Check-in

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Richy se dirigía hacia la parada de taxis con la apurada Katrina que le seguía el ritmo como podía con sus tacones a punto de romperse. Richy no atendía mientras intentaba dar una imagen de macho alfa con las maletas cargadas, caminando a toda velocidad. Pero el resuello comenzaba a aparecer en su rostro ya que no estaba muy acostumbrado a otro esfuerzo físico que no fuera apretar los botones del teclado compulsivamente.

– ¡Esperemos aquí, mientras te pido un taxi! ¡Taxi, taxi!

Levantaba la mano de una manera tan efusiva que los taxis pasaban de largo, pensando que era un loco que quería tirarse en mitad de la calle. Katrina miraba la escena, intentando asimilar todo lo que veía. Se encontraba en un país extraño y con un extraño ser de apariencia homínida que, para colmo de males, era el único guía que tenía en ese lugar.

Lo primero era salir de allí. Katrina se adelantó y, con elegancia, indicó a un taxi que parara.

– ¡Bien hecho, bien hecho, muy bien, Katrina! ¡Subamos!

– Da. Sube y para.

– Eso, vamos. Conductor, conductor… ¿me atiende?

– ¿Dónde les llevo, señorita? –la actitud del taxista era de completa indiferencia hacia el pequeño gnomo barbudo.

– Da. Pregunta a él.

– Vale. A ver, chico, ¿dónde os llevo?

– Sí, mire, llévenos a esta dirección. Es un hotel, la tengo aquí apuntada, tenga.

Le dio la dirección y el taxista introdujo la dirección en el GPS. La ruta estaba prefijada y apenas le tomaría unos veinte minutos llegar al nidito de amor que Richy había preparado para Katrina durante una semana.

Dentro del taxi, Richy no paraba de mirarla. Katrina mientras, miraba pacientemente su móvil y comenzaba a escribir en él.

– ¡Estás igual, tan guapa!

– Da, ya lo has dicho–respondía ella, mientras no levantaba la vista del móvil.

– ¡Verás lo que he preparado! ¡Una habitación para que estés como una reina mientras estés aquí!

– Sí, reina dices… ¿Y Anastasia?

– ¿Tu amiga? ¡Ah, está con Raúl! Ya la veremos esta semana algún rato, ¡ya verás!

– Bien, cuando la vea antes, mejor.

– ¡Sí, la veremos, no te preocupes! Estás igual que en las fotos.

El diálogo de Richy, insustancial al máximo, cansaba tanto a Katrina como al conductor, que no paraba de hacer resoplidos al aire en clara señal de desaprobación y de agobio.

Katrina, mientras, no paraba de teclear en el móvil y ponía cara de nerviosismo. Para Richy, debía estar configurando el GPS para comenzar a familiarizarse con el lugar y saber dónde estaba, aunque la realidad, como vería más adelante, era muy distinta de lo que él pensaba.

Al fin, llegaron frente al hotel donde Richy había preparado su alcoba digna de un príncipe. Una habitación con cama de matrimonio en donde podría dormir con su musa rusa y que le serviría de refugio para no sentirse tan perdida en un sitio extraño como era la enorme ciudad de Barcelona.

– ¡Ya hemos llegado, aquí es! ¡Voy a bajar las maletas!

– Chico, la carrera…

– ¿El qué?

– El transporte, que pagues el servicio.

– ¡Ah, vale, dígame!

El precio que Richy pagó por el transporte en taxi desde el aeropuerto hasta el hotel implicaba casi la paga simbólica que sus padres le daban semanalmente para que pudiera, como mínimo, tomarse algo en el bar cada día y tener para algo de transporte a la hora de ir a buscar trabajo.

En ese momento, Richy no miraba el dinero que gastaba. Había sacado de su cuenta simbólica todo el dinero que había guardado durante unos meses para poder reservar el hotel, además de haber pedido un poco más a sus padres.

En un alarde de caballerosidad y gallardía, de nuevo Richy cogió las dos maletas de Katrina y comenzó a subirlas, escaleras arriba, hacia la recepción. Katrina, nerviosa, no paraba de marcar por el móvil a la vez que lo seguía, pero cada vez que se acercaba al auricular, no aparecía nadie al otro lado ni sus mensajes o llamadas eran respondidos.

Por el contrario, el entusiasmo de Richy no tenía límites. Iba a estar con una mujer, por fin, a sus treinta años de edad, un hecho que podía calificarse de histórico según las reglas de la historia moderna. Imposible hubiera sido otro buen adjetivo si se refería a que un hecho altamente improbable era sinónimo de imposible, más que con una probabilidad nula de aparición.

