Check-in

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– Fijaos en lo que sucede con el trabajo remunerado por el Gobierno. Tienes que hacer sustituciones, sacarte una oposición para obtener una plaza fija y aunque la apruebes, muchos otros pasarán por encima en el resultado final al haber acumulado años de experiencia que primarán como puntos. Y además, al conseguir tu plaza, tendrás un régimen de incompatibilidad que te impedirá trabajar en otros empleos. ¿Hace eso la empresa privada? No. En ella, si vales, lo puedes demostrar y cuanto más consigas para la empresa, más ganarás para ti mismo. ¿Cuánto hace que trabajáis para mí, chicos?

– Un tiempo ya hace, señor.

– Y os he remunerado bien. Sabéis de lo que os hablo. El dinero seduce a todo el mundo y una muestra es la pequeña que he dejado en la habitación. Ella ya ha escogido su profesión, aunque todavía no lo sepa.

Los tres intercambiaban pequeñas miradas entre ellos cuando Bauzas no les miraba directamente. Ninguno podía tener nada más que una amante o algo similar con el trabajo que tenían. Una esposa no aguantaría las largas noches en vela, sin saber cuándo ni de dónde volvería su esposo guardaespaldas, destinado a los rincones más inhóspitos y sin poder decir a quién y en dónde lo estaba protegiendo. Pero aún así, guardaban cierto respeto a las mujeres, fruto de sus relaciones anteriores, y se horrorizaban para sí mismos del desdén que el monstruo que tenían delante les profetizaba a todas ellas.

En varias ocasiones habían tenido que subir de incógnito a sus amantes a la habitación. Ninguna era famosa, Bauzas no tenía esa necesidad. El confraternizar con mujeres para llenar su cama no debía ir más allá de mujeres anónimas cuya opinión no fuera tenida en cuenta por nadie ni fueran conocidas. Porque ya era sabido que la prudencia se perdía entre las ternezas del lecho, aun cuando el brutal empresario era la discreción personificada en ese aspecto.

De repente, vieron que uno de los comensales se había levantado de la mesa y avanzaba hacia ellos en tono decidido. El hombre, de casi metro noventa de altura, no tendría más de treinta años y, por su complexión robusta, se notaba que hacía deporte. Su sudadera y sus tejanos afianzaban aún más esa apariencia deportiva y aumentaban la impresión de su corpulencia. De los guardaespaldas, tan sólo Nick le superaba en complexión.

– Esperad, chicos…– tranquilizó Bauzas a su personal, al advertir la situación de un desconocido que avanzaba hacia ellos.

El desconocido atravesó el punto en el que antes un grueso cordón delimitaba la entrada a la zona reservada y, al ver esto, alguno de los camareros comenzó a andar hacia él pero fue parado en seco por el signo de Stop que Bauzas había realizado con la mano. Parecía como si hubiera reconocido a ese tipo.

El hombre se paró a un escaso metro de la mesa de Bauzas y los tres protectores de éste se tensaron. Estaban preparados para saltar a la primera orden para reducirle y, de hecho, es lo primero que hubieran hecho sin mediar palabra si la orden silenciosa de su jefe no les hubiera detenido.

– Ha sido una sorpresa verte desde mi mesa. Sabía que eras tú –murmuró el recién llegado.

– ¿Sí? ¿Y yo debería saber quién es usted? –respondió Bauzas, al ver que el mensaje le iba dirigido a él.

– Seguro que ni lo sabrás, pero yo sí te recuerdo bien a ti. Y a tu maldito lacayo, Thomas Valdés.

La mente de Bauzas procesó el dato como si fuera un ordenador e, inmediatamente, sumó dos y dos.

– El bueno de Valdés es muy efectivo dirigiendo una pequeña empresa de informática que tengo en esta ciudad. Y ahora ¿me vas a decir que lo conoces porque eres su amante?

La provocación de Bauzas hizo que los ojos del recién llegado se pusieran rojos de la furia y sus puños se apretaran hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Tenía un odio visceral y él, lo único que hacía era alimentarlo.

