, la idea de que otros hubieran gozado de su mujer, le excitaba. Porque ahora se sentía como un cazador que había conseguido un trofeo que muchos habían codiciado.

La hora de orgasmos posterior fue celebrada por ambos mientras Eva se apoyaba en el pecho de Juan. A la tigresa todavía le quedaban ganas de jugar mucho más rato.

– Ten en cuenta que esto no ha acabado, tigre. Espero que todavía te queden cartuchos.

– Maldita mujer, me envenenas. Ya lo creo que me quedan cartuchos.

– Eso, eso, que hasta ahora para mí esto no ha sido nada.

El móvil de Juan hizo un leve tintineo de aviso y él lo cogió, haciendo un equilibrio para poder examinarlo sin que su mujer tuviera que abandonar la calidez de su pecho.

– ¿No será una lagarta de esas de la discoteca de dinosaurios?

– Es tu hija. Jennifer dice que vuelve a casa, que ya ha acabado de cenar y que ahora llega sana, salva y sola.

– Las dos de la mañana de un sábado pasadas. No está mal para ser tan formal. Bien por mi niña. Mañana ya la recogeré en casa, al mediodía.

– Pues si fuera como su madre que todavía está hasta las tantas por ahí.

– Sí, y que todavía tiene que hacer el gamberro un rato más antes de pasarse el lunes corrigiendo exámenes… Túmbate, que ahora me pondré yo encima.

– Eres insaciable, ¿lo sabes? Me vas a dejar seco, si es que no lo has hecho ya. ¿Significa que volvemos a estar juntos?

– No estropees el momento, Juan, deja de analizar todo. Ahora sólo disfruta del momento.

Y, cerrando los ojos, es lo que Juan en ese momento se empeñó en hacer. Ya habría momentos de hablar al despertarse a la mañana siguiente. La noche era joven, todavía.

B-314

Si las reuniones fueran cuando han de ser, no estaría a estas horas en este maldito hotel. Me podría haber ido a buscar a Katrina o Ruth, y pagarles por un buen par de horas, pero con esa maldita reunión a primera hora más valdría que no me la jugara.

¿Quién era el loco que quería hacer una reunión de negocios a primera hora de la mañana del domingo? O mejor dicho, locos, porque había muchas partes implicadas en que eso se resolviera cuanto antes mejor. Y a esas horas, en un fin de semana, era cuando la mayoría de los jefazos podrían coincidir.

Traspaso la puerta del hotel y me disgusta lo que veo, Estoy acostumbrado a muchos mejores sitios que este. Y mira que habría mejores sitios donde quedarse, pero la prensa está al acecho y ya me la han jugado un par de veces, sacando en el periódico de la mañana, un trato que ya había cerrado apenas la noche anterior y que nos había hecho perder mucho dinero.

Anunciarlo de esa manera, había hecho que muchos de nuestros accionistas hubieran perdido la oportunidad de revalorizar su capital contando con información privilegiada de primera mano, invirtiendo en acciones de las empresas implicadas, antes que el nuevo negocio fuera noticia y todo el mundo quisiera comprar unas acciones que ellos podrían haber vendido por varias veces más de lo que les costaron. El mayor enemigo de la Bolsa era la difusión de información confidencial, que alteraba los valores más rápido de lo que la empresa había previsto.

No veo a periodistas en el hotel. Ni tampoco a un comité de bienvenida. Mejor. La última vez la ocurrencia del último con quien negocié, fue la de obsequiarme con una prostituta checa de alto copete que me esperaba tumbada en la cama de la habitación, mientras el pasillo estaba lleno de periodistas buscando la nueva foto del escándalo.

El hotel tiene unas cuatro estrellas, aunque no le pondría más de tres. Le faltan muchos servicios para eso, pero al menos tiene discreción.

El edificio tiene su potencial. Le calculo, a ojo, unas cinco plantas y más o menos unas treinta habitaciones en cada una. Sacaría bastante si comprara tan sólo el edificio sin el negocio del hotel, lo transformara en viviendas, y las alquilara unos años antes de revenderlas todas. Y no sería la primera vez que hago una operación así.

El chico de recepción tiene clase. Está bien vestido, tiene un reloj de marca y aprieta firme la mano. Por como tiene la forma de la boca, diría que está acostumbrado a hablar mucho francés con sus acostumbradas pronunciaciones con la letra “é” presentes en tantas palabras.

Su corbata es elegante. Tiene unos tonos azules como las que suelo usar. Me gusta este joven, tiene talento y elegancia. Tal vez le ofrezca un trabajo mejor en alguno de mis negocios, le veo un buen espíritu de comercial.

– La habitación le está esperando, señor. Le hemos habilitado también una línea de conexión ethernet a internet para que pueda conectar su portátil sin depender de la red inalámbrica del hotel.

El detalle me ha gustado mucho. Así como la discreción que ha tenido el recepcionista al pronunciar el “señor” sin seguirlo con el apellido de Bauzas detrás, para mantener mi anonimato ante cualquiera que pudiera estar escuchando. Este joven vale de verdad, porque ya ha aprendido los pequeños detalles del oficio.

– Gracias. Si me da la llave...

– La B-314, señor. Que la disfrute.

“No puedo disfrutarla mucho, porque mis corderitas favoritas están un poco lejos de aquí, pero lo intentaré” pienso. Pero descansar un poco, sobretodo de Katrina, me irá bien. Esa mujer es puro vicio, aunque lo haga porque le pago, se esmera como el diablo en la cama.

Todavía son las nueve y media. Es pronto para irme a la habitación pero no querría que nadie reconozca. Aunque en este hotel de medio pelo, no creo que los que lo visiten lean mucho las páginas de la sección de Dinero y Negocios de los periódicos.

Catetos. Podría comprar cualquiera de sus vidas o jugar a ver hasta qué punto se venderían por el dinero que les pretendiera pagar. Recuerdo cuando, al haber llegado a treinta mil euros, un hombre accedió a mirar mientras me tiraba a su mujer delante de él. Se vendió demasiado pronto. Habría llegado a pagar hasta cuatro veces más sólo por ver su cara de idiota y de vergüenza y la de su mujer cuando, al acabar, no pudo ni mirarle y se tapó como una virgen recién estrenada.

He mandado a los gorilas a una habitación contigua a la mía, de incógnito. Si alguien intenta joderme, tengo la B-315 surtida con tres matones de más de cien quilos de peso que le romperán el alma al primero que pase. Espero que no se den por el culo mientras están toda la noche durmiendo en una habitación de dos personas, esperando a que salga a mi reunión y cumplan su trabajo si los necesito. Hablando de eso… tengo que utilizar el toque de entrada.

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