Check-in

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Le acerco el vodka a la bruja de Rusia, mientras la miro. Mide más de metro setenta, casi como yo de alta, buenas piernas, cutis suave y el pelo un poco alborotado. Parece que se ha levantado hace poco de la cama o que se ha echado una siesta. Pues si no es una espía y manejo bien mis cartas, a lo mejor vuelve a la cama antes de lo que piensa.

– Está bueno, gracias.

– Todo lo que hago yo, está bueno. Y una chica rusa como tú ¿está aquí por negocios?

– Nyet. Negocios no.

– Pues has escogido un agujero muy negro para venir de placer.

– ¿Agujero?

– El hotel, cariño. Este sitio no es el más elegante donde habrías podido venir para pasarlo bien.

– No he escogido. Me han traído, pero la reserva no me gustaba.

– ¿Quién te ha traído? ¿Tu novio?

– Nyet, no novio. Un amigo, pero ya lo he dejado solo.

Me encantan las rusas. Enseguida te hacen saber que están abiertas a tiro para que les puedas hacer la rosca cuando conviene. Es como si se pusieran una diana en la frente para que todos los tíos que les pueden interesar les lanzaran sus acometidas para ver quien se las lleva. Y ese, seré yo, por supuesto.

– El tonto no tenía mucho dinero si es aquí el mejor sitio donde te podía traer, niña.

– El mismo que tú. El mismo hotel. Tú, el mismo dinero, entonces.

– Cariño, sólo con el dinero que llevo encima podría comprar este hotel.

Le saco un fajo de billetes de quinientos euros, para que aprenda. Apenas debe llegar a treinta mil euros, pero ya es bastante para que enmudezca y se trague sus palabras. ¿Qué te has pensado, muchacha, que aquí nos morimos de hambre como la aldea de la que debes haber venido? Pero eso me ha dado una pista de que no eres un cebo; lo sorprendida que te has quedado al ver todo ese dinero, lo que indica que no sabías quien era yo.

– Voche moi…

– ¿Te impresiona, verdad? Pues tengo mucho más.

– ¿Eres director de empresa?

– No, nena. Los directores de empresa siempre tienen que hacer lo que les dicen los que manejan la empresa, o sea, los que son como yo. Compro y vendo empresas, edificios o negocios como quien va a una tienda de cromos a cambiar.

– Muy interesante. Así, eres un caballero que sabe tratar mujeres.

Sí, cariño, te aseguro que puedo pagar tus caprichitos pero imagínate lo que te pediría a cambio. Y no me conformaría con sólo una vez ni una sola postura. Reescribiría el kamasutra completo de manera actualizada.

– Sé lo que las mujeres queréis. Y tú parece que necesitas compañía. ¿Ya has cenado?

– Da. He comido fuera.

– ¿Y dónde vas a dormir? ¿Vas a volver a la habitación de donde hayas salido?

– No. No puedo volver ahí.

– Pues necesitarás algún sitio para dormir. Ya sabes lo que te estoy ofreciendo.

– Sí, necesito una habitación.

– Sí, cariño, y yo me voy a subir a la mía. O sea que te vas a subir conmigo.

– Nyet. Yo no soy una puta.

Le saco el fajo de billetes delante suyo y se lo agito para que pueda verla y casi tocarlo.

– Sé mejor que tú lo que eres, nena. Yo me subo ahora.

Me doy la vuelta y le pago las bebidas al barman. Como son casi las diez, me toca ir a la habitación para mirar lo de mañana y relajarme un rato.

En cuanto enfilo el pasillo, camino al ascensor, noto los pasitos que me siguen. Así se hace, nena. Conozco mejor tu naturaleza que tú. Sólo bastaba hacerte ver que era lo mejor económicamente que podías pillar en todo el hotel para que me siguieras como un corderito.

Cuando el ascensor se está abriendo, ya está a mi lado, con la cabeza agachada, un poco avergonzada.

