Check-in

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– El loco éste que quería hacer una noche romántica, lejos del niño y de la casa. Y me ha reservado el hotel para que pasáramos aquí la noche. O a lo mejor lo ha reservado para poder comerse todo el buffet. Seguro que el precio de la habitación es menor que todo lo que comerá si lo tuviera que pagar en un restaurante.

– Lo que le molesta a Begoña es que no se le haya ocurrido a ella. Porque aparte de dónde ir de compras y gastarse nuestros ahorros, no se le ocurre ningún sitio más.

– Eso es mentira, Manolo, se me ocurren muchos sitios de donde empujarte para que te caigas a un precipicio o sobre un puente.

Juan y Eva sonrieron mientras miraban a sus antiguos amigos. Recordaban como miraban de esa misma manera a sus entrañables vecinos cuando quedaban en casa para cenar todos juntos. Los continuos reproches entre ambos eran un espectáculo para todo el mundo.

A Juan le enternecía ese momento porque le recordaba tiempos en que eran una familia feliz aunque la rutina ya se había apoderado de ellos. Por eso le resultaba más doloroso que, hace unos momentos, Eva hubiera renegado de la escandalosa noche que ambos habían pasado entre las sábanas de la habitación B-220. Un hito que Begoña y Manolo habían repetido en la cama de la B-123.

Los cuatro estaban intercambiando anécdotas y reproches mientras desayunaban. Manolo llenaba todos sus platos hasta el borde, prácticamente, y el equilibrio de la mesa se tambaleaba.

Begoña también comía bastante, pero con su marido al lado, cualquier comparación hacía que lo suyo fuera un vulgar tente en pie en vez de un desayuno.

En un momento dado, mientras las dos mujeres permanecían en la mesa, hablando entre ellas, Manolo y Juan estaban de pie, cogiendo más desayuno y aprovechando para intercambiar impresiones.

– Venga, granuja. A mí, puedes contármelo. ¿Habéis pasado la noche aquí, no?

– Pues sí, Manolo. Pero no entiendo porque ella dice que no.

– Porque le da miedo, hombre. No quiere que piensen que habéis vuelto y que todo el mundo corra la noticia.

– No sé si hemos vuelto. Hemos estado juntos y bastante bien desde hacía tiempo.

– ¿Pero ha habido sábado, sabadete? ¿Barra libre?

– Pues sí, y mucho mejor que cuando estábamos casados.

– Porque ahora no es tu mujer. No es la mujer que puedes tener cada día en tu cama y eso te excita más.

– Pues no me importaría volver a tenerla cada día en mi cama de nuevo. Hacía tiempo que no estábamos tan bien.

– Déjalo correr y no le des vueltas. Un polvo es un polvo, aunque sea con la ex mujer.

– ¿Y tú qué?

– Buah, yo fenomenal. No veas la caña que le he dado a Begoña. Me siento como un chaval.

– Si en el fondo, todavía estamos hechos unos chavales. Lo que pasa es que estas mujeres no nos dejan decidirnos.

– Tú, tranquilo, que si no volvéis, nos volveremos a ir de juerga con los amigotes y la pandilla.

– Bueno, supongo que sí. No sé si es eso lo que quiero o…

– A ver, Juan, que los amigos siempre estaremos ahí y las mujeres van y vienen. Tú, cuando te deprimas, me das un toque y nos vamos al bar a ver el fútbol y tomarnos una cerveza. Así descanso yo también un rato de Begoña.

Juan asintió con solemnidad. Los amigos siempre estarían ahí, sí. Las cervezas, las voces por el alcohol, el continuo desprecio hacia las mujeres que tenían en casa o deseaban y las frustraciones ahogadas en litros de vino mientras de vez en cuando salían a algunas de las discotecas para maduros que había por la zona intentando que, por arte de magia y no por sus propias virtudes, surgiera sexo furtivo con alguna de esas mujeres que aparecían en la noche. Mujeres, que para ser más irónico, eran semejantes a las mujeres que habían dejado escapar en su matrimonio.

En el fondo, pensó que era una ironía. Lo mismo que dejabas escapar, tu matrimonio, era lo que luego buscabas aunque no te dieras cuenta. Alguien que te alterara día a día, que te limitara tu tiempo y tu espacio y que te mandara recados continuamente. Pero también alguien que te abrazaría por la noche y en quien te podías acurrucar si el día había ido mal o que, con un chiste, te arrancaría una sonrisa aunque estuvieras triste.

Alguien que te ayudaría a no sentirte tan solo. Y eso, no lo podían hacer los amigos.

Begoña le hizo una seña a Manolo para que se acercara. Y éste, raudo y veloz, se acercó hasta el área personal de su mujer.

– Dime, viborilla…

– Manolo, que estaba pensando…

– Yo no puedo pensar. Todavía tengo toda la sangre del cuerpo en otra parte, concentrada.

– Pues como el servicio de habitaciones vea todo lo que hemos dejado encima de la cama, a lo mejor le pasa a ellos, también.

– ¡Ostras! ¡El kit! ¡Las esposas!

– ¡Corre, Manolo, cógelo antes que lo encuentren!

Manolo salió disparado hacia arriba, por las escaleras, dirigiéndose hacia las habitaciones. El pensamiento de que encontraran todos los artefactos eróticos que habían dejado en la habitación le avergonzaba. Begoña miraba alucinada como su marido corría como un poseso y sus mejillas se ruborizaron. Juan y Eva miraban alucinados mientras se sentaban en una mesa para desayunar y Begoña les seguía exclamando “Dejadle, cosas nuestras, ahora volverá”. Aunque, al cabo de un par de minutos, desconfió de la presteza de su marido y cogió el ascensor para ir a ver lo que hacía en la habitación.

Por el camino, Manolo casi arrollaba a un trajeado hombre que bajaba rodeado de tres corpulentos acompañantes y con un traje similar. Si no hubiera sido por la corpulencia de esos tres enormes hombres, parecería que iban a reunirse para hablar de negocios.