Bauzas era muy bueno provocando a la gente y desarmándola con palabras. Sabía utilizar el tono adecuado y luego, ampararse en la defensa legal si otra persona trataba de agredirle. Eso, si superaba a su trío de protección personal.

– No me provoques. Tú fuiste el que le dijo a él que despidiera a casi la mitad del personal.

– Te equivocas. En realidad le dije que despidiera a la mitad del personal pero se ve que un par de sindicalistas se opusieron. Cosas que pasan.

– Sí, tuvimos que pararle los pies. Adivina quién era uno de ellos dos.

– Supongo que el pequeño aspirante a secretario general de CC.OO o UGT que tengo enfrente.

– En realidad, no pertenezco a ninguno de ellos. ¿Pero tú, como puedes dormir por las noches, cerdo?

– Es muy fácil. Me tapo con una sábana de un tejido muy caro que puedo comprar con el salario que me ahorro pagando a la mitad de trabajadores de una empresa.

La tensión en el desconocido iba en aumento. Nick y Abel, eran los más próximos a él y no paraban de mirarle. Eran los principales obstáculos para que alcanzara a su jefe. Pero éste, en un alarde de demostración de macho alfa, le indicó a Nick que se apartara para poder salir de la mesa y pararse a escaso medio metro de su interlocutor, que le sacaba casi veinte centímetros de altura de diferencia y prácticamente los mismos años de juventud.

Su sorpresa de ver a Bauzas tan cerca de él le turbó un poco mientras éste permanecía tranquilo, hablando con él, con las manos en los bolsillos, como seguro de que no iba a suceder ninguna situación peligrosa para la integridad de su persona.

– ¡Mi mujer era uno de los que despediste! –le gritó, colérico, el autoproclamado sindicalista a Bauzas.

– Pues tienes suerte que no supiera que tú eras sindicalista, porque si no la hubiera despedido mucho antes por ser tu mujer –respondió, tranquilo.

– ¡Serás…!

– ¿El qué? ¿Un cabrón, un ladrón, o cualquier cosa que se te ocurra? ¿Crees que eso me va a ofender? De ese expediente de regulación de empleo ya hace meses y ¿tu mujer ha vuelto a trabajar en este tiempo? ¿No? ¿También eso es culpa mía?

El sindicalista se calló, como si hubiera recibido un golpe que lo hubiera dejado noqueado. Mientras, Bauzas continuaba hablando, ajeno a sus reacciones, como si no existiera.

– En todo este trabajo tu mujer no ha encontrado otro empleo. Y no ha podido demostrar lo que vale, si es que vale algo. Y en todo este tiempo, en este ambiente de crisis, la única persona que le dio una oportunidad para trabajar durante un tiempo, fui yo. ¿Y me vas a venir a criticar porque di por finalizada la relación laboral de ella y otros curritos? En vez de venir a criticarme, deberías arrodillarte y comenzar a darme las gracias.

Su interlocutor, furioso, dio un paso al frente para intimidarle pero Bauzas no se movió ni un milímetro. Lo continuaba mirando fijamente con una pequeña sonrisa en su cara que crispaba aún más los nervios del sindicalista.

– ¡Te voy a…!

– No vas a hacer nada por varias razones. La primera: porque te he dicho una verdad como un templo al decir que no es culpa mía que tu mujer no encuentre trabajo. La segunda: porque si me tocas un solo pelo, acabarás denunciado por agresión y en la cárcel y adiós al único sueldo que entra en tu casa ahora mismo. La tercera: porque yo lo digo y porque si me provocas más, no creas que por ser sindicalista no te voy a poder despedir. Puedo cerrar la empresa directamente sólo con tal de hacer que dejes de trabajar para mí. Y eso implicará no poder pagar cosas como este hotel, que por cierto, no deberías haber pagado si ibas tan escaso de dinero. ¿Has entendido?

– ¡Pero…!