– ¿También subes? Qué bien. Yo voy a la tercera planta. ¿A cuál vas tú?

– No sé.

– Muy bien, entremos, que se abre.

Pues subiendo. Y de forma muy lenta. En la tercera planta estará la B-314, y al lado, mi equipo de guardaespaldas. Seguro que, a estas alturas, ya se han pedido comida italiana de la pizzería de la esquina.

Se abre mi puerta y bajo. Y como no, me sigue la Heidi rusa. Pero, cariño, ¿cómo ibas a ganarle la partida a quien ha jugado más al ajedrez que tú? Me sabía el resultado de esto antes de que empezara.

No digo nada. Me gusta que se humille un poco, mientras me va siguiendo detrás, sin atreverse a decir ni una palabra. Y me planto en mi puerta, a punto de abrir con la tarjeta.

– Oye, debe haber una equivocación. ¿A ti también te han dado mi habitación?

– Nyet, yo…

– Lo sé, cariño, lo sé. Anda, entra y ponte cómoda.

Entra con la cabeza agachada y comienza a mirar la habitación. Sí, cielo, debe ser como la que tenías tú antes, pero la diferencia es que no me he gastado la paga semanal en ella, como debe de haber hecho el pringado de turno con el que estabas, para impresionarte.

– Si quieres algo de beber, cógelo del mini-bar. El mío tiene mucho más que el resto de habitaciones, he dejado encargadas varias botellas. Cógete lo que quieras que voy a estar ocupado un rato.

– Da. Vale.

– Así me gusta. Procura no tocar nada que esté en los armarios y entretente un rato con la tele, que tengo trabajo.

Sumisa y complaciente. Como me gustan. Sabe lo que le conviene y si no lo sabe que se largue. Al fin y al cabo, está en mi habitación y no la he entrado a la fuerza.

Coge una botella del mini-bar y comienza a prepararse otro vodka. Le cojo la botella cuando ha acabado para dejarla en su sitio. Y también para quitarle la pequeña cubierta de plástico que he dejado antes en todas las botellas para captar las huellas de quien quiera que las cogiera, estúpida. Debes de creer que soy tonto y no tengo medios para comprobar a quien meto en mi habitación, un sitio en el que muchas personas querrían estar para aprender de todo lo que sé.

Enciendo el ordenador y pongo el plástico en la pequeña pantalla táctil. Este programa de reconocimiento que tengo en el escritorio es una maravilla. Enlace instantáneo con las bases de datos del país que te dé la gana para poder cotejar las huellas de quien pongas y así comprobar a quien tienes delante.

Ella se entretiene tumbada en la cama y probando los distintos canales de la televisión mientras voy comprobando quien es esta fulana.

Selecciono los países de España, Rusia, Francia y Alemania. Esta chica puede ser una española auténtica fingiendo ser una rusa tonta, o una rusa de verdad o de alguno de los periódicos de los países de las empresas implicadas en la operación. El ordenador me lo dirá enseguida.

Pues veo que la pequeña es lo que dice. Y con un nombre que me gusta, por razones obvias: Katrina. De veintiocho años, de un pequeño pueblecito cerca de Moscú, sin muchos trabajos desempeñados, el último de los cuales fue de guía turística, y, por supuesto, sin ningún tipo de relación con ningún periódico.

Mucho mejor el comprobar que está limpia. Ahora me puedo distraer un rato con los papeles de mañana. ¿Me habrá enviado ese maldito abogado la copia de los papeles al correo electrónico? Vale, veo que sí.

El precio que vamos a pagar por el edificio es ridículamente bajo pero no tienen más remedio. Tengo a tres, del consejo de administración que debe aprobar la venta, cogidos por los huevos. A dos de ellos no les gustaría tener que pagar un divorcio millonario a sus mujeres si alguien publica el vídeo en el que salen con varias prostitutas practicando bondage. Y el tercero… bueno. Digamos que no puede estar seguro de si la empresa en la que está valorará mucho el tener a un ex alcohólico en sus filas, por muy rehabilitado que diga que esté.