La mirada que Bauzas dirigió a dichos hombres hizo que se relajaran cuando Manolo pasó zumbando cerca de ellos.

– Tranquilos, chicos, no hay peligro.

– Lo que usted diga, jefe –respondió Sergio, mientras volvía a guardar disimuladamente el arma en su funda.

– Vamos abajo. La chiquilla de la habitación continuará durmiendo un rato más. Sergio, tú te quedarás para rondar nuestras habitaciones y darme un informe de lo que haga esa estúpida.

– Bien, jefe. ¿No le da apuro que se quede sola?

– Lo único que he dejado en la habitación es un traje igual que éste que llevo puesto. Y si le hacen ilusión mis calzoncillos sucios, que se los quede. Le he dejado unos cuantos euros encima de la mesa, para que vaya por ahí a divertirse, y me deje tranquilo. Si todavía está cuando vuelva de la reunión, me divertiré un poco más con ella.

– ¿Estás bien, Nick? –preguntó Abel.

– He dormido bien, no te preocupes.

– Dejad de haceros carantoñas y acompañadme al desayuno, chicos. Tengo instrucciones precisas para vosotros en la actividad de esta mañana.

Como buenos guardaespaldas, habían aprendido a contener sus emociones ante las frases directas y cortantes de Bauzas. Era parte de su trabajo. Los tres entraron en el comedor a la vez, examinando con la mirada los rincones y las salidas en cinco segundos e indicando a su jefe con una señal que todo estaba en orden.

Bauzas entró en el comedor con aire altivo. Para él, el resto de comensales eran poco menos que gusanos, a menos que estuvieran implicados en algunos de sus negocios y pudieran darle algún beneficio. Y, por supuesto, después de haber sacado ese beneficio de ellos, volverían a ser de nuevo gusanos.

Hizo una señal a uno delos trabajadores que preparaban el buffet libre e indicó una mesa del fondo, del área reservada. Inmediatamente, el camarero le abrió el precinto que limitaba el área y le dejó entrar a él y a sus tres sicarios. Desde esa zona, Bauzas podía ver el resto de la sala pero era inaccesible para ellos. Saldría un par de veces para llenar su plato con lo que encontrara y podría comer tranquilo, ajeno al incordio del resto de personas.

Se sentaron en una mesa con la distribución habitual de seguridad: dos de los guardaespaldas enfrente suyo y uno a su lado. Siempre prefería que ese fuera Nick, porque al ser el más grande, tenía más superficie para detener balas dirigidas a él, si se terciaba.

En cuanto comenzó a hablar, los tres comenzaron a tomar nota. Ese bastardo pagaba muy bien sus servicios, pero no aceptaba que no acataran sus órdenes.

– Bueno, chicos, hoy tengo una reunión con algunos peces gordos. No van a dejaros entrar en ella pero me acompañaréis justo hasta antes de entrar. El protocolo habitual de seguridad permite que vosotros dos, Nick y Abel, estéis conmigo en esos momentos. Entonces quiero que os dediquéis a intimidar silenciosamente a algunos de estos personajes. Lo habitual, mirada seria y amenazadora, invadir su espacio personal de manera discreta y otras tácticas que se os ocurran.

Bauzas comenzó a sacar algunas fotos de su cartera. Varias de esas fotos tenían anotaciones con datos personales que la mayoría del público no conocía de esos personajes.

– Las anotaciones personales son de algunos secretillos que estos personajes guardan. Yo mismo haré mención a algunos de esos oscuros vicios o pasados que algunos tienen con alusiones durante la reunión y vosotros os encargaréis de secundar eso antes de entrar en la reunión para que se pongan nerviosos y paranoicos.

– ¿Cómo cuáles, jefe? –preguntó Nick.

– Está todo aquí. Este tío tan formal y responsable padre de familia que ves aquí, se moriría de ganas de estar con un tío como tú, Nick. Y de hecho, tengo algunas fotos de él en dicha situación. Este otro de aquí, digamos que tiene un pequeño paraíso fiscal en Andorra que cree que nadie sabe que existe.

Sergio miraba a las fotos y después a Abel, de reojo. Era como si se comunicara telepáticamente con él, indicando la ironía de que uno de los peores seres del mundo y con algunos de los más oscuros vicios o atrocidades inmorales que se pudieran imaginar estuviera desvelando errores que otros habían cometido. Pero Bauzas, a diferencia de ellos, sabía cubrirse perfectamente las espaldas.

– Alguno está perfectamente limpio a excepción de alguna tontería como una multa de tráfico o similar. Esta mujer, por ejemplo. No sólo está demasiado buena para ser ejecutiva sino que también está demasiado limpia de secretos para serlo. Un rara avis en el mundo de los negocios en que yo me muevo.

– Siempre hay gente así, jefe. ¿Entonces a ésta la dejamos en paz?

– Para nada, Abel. Toma, grábate su rostro en la memoria y a ella la intimidáis directamente, con vuestra típica presencia amenazadora, para que no pueda concentrarse.

Pero, en cuanto Abel tomó la foto de dicha mujer, supo que no tendría que memorizar ese rostro. Estaba grabado en su mente desde hacía varios años. Desde el momento en que había abandonado su piso aquella mañana de febrero. Desde que, a causa del exagerado y absorbente trabajo de ella, tuvieron que dejar de verse y romper una relación que podía haber cambiado el curso de sus vidas.

El rostro de Abel palideció y su boca se entornó para quedarse abierta en exclamación de sorpresa. Esa era la mujer con la que debía hacer intenso contacto visual durante todo el rato para intimidarla y que su jefe pudiera hundirla lo más posible en la negociación. Pero la reacción que ambos podrían tener al verse, a saber cual pudiera ser.

La voz de Bauzas estropeó sus pensamientos.

