Check-in

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DAN PASTOR

CHECK-IN

Para quien alegró mi vida

y me enseñó que el amor puede nacer

de cualquier encuentro.

Para un tesoro, Pepi.

¿Existe el amor? Algunos lo encuentran pero lo pierden, otros lo encuentran pero no lo reconocen y otros lo compran. Algunos creen que no implica una relación de pareja y otros piensan que se vive mejor sin estar bajo el mismo techo. Para algunos significan unas cadenas que llevan con resignación, para otros perderlas significan una liberación y otros, confusos, quieren recuperar esas cadenas de nuevo.

Encontrar el amor significa tener afecto y ser querido pero también arriesgarse a sufrir. Y, cuando las heridas de la ruptura han cicatrizado, se vuelve a buscar de nuevo en los rincones más inhóspitos.

Otros son novatos en buscarlo. Ya lo aprenderán si es que no se queman con él por el camino. Y si lo hacen, dejarán de perseguirlo.

Una pareja que se reencuentra, otra que se separa, un príncipe azul imposible que aparece en mitad de la noche y una antigua princesa que ha decidido dejar de lado los sentimientos son algunos de los personajes que piensan en su vida al respecto. Pero todos ellos, aunque muy distintos, se encuentran más relacionados de lo que creen. Y tan sólo existe una palabra que ha llevado a todos a reunirse en el mismo sitio:

Check-in.

Índice

B-220 17

B-314 38

B-320 64

B-221 78

B-315 104

B- 103 119

B-121 139

B-123 162

B-203 178

B-106 188

COMEDOR 202

RECEPCIÓN 236

No es que me entusiasmara mucho el trabajo cuando me lo ofrecieron. ¿Qué hace un joven licenciado en Derecho como yo, trabajando en un hotel de camarero? Pero, por desgracia, es lo que se da hoy día en este país. Y aún suerte que no he tenido que irme a Alemania a trabajar, con la que está cayendo.

El hotel no es malo. Cuatro estrellas, tres plantas de habitaciones y un buen servicio, aunque no soy el único que opina que le han regalado una estrella de más. Pero bueno, mientras paguen, me da igual las estrellas que tengan.

Que esté ubicado en el centro de Barcelona también me va bien. Si no me daban un trabajo y tenía que pasarme el tiempo estudiando... ¿cómo me iba a comprar un coche? Donde esté el transporte público, y en un sitio como la gran ciudad donde todo está conectado, que se quite el gasto que debería hacer con el coche.

Estudia, estudia y estudia para esto. A estas alturas debería estar trabajando como mínimo de pasante en un despacho de abogados o contratado por una gran empresa para defender sus intereses. Pero si no hay trabajo, o está mal pagado, hay que coger lo que sea. Y en el futuro, quien sabe, a lo mejor en este hotel ven mi valía y me ascienden al departamento comercial, trabajando codo a codo con el jefe de ventas. Sí, y entonces todo mi salario dependería de los clientes que consiga, una bonita manera de decirme “te vas a ganar tú tu propio sueldo”.

Mejor me voy acabando el café. Me toca entrar ya, son casi las siete de la manyana y hago el turno del desayuno. Total, si el periódico tan sólo pone lo mismo: crisis, guerras, dramas y los últimos movimientos políticos. ¿Qué quieren ahora? ¿Que seamos un nuevo país? Sólo me faltaría eso y que ahora mis escasos euros no tengan nada de valor. Bastante tengo con entender la sociedad que me rodea como para entender todos estos discursos que hacen para intentar convencerme de mil y una cosas. A mí, que me den un buen trabajo, oportunidades y entonces confiaré en alguno de estos políticos.

Es mil veces más distraído todo lo que oigo sobre las historias del hotel que no lo que leo en el periódico. Parece mentira la cantidad de anécdotas que he coleccionado tan sólo en un mes de trabajo. De las que he oído hablar y las que he visto con mis propios ojos.

Empresarios famosos que se alojan de incógnito en el hotel, reuniones de negocios que se han hecho en alguna de las habitaciones, maridos o mujeres que han entrado al lugar con su amante o con una prostituta, turistas borrachos e incluso peleas.

La consigna siempre ha sido la misma: “Ver, oír y callar”. A algunos de nuestros clientes no les gusta ver su nombre en el periódico por un escándalo que haya sucedido en el hotel y acabarían demandándonos. Y entonces, adiós a mi sueldo.