Prácticamente arrolló al recepcionista a la vez que se agolpaba sobre el mostrador, pero éste, profesional siempre, mantenía la compostura ante el fervor de Richy y las maletas que se bamboleaban a su lado.

– Hola, caballero. ¿Tenía habitación reservada?

– Sí, sí, mire, mire. A nombre de Richy y Katrina.

– Con su apellido hubiera bastado antes que dos nombres, señor. Sí, aquí lo tengo apuntado–lanzó una mirada hacia Katrina, que permanecía a su lado visiblemente molesta–con una habitación reservada, en principio, para dos personas.

Ese, en principio, era una alusión velada a que no estaba seguro que acabaran durmiendo los dos en ella, viendo el percal que se avecinaba, pero el alocado de Richy no captó la indirecta.

– ¡Bien, bien, perfecto! ¿A qué hora es la cena?

– Señor, la cena no entra en la reserva del hotel, sólo el desayuno, a menos que pague un suplemento. Pero le diré que es a partir de las nueve, por si quisieran bajar a cenar en el mismo hotel.

– Umm, pues todavía hay tiempo, quedan casi dos horas. ¡Seguro que cenaremos aquí para no perder tiempo! ¿Cuánto costará?

– Señor, esas preguntas debería hacerlas al encargado de cocina, allí abajo, o mirarlo en la carta del restaurante, antes de subir hacia su habitación.

– ¡Sí, sí, de acuerdo! ¡Deme la llave!

– La B-103, señor. Tenga cuidado con las cosas.

– Seguro, seguro. No voy a romper nada.

– Llamen si necesitan algo, señor. También usted, señorita. Que lo pasen bien.

Katrina sí advirtió la indirecta detrás del comentario del recepcionista insinuando que si estaba incómoda por algo, informara a recepción sin ningún problema, y le respondió asintiendo con la cabeza.

Richy cogió, ansioso, la llave de la habitación, y comenzó a enfilar hacia las escaleras con las dos maletas a cuestas.

– Nyet. El ascensor–le recriminó Katrina, señalando el ascensor que estaba parado en esa planta.

Las ganas de Richy de parecer un fornido hombretón a ojos de Katrina, no hacían sino generarle situaciones ridículas una y otra vez. Consciente de su error, se metió en el ascensor, siguiendo a Katrina.

El tiempo que ambos permanecieron encerrados en ese espacio reducido se le hizo eterno a la pobre turista rusa. Richy la miraba con unos ojos tan abiertos que los camaleones le hubieran dado en el acto un carnet para pertenecer su sindicato, si lo tuvieran.

Y un elefante en una cacharrería no hubiera hecho más ruido que el que hizo al sacar las maletas del ascensor, golpeando con todo. Su instinto le hizo girarse hacia la izquierda, donde enseguida encontró su habitación. Katrina hacía rato que no miraba el teléfono, aunque lo tenía bien agarrado, como esperando algo.

Entraron en la habitación y, por fin, Richy soltó las maletas, soltando una exhalación bien audible y profunda. Cargar dos maletas para llevarlas a una primera planta, aún con el ascensor, había puesto a prueba sus límites físicos hasta el borde del colapso.

Porque las condiciones físicas de Richy, eran incluso peores de lo que aparentaba su cuerpo, y ya era un decir. No llegaba al metro setenta de altura y pasaba ampliamente de los noventa quilos de peso, que no eran precisamente de músculo. Las incontables horas pasadas delante del ordenador, tecleando, y gastando el tiempo en las actividades más diversas, variadas y absurdas que pudieran imaginarse eran el único motor físico que nutría a su cuerpo, aparte de la cafeína y los ganchitos que comía de forma compulsiva.

Su poblada barba y bigote, fruto del abandono personal, eran rebozados con una larga melena que, a ratos, se veía llena de caspa. Aunque nunca había sido un figurín, ni siquiera en la educación secundaria, antes de que se popularizara Internet, su sedentarismo extremo había hecho estragos en su aspecto. Y si a ello le sumábamos unas nulas capacidades sociales, el círculo se iba retroalimentando hasta crear un perfecto ejemplo de hikikomori.

