Check-in

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Se metieron todos juntos en el siguiente pub mientras Olga no paraba de darle pequeños codazos a Jennifer. No paraba de insinuarle “es universitario, Jenny” con gran orgullo, pensando que su amiga por fin iba a encontrar un ligue con el que pudieran ir los cuatro juntos de fiesta.

Parecía que esa idea iba a fraguar porque la realidad es que, a medida que Jennifer conocía más a Gabi, más se iba interesando por él. Mientras tomaban algo en el pub, iban aprendiendo que Gabi estudiaba el Grado en Arquitectura y había sacado el primer curso. Tenía un año menos que Jennifer y hacía natación, en la cual incluso estaba federado y competía a veces.

– Oye, qué bien. ¿Y has ganado algún campeonato? –preguntaba Olga, para calibrar la masculinidad del recién llegado.

– No he ganado nada. Mi mejor marca está a un segundo de los puestos de podio. Lo hago por entretenerme.

– Yo también hice un poco de natación hace años. ¿Qué estilo nadas?

– ¿Tú has hecho, Jenny? Pues ahora me entero.

– Era antes de conocerte a ti, en los primeros cursos de instituto. Dime, Gabi.

– Pues el estilo libre y el estilo espalda. Pero de los dos soy mejor en el estilo de espalda. En ese, tal vez pueda sacar marca el próximo año para arañar podio en alguno de los eventos que hace el club.

– Lo que te decía, un empollón formal y casto como tú, Jennifer.

– Mejor eso que no un dejado porrero como tú, subnormal.

– ¡Bueno, no te piques, que sólo lo decía por decir!

– Pues vigila lo que dices, que te has levantado ya tres cubatas y no creo que el salario de mozo de almacén te dé para tanto.

– Al menos es mi dinero. A ti, ¿quién te lo ha dado? Tu padre, seguro.

El comentario enrojeció de ira a Jennifer. ¿Cómo se había atrevía ese palurdo a decirle semejante cosa a ella, que había hecho muchos más sacrificios que él en los estudios y muchos otros contextos? ¡Bien que había trabajado ella varios veranos en trabajos como el de Gero!

– Tu trabajo ya lo he hecho yo, niñato, y para mí ha sido un trabajo de verano. Para ti, será tu máxima meta en la vida.

– ¡Serás…!

Gabi intercedió entre ambos, evitando que Olga tuviera que pronunciarse a favor de su novio o de su amiga en detrimento del otro. Había reaccionado más rápido que ella, que estaba todavía con la boca abierta sin saber que decir.

– Tengamos la fiesta en paz, ¿vale? Mira, Jennifer y yo nos sentamos un rato allí y así todos os aireáis.

– Vale, vale. Mejor así. Cálmate, Gero.

– ¿Que me calme? ¡Olga, estoy harto de tu amiga!

Antes que Jennifer pudiera responder, Gabi intercedió de nuevo y se la llevó hacia una mesa desierta. Allí se sentaron, mientras Gero y Jennifer cruzaban amenazadoramente las miradas mientras se alejaban.

– Es un idiota. Y lo único que hace es fastidiar a mi amiga aunque ella no se de cuenta.

– Tú tampoco has estado muy acertada. Trabaja de lo que puede. ¿Y si tiene razón y no nos sale nada cuando acabemos los estudios y acabamos trabajando de lo mismo?

– Yo habré cumplido y tendré derecho a quejarme, él no porque no habrá dado un palo al agua en su vida.

– ¿Te interesa estar hablando de él durante toda la noche o de otras cosas más interesantes?

– Pues de otras cosas, claro. Él es un tema perdido.

– A lo mejor sí, pero como conozco a su hermano me reservo el opinar. Dijiste que tus padres son profesores, espero que no sean los míos.

– Trabajan en el instituto. Y como tienen plaza fija desde hace años y no se han movido no habrán coincidido contigo cuando estudiabas la secundaria. En la zona de El Clot no han estado nunca.

– Es una zona muy callejera pero tienen buenos clubs de natación cerca y a un tiro de piedra tienes Sant Adrià del Besòs, Badalona y Santa Coloma de Gramenet, donde hay otros clubs deportivos.

– A este paso igual acabas en el CAR de Sant Cugat, aunque ya eres un poco mayor para eso.

– Fuimos allí para hacer un stage de entrenamiento. El sitio estaba muy bien y las instalaciones de lo mejor que había visto.