– Esta conversación se ha acabado. Vámonos, chicos.

Los tres guardaespaldas se levantaron y, junto a su jefe, dejaron la mesa pasando por el lado del sindicalista furioso, que ahora miraba el suelo, derrotado. Su mirada estaba perdida y tenía un rastro de terror como consciente de que había provocado al jefe de su jefe y que, a partir de mañana, tendría que convivir con el horror de pensar que podría tomar represalias. Lo peor que podía sucederle a alguien era dejar de ser un anónimo para situarse en el punto de mira de Bauzas porque éste, con sus recursos, podía destruir la vida de casi cualquiera que se le antojara.

Nick, Sergio y Abel se miraban entre sí con cara de sorpresa. Sabían que su jefe era un auténtico monstruo sin escrúpulos, pero no imaginaban que pudiera salir tan airoso de situaciones así. Había dejado fuera de combate a alguien tan corpulento como ellos, y diez veces más furioso, tan sólo con simples palabras. La admiración comenzaba a fraguarse en sus corazones, a su pesar.

Abel comenzaba a temer por el reencuentro con Aurora y por cómo Bauzas podría tratarla. ¿De qué sería capaz? ¿Y cómo podría él secundar dicho trato teniendo que mirarla todo el rato amenazadoramente sólo porque se lo habían ordenado?

Mientras salían de la zona de reservado y atravesaban el comedor, Bauzas distinguió a la madurita elegante con vestido negro que había visto la noche anterior. Estaba sentada con el mismo tipo con el que había cenado la noche anterior y, al pasar a su lado, le hizo un guiño largo junto con un pequeño beso fingido con la boca. Eva, al ver el gesto, sonrió mientras él y sus secuaces pasaban de largo y se dirigían a la salida del hotel.

– ¿Por qué le has sonreído a ese tipo?

– Pues porque él me ha sonreído a mí. Deja de decirme lo que debo hacer, Juan.

– ¿Cómo no voy a hacerlo si te comportas así con todos? ¿Qué debo pensar?

– Piensa lo que quieras y yo haré lo que quiera.

– Pensé que, después de lo de esta noche, todo iba a ser igual que antes. Lo hemos pasado bien.

– Juan, no me seas infantil. ¿A qué te refieres con que todo va a ser igual? Ha sido una noche espléndida pero ya está. Sólo ha sido eso. Sexo.

– ¿Sólo eso? ¿Sólo eso ha sido para ti?

– Querías que habláramos. Vine y lo hemos hecho, cenando como personas civilizadas. Había una habitación reservada por si queríamos dormir juntos o por si una cosa conducía a otra y eso ha pasado. Yo diría que puedes estar contento porque te has llevado más esta noche de lo que esperabas.

– ¡Pero, pero si yo te quiero! ¡No ha sido sólo eso!

– Y yo también te quiero. Eres el padre de mi hija. Pero no de ese modo, Juan. Ahora que he probado la libertad, quiero saborearla. No estropees esto, no seas tan infantil.

– ¿Infantil? ¿Yo?

– Sí, tú. No pienso volver a encadenarme, ni a ti ni a nadie. Ambos estamos mejor separados, incluso diría que estamos mejor solos, sin nadie y con nuestra propia libertad para hacer lo que queramos con quien queramos y cuando queramos.

– Yo no pienso así.

– No te engañes, Juan. Si no piensas así, es porque no has conseguido nada todos estos meses. ¿Crees que no voy a visitar a Begoña? ¿Y crees que no me explica que a veces os habéis juntado Manolo, tú y otros amigos para ir a la discoteca u otros sitios? Si hubieras tenido aventuras estos meses, no me necesitarías, pero lo que sucede es que no te has comido un rosco, Juan. Y confundes cosas.

– No es cierto. He salido con ellos, sí, como tú haces con tus amigas, pero no he querido ir a ligar por ahí.