El hikikomori era una expresión derivada del japonés, utilizada para etiquetar a los que en otro lenguaje se llamarían “frikis asociales”. En su mayoría jóvenes mantenidos por los padres, o no tan jóvenes, que se atrincheraban en su habitación teniendo su ordenador como único medio de comunicarse con el mundo y aislados del contacto social real.

Sería una manera alternativa de llevar una vida personal si dichos ejemplares estudiaran a través de Internet e incluso pudieran ganarse la vida a través de ella, aunque bien pocos eran los que le sacaban tal rendimiento a su soledad. El uso masivo del ordenador llevaba aparejado un desinterés y desmotivación por cualquier cosa que no fueran los propios vicios personales.

En casos extremos, podían pasar recluidos de ese modo hasta incluso años, sin que el contacto con el mundo exterior se llegara a realizar y sin ganarse la vida por sus propios medios. El papel de los padres era clave en este caso para poder subsistir económicamente.

Y Richy, aunque no quisiera aceptarlo, lo era. Era un soltero parásito de sus padres, anclado en la excusa del escritor frustrado para tener una coartada que le permitiera seguir viviendo del cuento. Un cuento que ya hacía años que duraba y que, incluso con la aparición del término “ni ni” para designar a quien no trabajaba ni estudiaba, no tenía pinta de ser finalizado voluntariamente por él.

En realidad, no tenía ningún interés por las chicas, que no por el sexo, ya que el estrés que le ocasionaba tratar con cualquier miembro del género opuesto era insoportable. Pero, contrariado por las ingentes burlas de ser el único virgen de su escaso grupo de amigos, y probablemente de todo el barrio, se había decidido a utilizar el contacto de Anastasia para que, aprovechando la visita de una amiga suya, llevara a cabo una semana idílica de pasión y locura desenfrenada.

Eso podía ser un principio de cura para su aislamiento social desenfrenado o tal vez una frustración más del mundo real que le hiciera volver a su pequeño mundo, definido por las cuatro paredes de su habitación y su ordenador, que le miraba omnipresente.

Tal vez, incluso fuera Katrina la que acabara con tal trauma que la llevara a ser una nueva hikikomori, exportando el fenómeno a Rusia. Un nuevo fenómeno que acabaría desestabilizando más el país de lo que lo hizo, previamente, la desintegración de la antigua URSS.

Quien sabe, todo era posible en un encuentro tan variopinto. Un encuentro al que Katrina comenzó a intentar sacarle el significado.

– Da, ¿qué hacemos aquí, tovarishch?

– Pues necesitabas una casa donde estar una semana, he reservado esta habitación.

– Spasíba, no hacía falta. ¿Pachyemú?

– ¿Cómo?

– Pachyemú… Porque,

– Ah, porque yo vivo con mis padres, y así aquí estaremos más tranquilos. No pararían de molestar si estuviéramos en mi casa.

– No tuya, su casa.

– Bueno, sí, la de ellos.

– ¿Y tú dormir dónde?

– ¡Pues en la cama, los dos, contigo! Ya hemos hablado mucho por el chat, ya nos conocemos, hay confianza.

– ¿Shto? ¿Qué?

– Si no, donde pensabas dormir.

– Anastasia, ella.

– ¡Pero si allí irá Raúl con ella muchos días a dormir! Mejor aquí.

– Nyet, aquí, no. Contigo no.

– ¡Cómo que conmigo no! ¿Pues dónde?

– Tú, no sé. Yo aquí.

– ¡Qué dices! ¡Yo he pagado la habitación!

– Da, allí en Rusia caballeros pagan todo a mujeres.

– ¡Sí, sí, y yo te lo pago, para que durmamos los dos aquí!

– Nyet, tú te vas, yo me quedo.

Richy comenzaba a mirar, perplejo. Su limitada mente no estaba preparada para afrontar un revés como ese, fruto de la variedad social, de lo que uno podía encontrarse al interactuar con otra gente. Cambios de opinión, injusticia o simplemente repulsión a interactuar con alguien, conceptos nuevos que ahora no podía asimilar.

La perplejidad comenzó a ser substituida por la ira. Su enfado comenzaba a aflorar y, lo que es peor, la arrogancia de Katrina era algo que estaba comenzando a utilizar para justificar el aislamiento social que había realizado durante años. Si las mujeres eran así, él no se interesaría por ellas, la próxima coartada que utilizaría cuando volvieran a burlarse de su escaso éxito con el sexo opuesto.

– ¡No, yo no me voy! ¡He pagado la habitación!

– Pues yo señorita, y he de dormir.

– ¡Tú no eres una señorita, me has engañado!