– ¡Guau! ¿Has estado allí?

– Sí, si estás federado con tu club, sea de atletismo o natación, cuando hacen alguna preparación de pretemporada acaban alquilando alguna vez una pista o piscina como las de allí o solicitan permiso para estar algún día en ellas. Es una ventaja añadida.

A Jennifer se le iban iluminando los ojos poco a poco al escuchar las mil y una virtudes que Gabi tenía. Una carrera exigente, deportista, educado… nada que ver con el idiota de Gero o con otros gañanes que había conocido.

Gabi iba hablando con ella de varios temas: estudios, futuro, deportes… no parecía tenso en absoluto por estar con una chica a solas. ¿Tendría ya experiencia o simplemente era así de inocente? Pero seguro que esos ojazos marrones habían conquistado ya a otras chicas, aparte de Jennifer.

Las risas y algunos pequeños cumplidos habían substituido hace rato a las charlas triviales e incluso algún leve jugueteo con el pelo del otro había asomado y tenido lugar.

Al rato, Gabi comenzó a excusarse mientras miraba el reloj.

– ¿Qué sucede, Gabi?

– Se me hace tarde y me tengo que ir.

– ¿Cómo que te has de ir? ¿A dónde?

– Mañana tengo una competición de natación y como salimos temprano y hoy hemos entrenado, estamos todos alojados en un hotel para salir a primera hora sin que falte nadie.

– Vaya… ¿y en qué hotel te alojas?

– Ese mismo de ahí.

– Lo conozco. Tiene cuatro estrellas pero el precio está bien porque no llega a todos los requisitos. Sale muchas veces en las ofertas de internet y yo estuve una vez, cuando tuve que pasar una noche fuera.

– Si vives aquí mismo. ¿Para qué tuviste que pasar una noche fuera?

Jennifer no iba a decir nada acerca de que había acabado allí con su antiguo novio una noche.

– Tuve que venir una vez a Barcelona, cuando estaba con mi familia de vacaciones en la costa. Tenía que volver antes para hacer un trámite de la universidad. Me di cuenta que me había dejado las llaves de casa y tuve que pasar la noche como pude.

– Yo ahora tengo que ir hacia allí. Me gustaría quedarme más, pero si no madrugo y estoy a punto, el entrenador se enfadará.

– Vale, lo entiendo. Espera, te acompaño un poco.

– Como quieras.

Mientras iban andando hacia el hotel, Jennifer comenzaba a recordar el hotel en que, antaño, había perdido la virginidad con su primer novio. Y suerte que, para aquel entonces, su novio era mucho mayor que ella, porque si no ella, a escasos días de cumplir los dieciocho años, hubiera tenido que aguantar problemas y preguntas incómodas al intentar hacer la reserva.

¿Estaría el mismo recepcionista guapete de la última vez? Y si las habitaciones eran iguales que la que tuvo ella…querría decir que Gabi estaba alojado solo, porque no se lo imaginaba compartiendo una cama de matrimonio con un compañero del equipo de natación.

Llegaron al hotel y se plantaron justo en la puerta. Gabi se giró hacia ella.

– Bueno, aquí nos despedimos. Cuando vuelvas, dile a Gero que me he ido.

– Y… ¿estás con alguien en la habitación?

– Pues no. Son habitaciones individuales pero con cama grande. Si el entrenador me dijera que debemos compartir habitación no hubiera aceptado que me alojaran aquí.

– Es que me sabe mal que nos despidamos ahora…

– Pues yo tengo que irme a dormir. A menos que quieras subir y acabamos de charlar un rato. Creo que hay algo de beber en el mini-bar.

– Ok, pero es que…no querría que te llevaras una impresión equivocada. ¡A charlar, sólo, eh!

– Que sí, que además tengo que descansar. Espera un momento, que hable con el recepcionista.

Gabi se dirigió hacia el recepcionista y estuvo hablando un rato con él. Y sí, Jennifer tenía razón, era el mismo tipo alto que la atendió la última vez. En estos tres años, seguía trabajando en el mismo hotel. O era bueno en su trabajo, o se había acomodado a pesar de poder trabajar en otros hoteles más importantes.

Gabi volvió con una llave en la mano.

– Pues tengo la B-221. Para allá vamos.

– Vale, cojamos el ascensor que ya he caminado suficiente por hoy.