El camarero viene y le doy mi euro con cincuenta. Aproximadamente la décima parte de lo que llevo hoy en la cartera. Que mal me siento. Antes, cuando veía a uno de estos trabajadores, pensaba “Pobre, que triste tener que estar en este sitio para toda la vida” y ahora veo que, realmente, es un trabajo como cualquier otro y que muchos, a pesar de su esfuerzo, han acabado haciéndolo.

Sí, he de aceptar que es este hombre que me sirve el que es un compañero laboral del gremio y no ese trajeado que está con un maletín al fondo. Pero si este camarero que me sirve tiene casi el doble de mi edad, debe querer decir que no se gana mal del todo. De eso no puedo quejarme. Entre el sueldo y el reparto de propinas me acerco a un salario justo y, sin darme cuenta, me he vuelto más extrovertido de tanto hablar con los clientes.

Pues sí, casi mejor trabajar así que no estar en una empresa explotado por una tercera parte de lo que gano ahora y con la excusa de que estoy de prácticas o en período de formación.

Y eso es la excusa para que el primer año nos puedan tener de prueba o cualquier cosa que se les ocurra y así tener a un trabajador casi a coste cero durante un tiempo. Incluso, después, no te garantiza nada el que te hagan un buen contrato. Primero que te hagan un contrato y te cojan, luego que éste, que será temporal, se convierta en uno indefinido, y luego que a pesar de estar fijo no te echen a la calle porque está más fácil que nunca.

Maldita reforma laboral. Ahora, si protestas, o no te gusta nada de lo que se hace, como un esclavo. A fastidiarse y a aguantarse y a no poner mala cara porque enseguida cogerían a cualquier otro y te liquidarían con cuatro euros. ¿A cuánto han modificado la cuantía de los despidos? ¿A veinte días por año trabajado con un máximo de doce mensualidades? Una ruina, haga los cálculos que haga.

O sea, aunque después de un año de prácticas consiga que me cojan y que al cabo de un par de años más, me hagan fijo, luego incluso si acumulara tres años de antigüedad, me podrían liquidar de la empresa con apenas sesenta días de salario. Y encima, la empresa no paga toda la cantidad porque el Fondo de Garantía Salarial les cubre un buen porcentaje.

Sí, señor. Para eso me ha servido estudiar Derecho en este país, para calcular perfectamente la cuantía de mi despido o las nulas posibilidades de que acabe fijo de por vida en una empresa. Qué panorama. Incluso si llevara veinte años en una empresa o más, con los límites de la reforma con doscientos cuarenta días de salario te cargas al que sea. Nadie tiene el sitio fijo ahora ya en la empresa privada.

¿Y funcionario? Menudo sueño. Las oposiciones hace mucho tiempo que se han congelado con los recortes. Y el embudo de las sustituciones en bolsas de trabajo hace tiempo que está colapsado. Vayas donde vayas, siempre eres uno más de entre miles que quieren hacer una sustitución, aunque sea corta, para que su número de sustituto se acorte y te llamen antes. Quizás podría echar una instancia en la bolsa de secretarios judiciales… si es que la abren algún día, claro.

La verdad, estoy empezando a pensar que he tenido suerte de trabajar en este hotel y de que me hayan cogido. Al menos, hay un trato razonable hacia el empleado y un buen ambiente. Pero como llevo poco tiempo, mejor ser cauto.

Salgo del bar. Me quedan unos cien metros hasta el hotel y este bar es de los pocos que se pueden encontrar abiertos por aquí a estas horas. Podría desayunar en el hotel, pero prefiero hacerlo a media mañana, si no, no desconecto del trabajo.

¿Tengo todo? Sí, la pequeña bolsa de deportes con mi ropa, el móvil, la cartera y mi T-١٠ para el metro. Todo en orden.

Caminando, que es gerundio. Y en dirección al trabajo. Mientras voy llegando, ya veo que no hay apenas gente en la entrada. Y nosotros, como personal de servicio, debemos entrar por otra puerta de acceso.

Lo que le gusta a la gente de este hotel (y a mí también) es que esté ubicado lejos de una esquina o de un cruce, para favorecer más que los coches puedan frenar y aparcar con comodidad enfrente suyo. Ir a tientas y con dudas mientras conduces en un cruce de Barcelona en plena hora punta, es un suicidio.