– Yo no engaño a ti. Te dije venía a ver a Anastasia y entonces conocíamos. Nada más. Yo no dije “reserva habitación”.

– ¡Yo no puedo volver a casa! ¡He dicho que estaría fuera varios días y no puedo anular la reserva!

– Por eso. Yo aprovecho. Pero contigo no. Yo no puta.

Katrina se mantenía firme en su postura mientras Richy se agitaba. Era evidente, que, a sus jóvenes años, la bella chica rusa estaba más acostumbrada que él a tratar esas situaciones donde lo políticamente correcto no tenía que ser lo más acertado. Y menos si implicaba acostarse con alguien.

– ¡Yo no te he llamado eso! ¡Te he dicho que eras una princesa!

– Me recoges de avión y me metes en habitación. Nyet, tú me tratas como puta.

– ¡No, no, no es eso!

– Pero tu habitación. Yo no duermo aquí. Bajo abajo y veo si puedo otra habitación. Vengo recoger maletas más tarde.

– ¡Pero, pero…!

– Izvinítye, dasvidánya.

Katrina salió por la puerta, cerrándola a su paso, mientras un sorprendido Richy no acertaba a comprender lo que sucedía. Su entusiasmo le había perjudicado y había echado por la borda todos sus planes de conquista.

Se sentó en la cama a recomponerse. Ni siquiera sabía qué hacer a continuación, si quedarse en la habitación, irse, dejársela a Katrina o cualquier otra opción que no se le hubiera ocurrido hasta entonces.

En su devenir emocional necesitaba un consejo externo. Naturalmente, no por parte de sus padres, pues la reprimenda por parte de ellos y su anulación de asignación financiera eran seguras.

No, tan sólo podía llamar a Raúl para poder recibir un consejo de alguien que conociera la situación y le pudiera aconsejar.

Cogió su móvil mientras veía las maletas de Katrina, amontonadas en la cama, y suspiraba agitadamente, tratando de calmar sus nervios. Menudo engaño le había hecho esa chica y eso que él pensaba regalarle el cielo si hacía falta. Y si no costaba más euros de los pocos que llevaba encima, claro.

Una llamada al único teléfono que tenía en su lista de llamadas realizadas y recibidas era la salvación que necesitaba para poder poner en orden su atareada cabezita.

Raúl cogió el teléfono, casi al instante, y su risa era audible incluso alejándose del auricular.

– ¿Cómo va, Romeo? ¡Menudo éxito!

– ¿A qué te refieres?

– ¡Pues que a ver si aprendes la lección, idiota! ¡Mira que reservar una habitación de hotel sin decirle nada y pagar toda una semana! ¡Te está bien empleado, a ver si por fin sabes de lo que va la vida!

– No sé qué dices, yo estoy aquí en casa y…

– ¡Venga, hombre, que te dejes ya de tonterías y cuentos! ¡A mí no me vendas la moto, que ya te conozco! ¿A quién piensas que ha estado llamando y enviando mensajes Katrina desde que ha llegado aquí?

– Ehh…–Richy no acertaba a pronunciar palabra, su intento de mentir diciendo que estaba en casa y que, simplemente no le había gustado a Katrina sin decir nada de que había reservado el hotel, había sido desmontado por completo.

– ¡A Anastasia, idiota! ¡No ha hecho más que llamarla, nerviosa, para decirle que eras una especie de psicópata y que habías reservado una habitación para llevártela al huerto! ¿Pero a quién se le ocurre? ¡Sólo a ti!

– Era lo que ella quería… Te pedí y me dijiste que no íbamos a ir al piso de Anastasia porque no podía ser…

– No, eso era lo que tú querías. A una chica no se la puede tratar así y dar por sentado que la vida real es como el chat, so friki. Cruzar algunas frases por Internet no quiere decir que uno ya tenga un ligue seguro, ¡hay que verse, hay que hablar!

En ese momento, Richy se alegraba de que nadie del mundo real estuviera con él para ver el increíble tono rojo de vergüenza que estaba cogiendo su rostro. Se sentía ardiendo bajo la piel por el bochorno sufrido.

– ¿Y qué hago ahora? ¿Me quedo? Si le dejo la habitación, a lo mejor me perdona.

– ¡De verdad que no tienes remedio! Primero haces lo posible por parecer un obseso que ha planeado toda una estrategia para llevártela a la cama ¿y ahora quieres ser un calzonazos? Te has gastado un montón de dinero, te espabilas. Si ya has pagado la habitación, pues te quedas en ella y la aprovechas tú.