Subieron en el ascensor hasta la segunda planta mientras en él, Gabi se acercaba un poco más a Jennifer. Ahora estaban hablando, prácticamente, a tan sólo veinte centímetros de distancia. La tensión era palpable.

Una vez salieron de él, se dirigieron hacia la habitación de Gabi. Mientras Gabi forcejeaba con la introducción de la tarjeta electrónica, Jennifer se fijaba que en la B-220, que estaba al lado, había colgado el letrerito de “No molestar”. Un par que debían estar pasándolo en grande, pensaba. Como ella hace años, en una de esas habitaciones, pero sin la magia que ella esperaba. En vez de champán y rosas fue sólo sexo que para su novio representaba un polvo más que añadir a las conquistas que ya hubiera tenido, y que para ella debía ser especial por ser la primera vez.

– Vale, ya está, entremos.

– Sí que te da problemas la llave.

– Se atasca. Bueno, no estoy acostumbrado a usarla, sólo he entrado una vez antes en todo el día.

Al entrar, Jennifer observó la habitación. Estaba todo impecable, con una cama de matrimonio en el centro de ella, y un par de mesitas de noche que la envolvían. Los armarios, empotrados en la pared, daban un pequeño toque blanco a la habitación.

Así era como estaba aquella otra vez. Nada había cambiado.

– Entra, si quieres. Voy a mirar un momento si hay alguna cosa de beber.

– ¿Y tus compañeros de equipo están en las habitaciones contiguas?

– Sí, en varias. Pero ellos seguro que están durmiendo ya.

“O haciendo otras cosas” decía Jennifer, pensando en la habitación vecina con el cartelito de evitar interrupciones puesto en la puerta.

Gabi se frustró un poco al abrir la pequeña puerta del mini-bar. Y Jennifer ignoraba el porqué. Se incorporó y se paró frente a ella, de pie.

– No hay nada de beber. Malditos hoteles…

– Pues lo normal. Si es que no entiendo porque me has dicho que había alguna cosa de beber. A menos que lo pagaras, nada.

– Ya, pues ni un triste refresco dejan como obsequio. ¿Te gusta la habitación?

– Es tranquila. La recuerdo así de la última vez.

– Me alegra que hayas subido, Jennifer. De verdad. Eres una chica muy especial, lo he visto enseguida.

– ¿Ah, sí?

– Sí, no sólo eres buena estudiante sino que además eres muy guapa.

– Vaya, gracias. Opino lo mismo.

– ¿Qué eres guapa? Mírala, que engreída, si Gero tendrá razón después de todo.

– ¡No, no! ¡Me refiero a que también opino lo mismo de ti!

– ¿Y que soy guapo también?

– Ehm… sí, eso también, claro.

– Vaya, gracias. Y eso que no eres dada a los cumplidos.

– Sólo los doy cuando creo que se merecen de verdad. La gente los regala continuamente.

– Pues así nunca conseguirás un novio.

– A lo mejor no me interesa conseguirlo.

– Todas quieren su príncipe azul, Jennifer, y los hombres su princesa.

– Los hombres sólo quieren normalmente una cosa y no es una princesa, precisamente.

– Pues yo sí es lo que busco. Y tú lo eres.

Jennifer se ruborizó. La vergüenza le impedía preguntarse por los repentinos cambios de tema de Gabi, que no había tocado las relaciones personales o de género en toda la noche.

– Pues por lo general todo el mundo piensa que soy una aburrida.

– Yo no. ¿Notas esto?

Le cogió la mano y se la puso en el pecho. Jennifer pudo notar enseguida el tacto de un músculo terso y endurecido por el ejercicio físico. Por supuesto que hacía deporte intensivo ese chico.

– ¿El qué, el músculo?

– Mi corazón.

Jennifer bajó la mirada y Gabi le levantó la cabeza cogiéndola de la barbilla. En cuanto sus ojos se cruzaron, Gabi le lanzó un beso.

Lo inesperado del beso hizo que Jennifer se quedara petrificada. Pero enseguida respondió a él, envolviendo el cuello de Gabi con sus brazos. La efusividad que mostró, desequilibró un poco a Gabi, que retrocedió, golpeando la pared con la espalda, mientras la abrazaba. El golpe resonó en toda la habitación. Y probablemente, en la de al lado.

– ¡Que me tiras! ¡Cuidado!

– Un chico fuerte como tú puede con todo.