Con ese trío en mi mano, era impensable que no me rebajaran el precio de la venta, y cómo siempre, mis socios me han aplaudido. Aunque, claro, no saben las dotes de persuasión que he tenido que poner en práctica. Eso es otra medida que hay que tener en cuenta, la intimidación.

El precio final, según el contrato, es el estipulado. No querría que se pasaran ni un solo euro de lo que negociamos. Y las acciones de las dos empresas implicadas cotizan bien. Las del banco llevan una revalorización del 15% desde el principio del año y las de la empresa de informática llevan acumulados dos trimestres en que pasan del 22%. Ahora mismo, nadie esperaría que vendieran ese edificio y en cuanto se hiciera público, pensarían que tienen problemas y sus acciones cotizarían a la baja.

Como siempre, ya tengo preparada la jugada. Sólo tengo que controlar a la prensa y comprar acciones de la empresa en cuanto se publique la venta y comiencen a bajar. La gente tendrá miedo, y se las quitará de encima como si fueran la peste. Al cabo de un par de días, cuando se digan los motivos y la nueva política de negocio, la gente volverá a invertir pero las acciones habrán subido mucho más y ya no serán accesibles para ellos al mismo precio que las pagaron.

Con mi experiencia en otras operaciones de este estilo, calculo que se desplomarán un 30 o 35% por debajo de su valor actual y luego se revalorizarán hasta el 60%. O sea, que compraré acciones que originalmente eran de 25 euros a 16 euros y luego las venderé al cabo de dos días a 40 euros o puede que más. Habré ganado, con cada acción, casi su precio original.

Claro que las comisiones de ética y de vigilancia de valores y todas esas que existen, de las que nunca me interesa aprender el nombre, vigilan operaciones así para que no compremos acciones en operaciones en que estemos vinculados. Pero, como siempre, ya tengo a los intermediarios necesarios para tejer una cadena en la que yo seré el último que las adquiera, después de que cada uno de ellos se las vendan unos a otros y acabe cogiéndolas yo. Con otra empresa, en la que ni siquiera figuro como presidente, claro está.

También meteré mano a los fondos de inversión. La gente se los quitará de encima como alma que lleva el diablo. Cuando lo hagan, meteré baza y será otro producto que podré adquirir a bajo precio para luego revenderlo al doble.

Lo bueno de esta crisis y de cómo algunas empresas han caído en la bolsa, ha propiciado que, a la mínima que los pequeños curritos ven que su ahorrillo baja en la bolsa, se asusten y quieran quitarse el activo de encima. Si aprendieran algo de economía, entenderían que no todo activo que baja de valor es un activo tóxico, y que si lo mueves adecuadamente, puedes recuperar y aumentar su valor.

Y la empresa de informática… Está bien situada, no podría competir con ella en el mercado porque no he invertido mucho en el sector tecnológico pero durante los dos dias entre la venta y el anuncio, sus productos caerán en ventas, y será el momento de vender todo el stock de esas pequeñas tiendas de informática que tenemos alrededor de la zona. Los vendedores ya han empezado a colocar los anuncios de promoción de los nuevos ordenadores.

Una jugada maestra. Como todas. Sólo necesito controlar que nada salga publicado antes de tiempo o estaré apostando contra mí mismo, al jugar a caballo perdedor después de tiempo.

La clave siempre está en que tu mano derecha no sepa lo que está haciendo tu mano izquierda. Que incluso para los demás, parezca que haces tan sólo una cosa a la vez, y que no eres consciente de las otras que podrías hacer, y en realidad estás haciendo.

Esta paleta que he subido a la habitación no tiene nada que estropearme. Me divertiré un rato con ella y quizás la mantenga hasta que haya cerrado mañana toda la operación.