– Sé que está buena, Abel, pero sé profesional. No te culpo, si no tuviera que negociar con ella, le pagaría una buena suma para que acabara en mi cama retorciéndose entre mis sábanas.

– Eh, sí, jefe. Disculpe –la abrumadora voz de Bauzas consiguió devolverle a la realidad y alejar sus preocupaciones por su futuro encuentro durante unos breves segundos.

– Además es una gran defensora de los trabajadores. O sea, la clase de personas que más me cabrea tener delante. Nunca entenderé porqué gente así se pone a trabajar en la empresa en vez de ser sindicalistas a tiempo completo. Es una contradicción que cobren salarios tan altos mientras tratan de mejorar las condiciones laborales de sus curritos. Esos idealistas idiotas y sus teorías modernas de buen clima de trabajo sólo hacen que gastemos más en prevención de riesgos laborales, retribución en especie y otros gastos para que estén mejor a los que les damos la suerte de tener un trabajo que hacer.

– Ok, jefe. Pero de algo ha de vivir la gente –replicó Sergio, con cierta osadía.

– Sí, del dinero que les damos. Si no creáramos empresas, no habría suficiente trabajo por parte del gobierno para todos. ¿Cuántos funcionarios hay por habitante en este país? ¿Y cuánto tiempo puede pasar hasta que obtienen su plaza y un contrato indefinido? Pues ahora calcula cuantos trabajadores hay del sector privado asalariados y que no sean autónomos. Las empresas somos las que mantenemos a la gente a flote y les damos la oportunidad de ganar un sueldo, de obtener una hipoteca y una casa gracias a ese sueldo, y de obtener créditos para los estudios de sus hijos. Las empresas, hijo, son lo que mueve el mundo y los que mandamos en ella, hacemos que se mueva al son del baile que queremos que suene.

Lo peor de ponerse a discutir con Bauzas era que, efectivamente tenía razón en lo que decía y si no la tenía, podía buscar suficientes argumentos para tumbar a cualquiera. Ellos mismos eran un ejemplo de lo que acababa de decir Bauzas. Sus elevados sueldos como equipo de seguridad no podrían haberlos conseguidos en el sector público ni protegiendo a las mayores personalidades.

Abel continuaba mirando la foto de la misteriosa ejecutiva, cautivado por lo que veía en ella. Después de tanto tiempo, ella. Así, de repente. Y no podría negarse a lo que Bauzas le pedía, si es que no quería tener que perder su trabajo y cosecharse un enemigo tan poderoso que le podía dar muchos problemas en su trayectoria profesional.

– El hotel ha sido un buen sitio donde pensar, chicos. Y no ha habido paparazzis entrometidos. Aunque me parece que habéis tenido una noche movidita. ¿Problemas?

– Nada importante, jefe. Simplemente un adolescente borracho que estaba haciendo el tonto por el hotel.

– Y le paraste los pies, Sergio. A mi estilo. Bien hecho.

– No le habría hecho nada, pero en cuanto lo sorprendí y lo alcancé, intentó darme un puñetazo y se lió buena. El niñato no me causó ningún percance pero una empleada lo vio todo. Tuve que sobornarla, echar al niño del hotel y hablar con el de recepción.

– Estupendo. Sin que hubiera líos ni viniera la policía. No conviene llamar la atención. ¿Qué te dijo el recepcionista?

– En cuanto dije que trabajaba para usted, comprendió lo que debía hacer. Prefería que dejara la habitación un adolescente borracho que alguien que pagaba un par de habitaciones mucho más caras. Y al chico aceptó que no se le devolviera el dinero para abonar lo que había estropeado.

Bauzas felicitó a Sergio y continuó con su discurso sobre el capitalismo y la importancia que tenían las empresas respecto al Gobierno.

– Fijaos en lo que sucede con el trabajo remunerado por el Gobierno. Tienes que hacer sustituciones, sacarte una oposición para obtener una plaza fija y aunque la apruebes, muchos otros pasarán por encima en el resultado final al haber acumulado años de experiencia que primarán como puntos. Y además, al conseguir tu plaza, tendrás un régimen de incompatibilidad que te impedirá trabajar en otros empleos. ¿Hace eso la empresa privada? No. En ella, si vales, lo puedes demostrar y cuanto más consigas para la empresa, más ganarás para ti mismo. ¿Cuánto hace que trabajáis para mí, chicos?

– Un tiempo ya hace, señor.

– Y os he remunerado bien. Sabéis de lo que os hablo. El dinero seduce a todo el mundo y una muestra es la pequeña que he dejado en la habitación. Ella ya ha escogido su profesión, aunque todavía no lo sepa.

Los tres intercambiaban pequeñas miradas entre ellos cuando Bauzas no les miraba directamente. Ninguno podía tener nada más que una amante o algo similar con el trabajo que tenían. Una esposa no aguantaría las largas noches en vela, sin saber cuándo ni de dónde volvería su esposo guardaespaldas, destinado a los rincones más inhóspitos y sin poder decir a quién y en dónde lo estaba protegiendo. Pero aún así, guardaban cierto respeto a las mujeres, fruto de sus relaciones anteriores, y se horrorizaban para sí mismos del desdén que el monstruo que tenían delante les profetizaba a todas ellas.

En varias ocasiones habían tenido que subir de incógnito a sus amantes a la habitación. Ninguna era famosa, Bauzas no tenía esa necesidad. El confraternizar con mujeres para llenar su cama no debía ir más allá de mujeres anónimas cuya opinión no fuera tenida en cuenta por nadie ni fueran conocidas. Porque ya era sabido que la prudencia se perdía entre las ternezas del lecho, aun cuando el brutal empresario era la discreción personificada en ese aspecto.

De repente, vieron que uno de los comensales se había levantado de la mesa y avanzaba hacia ellos en tono decidido. El hombre, de casi metro noventa de altura, no tendría más de treinta años y, por su complexión robusta, se notaba que hacía deporte. Su sudadera y sus tejanos afianzaban aún más esa apariencia deportiva y aumentaban la impresión de su corpulencia. De los guardaespaldas, tan sólo Nick le superaba en complexión.