– ¿Tan fuerte me ves?

– Pues de momento sólo veo el cuello–dijo, mientras le lanzaba otro beso con gran efusividad.

– Puedes comprobarlo–dijo Gabi, al tiempo que se despojaba de la camisa y mostraba su torso a Jennifer. Al verlo, Jennifer soltó un suspiro.

Su complexión era robusta, pero su torso estaba estilizado, con todas las líneas musculares marcadas. Incluso parecía demasiado musculado para hacer sólo natación. Pero no le importaba, su cuerpo era perfecto. Por primera vez, desde hacía mucho tiempo, Jennifer se mordió el labio inferior para controlar su impulso.

– Umm, ya lo creo.

Se lanzó de nuevo a sus brazos, deseosa de notarse segura envuelta en ese cuerpo. Atrás quedaban los tabúes que se había impuesto, al haber conocido a ese chico prometedor. Gabi le devolvió el beso y volvieron a acabar apoyados contra la pared, de pie, en medio de su efusivo intercambio de emociones. De nuevo, el golpe contra la pared hizo retumbar la habitación.

– ¿Me deseas?

– Sí, yo…

– ¿Quieres que lo hagamos?

– Ehm… sí, pero…

– Tranquila, no le explicaré nada a Gero. Ni a Olga, si la veo.

– ¿Lo prometes?

– Lo prometo. Túmbate en la cama, desvístete que vea lo bonita que eres.

Jennifer se soltó de sus brazos y se sentó en la cama. Se sentía segura y, si se sentía así con ese chico ¿con quién mejor iba a tener una nueva experiencia sexual? Quizás esta iba a compensar las anteriores.

Se quitó el vestido, poco a poco, y se quedó en ropa interior. El sujetador y las braguitas negras a juego, iluminaron los ojos de Gabi.

– Puf, cómo estás… te voy a…

Una serie de golpes estruendosos resonaron en la puerta. Parecía que iban a tirarla abajo. El susto cogió por sorpresa a Jennifer que, por acto reflejo, se metió debajo de las sábanas, protegiendo su casi desnudez por si alguien entraba.

– ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué pasa?

– ¡Eso digo yo, a ver qué pasa!. ¡Maldito hotel! ¡Espérate aquí, que voy a ver!

Salió directo hacia la puerta mientras ella se refugiaba en las sábanas. Desde la puerta, a menos que alguien entrara, no se la iba a poder ver en la cama. Como mucho, se vislumbraría el bulto de sus piernas en ella.

Enseguida escuchó una voz adulta, cuyo tono no pudo distinguir. Pero era evidente que el tono era de enfado, posiblemente por los golpes en la pared. Si era el vecino de la habitación de al lado ¿sería el entrenador? ¿O un compañero de equipo muy veterano? Igual Gabi iba a recibir una penalización por subir una chica a la habitación.

Después de un breve intercambio de frases, Gabi cerró la puerta. Su cara de fastidio era evidente y con esa mueca comenzó a perder el encanto que le había hecho irresistible a los ojos de Jennifer.

– ¿Qué pasa?

– Un carroza de la B-220, quejándose de que hacemos ruido. Tendría envidia porque tenemos mejor plan que él. He estado a punto de partirle la cara.

Su manera de hablar también había cambiado. En esos instantes, Jennifer no reconocía en ese chico los rasgos que antes le habían hecho ser interesante. ¿Y decía que ese tipo venía de la B-220 y él no lo conocía?

– ¿Pero… no están tus compañeros en las habitaciones vecinas?

– Mis compañ… ah, sí, claro. Pero no en todas.

– Creo que me ocultas algo.

– No te oculto nada, nena, venga acabemos lo que habíamos empezado. Estábamos muy bien.

– ¿Nena? Oye, ¿pero de qué vas, de repente?

– ¿Yo? De nada, del mismo que hace nada estaba a punto de montárselo contigo. No estropeemos el momento, ¿vale?

A Jennifer no le cuadraban ahora mismo una serie de cosas. Se levantó de la cama y miró a su alrededor. Una habitación perfectamente vacía. Exacto. Sin ningún tipo de objeto que no fuera del hotel encima de la mesa o en…

Abrió un par de cajones de la mesita de noche. Nada, aparte de la tarjeta típica del hotel. Ni prendas, ni llaves, ni ningún utensilio personal.