Mírala, ahí está envuelta en las sábanas de la cama y sin nada que decir. Si total, diga lo que diga, es de lo más predecible y me aburriría con ella. Pero vamos a darle un poco de conversación.

– ¿Qué, nena? ¿Te has distraído?

– Da. La tele tiene muchos canales.

– Bravo por tu comentario inteligentísimo. Y todavía no has encontrado ningún canal que te guste.

– Yo no. No miro mucho la tele.

– Pues deberías verla más, nena. Verías a gente que hace bailar el mundo a su antojo mientras tú estás en tu pequeño pueblecito de Rusia, esperando a que un tonto te pague las facturas.

– No un tonto. Un caballero.

– Lo que tú digas. Para el caso, es lo mismo. Un desesperado que paga tus caprichitos para que te acuestes con él. O que te pone casa, dinero y trabajo, aunque lo último no es necesario si ya te da los dos primeros, ¿verdad?

– Da. Pero no entiendo lo que quieres decir.

– Claro que lo entiendes–le digo, mientras me siento junto a ella en la cama–y seguro que has conocido a muchos que han intentado pagar lo que vales pero no les has dado la oportunidad.

– No hay muchos caballeros hoy en día.

– No, cariño, lo que no hay son muchos que tengan el dinero suficiente y sean tan tontos por estar manteniendo a una mujer que podrían encontrar si se fueran a un burdel. Les costaría menos tiempo y dinero.

– Bueno, no…

– No te preocupes, me importa poco lo que hayas hecho o de donde vengas. Estás aquí, y si te apetece pasar la noche, te daré un dinero extra. Si no, vete ahora, y me dormiré.

– ¿Cuánto me darás?

– No pago nunca por adelantado, nena. Pero si te portas bien, te quedarás aquí hasta que vuelva por la tarde y podrás estar dos días gastando de mi tarjeta para todos tus caprichos.

– Mañana es domingo y las tiendas estarán cerradas.

Menuda una. Se las sabía todas. En cuanto se le hablaba de dinero, los ojos le hacían chiribitas. ¿A quién pretendía engañar? A mí no, seguro. Al enseñarle un fajo de billetes se veía enseguida como era: una busca fortunas o una superviviente como me gusta llamarlas también. La única diferencia entre la primera y la segunda es que la primera busca un retiro dorado de por vida con un golpe bien gordo como un embarazo y la segunda busca ir sobreviviendo día a día con el pringado que le ofrezca más recursos.

– Por eso te he dicho que serán dos días, nena. Mañana tengo que salir por negocios y el lunes, por la tarde, me iré de aquí. Si todavía estás hasta entonces, podrás tener el lunes las tiendas abiertas para ir de compras o lo que te apetezca. Me da absolutamente igual lo que hagas.

– Da. De acuerdo.

– Eso me gusta. De momento, mañana por la mañana encontrarás dinero al levantarte.

– ¿Y eso cómo puedo estar segura?

– Te he enseñado el fajo de billetes que llevaba encima, nena. ¿Crees que soltar quinientos euros a una chica como tú me va a picar el bolsillo? Para nada.

– Sí. Me llamo Katrina.

Menuda noticia. Hacía ya veinte minutos que sabía cómo te llamabas sin que te dieras cuenta al haber metido tus huellas en el ordenador. Aunque la verdad no me importa mucho si resulta que no eres una espía sino una chica del montón.

– Bonito nombre. Aunque me gustaba más llamarte nena. Pero te llamaré como quiera, igualmente.

– Da. Está bien.

– También te he de decir que tengo a tres auténticos matones en la habitación de al lado. Son unas bestias que ya han mandado a varias personas al hospital, tratando de protegerme. O sea que, ya te aviso, si me la juegas me basta con avisarles para que le den una lección a quien yo diga y cuando diga.

– Yo no voy a hacer nada.