– Esperad, chicos…– tranquilizó Bauzas a su personal, al advertir la situación de un desconocido que avanzaba hacia ellos.

El desconocido atravesó el punto en el que antes un grueso cordón delimitaba la entrada a la zona reservada y, al ver esto, alguno de los camareros comenzó a andar hacia él pero fue parado en seco por el signo de Stop que Bauzas había realizado con la mano. Parecía como si hubiera reconocido a ese tipo.

El hombre se paró a un escaso metro de la mesa de Bauzas y los tres protectores de éste se tensaron. Estaban preparados para saltar a la primera orden para reducirle y, de hecho, es lo primero que hubieran hecho sin mediar palabra si la orden silenciosa de su jefe no les hubiera detenido.

– Ha sido una sorpresa verte desde mi mesa. Sabía que eras tú –murmuró el recién llegado.

– ¿Sí? ¿Y yo debería saber quién es usted? –respondió Bauzas, al ver que el mensaje le iba dirigido a él.

– Seguro que ni lo sabrás, pero yo sí te recuerdo bien a ti. Y a tu maldito lacayo, Thomas Valdés.

La mente de Bauzas procesó el dato como si fuera un ordenador e, inmediatamente, sumó dos y dos.

– El bueno de Valdés es muy efectivo dirigiendo una pequeña empresa de informática que tengo en esta ciudad. Y ahora ¿me vas a decir que lo conoces porque eres su amante?

La provocación de Bauzas hizo que los ojos del recién llegado se pusieran rojos de la furia y sus puños se apretaran hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Tenía un odio visceral y él, lo único que hacía era alimentarlo.

Bauzas era muy bueno provocando a la gente y desarmándola con palabras. Sabía utilizar el tono adecuado y luego, ampararse en la defensa legal si otra persona trataba de agredirle. Eso, si superaba a su trío de protección personal.

– No me provoques. Tú fuiste el que le dijo a él que despidiera a casi la mitad del personal.

– Te equivocas. En realidad le dije que despidiera a la mitad del personal pero se ve que un par de sindicalistas se opusieron. Cosas que pasan.

– Sí, tuvimos que pararle los pies. Adivina quién era uno de ellos dos.

– Supongo que el pequeño aspirante a secretario general de CC.OO o UGT que tengo enfrente.

– En realidad, no pertenezco a ninguno de ellos. ¿Pero tú, como puedes dormir por las noches, cerdo?

– Es muy fácil. Me tapo con una sábana de un tejido muy caro que puedo comprar con el salario que me ahorro pagando a la mitad de trabajadores de una empresa.

La tensión en el desconocido iba en aumento. Nick y Abel, eran los más próximos a él y no paraban de mirarle. Eran los principales obstáculos para que alcanzara a su jefe. Pero éste, en un alarde de demostración de macho alfa, le indicó a Nick que se apartara para poder salir de la mesa y pararse a escaso medio metro de su interlocutor, que le sacaba casi veinte centímetros de altura de diferencia y prácticamente los mismos años de juventud.

Su sorpresa de ver a Bauzas tan cerca de él le turbó un poco mientras éste permanecía tranquilo, hablando con él, con las manos en los bolsillos, como seguro de que no iba a suceder ninguna situación peligrosa para la integridad de su persona.

– ¡Mi mujer era uno de los que despediste! –le gritó, colérico, el autoproclamado sindicalista a Bauzas.

– Pues tienes suerte que no supiera que tú eras sindicalista, porque si no la hubiera despedido mucho antes por ser tu mujer –respondió, tranquilo.

– ¡Serás…!

– ¿El qué? ¿Un cabrón, un ladrón, o cualquier cosa que se te ocurra? ¿Crees que eso me va a ofender? De ese expediente de regulación de empleo ya hace meses y ¿tu mujer ha vuelto a trabajar en este tiempo? ¿No? ¿También eso es culpa mía?

El sindicalista se calló, como si hubiera recibido un golpe que lo hubiera dejado noqueado. Mientras, Bauzas continuaba hablando, ajeno a sus reacciones, como si no existiera.

– En todo este trabajo tu mujer no ha encontrado otro empleo. Y no ha podido demostrar lo que vale, si es que vale algo. Y en todo este tiempo, en este ambiente de crisis, la única persona que le dio una oportunidad para trabajar durante un tiempo, fui yo. ¿Y me vas a venir a criticar porque di por finalizada la relación laboral de ella y otros curritos? En vez de venir a criticarme, deberías arrodillarte y comenzar a darme las gracias.

Su interlocutor, furioso, dio un paso al frente para intimidarle pero Bauzas no se movió ni un milímetro. Lo continuaba mirando fijamente con una pequeña sonrisa en su cara que crispaba aún más los nervios del sindicalista.

– ¡Te voy a…!

– No vas a hacer nada por varias razones. La primera: porque te he dicho una verdad como un templo al decir que no es culpa mía que tu mujer no encuentre trabajo. La segunda: porque si me tocas un solo pelo, acabarás denunciado por agresión y en la cárcel y adiós al único sueldo que entra en tu casa ahora mismo. La tercera: porque yo lo digo y porque si me provocas más, no creas que por ser sindicalista no te voy a poder despedir. Puedo cerrar la empresa directamente sólo con tal de hacer que dejes de trabajar para mí. Y eso implicará no poder pagar cosas como este hotel, que por cierto, no deberías haber pagado si ibas tan escaso de dinero. ¿Has entendido?

– ¡Pero…!

– Esta conversación se ha acabado. Vámonos, chicos.