Miro un momento hacia la entrada, antes de desviarme por la puerta de servicio. Allí está el recepcionista de siempre, un tío que se nota que tiene galones en este sitio. Y no mucho mayor que yo. Seguro que lleva años haciendo esto y no parece que le haya ido mal del todo. Nunca lo he visto estresado por el trabajo, ni siquiera cuando ha habido alguna convención o cuando han aparecido personajes conocidos. Si cojo más confianza con él, me gustaría poder hablar con él un rato para que me explique un poco cómo ha llegado aquí y en qué otros trabajos se ha desempeñado. Eso puede animarme o acabar de hundirme definitivamente, quien sabe.

Entrando. Y, cómo no, ya está el pelota número uno con el uniforme puesto. Se nota que quiere que le asciendan enseguida a jefe de servicio, siempre intentando decir a los demás lo que tienen que hacer y poniendo esa cara de superioridad intelectual. Por favor, que trabajamos en lo mismo y yo tengo una carrera, aunque de poco me sirva de momento. ¿Me vas a tocar la moral hoy también, por no decir otra cosa?

Mi mirada molesta y fija le disuade de decirme que enseguida van a servir el desayuno. Es una manera indirecta que suele utilizar de decirme “llegas a tiempo pero cuando acabes de cambiarte ya habrán pasado dos minutos de tu hora de entrada”. No eres mi jefe, idiota, aunque pretendas serlo. Y para eso, si lo logras, todavía te queda mucho. O sea que no hagas funciones que no te tocan sólo para que quieras que los demás te vean como más responsable de lo que en realidad eres.

El resto también están todavía cambiándose. Alguno ya tiene el uniforme puesto pero se relaja bebiendo alguna cosa o mirando su móvil.

– Mírala, la rusa. Ya me ha vuelto a llamar.

– Eres un hacha. Fijo la tienes en el bote.

– ¿Tienes ya el encargo del restaurante?

Palabras, frases y más frases. Dudo que pueda aprender nada útil como oficio de las conversaciones de todos estos. ¿Cuántos serán universitarios? Por el vocabulario, no creo que muchos. Y prefiero guardarme lo de que soy licenciado porque se reirían de mí.

Y qué decir del personal femenino. La mayoría son señoras que podrían ser mi madre y que llevan unos uniformes que no despiertan el erotismo, precisamente. ¿Dónde está la fama de que en los hoteles se ligaba mucho? Si lo haces con las compañeras, te despiden, y si lo haces con las clientas, también. Eso si te quedan ganas después de haber cumplido todas las horas de tu turno, claro.

Y hablando de la vestimenta, aquí está la mía. Y desde luego, no está hecha para ir con ella a cualquier sitio. Una vestimenta en forma de uniforme, para indicar que perteneces al hotel o casi, que eres de su propiedad. La verdad es, que cada vez que me lo pongo, me siento más incómodo.

Maldito uniforme. Siempre me atasco en el mismo punto. Parecería que han hecho esto diseñado para tíos con anorexia. Me aprietan por todas partes. No estoy gordo, en realidad estoy delgado de ir a correr a menudo, pero aun así me aprieta por varios sitios y no me deja moverme con libertad. A lo mejor está diseñado con ese motivo, hacerte sentir prisionero, prisionero de tu trabajo.

Si me hubieran cambiado el turno, podría haber ido hoy a correr la media maratón. Pero me tendré que aguantar a otro año. Gajes del oficio de trabajar cuando casi todo el resto del mundo no lo hace.

Cuando estudiaba fui un par de veces y me gustó la sensación. Todos a la vez, corriendo y en grupo y descargando adrenalina. Un rato de nervios y sudor y luego, para casita. Ahora, sigo con los nervios y el sudor, pero trabajando, y no me puedo ir a casa hasta pasadas unas horas.

Bueno, entremos en el comedor y a ver lo que tenemos. Poca gente que ha bajado, una mujer despampanante que podría ser una de mis profesoras, alguno que parece que va a ir a correr y está desayunando antes de ir a la media maratón, una pareja en la mesa de la izquierda y todos, como no, muertos de hambre y suspirando por el buffet libre que se da en el desayuno.

La mujer despampanante está desayunando con un tipo. Lástima. Si no, podría haberme alegrado la vista un rato ofreciéndole café o cualquier tontería que se me ocurriera. Si me sonriera, sería la segunda sonrisa de una fémina que coleccionaría desde esta semana. Pero siempre son eso: sonrisas y nada más. Nada que te permita aventurarte a algo más con nadie.