– ¿Y Katrina?

– Ya nos ocuparemos nosotros de ella, vendrá al piso de Anastasia, bien lejos de ti, antes de que adelante su vuelta a Rusia por miedo a verte otra vez. Están hablando ahora por teléfono las dos, y ya se arreglarán entre ellas para que hoy se encuentren.

– Tiene aquí sus maletas.

– Las dejas ahí y ya vendremos a recogerlas. Mañana, ya podré venir con el coche de mi padre para cargarlas.

– Vale, gracias.

– Oye, Richy, de verdad. Esto en vez de frustrarte más, ha de hacer que te decidas a salir de esa habitación de una maldita vez. ¿No ves que la vida está fuera y te la estás perdiendo? Tú mismo, si aprendes algo de esto, habrá servido de alguna cosa.

– Me servirá para no fiarme de la gente. Estaré mejor en mi habitación. Ya tenía yo razón al dedicarme sólo a mis cosas estos años.

– Pues nada, si ese es tu pensamiento, adelante. Pero a este paso la vida habrá pasado por encima de ti y no tú por ella. Mañana nos vemos.

– Vale, hasta luego.

Richy colgó el teléfono y miró la habitación. Grande, sola y vacía, como la que tenía en casa. Pero en ella estaba protegido, estaba a salvo de ese mundo cruel que había fuera en el que él no encajaba. Y tenía su ordenador para poder hacer cosas tan interesantes como una partida de rol en un juego online o hacer de troll en foros de internet. Unas posibilidades ilimitadas de diversión en un mundo virtual que, lamentablemente, no le aportaban nada al futuro.

La habitación no estaba mal del todo. Al menos, el gasto que había hecho sería compensado por ello. Y unos armarios donde podía poner bastante ropa, aunque tan sólo llevara un par de mudas. Algo desalentador para una semana romántica, como pretendía haber realizado previamente.

Mejor pasar en ella todo lo que quedaba de semana, interactuando lo menos posible con el exterior, aunque sería difícil distraerse sin ordenador. Pero lo importante era que dicho espacio estaba aislado del hosco mundo exterior.

Al fin y al cabo, se podía ser un hikikomori en cualquier sitio.

B-121

Estoy un poco harto ya. Todo el mundo de fiesta y yo, aquí pringando. Lo que tiene de malo la universidad vía Internet, es que acabas un fin de semana más tarde que los demás los exámenes y te pierdes uno de los mejores fines de semana de desfase del año.

Quitarse los exámenes universitarios de encima es un alivio, y salir antes de saber las notas, permite liberar todas las tensiones acumuladas.

Me hubiera gustado encontrar a los colegas, pero seguro que están de fiesta ya y si me junto con ellos, adiós, examen de Orientación Familiar y Tutoría. Y también a su vecino, el de Enseñanza y Aprendizaje en Contextos Multiculturales, otro hueso duro de roer.

Yo pensaba que Magisterio era una carrera bien facilona. Pero ha cambiado mucho desde que pusieron el plan Bolonia. Si no fuera así, ya estaría acabando la carrera en vez de estar en tercer curso, haría una diplomatura de tres años en vez de un grado de cuatro.

Menudo chollo antes, a los veintiún años te plantabas con una carrera hecha y a cobrar cada mes mil quinientos euros. Sí, pero eso era hace unos años. Ahora, en la época que me ha tocado vivir, tengo que acabar de estudiar más tarde, sacarme más estudios para tener más opciones y, probablemente, ir encadenando suplencias o contratos para suplir bajas.

Pero si cuando iba a escoger carrera, era un chollo ser maestro. Habían puesto la sexta hora en la escuela pública y faltaban maestros a punta pala. Ya nos lo dijeron en el instituto, el que se saque Magisterio tiene trabajo seguro, incluso más que un ingeniero, decían.

Y eso debíamos agradecérselo al gobierno, decían, que había querido mejorar la enseñanza pública dotándola de una hora más, sin tan siquiera mirar si había maestros suficientes para cubrir las plazas que iban a generar los nuevos horarios. Aumentar esa hora de enseñanza mientras se mantenían las condiciones laborales de horario para los maestros, generaba unas tres o cuatro plazas nuevas por centro o más, que se debían cubrir.