– No es cuestión de querer sino de poder, Juan. Y te ha pasado como a muchos otros en cuanto se separan. Primero, se sienten libres de estar en el mercado otra vez, piensan que vivirán las mismas noches locas que de jóvenes y salen a la noche a buscar esas aventuras. ¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no soy una de esas mujeres a las que se acercan con evidente lascivia por la noche? Y al final, cuando son rechazados infinidad de veces, sienten miedo de quedarse solos. Ven que no podrán escoger cuando estar con alguien y a la primera mujer que se encariña con ellos un poco, se creen que se han vuelto a enamorar.

Juan callaba mientras las palabras de Eva calaban hondo. Su esposa le conocía muy bien, a él y a los de su género.

– Nosotras reflorecemos. Y no es por presumir, es que por naturaleza es así. Siempre tendremos una propuesta de sexo o aventura. Siempre alguien nos insinuará lo guapas que estamos o nos halagará o invitará a copas. Y en algún momento, también tendremos miedo de estar solas y acabaremos con alguno de ellos. Pero será mucho más adelante.

– Si volvemos a intentarlo, no estaremos solos ninguno de los dos. Te he echado de menos estos meses.

– Y yo también te he echado de menos a ti, pero no a nuestro matrimonio. Si quieres que nos veamos alguna otra vez, tal como hemos hecho hoy, por mí perfecto. Pero no creas entonces que por eso, ninguno de los dos tendrá derecho a inmiscuirse en la vida del otro. Será una noche, nada más.

Juan agachó la cabeza mientras miraba al suelo. Las ilusiones que había generado, al despertarse con su esposa en sus brazos, habían desaparecido. Había sido un niño al pensar eso. Eva se incorporó y le dio un pequeño abrazo mientras lo besaba en la frente.

– Nuestro tren ya pasó, Juan. Déjalo escapar y coge otro. Créeme, me encantaría que conocieras a alguien. Estamos mejor así, y siempre mantendremos contacto, ¿vale? No te preocupes, ya hablaré yo con Jennifer de lo de esta noche. Tengo que irme a los exámenes. Hasta luego, Juan, te llamaré.

– Vale, hasta luego, Eva.

Juan alzó la mirada, y las lágrimas comenzaban a asomarse en sus ojos. Eva, como presintiendo la escena, se giró para marcharse del comedor como si no se hubiera dado cuenta de ello. Sabía que si veía directamente a los ojos de su, todavía marido, en ese momento diría cosas tiernas que no quería decir para cometer un nuevo error.

Salió del comedor y traspasó la puerta del hotel. Ver a Juan ya había sido una emoción bastante fuerte, además de haberse acostado con Arnau previamente, y ahora le faltaba el embarazoso momento de que ambos se vieran, a lo lejos, en plena realización de exámenes, intentando aguantar el tipo.

Sí, su pequeño Arnau comprendía de momento cuál era su papel. Sus numerosas insinuaciones de que fueran algo más tan sólo veneraban su categoría de diosa frente a él y le encantaba. Un cuerpo musculoso, terso y joven que la apreciaba y que estaba loco por ella.

Lo volvería a ver enseguida, cierto. Pero no antes de que acabara todos sus exámenes. No quería interferir en su futuro. Y tampoco quería mezclar a su familia con él. Ni se imagina lo que Jennifer pensaría de ella si la veía citándose con un chico de su misma edad. Y más aún, si se enterara que éste no había sido el único con el que se había retorcido entre unas sábanas.

Como le había dicho a Juan, siempre habría candidatos dispuestos. Y no pensaba cambiar ni a Arnau ni a todos los otros con los que había tenido relaciones esos meses por volver con su marido. Sólo debía conformarse con haber tenido una noche loca con ella y pasar la pensión correctamente todos los meses para que a Jennifer no le faltara de nada y pudiera estudiar tranquilamente.