Los tres guardaespaldas se levantaron y, junto a su jefe, dejaron la mesa pasando por el lado del sindicalista furioso, que ahora miraba el suelo, derrotado. Su mirada estaba perdida y tenía un rastro de terror como consciente de que había provocado al jefe de su jefe y que, a partir de mañana, tendría que convivir con el horror de pensar que podría tomar represalias. Lo peor que podía sucederle a alguien era dejar de ser un anónimo para situarse en el punto de mira de Bauzas porque éste, con sus recursos, podía destruir la vida de casi cualquiera que se le antojara.

Nick, Sergio y Abel se miraban entre sí con cara de sorpresa. Sabían que su jefe era un auténtico monstruo sin escrúpulos, pero no imaginaban que pudiera salir tan airoso de situaciones así. Había dejado fuera de combate a alguien tan corpulento como ellos, y diez veces más furioso, tan sólo con simples palabras. La admiración comenzaba a fraguarse en sus corazones, a su pesar.

Abel comenzaba a temer por el reencuentro con Aurora y por cómo Bauzas podría tratarla. ¿De qué sería capaz? ¿Y cómo podría él secundar dicho trato teniendo que mirarla todo el rato amenazadoramente sólo porque se lo habían ordenado?

Mientras salían de la zona de reservado y atravesaban el comedor, Bauzas distinguió a la madurita elegante con vestido negro que había visto la noche anterior. Estaba sentada con el mismo tipo con el que había cenado la noche anterior y, al pasar a su lado, le hizo un guiño largo junto con un pequeño beso fingido con la boca. Eva, al ver el gesto, sonrió mientras él y sus secuaces pasaban de largo y se dirigían a la salida del hotel.

– ¿Por qué le has sonreído a ese tipo?

– Pues porque él me ha sonreído a mí. Deja de decirme lo que debo hacer, Juan.

– ¿Cómo no voy a hacerlo si te comportas así con todos? ¿Qué debo pensar?

– Piensa lo que quieras y yo haré lo que quiera.

– Pensé que, después de lo de esta noche, todo iba a ser igual que antes. Lo hemos pasado bien.

– Juan, no me seas infantil. ¿A qué te refieres con que todo va a ser igual? Ha sido una noche espléndida pero ya está. Sólo ha sido eso. Sexo.

– ¿Sólo eso? ¿Sólo eso ha sido para ti?

– Querías que habláramos. Vine y lo hemos hecho, cenando como personas civilizadas. Había una habitación reservada por si queríamos dormir juntos o por si una cosa conducía a otra y eso ha pasado. Yo diría que puedes estar contento porque te has llevado más esta noche de lo que esperabas.

– ¡Pero, pero si yo te quiero! ¡No ha sido sólo eso!

– Y yo también te quiero. Eres el padre de mi hija. Pero no de ese modo, Juan. Ahora que he probado la libertad, quiero saborearla. No estropees esto, no seas tan infantil.

– ¿Infantil? ¿Yo?

– Sí, tú. No pienso volver a encadenarme, ni a ti ni a nadie. Ambos estamos mejor separados, incluso diría que estamos mejor solos, sin nadie y con nuestra propia libertad para hacer lo que queramos con quien queramos y cuando queramos.

– Yo no pienso así.

– No te engañes, Juan. Si no piensas así, es porque no has conseguido nada todos estos meses. ¿Crees que no voy a visitar a Begoña? ¿Y crees que no me explica que a veces os habéis juntado Manolo, tú y otros amigos para ir a la discoteca u otros sitios? Si hubieras tenido aventuras estos meses, no me necesitarías, pero lo que sucede es que no te has comido un rosco, Juan. Y confundes cosas.

– No es cierto. He salido con ellos, sí, como tú haces con tus amigas, pero no he querido ir a ligar por ahí.

– No es cuestión de querer sino de poder, Juan. Y te ha pasado como a muchos otros en cuanto se separan. Primero, se sienten libres de estar en el mercado otra vez, piensan que vivirán las mismas noches locas que de jóvenes y salen a la noche a buscar esas aventuras. ¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no soy una de esas mujeres a las que se acercan con evidente lascivia por la noche? Y al final, cuando son rechazados infinidad de veces, sienten miedo de quedarse solos. Ven que no podrán escoger cuando estar con alguien y a la primera mujer que se encariña con ellos un poco, se creen que se han vuelto a enamorar.

Juan callaba mientras las palabras de Eva calaban hondo. Su esposa le conocía muy bien, a él y a los de su género.

– Nosotras reflorecemos. Y no es por presumir, es que por naturaleza es así. Siempre tendremos una propuesta de sexo o aventura. Siempre alguien nos insinuará lo guapas que estamos o nos halagará o invitará a copas. Y en algún momento, también tendremos miedo de estar solas y acabaremos con alguno de ellos. Pero será mucho más adelante.

– Si volvemos a intentarlo, no estaremos solos ninguno de los dos. Te he echado de menos estos meses.

– Y yo también te he echado de menos a ti, pero no a nuestro matrimonio. Si quieres que nos veamos alguna otra vez, tal como hemos hecho hoy, por mí perfecto. Pero no creas entonces que por eso, ninguno de los dos tendrá derecho a inmiscuirse en la vida del otro. Será una noche, nada más.

Juan agachó la cabeza mientras miraba al suelo. Las ilusiones que había generado, al despertarse con su esposa en sus brazos, habían desaparecido. Había sido un niño al pensar eso. Eva se incorporó y le dio un pequeño abrazo mientras lo besaba en la frente.

– Nuestro tren ya pasó, Juan. Déjalo escapar y coge otro. Créeme, me encantaría que conocieras a alguien. Estamos mejor así, y siempre mantendremos contacto, ¿vale? No te preocupes, ya hablaré yo con Jennifer de lo de esta noche. Tengo que irme a los exámenes. Hasta luego, Juan, te llamaré.

– Vale, hasta luego, Eva.