– Por si acaso, nena. Que me sobre el dinero no significa que lo regale, y mucho menos que deje que alguien me robe. Harás bien en recordarlo mientras estés conmigo.

La miro fijamente mientras mantengo el silencio. Me encanta intimidar a la gente con esta técnica. Si les miras de frente, enfocando el punto alto de su nariz, no pueden seguir el punto en el que les miras. Tratan de enfocar su propia nariz y eso es contra natura, no puede mantenerse durante mucho tiempo. A ojos de los demás, has ganado un duelo de miradas, y la otra parte tiene que agachar la cabeza porque tu voluntad se ha impuesto a la suya.

En el caso de esta chica, no hay técnicas que valgan. Sólo al empezar a mirarla ya había apartado la mirada. No tiene ningún tipo de carácter y sólo es una pequeña empleada de burdel trabajando fuera de él sin estar en nómina, aunque ella no lo sepa.

– Ya has estado con hombres mayores, seguro. ¿Sabes que te harán daño, verdad?

– Da. Pero me cuidan.

– Te cuidan porque buscan en ti la juventud que han perdido, nena. Estar contigo les hace sentirse jóvenes, de repente, pero sólo es una ilusión. Y por esa ilusión pagan miles de euros.

– Como tú.

– No, nena. No como yo. Tengo más de cincuenta años, y los acepto de buen grado. Cuando era joven, era un idiota que hacía cosas imprudentes. Entonces ya me iban los negocios y las apuestas pero alguna pajarilla como tú me dejó liar cuando le di la oportunidad.

– Da. ¿Y qué pasó?

– Pues que alguna vez me desplumó alguna de estas lagartas. Perdía la apuesta lograda durante una noche en algún casino o en alguna partida de póker. Pero con el tiempo, aprendes, ¿sabes? Si eres lo suficientemente listo, vas aprendiendo a controlar las emociones y a poder identificar las tuyas y las de tus rivales en la partida. Y le das la vuelta a las reglas de la partida, modificándolas para que te beneficien.

– No entiendo.

– Normal. Qué vas a entender si, como no te cuides, acabarás en un club de carretera. Debes aprender a no abusar de tus encantos, cariño, porque si es lo único que puedes ofrecer, piensa que en algún momento los perderás. En diez años, no tendrás el mismo éxito.

– Las mujeres rusas sabemos que debemos buscar un hombre que nos proteja, antes de que nos volvamos viejas y nadie nos quiera.

– Eso no lo saben las mujeres rusas sino todas las mujeres, nena. Es regla de vida y te aseguro que, incluso las mujeres que tú llamas “viejas”, también saben cómo sacar partido de un tío si se descuida.

– Yo no quiero que eso me pase a mí. Yo quiero un futuro antes.

– ¿Y cómo lo vas a conseguir? ¿Qué estás haciendo a tus años o qué estudios tienes? Poca cosa, seguro. Ves aceptando sólo lo que puedes ofrecer.

– Soy buena mujer.

– Vamos a comprobarlo. Ves quitándote el vestidito, reina. Y túmbate en la cama.

– ¿Qué?

– Ya me has oído. Ves espabilando o si no, tendrás que buscar otra habitación para dormir.

Así me gusta, la cabeza agachada. Ni me mires mientras te echo la bronca. Sabes a lo que has venido, o sea que no me entretengas. Tú no me has elegido a mí, yo te he elegido a ti. Puedo tener a mujeres mejores que tú, tan sólo llamando a un par de anuncios de contactos. Y me da igual lo que cobren, sólo necesitaría saber que no les va a importar que estén varias de ellas a la vez. O sea que, considérate afortunada si sabes lo que te conviene.

Se empieza a quitar la ropa y no está mal la chica. Tiene un bonito tanga negro debajo y un sujetador de aros, de los que me gustan, también de color negro. Y se va dando la vuelta mientras se desviste, así sabe que sus carnes se agitan más y que excita mucho el verlas moverse. Por cierto, menudo culo.