Se dirigió a los armarios mientras Gabi la miraba extrañado. Pasó por su lado, como si no estuviera presente, y abrió el primero de los armarios. Un armario que estaba vacío. Ni una bolsa, ni ropa colgada de las perchas, ni siquiera una muda de calzoncillos. Nada.

– ¿Pero esto que es? ¿No decías que ésta era tu habitación?

– Sí, y lo es. He abierto con mi llave ¿o no lo has visto?

– ¿Y la ropa? ¿Y tus cosas?

– Las he dejado en el coche, para recogerlas mañana.

– ¿Qué coche, si has venido con Gero según has dicho antes?

La cara de Gabi se descomponía por momentos. El titubeo de su boca, a la hora de intentar encontrar excusas, era evidente. No acertaba a decir nada en claro que saliera de su boca. Pero, en cambio, Jennifer sumaba enseguida dos y dos.

– ¡Tú no tenías ninguna competición! ¡Has reservado la habitación de hotel en el mismo momento que has visto que iba a subir contigo!

– Sí, es verdad, mañana tengo la competición e iba a venir aquí y… todavía no había hecho la reserva… pero…

– ¡Mentira! ¡Has venido hacia el hotel y has esperado para ver si te seguía con esa historia y entonces has hecho la reserva!

– ¿Y eso qué más da? Estás aquí, ¿no? Pues eso quiere decir que quieres lo mismo que yo. O sea que no te hagas la víctima.

– ¡Hijo de puta! ¿Qué te piensas que soy?

– No te enfades… podemos arreglarlo… la habitación está pagada y sería una lástima desaprovecharla.

– ¡Aprovéchala tú, desgraciado! ¡Si seguro que ni siquiera eres nadador ni arquitecto! ¡Todo ha sido una mentira para llevarme a la cama! –decía Jennifer gritando, mientras se comenzaba a vestir. El colmar su paciencia había hecho aparecer en su boca más palabrotas que en todos los años juntos que tenía hasta ahora.

– ¿Pero qué haces? Oye, no puedes irte ahora…

– ¡Claro que puedo, mírame! –dijo ella, cerrando la puerta tras de sí. Por suerte para ella, no acertó con el impulso de la puerta, porque si no, hubiera generado tal portazo que hubiera hecho que los misteriosos vecinos de las otras habitaciones aparecieran en el pasillo como el inquilino de la B-220 había hecho anteriormente.

Jennifer estaba realmente enfadada. Mientras bajaba las escaleras del hotel, se enfurruñaba y sollozaba a partes iguales. ¿Es que ninguno se salvaba? ¿Todos querían lo mismo? ¿Cuán real era el personaje que Gabi había creado para ella?

¿Para qué servía intentar ser tan perfecta y hacer lo correcto? No había ningún chico que valorara el esmero que ella ponía en ser como era. Intentaba ser la hija perfecta, la amiga perfecta y la chica que todo matrimonio quisiera tener en su hogar. Seria, responsable y trabajadora.

Mientras estos pensamientos se repetían en su cabeza, se percató de que ya eran más de las dos de la mañana. ¡Su padre! ¡Había prometido que lo llamaría para decirle que había llegado a casa! Y mejor que lo hiciera cuanto antes porque si debía esperar a la hora en que llegaría a casa, a saber a qué hora iba a llamarle, cuando ya hubiera regresado al pub y convencido a Olga de que la devolviera a casa. Si es que para entonces no se había escapado ya con Gero a hacer manitas.

Cogió su teléfono y marcó el número de su padre. Hizo un trago largo, mientras sonaba el timbre de llamada, para absorber los restos de sollozos. No quería que su padre notara nada por teléfono y le preguntara. Enseguida lo cogió:

– Papá, hola, soy yo. Que ya estoy llegando a casa.

– ¿Sí, cariño? ¿Ha ido todo bien?

– Sí, no te preocupes. ¿Estás todavía con mamá?

– Sí, hija. Todavía estamos aquí hablando. Tú no te preocupes y descansa.

– Lo haré, papá. Buenas noches.

– Buenas noches, tesoro. Eres muy buena hija. Te quiero.

Colgó el teléfono mientras seguía avanzando. Miraba el teléfono como si hubiera matado a alguien. ¿Una buena hija? Una buena hija no hubiera acabado en un hotel con un desconocido, expuesta a quien sabe qué.