Juan alzó la mirada, y las lágrimas comenzaban a asomarse en sus ojos. Eva, como presintiendo la escena, se giró para marcharse del comedor como si no se hubiera dado cuenta de ello. Sabía que si veía directamente a los ojos de su, todavía marido, en ese momento diría cosas tiernas que no quería decir para cometer un nuevo error.

Salió del comedor y traspasó la puerta del hotel. Ver a Juan ya había sido una emoción bastante fuerte, además de haberse acostado con Arnau previamente, y ahora le faltaba el embarazoso momento de que ambos se vieran, a lo lejos, en plena realización de exámenes, intentando aguantar el tipo.

Sí, su pequeño Arnau comprendía de momento cuál era su papel. Sus numerosas insinuaciones de que fueran algo más tan sólo veneraban su categoría de diosa frente a él y le encantaba. Un cuerpo musculoso, terso y joven que la apreciaba y que estaba loco por ella.

Lo volvería a ver enseguida, cierto. Pero no antes de que acabara todos sus exámenes. No quería interferir en su futuro. Y tampoco quería mezclar a su familia con él. Ni se imagina lo que Jennifer pensaría de ella si la veía citándose con un chico de su misma edad. Y más aún, si se enterara que éste no había sido el único con el que se había retorcido entre unas sábanas.

Como le había dicho a Juan, siempre habría candidatos dispuestos. Y no pensaba cambiar ni a Arnau ni a todos los otros con los que había tenido relaciones esos meses por volver con su marido. Sólo debía conformarse con haber tenido una noche loca con ella y pasar la pensión correctamente todos los meses para que a Jennifer no le faltara de nada y pudiera estudiar tranquilamente.

Al fin y al cabo ¿porque querían más? Lo único que hacían era perseguir el tener sexo con las mismas mujeres de las que se separaron y que dormían a su lado cada noche. Algo totalmente contradictorio, abandonar una cosa para luego perseguirla sin cesar. Y ella no iba a ser la víctima de esas pautas mentales tan primitivas. Ya le estaba bien así. Y no permitiría que Jennifer, en el futuro, fuera otra víctima similar. Le aconsejaría sobre los hombres y le diría lo que podía esperarse de ellos. De madre a hija.

El desayuno proseguía mientras el flujo de gente que bajaba de las habitaciones había alcanzado su cénit y ahora ya existía un perfecto equilibrio entre la gente que entraba a desayunar y la que estaba o había abandonado el lugar.

Muchos habían comenzado a coger sus pertenencias hace rato, para poder asistir a la media maratón. Y de hecho, el televisor de algunas habitaciones ya hacía rato que había sintonizado con un canal local para ver en parte un poco de la retransmisión en diferido del evento.

Los clientes del hotel que se estaban despertando a esas horas, estaban viendo en la televisión a algunos de los que habían sido sus vecinos durante unas horas, al ser clientes como ellos.

La carrera se había ganado con un tiempo majestuoso en la categoría masculina e incluso, mientras todavía no habían pasado ni dos minutos desde su llegada, se estaba diciendo que la primera clasificada en categoría femenina, a falta de un quilómetro para el final, estaba corriendo a ritmo de récord del mundo. Algo que los clientes del hotel, estaban a punto de presenciar en las noticias si, finalmente, acababa produciéndose.

El hotel siempre era un lugar en el que podía estar sucediendo cualquier cosa en sus variadas habitaciones. A algunos, como Richy o Katrina, esa habitación era ahora su nuevo hogar. Ambos, ajenos a que estaban separados por un par de plantas, continuaban durmiendo después de haber pasado un distinto transcurso de la noche. Y, mientras Katrina, al despertarse, intentaría aprovechar el día con la cantidad de dinero que Bauzas le había dejado encima de la mesa, Richy permanecería en la habitación, enjaulado por su propia voluntad, para no soportar la humillación de tener que volver a casa. Tendría que esperar la visita anunciada de su único amigo y de Anastasia, para que vinieran a recoger el equipaje de Katrina, su musa perdida.

El comedor seguiría abierto un par de horas más, por si los durmientes se decidían a bajar y, tal vez, el destino les uniera de nuevo, frente a frente, para vergüenza ajena de ambos.

RECEPCIÓN

Esto es lo que encuentro más interesante de mi trabajo. El parte informativo con el cambio de turno. Que esté en una línea plana como el encefalograma de un monitor conectado a ninguna parte.

El señor Bauzas ha estado satisfecho. El personal estaba advertido de reservarle la habitación que había pedido exactamente y de hacerle sitio en el restaurante. Yo mismo lo recordé, antes de irme a las diez de la noche. Mis ocho horas de descanso son suficientes para incorporarme de nuevo a la misma hora de la mañana. Aunque hoy me he tomado la licencia de hacerlo un poco más tarde para arreglar un par de gestiones con nuestros clientes externos.

Es amigo personal del director del hotel, aunque a veces me pregunto si esa amistad no esconde una relación de servidumbre y mi director en realidad está a sus órdenes. Sea como sea, si uno de los empleados falla a la hora de atender a un personaje importante como él, tiene los días contados.

Silvio, el retén, me ha llamado a primera hora. Y suerte que lo ha hecho. Si no, ahora mismo ya estaría aquí la policía a los que hubiera llamado por ver carbonizada parte de la alfombra de la segunda planta. Pero Silvio me lo ha explicado todo: el chico que pretendía atentar contra los clientes de la habitación de la B-220, la intervención del equipo de seguridad del señor Bauzas y el pago al contado del chico del desperfecto. Buen chico, ese Silvio. Se nota que ha comprendido cómo ha de tratar a los personajes más importantes que pasan por aquí. Servicio y discreción, la mejor consigna.

¿Y quién ha sido la empleada delante de la que han protagonizado todo? Oh, no. Marga otra vez no. Esa mujer no sabe guardar un secreto. Pero espero que lo guarde, por su propio bien. Si no, esta vez puede perder su empleo.

Hablaré un rato con ella, antes de cerrar mi turno. Para entonces, ya habrá llegado para comenzar su turno de la tarde.