Un buen culo, de verdad. No está tonificado a base de gimnasio o deporte, pero está bien cuidado. Suave, sin ningún rastro de grasa, debe haber sido cuidado a base de alimentación vegetariana por lo menos. Y no me extraña. A algo deben adaptarse las pequeñas hogareñas de las heladas estepas de Rusia que tienen que pasar frío hasta para ir al supermercado a por un poco de comida.

Le falta un poco de pecho, pero las rusas nunca han tenido demasiado. Mi otra Katrina siempre me satisfacía, aún sin tener mucho. Ella era de la zona de Balashikha, igual esta nena lo es también. Pero ya se lo preguntaré más tarde.

– Muy bien. Ahora, date la vuelta y ponte boca arriba.

– Da. No me hagas daño.

– Nena, eso no te lo puedo prometer. Yo le he hecho daño a mucha gente, de muchas formas distintas.

Tirada en la cama, me pone muchísimo. Que chiquilla. Debe tener la misma edad que la hija de Bruno, el responsable de recursos humanos de una de las oficinas centrales. Muchas veces le he hecho la broma de que si no tuviéramos que trabajar juntos, me lo haría con su treintañera.

Y me gusta la mirada de furia contenida que me hace sin poder albergarla del todo, gajes de tener que trabajar para mí. O se come el comentario, o se va a la calle, sólo porque a mí me da la gana. El muy tonto es un idealista en tiempos en los que no es posible serlo. Que si aumentar el interés del trabajador, un buen clima laboral y demás tonterías que dicen los gurús de empresa que vienen de vez en cuando. La realidad es esta: tú a contratar y despedir haciendo que nos cueste lo menos posible o será tu contrato el próximo que rescinda.

– Vale, nena, ahora muévete un poquito hacia la derecha.

Me pongo encima y me empiezo a desvestir. El moreno artificial a base de rayos UVA me viene de perlas para mejorar mi aspecto, aunque lo utilizo para poder impresionar en las reuniones de trabajo. Siempre he pensado que en una reunión, el que es más alto, más moreno o tiene más pelo, ya parte con ventaja imponiéndose con superioridad al otro. Varios telespectadores han dicho eso en encuestas sobre políticos: el que tiene más características de las descritas, gana el debate a ojos de los demás.

Me acuerdo siempre del debate televisado entre Frost y Nixon para eso. Cuando le prepararon la encerrona al pobre ex presidente, nunca esperaron que estuviera tan moreno y eso les descentró. Sólo con su porte y su altura, el tío tenía más de media entrevista ganada pero se acabó ablandando y largando todo. Emocional. Un error que nunca hay que cometer cuando te entrevistas o haces una reunión con alguien.

Si a eso le juntamos que siempre procuro encontrar un secreto sórdido de la persona que tengo enfrente, y que soborno a varios de sus empleados para que me pasen documentación interna, mis habilidades de intimidación en una reunión son indiscutibles.

Esta pequeña alma perdida que tengo debajo de mí sólo puede negociar con su cuerpo. Y no es mucho que ofrecer en cuanto se encuentre con alguien como yo.

Muy bien, nena, se nota que tiene experiencia. Deja que te quite ese pequeño tanga tan molesto. Y mejor si lo hago con los dientes.

Sí, sí. Noto el habitual olor característico de una mujer cuando quiere que la tomen. Aunque sea por interés.

No te preocupes, pequeña, yo también me dilataré pronto para responderte. Y te aseguro que no te voy a decepcionar.

La duda es si estarás aquí mañana por la mañana, todavía, o si te habrás marchado en mitad de la noche. Pero eso no me va a quitar el sueño, te lo aseguro. He dejado todo el dinero en la pequeña caja fuerte de la habitación. Y si te lo has ganado, te daré una pequeña parte por la mañana. A fin de cuentas, no hay nada que puedas robar en la habitación, ni siquiera el ordenador, que tengo también guardado bajo llave.