Al fondo hay otra mujer similar y, aunque parece tener unas buenas piernas, va vestida muy formal y tecleasu ordenador sin parar. Vaya manera de desaprovechar el tiempo, señora.

Aunque no parece que esté con ese gigantón que está en otra mesa. Menudo mastodonte. Si se pusiera violento, no podríamos pararlo ni entre todos los camareros antes de que viniera la policía. A saber de donde habrá salido y si está con alguna de las clientas de buen ver que están ahora en el comedor. Si fuera así, un comentario inocente de alguno de nosotros podría desencadenar una catástrofe.

Cada persona de éstas con una historia y unas circunstancias distintas que les han traído hasta aquí y algunas probablemente salgan en un estado distinto al que entraron o con nuevos acompañantes.

Cada uno en una habitación. Cada habitación, un mundo distinto. Y a veces esos mundos se cruzan dentro del hotel. Y todos empiezan siempre por la misma palabra.

Check-in.

B-220

Mientras esperaba enfrente de la entrada, miraba la hora una y otra vez. Se retrasaba como hacía cada vez que quedaban cuando eran novios lo cual entonces era adorable porque le quitaba tensión al encuentro al bromear sobre ello.

Pero ahora no tenía ganas de bromear. No era una noche para hacerlo si quería que todo saliera lo mejor posible. A los veinte años te podías permitir desaprovechar oportunidades pero, a los cuarenta y ocho años las oportunidades eran menores y no muchos más trenes iban a pasar en la vida.

No se veía yendo a las discotecas con sus amigos separados para tratar de conseguir una noche loca gratis o metiéndose en internet para contactar con gente. Para él, ese medio tecnológico debía ser poco menos que el diablo y sólo lo más ruin debía conectarse para poder tener un contacto personal con alguien.

Debía mantener y cuidar lo que tenía. Incluso cuando era difícil hacerlo. Y a veces era necesario refrescarlo para que no se secara como cualquier otra planta o flor en la flora del señor.

Su teléfono comenzó a sonar. Maldito artilugio. Al menos su hija había accedido a comunicarse con él llamando en vez de proceder a esos wataps, fastbooks o como cualesquiera que se llamaran esos otros modos de comunicación nuevos.

La tecnología no era su fuerte, e incluso sólo el hecho de descolgar el teléfono ya se hacía más difícil y complicado que antaño con los móviles más rudimentarios.

– Maldito trasto… Hola, pequeña, ¿dónde andas?

– Hola, papá. Te prometí que te llamaría. Pues he salido con las chicas y vamos a comer una pizza en casa de Olga.

– Así me gusta, todas juntas. No os vayáis por ahí que es peligroso, hay cada elemento por la noche…

– Pues ahora eres tú, uno de ellos, jijiji…

– Muy lista. Eso seguro que lo has sacado de tu madre.

– ¿No ha llegado todavía? ¿No está contigo?

– Todavía no, la estoy esperando y ya pasan unos minutos de las nueves.

– Bueno, no te preocupes que enseguida vendrá. Vosotros os veis, cenáis y no os peleéis.

– Tú recuerda que nosotros te queremos y eso te debe bastar. Tus padres, pase lo que pase, te quieren y tan sólo te has de preocupar de llevar bien los estudios que dinero para acabarlos no te va a faltar.

– Vale, papá, no te pongas tan dramático.

– Llámame luego, cuando hayas llegado a casa, aunque sea muy tarde, que si no, no me quedo tranquilo.

– Tan tarde no te llamaré, papá. Te enviaré un mensaje, si acaso.

– Vale, vale. Pero si no soy capaz de leerlo, te llamaré.

– Ok. Hasta luego, papi.

Mientras colgó el teléfono pensó en la suerte que tenían con su hija. Mientras todas las jovencitas de su edad estaban saliendo por la noche ese sábado, ella se había quedado con unas amigas para cenar alguna cosa. A saber lo que acabaría encontrando si salía por ahí y acababa con cualquier adolescente repleto de hormonas que tan sólo buscaba bajarle las bragas.

Él no había sido así. Al menos, no a esa edad. Su época era más conservadora y no se permitía tanto ir de flor en flor y si acababas desvirgando a una chica podías encontrarte que, al día siguiente, su padre te persiguiera con una escopeta para dispararte u obligarte a casarte. En el pueblo pequeño de donde él venía, todo se sabía y todos se conocían.