¿Y esto? El registro de los distintos servicios de habitaciones muestra que han llevado algunas botellas a la habitación del señor Bauzas, lo que quiere decir que tuvo compañía. Y que es probable que dicha compañía todavía siga allí. Un tema delicado. Será mejor que antes suba y me entreviste con alguna persona de su equipo de seguridad, si es que queda alguno en el edificio. Aunque como todavía tienen la habitación pagada hasta mañana…

Con la variedad de gente que acogemos aquí, puede suceder cualquier cosa. Recuerdo todavía a ese chico de ayer. Tendría mi edad, pero su nivel de madurez no era precisamente sobresaliente. Le temblaban las manos mientras venía con una chica rusa y, a juzgar por la escena, todavía no sé si esa chica era una profesional pagada por él.

Que desalentador para la sociedad. Ese chico tendría alrededor de mi edad pero estaba a años luz de comportarse como tal. Si a eso le junto la despreocupación que he visto en varios de los inquilinos, diría que esta sociedad se va a pique porque parecemos más preocupados para aparentar una cosa que en serlo realmente. Pero la discreción es mi lema como empleado de este hotel para cualquiera de los clientes, sean como sean. No es mi trabajo el juzgarlos sino hacer que estén cómodos.

Nada importante en las otras habitaciones. Los clientes de la B-220 parece que eran ajenos a lo que sucedió delante de su habitación, o al menos no están presentes en ninguno de los registros de quejas ni llamadas a recepción. Muchos clientes ya han dejado la llave y se han marchado a primera hora, seguramente para correr la media maratón.

Un gran evento, y siempre beneficia a nuestro hotel a la hora de alojar clientes. Nuestro producto estrella fue idea mía de ofrecer una rebaja en el precio de la habitación si se presentaba la inscripción a la carrera y así, asegurar el máximo de clientes en este fin de semana. Y parece que ha funcionado: el número de clientes ha sido de un tercio más que el pasado fin de semana.

Además, muchos de ellos acaban alquilando la habitación durante el domingo también para poder ducharse y relajarse con comodidad después de la carrera y así amortizamos más el precio al garantizar el alquiler de dos noches en vez de una.

La mayoría están tan cansados después de correr tantos quilómetros que no se atreven a coger el coche para volver a casa. Prefieren descansar y reponer fuerzas y echarse una pequeña siesta antes de conducir aunque vivan a unos escasos cincuenta quilómetros. Es lo que tiene Barcelona, unos pocos quilómetros pueden suponer una odisea para aparcar.

Los del restaurante ya saben que hoy, seguramente, muchos clientes vendrán a comer pagando extra. Alertados están para que haya existencias suficientes.

Una llamada en el teléfono interno de recepción. Ya tardaban en hacerlas, considerando las horas que son. Y viene de la B-103. Oh, no. Recuerdo esa habitación y a sus clientes.

– Recepción, dígame –para mi gusto, tardan demasiado en responder desde la otra línea.

– Hola, ¿es la recepción?

– Es lo que acabo de decir, señor. Dígame en qué puedo ayudarle –noto el mismo tono entrecortado que noté apenas unas horas antes cuando esta misma voz se me dirigió para hacer el registro a la vez que no paraba de alabar a una joven rusa.

– Sí, quería desayunar algo. ¿Me lo traen a la habitación?

No sé si es inocencia o ignorancia lo que detecto en esta pregunta tan simple. Cuesta acostumbrarse a ello y responder con elegancia.

– Señor, no llevamos el desayuno a las habitaciones. Eso sólo sucede cuando se ha pagado aparte por ello.

– ¿Entonces no puedo desayunar? ¡Pero esto es un timo!

Maldita ignorancia, ahora la reconozco a viva voz. Es inconfundible.

– Señor, la reserva básica de habitaciones lleva aparejada, como en cualquier otro hotel, el desayuno incluido y además, con buffet libre. Pero se realiza en el comedor.

– ¿He de bajar?

– Sí, señor, debería hacerlo. Aunque, siendo las horas que son, lamento informarle que el servicio de desayuno cerró hace rato.

– ¿Cómo? ¿Y ahora qué hago?

– Puedo recomendarle un par de sitios para desayunar cerca del hotel. Pero eso no entra ya a cuenta nuestra, lo siento, señor –y cómo cuesta el tener que ser diplomático en estas situaciones, válgame Dios.

El silencio envuelve la línea ahora. Un silencio que, si llega a diez segundos, será suficiente indicio para cerrar la comunicación con un comentario apropiado y dedicarse a otra cosa.

– ¿Puedo ayudarle en algo más? –digo, adecuadamente.

Por fin, una voz humana, aparece.

– No, no. Ya me las arreglaré. De acuerdo.

– A su servicio, señor, para lo que necesite –digo, mientras cuelgo el aparato para no dar carta blanca a que me retenga más, alejándome de los asuntos importantes. Bueno, de cualquier otro asunto que no sea ese.

El inquilino de la B-103 tiene la habitación pagada toda la semana. Pero me temo mucho que no comprobó exactamente lo que reservaba. Mi experiencia me indica eso mismo y que ahora se debe de estar muriendo de vergüenza intentando encontrar una excusa que le permita largarse de la cárcel que se ha fabricado. Y dudo mucho que la chica que lo acompañaba siga en la habitación con él.

Sigamos con otras cosas. El informe de las entradas previstas para hoy, más el registro de llamadas y de habitaciones pagados para un servicio suplementario.

Y a ver qué más tengo… Alguien se acerca, tímidamente, a la mesa.

Levanto los ojos y veo a una joven. Me recuerda mucho a algunas amigas de la universidad. No parece muy decidida para preguntarme lo que desea preguntar y parece avergonzada.

– ¿Quería algo, señorita?

– Ehh, sí, yo… –titubea. Y no creo que sea por mí. Tiene algo que le causa miedo, porque no para de mirar a todas partes, excepto a mí.