Al fin y al cabo ¿porque querían más? Lo único que hacían era perseguir el tener sexo con las mismas mujeres de las que se separaron y que dormían a su lado cada noche. Algo totalmente contradictorio, abandonar una cosa para luego perseguirla sin cesar. Y ella no iba a ser la víctima de esas pautas mentales tan primitivas. Ya le estaba bien así. Y no permitiría que Jennifer, en el futuro, fuera otra víctima similar. Le aconsejaría sobre los hombres y le diría lo que podía esperarse de ellos. De madre a hija.

El desayuno proseguía mientras el flujo de gente que bajaba de las habitaciones había alcanzado su cénit y ahora ya existía un perfecto equilibrio entre la gente que entraba a desayunar y la que estaba o había abandonado el lugar.

Muchos habían comenzado a coger sus pertenencias hace rato, para poder asistir a la media maratón. Y de hecho, el televisor de algunas habitaciones ya hacía rato que había sintonizado con un canal local para ver en parte un poco de la retransmisión en diferido del evento.

Los clientes del hotel que se estaban despertando a esas horas, estaban viendo en la televisión a algunos de los que habían sido sus vecinos durante unas horas, al ser clientes como ellos.

La carrera se había ganado con un tiempo majestuoso en la categoría masculina e incluso, mientras todavía no habían pasado ni dos minutos desde su llegada, se estaba diciendo que la primera clasificada en categoría femenina, a falta de un quilómetro para el final, estaba corriendo a ritmo de récord del mundo. Algo que los clientes del hotel, estaban a punto de presenciar en las noticias si, finalmente, acababa produciéndose.

El hotel siempre era un lugar en el que podía estar sucediendo cualquier cosa en sus variadas habitaciones. A algunos, como Richy o Katrina, esa habitación era ahora su nuevo hogar. Ambos, ajenos a que estaban separados por un par de plantas, continuaban durmiendo después de haber pasado un distinto transcurso de la noche. Y, mientras Katrina, al despertarse, intentaría aprovechar el día con la cantidad de dinero que Bauzas le había dejado encima de la mesa, Richy permanecería en la habitación, enjaulado por su propia voluntad, para no soportar la humillación de tener que volver a casa. Tendría que esperar la visita anunciada de su único amigo y de Anastasia, para que vinieran a recoger el equipaje de Katrina, su musa perdida.

El comedor seguiría abierto un par de horas más, por si los durmientes se decidían a bajar y, tal vez, el destino les uniera de nuevo, frente a frente, para vergüenza ajena de ambos.

RECEPCIÓN

Esto es lo que encuentro más interesante de mi trabajo. El parte informativo con el cambio de turno. Que esté en una línea plana como el encefalograma de un monitor conectado a ninguna parte.

El señor Bauzas ha estado satisfecho. El personal estaba advertido de reservarle la habitación que había pedido exactamente y de hacerle sitio en el restaurante. Yo mismo lo recordé, antes de irme a las diez de la noche. Mis ocho horas de descanso son suficientes para incorporarme de nuevo a la misma hora de la mañana. Aunque hoy me he tomado la licencia de hacerlo un poco más tarde para arreglar un par de gestiones con nuestros clientes externos.

Es amigo personal del director del hotel, aunque a veces me pregunto si esa amistad no esconde una relación de servidumbre y mi director en realidad está a sus órdenes. Sea como sea, si uno de los empleados falla a la hora de atender a un personaje importante como él, tiene los días contados.

Silvio, el retén, me ha llamado a primera hora. Y suerte que lo ha hecho. Si no, ahora mismo ya estaría aquí la policía a los que hubiera llamado por ver carbonizada parte de la alfombra de la segunda planta. Pero Silvio me lo ha explicado todo: el chico que pretendía atentar contra los clientes de la habitación de la B-220, la intervención del equipo de seguridad del señor Bauzas y el pago al contado del chico del desperfecto. Buen chico, ese Silvio. Se nota que ha comprendido cómo ha de tratar a los personajes más importantes que pasan por aquí. Servicio y discreción, la mejor consigna.