Pero en Barcelona era todo muy distinto. Aquí la gente era anónima y cualquiera que conocieras podía ser la mejor o peor persona que te podías encontrar en la vida.

– ¡Hola, Juan, perdona que llegue tarde!

Era Eva. Llegaba casi diez minutos tarde y por las marcas en sus labios, se notaba que se había estado maquillando por el camino hace poco.

– Bueno, algo sale como en los viejos tiempos. Hola, un beso.

– Un beso. Y perdona, se me había acumulado un poco los exámenes que tendré que corregir el lunes. Tenía que mirar un poco el correo electrónico por si los alumnos tenían dudas y había algún problema de última hora.

– Lo de hacer dos trabajos de profesora te quita demasiado tiempo. Ya te dije que lo haría.

– Bueno, pues si me dan unos euros más por hacer algunas clases, mejor. Además, todo es a distancia. Juan, no comencemos a discutir, no hemos venido por eso.

– No, claro que no. No me estaba quejando.

– Mejor. ¿Quieres cenar en el hotel o fuera?

– He reservado para cenar en el hotel. Mejor así y el menú también está muy bien.

– Por mí, perfecto. Iba vestida para salir, pero también va bien.

Eva llevaba un vestido negro con una minifalda que le llegaba a las rodillas. Dejaba entrever los muslos que, a sus cuarenta y cinco años muy bien llevados, eran toda una tentación para cualquiera. Y también para él.

– Vamos a entrar. Tengo reserva a nombre de los señores Ibarza.

– Ibarza y Palomares, que ya no estamos en los años sesenta y no heredamos un apellido con el matrimonio.

– Tú siempre has sido muy moderna.

– Y tú muy anticuado. Esa es una de las razones que ahora estemos así.

– Pues nada, vamos a ver si podemos arreglarlo. Tú, primera.

– Eso sí, siempre has sido un caballero. Gracias.

Entraron en el hotel. La recepción era muy discreta y no era para nada proporcionalmente grande a la medida del comedor. Se accedía a él una vez se había dejado la recepción a mano izquierda, aunque Juan debía pararse antes para cerciorarse de que todo estaba correcto.

– Sí, señor, dígame.

– Tenía una reserva a nombre de los señores Ibarz… del señor Ibarza, quiero decir.

– A ver… sí, señor, aquí está. Tienen la B-220.La encontrará en la segunda planta, al fondo a la derecha.

– Gracias, ¿a qué hora se sirve el desayuno?

– A partir de las ocho de la mañana pueden bajar a desayunar cuando quieran hasta las diez.

– Perfecto. Le cojo la llave ya, si no le importa.

– Desde luego, señor, firme aquí para el check-in.

– ¿El qué?

– El registro, señor. Para que quede anotado que ha aparecido y cogido la llave de su habitación. Espero que todo sea de su agrado.

– Gracias, yo también lo espero. Seguro que será así. Hasta luego.

Se dirigió con Eva al comedor, en donde ya tenían una reserva para dos. El comedor del hotel a esas horas se asemejaba más a un restaurante que a un buffet libre gracias al hecho de que no entrar en el precio de la habitación. El desayuno ya sería otra historia en donde la masificación de los clientes anularía cualquier posibilidad de cena o comida romántica.

El camarero les dirigió hacia su mesa, preparada para dos, con una tímida florecilla en un jarrón ubicada en el centro. Juan le ofreció a Eva su asiento y luego se sentó él mientras la miraba de nuevo.

– Estás muy guapa. Te sienta bien el nuevo trabajo.

– Implica estar algunas horas frente a la pantalla del ordenador. Así descanso un poco en vez de tener que estar yendo de un sitio para otro para otro segundo trabajo manual. ¿Recuerdas cuando hacía horas extras en aquel restaurante? Siempre volvía molida.

– ¿Y en el instituto se portan bien? Los míos de este año son tremendos, aunque ya los conociste.

– No me puedo quejar. Ya sabes que como orientadora los cojo en pequeños grupos y no he de pasarlo tan mal como los demás con una clase de casi treinta recipientes de hormonas con ganas de hacer el tonto.

– Pues a mí me las están haciendo pasar canutas. El otro día vino un padre a quejarse porque había echado a su hijo de clase.

– Eso no es novedad, vaya chorrada.

– Lo eché porque te mentó. Me dijo en voz alta “a mí no me dices cómo comportarme que no has sido capaz ni de conservar a tu mujer”.

– ¡Pero bueno! ¿Es que lo sabe todo el instituto?