– Hábleme con confianza, señorita. Diga que se le ofrece.

– Creo que mis padres están aquí en el hotel, alojados. ¿Puede comprobarlo?

– Lo siento, señorita, pero no puedo dar esa información sobre nuestros clientes. Su discreción es nuestra máxima prioridad.

– Sólo le pido que compruebe un nombre. Y entonces les puede llamar y decir que estoy aquí.

– Tampoco puedo hacerlo si no hay un mensaje expreso para ello. ¿No tiene el móvil para contactarles?

– Se me agotó la batería. Por favor, compruebe el apellido de Ibarza, a ver si se han registrado con ese nombre.

– No puedo, señorita. Si fuera causa de fuerza mayor, entonces le aseguro que podría hacerlo, pero comprenda que no se puede aportar información privada de los clientes del hotel –digo, mientras mis dedos ágiles buscan Ibarza en la lista de clientes. Y, efectivamente, aparece en la lista y han pasado la noche en… la B-220. La habitación del pequeño incendio frustrado. ¿Tendrá esta chica algo que ver con eso? De todas formas, la pareja que ocupaba esa habitación, dejaron la misma hacia las nueve y media de la mañana.

– ¿Y sabe si todavía está en la habitación el huésped de la B-221?

El registro de dicha habitación me marca al pequeño pirómano que fue obligado a abandonar el edificio. Todo esto se me antoja muy raro.

– Señorita, no puedo atender a sus peticiones de información sin contradecir seriamente las primeras normas que enseñan a los trabajadores de un hotel. Normas que no se pueden vulnerar bajo ningún concepto y que implican la intimidad de los clientes de un hotel y a su vez el despido o no de un trabajador de este recinto.

Baja la mirada, avergonzada. No es una curiosa maleducada, pero su búsqueda de información responde, sin duda, a una pequeña emergencia que tiene.

– Si son sus padres, ¿cómo es que no sabe si han venido a este hotel?

– No lo sabía. Bueno, ahora sí, porque encontré un papel apuntado con la dirección y como me cogía de camino, me pasé por aquí. Mis padres… están separados. Y creo que han programado una especie de velada para reconciliarse sin darme detalles para que no me preocupara –una pequeña lágrima cae por su mejilla. Una lágrima que me recuerda a mis propias sensaciones cuando mis padres se separaron y tuve que comenzar a buscarme la vida, mientras estudiaba, para poder labrarme un futuro.

Pero para ser profesional hay que ser lógico, no emocional. Y es lo segundo lo que esta chica me está despertando.

– La comprendo. Mire, lo que puedo hacer es facilitarle un teléfono para llamar a sus padres y comprobar lo que me dice.

Un brillo de esperanza aparece en sus ojos. Se nota que es importante para ella, pero en ese momento una voz aparece para darle un nuevo rumbo al asunto.

– ¿Jennifer? ¿Qué haces aquí?

Reconozco al joven. Yo mismo registré su entrada ayer a primera hora de la tarda. Creo que venía solo, aunque las pequeñas marcas de su cuello me indican lo contrario. He aprendido a fijarme en esas cosa.

– ¿Arnau? ¿Qué haces aquí?

– Este es mi hotel. Me he alojado para poder hacer tranquilamente los exámenes. Y ya estoy de ellos. Acabo de patearme el último examen de este cuatrimestre.

Parece que se conocen. Si puede ayudarla, me quitará un peso de encima y la confusión entre mi obligación moral y profesional.

– No te había visto desde el año pasado.

– Es lo que tiene que tú hagas la carrera de forma presencial y yo a distancia. Sólo nos vimos en aquella asignatura que hice en tu universidad y que luego, me convalidaron. Estudiar a distancia tiene ventajas y desventajas. ¿Tú también has ido de exámenes este fin de semana?

– Si en mi universidad se atrevieron a hacer eso, perderían a muchos que se matriculan. Acabé a mitad de la semana.

– Pues no entiendo qué haces aquí.

– Iba a ver a… una persona que se aloja aquí, pero ya se ha ido.

Este es el momento para que interrumpa y pueda zanjar este asunto.

– Perdone, señorita. ¿Todo en orden? ¿Podrá contar con la ayuda de este joven?

– Sí, muchas gracias. Con mi amigo aquí ya llamaré a mis padres o volveré a casa, no se preocupe. Y disculpe las molestias.

– No hay de qué, señorita –digo, mientras me dedico a seguir revisando el ordenador. Voy escuchando mientras tanto la conversación que ambos tienen, para cerciorarme de que todo esté en orden. ¿Será este chico el que incendió parte de la alfombra y por eso la conoce? No creo, no es el que expulsaron y si así fuera, no se habría atrevido a venir de nuevo con tanta tranquilidad.

– El examen de Orientación ha sido duro. Pero ya está superado. Te lo encontrarás tú también, cuando lo hagas.

– No creo, no entra en mi plan de estudios. La asignatura de Didáctica que tú y yo cogimos era optativa y por eso coincidimos. ¿Has dormido aquí?

– Sí, me he ido a primera hora de la mañana. Ni siquiera he desayunado aquí. He llegado, he hecho un examen, luego otro y he vuelto para recoger mi bolsa, que la he dejado en consigna.

– Habértela llevado, total para lo que tendrías.

– ¿Para dar el espectáculo entrando con una bolsa en medio del examen? Ni hablar. Además, llevaba el ordenador portátil y seguro que me hubieran llamado la atención porque no podemos entrar con ellos en pleno examen.

– Mejor, así seguro que te concentras. En mi universidad han dicho que, hasta pasados un par de días, no comenzarán a dar las primeras notas.

El joven pone una pequeña mueca ante las palabras de la chica. Parece que no le entusiasme demasiado tratar con ella, y es raro. Cualquier chico de su edad estaría tentado de tratar con una chica tan atractiva.

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