¿Y quién ha sido la empleada delante de la que han protagonizado todo? Oh, no. Marga otra vez no. Esa mujer no sabe guardar un secreto. Pero espero que lo guarde, por su propio bien. Si no, esta vez puede perder su empleo.

Hablaré un rato con ella, antes de cerrar mi turno. Para entonces, ya habrá llegado para comenzar su turno de la tarde.

¿Y esto? El registro de los distintos servicios de habitaciones muestra que han llevado algunas botellas a la habitación del señor Bauzas, lo que quiere decir que tuvo compañía. Y que es probable que dicha compañía todavía siga allí. Un tema delicado. Será mejor que antes suba y me entreviste con alguna persona de su equipo de seguridad, si es que queda alguno en el edificio. Aunque como todavía tienen la habitación pagada hasta mañana…

Con la variedad de gente que acogemos aquí, puede suceder cualquier cosa. Recuerdo todavía a ese chico de ayer. Tendría mi edad, pero su nivel de madurez no era precisamente sobresaliente. Le temblaban las manos mientras venía con una chica rusa y, a juzgar por la escena, todavía no sé si esa chica era una profesional pagada por él.

Que desalentador para la sociedad. Ese chico tendría alrededor de mi edad pero estaba a años luz de comportarse como tal. Si a eso le junto la despreocupación que he visto en varios de los inquilinos, diría que esta sociedad se va a pique porque parecemos más preocupados para aparentar una cosa que en serlo realmente. Pero la discreción es mi lema como empleado de este hotel para cualquiera de los clientes, sean como sean. No es mi trabajo el juzgarlos sino hacer que estén cómodos.

Nada importante en las otras habitaciones. Los clientes de la B-220 parece que eran ajenos a lo que sucedió delante de su habitación, o al menos no están presentes en ninguno de los registros de quejas ni llamadas a recepción. Muchos clientes ya han dejado la llave y se han marchado a primera hora, seguramente para correr la media maratón.

Un gran evento, y siempre beneficia a nuestro hotel a la hora de alojar clientes. Nuestro producto estrella fue idea mía de ofrecer una rebaja en el precio de la habitación si se presentaba la inscripción a la carrera y así, asegurar el máximo de clientes en este fin de semana. Y parece que ha funcionado: el número de clientes ha sido de un tercio más que el pasado fin de semana.

Además, muchos de ellos acaban alquilando la habitación durante el domingo también para poder ducharse y relajarse con comodidad después de la carrera y así amortizamos más el precio al garantizar el alquiler de dos noches en vez de una.

La mayoría están tan cansados después de correr tantos quilómetros que no se atreven a coger el coche para volver a casa. Prefieren descansar y reponer fuerzas y echarse una pequeña siesta antes de conducir aunque vivan a unos escasos cincuenta quilómetros. Es lo que tiene Barcelona, unos pocos quilómetros pueden suponer una odisea para aparcar.

Los del restaurante ya saben que hoy, seguramente, muchos clientes vendrán a comer pagando extra. Alertados están para que haya existencias suficientes.

Una llamada en el teléfono interno de recepción. Ya tardaban en hacerlas, considerando las horas que son. Y viene de la B-103. Oh, no. Recuerdo esa habitación y a sus clientes.

– Recepción, dígame –para mi gusto, tardan demasiado en responder desde la otra línea.

– Hola, ¿es la recepción?

– Es lo que acabo de decir, señor. Dígame en qué puedo ayudarle –noto el mismo tono entrecortado que noté apenas unas horas antes cuando esta misma voz se me dirigió para hacer el registro a la vez que no paraba de alabar a una joven rusa.

– Sí, quería desayunar algo. ¿Me lo traen a la habitación?

No sé si es inocencia o ignorancia lo que detecto en esta pregunta tan simple. Cuesta acostumbrarse a ello y responder con elegancia.

– Señor, no llevamos el desayuno a las habitaciones. Eso sólo sucede cuando se ha pagado aparte por ello.

– ¿Entonces no puedo desayunar? ¡Pero esto es un timo!