– Yo no he dicho nada. Pero tus amigas ya sabes como son.

– O tus amigos.

– Yo no los tengo trabajando en el mismo sitio que mi pareja o ex pareja. A mí no me eches la culpa que no he dicho nada.

– Pues bien hecho. Y encima viene el padre a quejarse después de eso…

– Porque al crío le dije en el pasillo, ya a solas, que como se volviera a pasar le rompía la cara contra la pared.

– Juan, eres de lo que no hay… No me extraña que el padre quiera venir si amenazas a su hijo.

– Mientras nadie lo oiga, es lo que hay. Antes bien nos educaban así y un tortazo a tiempo nos daba y al volver a casa el padre nos daba otro de rebote. Ahora es al revés y quieren pegarnos a nosotros, padres e hijos. Como cambian los tiempos.

– Pues sí, Juan. O te adaptas a ellos o serás un dinosaurio. A ver cuando aprendes que las cosas han cambiado.

– Me he ido adaptando un poco a los cambios. Me he modernizado, mira que móvil.

– Que lleves un móvil digital, con un servicio de internet que ni siquiera usas, no es modernizarte.

– Pues tú demasiado moderna te has vuelto. Tus amigas te comenzaron a meter ideas raras en la cabeza.

– Mis amigas son mujeres que ahora están separadas y viviendo su vida, no la de su marido. Y si salen de noche y se lo pasan bien, mejor que estar encerradas en casa cocinando para toda la familia.

– ¿Y también te gusta que vayan con jovencitos? ¿También apruebas eso?

– Si quieren ir con un treintañero que está en forma y hace deporte en vez de con uno cincuentón, con barriga y calva, mejor para ellas ¿no te parece? ¿O no harías tú lo mismo si pudieras?

– Yo no haría eso y lo sabes. Además, algunos de sus amiguitos son veinteañeros, no treintañeros. Podrían ser tus alumnos.

– Sí, quien sabe. A lo mejor alguna está liada con alguno de mis alumnos y yo sin enterarme, ¿te imaginas? ¡Jijiji!

– Pues no sé qué le ven a ir con alguien que podría ser su hija. Antes, en el pueblo, si una mujer hacía eso la echaban de la localidad.

– Pero no estamos en tu pueblo, ni la gente lleva boina ni garrota y las mujeres ya tenemos derechos en vez de ser unas pueblerinas que deben obedecer en todo al marido. ¡A ver si te enteras ya!

– No me grites…

– No lo hagas tú, diciendo a todo el mundo lo que debe hacer. Además, en todo este tiempo que no nos hemos visto, ¿no me vas a decir que no has estado con nadie?

– Yo… yo no he estado con nadie. ¿Y tú?

– Pues ofertas he tenido. Bastantes. Pero de momento aquí estoy, a ver si podemos salvar algo de esto.

– A la niña le ha hecho ilusión que nos viéramos.

– ¿Dónde anda Jennifer?

– Ha dicho que se iba a casa de Olga y que cenarían allí. Verían alguna película o algo así y luego en cuanto la devuelvan a casa, me llamará.

– Jennifer tiene que salir, Juan. Cuando está contigo, dice que lo pasa peor porque no le dejas hacer casi nada.

– Hago que estudie, en cambio tú te vas con ella de compras y hasta os intercambiáis la ropa a la hora de salir.

– Pues sí, Juan, eso hago. La niña es ya una mujercita de veinte años y es hora de que lo aceptes. Cuanto más le prohíbas hacer una cosa, más ganas tendrá de hacerla, y ha de vivir la vida.

– Bueno, como todas las chicas, se lo pasa mejor con su madre. Es natural.

– Conmigo todo el mundo se lo pasa bien. Soy muy animada, ya lo sabes.

– ¿Esta noche también lo serás?

– Muy lanzado vas tú, Juan. Ya veremos, no te embales, que libertad no significa libertinaje.

– He reservado una habitación porque tú me lo dijiste. Pero ya sabes que estás tremenda. Cuando te he visto, me he acordado…

– Yo también me he acordado de algunas cosas, no todas buenas. Pero bueno, vamos cenando que se enfría.

El camarero ya había traído los primeros platos del menú y la cara de ambos, degustando la ensalada de queso de cabra, era un poema. El menú del hotel podía competir con cualquier otro restaurante, pero al ser clientes aunque fuera por una noche, les hacían un pequeño precio reducido.

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