Sí, sí, unas promesas muy bonitas y resulta que al crear tantas plazas habían generado un presupuesto que no tenían para sustentar toda esa educación pública. Recortes, y más recortes, y ahora ¿qué queda? La miseria que en otros trabajos, si incluso llevaban tres años sin abrir la bolsa de sustituciones.

Pienso en Marc, mi primo de la Costa Brava, que había estudiado Psicología. Incluso él había tenido suerte porque, al no encontrar maestros, fichaban a cualquiera que tuviera una licenciatura y el curso de profesorado para poder cubrir las clases. Y una escuela concertada le había contratado para dar clases en educación primaria. Un auténtico chollo de trabajo después de que se hubiera estado años pasando de trabajo basura en trabajo basura.

Y ahora, parece que me va a tocar a mí pasar todas esas dificultades. O peores. Si es que no me atrevo ni a encender la tele. Que si crisis, que si generación perdida, que si sueldos mileuristas… ¿Pero qué es lo que me espera de futuro en este país?

A lo mejor sí que me tengo que ir a otro país. A lo mejor en vez de aprender inglés, debería aprender alemán, aunque a mí que expliquen lo que quieran. No estoy para perder el norte e irme tan lejos, a un sitio donde los minijobs de 400 euros están legalizados. Que exploten a los inmigrantes que quieran, no a mí. Si me voy, será para un buen trabajo, no para estar lavando platos en un restaurante y luego, tener que vender la moto de que he trabajado con un enorme sueldazo, para no morirme de vergüenza.

Pero al menos magisterio se ha salvado de la quema. Aunque han recortado sueldos a todo el mundo, pero tienes la garantía de cobrar un sueldo más decente que en cualquier otro donde los convenios son peores.

¿Qué es eso? Ah, el móvil.

– Dime, Felipe.

– ¿Qué haces, dominguero? ¿Te vienes a tomar algo? Y luego salimos por la noche.

– No, no puedo. Todavía he de estudiar.

– ¿Pero qué dices? Si todos hemos acabado ya los exámenes.

– En esta universidad, no. Aquí, incluso en fin de semana se hacen exámenes, y mañana tengo los últimos.

– Son sólo las cinco. Ya estudiarás más tarde.

– No, que me conozco. Empiezo la fiesta y luego no salgo de ahí. No voy a fastidiar todo lo que llevo estudiado por salir un rato, aunque me gustaría.

– Vale, te entiendo. ¿Dónde estás ahora?

– En el hotel que te dije, en Barcelona. Enfrente, tengo el portátil con los apuntes en pdf, y debajo, los tests de exámenes pasados, con los que voy practicando.

– Reservas en un hotel para hacer exámenes, eso ni un uno de los pijos de Medicina lo haría.

– La última vez que hice exámenes en esta universidad vi que era mejor así. En vez de estar cada día, yendo y viniendo, es mejor reservar un hotel cerca de donde vas a examinarte. Así te aíslas un poco de todo, estudias mejor, y no has de sufrir por el desplazamiento.

– Vale, no te doy la lata más. Nosotros, supongo que acabaremos en la zona de pubs, en Mataró.

– Sí, esa discoteca que vimos, me gustó mucho. Ten en cuenta que volveremos a ir. Venga, Felipe, te he de dejar.

– Hasta luego, compi.

Felipe es responsable, no me da la lata. Me alegra haberlo tenido siempre de amigo, porque sabe cuándo el ser un amigo implica hacer una cosa y cuándo implica no hacerla.

Estará bien ir con él de fiesta a la vuelta de exámenes. Aunque no sería con él con quien querría estar en esta habitación, ahora.

No, con él no. Y me sentiría tentado de contactar con ella, pero ahora es menos adecuado que nunca. ¿La veré mañana, cuando estemos haciendo los exámenes? Si es así, lo tendré peor para concentrarme.

No tendría que haber contactado con ella. Me juego mucho, pero es que, quien se iba a resistir a esas piernas. Madre mía, sólo pienso en eso y se me van de la cabeza todas las teorías de Piaget para que mi cerebro se llene de imágenes suyas.

No la he visto desde hace un par de semanas. Me dijo que era mejor, para que así pudiera concentrarme en los exámenes, pero ahora veo que es peor. Si supiera que alguna noche me está esperando, rendiría mucho mejor porque sería el premio del final del día por el esfuerzo realizado.

La última vez fue espectacular. ¿A mí qué me importan las chicas que me quieren presentar mis amigos, comparado con estar con una mujer madura que tiene su propio piso y sus recursos? Quedaros con esas cabras locas, que no son para mí.

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