Maldita ignorancia, ahora la reconozco a viva voz. Es inconfundible.

– Señor, la reserva básica de habitaciones lleva aparejada, como en cualquier otro hotel, el desayuno incluido y además, con buffet libre. Pero se realiza en el comedor.

– ¿He de bajar?

– Sí, señor, debería hacerlo. Aunque, siendo las horas que son, lamento informarle que el servicio de desayuno cerró hace rato.

– ¿Cómo? ¿Y ahora qué hago?

– Puedo recomendarle un par de sitios para desayunar cerca del hotel. Pero eso no entra ya a cuenta nuestra, lo siento, señor –y cómo cuesta el tener que ser diplomático en estas situaciones, válgame Dios.

El silencio envuelve la línea ahora. Un silencio que, si llega a diez segundos, será suficiente indicio para cerrar la comunicación con un comentario apropiado y dedicarse a otra cosa.

– ¿Puedo ayudarle en algo más? –digo, adecuadamente.

Por fin, una voz humana, aparece.

– No, no. Ya me las arreglaré. De acuerdo.

– A su servicio, señor, para lo que necesite –digo, mientras cuelgo el aparato para no dar carta blanca a que me retenga más, alejándome de los asuntos importantes. Bueno, de cualquier otro asunto que no sea ese.

El inquilino de la B-103 tiene la habitación pagada toda la semana. Pero me temo mucho que no comprobó exactamente lo que reservaba. Mi experiencia me indica eso mismo y que ahora se debe de estar muriendo de vergüenza intentando encontrar una excusa que le permita largarse de la cárcel que se ha fabricado. Y dudo mucho que la chica que lo acompañaba siga en la habitación con él.

Sigamos con otras cosas. El informe de las entradas previstas para hoy, más el registro de llamadas y de habitaciones pagados para un servicio suplementario.

Y a ver qué más tengo… Alguien se acerca, tímidamente, a la mesa.

Levanto los ojos y veo a una joven. Me recuerda mucho a algunas amigas de la universidad. No parece muy decidida para preguntarme lo que desea preguntar y parece avergonzada.

– ¿Quería algo, señorita?

– Ehh, sí, yo… –titubea. Y no creo que sea por mí. Tiene algo que le causa miedo, porque no para de mirar a todas partes, excepto a mí.

– Hábleme con confianza, señorita. Diga que se le ofrece.

– Creo que mis padres están aquí en el hotel, alojados. ¿Puede comprobarlo?

– Lo siento, señorita, pero no puedo dar esa información sobre nuestros clientes. Su discreción es nuestra máxima prioridad.

– Sólo le pido que compruebe un nombre. Y entonces les puede llamar y decir que estoy aquí.

– Tampoco puedo hacerlo si no hay un mensaje expreso para ello. ¿No tiene el móvil para contactarles?

– Se me agotó la batería. Por favor, compruebe el apellido de Ibarza, a ver si se han registrado con ese nombre.

– No puedo, señorita. Si fuera causa de fuerza mayor, entonces le aseguro que podría hacerlo, pero comprenda que no se puede aportar información privada de los clientes del hotel –digo, mientras mis dedos ágiles buscan Ibarza en la lista de clientes. Y, efectivamente, aparece en la lista y han pasado la noche en… la B-220. La habitación del pequeño incendio frustrado. ¿Tendrá esta chica algo que ver con eso? De todas formas, la pareja que ocupaba esa habitación, dejaron la misma hacia las nueve y media de la mañana.

– ¿Y sabe si todavía está en la habitación el huésped de la B-221?

El registro de dicha habitación me marca al pequeño pirómano que fue obligado a abandonar el edificio. Todo esto se me antoja muy raro.

– Señorita, no puedo atender a sus peticiones de información sin contradecir seriamente las primeras normas que enseñan a los trabajadores de un hotel. Normas que no se pueden vulnerar bajo ningún concepto y que implican la intimidad de los clientes de un hotel y a su vez el despido o no de un trabajador de este recinto.

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