Cuando acabe contigo, descansaré mucho mejor. Estaré toda la noche dormido como un tronco y cuando me levante, me acicalaré, me prepararé para la reunión y me reuniré con mi pequeño equipo personal de rugby para desayunar fuera del hotel. A uno de ellos quizás lo deje de retén en el hotel para que vigile e informe de la pequeña Katrina o de cualquier otro que se acerque con sospecha a mi habitación.

Me pregunto cuál será el adecuado para eso. ¿Nick? Tal vez sí. Ese mastodonte asustaría a toda una legión de pandilleros en sus propias calles. Aunque también aprecio la sutileza que tienen los otros dos a la hora de tratar con la gente y ser discretos con mis asuntos.

Mejor que deje de pensar en hombres musculosos de cien quilos de peso cuando estoy teniendo una erección. Y una descomunal, por lo que estoy notando. Esta pequeña es la causa de todo. Quizás me la lleve a Madrid conmigo para que me haga compañía unas cuantas semanas.

– Te sabes mover, nena. Cuanto mejor lo hagas, más te pagaré.

– Sí, yo soy buena. Muy buena.

– No hace falta que lo jures, demuéstramelo.

La pequeña se comienza a contonear, serpenteando debajo de mí y adaptando su movimiento al mío. Realmente sabe lo que se hace y es indudable que ha estado con hombres mayores. Sus gemidos, sean fingidos o no, aparecen.

Y mientras empieza, comienzo a reír pensando en el pobre diablo que ahora estaría durmiendo solo en una habitación de hotel mientras yo me lo hacía con su proyecto de amante rusa.

Lástima no poder quedarme al desayuno y poder adivinar quién sería el mayor pringado del hotel.

B-320

Empiezo a estar un poco cansada de teclear tanto en el ordenador, pero es lo que toca. No siempre tienes que sentarte ante uno de los mayores cabrones que te podrían tocar en el mundo de los negocios.

Bauzas es un auténtico tiburón de las finanzas. Bueno, y de todo lo que se le ponga por delante, incluidas las mujeres. Pero no por eso me han enviado a mí a tratar con él, sino por no dejarme corromper al estar íntegra. No puede saber nada de mí que pueda resultar amenazante ni que me pueda coaccionar a la hora de cerrar el trato que sea.

Licenciada cum laude en Derecho y también en Económicas es uno de mis puntos fuertes. Y al contrario que otras, no me he dejado atrapar en un matrimonio por un barrigón cervecero que espera que le cocine mientras sienta sus apestosos pies en la mesa del comedor, mirando el canal de deportes. Soy una de esas deportistas a las que ese asqueroso barrigudo le gustaría poner las manos encima, una mujer que, a sus cuarenta años, corre varias carreras populares al año.

Me encantó la última en la que participé, cruzando toda la Diagonal. Ya era hora de que alguien hubiera inventado una carrera así por el centro de Barcelona en vez de las habituales que tantas veces nos han hecho ir por la Gran Vía de les Corts Catalanes. Me ha cansado repetir tantas veces prácticamente el mismo trayecto, sobre todo con el poco tiempo que me deja mi actividad empresarial. Y ya veo que, a menos que le dedique más ejercicio, no voy a rebajar mi mejor marca personal pero mis 10 quilómetros en menos de cuarenta minutos no van a ser fáciles de superar por muchas mujeres.

He hecho los suficientes méritos académicos, deportivos y laborales como para que no tenga que asustarme de sentarme a enfrentarme con ese experto chantajista de tres al cuarto.

No ha sido fácil situar a este banco en el mapa, mejorar su política de créditos y su cartera de clientes nacionales, y por eso no me parece bien la venta de la sede del centro, aunque la vayan a trasladar.

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