¿Y sus padres? ¿Todavía estaban juntos a esas horas de la noche? Era evidente que no podían estar cenando, ningún restaurante tendría abierto hasta tan tarde. O habían ido a tomar alguna cosa o a lo mejor habían acabado haciendo…

Desechó la idea de su cabeza. Y en realidad no sabía qué impresión tener acerca de ese pensamiento. ¿Quería ella que volvieran a estar juntos? A su madre parecía que le iba mejor estando sola, que se divertía más y que volvía a sentirse joven. ¿Y su padre? Pues su padre no parecía tan alegre y muchas veces notaba que se sentía solo pero al menos el silencio había substituido a las discusiones.

Era difícil el papel de hija de dos padres que se separaban. No sabía si tenía que intentar que volvieran a estar juntos o hacer lo posible para que cada uno hiciera su vida al margen del otro. Al menos, el miedo a que la separación afectara a sus estudios, había desaparecido.

Todavía le quedaba casi medio quilómetro hasta el pub y esperaba que su amiga estuviera allí todavía. Al menos, ya sabía que sus padres iban a pasar toda la noche fuera de antemano y eso le había permitido tener la coartada que quisiera. No sabrían de esta nueva decepción que se había llevado su hija.

Por otra parte, en el hotel, Gabi también estaba realizando una llamada:

– Gero, oye tío, ¿dónde estás?

– En el pub todavía. ¿Cómo ha ido, tigre?

– Nada, tío, tenías razón. Con esta no hay quien se lo pueda montar. Esta tía es una frígida.

– Y yo que pensaba que nuestro numerito para transformarte en un caballero andante había funcionado.

– Pues de nada me ha servido mirar el plan de estudios de la carrera de tu hermano. Ni la discusión del bar. Eso sí se lo ha tragado. Lo peor es que ahora vendrá rayada y comenzará a hablar fatal de mí a su amiga. Ten cuidado que seguro que vas a pillar tú también.

– Jo, macho, tienes razón. Y como se alíen las dos, se cabrea la Olga conmigo y adiós noche loca.

– Pues viene directa. Y ya me dirás que hago ahora yo con lo que he desempolvado por la habitación. ¡Estos euros gastados vamos a medias!

– ¡A mí no me líes! ¡El plan lo tramaste tú y si no te ha funcionado es culpa tuya! ¡Bastante me he gastado hoy en cubatas ya! Ya te veo el lunes, en el trabajo.

– Eres un agarrado. Si te vienes aquí con la Olga, puedes aprovechar la habitación, y entonces pagamos la mitad cada uno.

– ¿Y la Jennifer? Ha venido con ella.

– Pues la lleváis a casa cuando llegue y si la Olga está receptiva, te la traes después aquí. Me envías un mensaje y dejo la habitación libre.

– No sé, tío, ya veremos… ¡Ostras! ¡Te dejo que asoma la Jenny por la puerta!

– ¿Y cómo está?

– Enfadada, tío, mucho. ¡Y viene hacia aquí! Te dejo, te dejo, te dejo…

Gero colgó el teléfono enseguida y Gabi lo contempló. Una oportunidad perdida. Tenía a esa chica a tiro y el carroza de la B-220 se lo había impedido. Maldito subnormal. Si no hubiera molestado, Jennifer no se habría dado cuenta de nada hasta que ya hubieran acabado.

Mientras estaba sentado en la cama, comenzaba a pensar en las opciones que tenía. Podía esperarse un poco más a ver si venía Gero con Olga, dormir en el hotel esa noche o incluso un nuevo pensamiento que aparecía en su cabeza: vengarse.

Sí, vengarse de ese maldito gordo que le había estropeado la noche, del que había impedido que se beneficiara de una chica después de toda una noche de teatro y de haber pagado una habitación de hotel.

Y, a medida que miraba algunos de los panfletos del hotel encima de la mesa, comenzaba a imaginarse cómo podía hacerlo.

B-315

Abel comprobaba las cerraduras de las ventanas mientras Nick registraba los armarios. Sergio se mantenía al margen, de pie y vigilando el resto de la habitación.

Todo era tan amenazador como el cucurucho azucarado de una adolescente en la feria. La habitación estaba limpia, o al menos eso parecía.

– Déjame el rastreador, Sergio.

– ¿Dónde has puesto ese trasto, Nick?

– Lo tengo en la mochila, al lado de la Walter.

– Sí, aquí lo veo. Menudo trasto que traes.

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