Chats

Chats


2

Página 5 de 33

2

Supermask se encuentra con el número de teléfono de Nos en las manos, sin haberlo pedido. Y eso lo excita muchísimo.

Piensa que, si la llama, Nos reconocerá su voz, y se asustará, y se hará atrás.

Pero ahora Supermask ya no puede renunciar. Tiene el tesoro demasiado al alcance de la mano como para abandonar ahora la partida. Es lo que pasa con las menores: las hay muy fáciles y que son tuyas sólo con la promesa de un regalo o de una situación excitante. Y entonces está bien, otra para la colección. Pero, cuando te encuentras una que se resiste, entonces se entabla algo parecido a un combate, y los combates están hechos para ganarlos y el placer que se obtiene cuando sales triunfante es doblemente satisfactorio.

A estas alturas, Eva ya constituye una presa demasiado atractiva, una tentación irresistible.

El móvil de Eva vibra en la oscuridad de la noche. No emite música alguna, ni un zumbido ni nada parecido. Sólo vibra porque, así, si alguien la llamara mientras está en el instituto, sólo ella se percataría de la llamada y no la reñirían, ni la castigarían, ni le confiscarían el aparato.

¿Pero quién la va a llamar?

Al vibrar sobre la mesa, el móvil produce un redoble insistente y molesto que la despierta.

Ahora es ella quien, entre legañas, se pregunta quién la estará llamando. ¿Quién llama a la chica más invisible del instituto?

Toma el aparato con dedos inquietos y adivina al tacto que sólo puede ser una persona porque sólo una persona la quiere en todo el mundo. Supermask. Ahora, Eva es la chica ilusionada porque su superhéroe preferido viene volando a salvarla.

—¿Sí? —susurra, con miedo de que la oigan sus padres.

—¿Eva? —dice una voz extraña.

—¿Sí?

—Zoy Zupermazk.

Tiene voz de Supermask, grave y amenazadora, como de superhéroe cibernético, acoso salido del fondo de la tierra.

Ella no sabe qué decir. No es la voz agradable y armoniosa que esperaba y que debía procurarle confianza y serenidad.

—¿Me oyez?

—Sí. —No se le ocurre nada más—. ¿Qué te pasa?

—Eztoy dizimulando mi voz.

—Ya. Ya me lo parecía.

—¿Zabez por qué? —Eva no se atreve a preguntar—. Porque me conocez.

—¿Te conozco?

—Zí. Y, cuando zepaz quién zoy, no querráz zaber nada de mí.

—¿Por qué? —Eva tiene el corazón en un puño. Todo se hunde a su alrededor.

—No querráz.

Silencio. «¿Y ahora qué le digo, qué le digo, qué le digo?»

—Sí, sí que querré. —Es su única esperanza. ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué le está diciendo? ¿Ahora quiere abandonarla?

—En el último momento, no. No querráz.

—¿Pero por qué lo dices? Sí, claro que querré. ¡Hazme el favor de hablar bien! ¿Quién eres? Yo te conozco. Yo... —se interrumpe. Ahora comprueba que es más fácil escribir «Te quiero mucho» en el messenger, y abreviado, «Tkm», que decirlo en voz alta.

—Zí. ¿Tú qué?

—Que...

—Qué.

Por fin, lo escupe. ¿Qué otra cosa puede hacer?

—Que te quiero. Yo te conozco. No me das miedo. Tú, tú, té eres la única persona que puede ayudarme, ahora.

—¿Tú vendríaz a vivir conmigo?

A Eva se le atraganta un suspiro. Es como si, de pronto, alguien hubiera encendido la luz y descubriera que, hasta este momento, ha estado viviendo a oscuras y a tientas.

—¿Eh? —insiste él—. ¿Vendríaz a vivir conmigo?

—¿Qué quieres decir?

—Lo que digo. Deja a eztoz padrez que te hazen la vida impozible. Paza de inztituto. Zé feliz de una vez.

Eva inspira y espira, inspira y espira, inspira y espira.

—Así, no sé...

—Zi no vienez conmigo, nunca zabrás quién zoy. Nunca tendráz miz cariziaz.

—No, no me diga eso...

—Penzaba que teníaz ganaz de huir, de buzcar la felizidad.

Huir. Se abre una puerta y el horizonte que ve ahí enfrente la hace sonreír.

—Sí, es verdad, pero...

—Lo dizez porque zí.

—No, no lo digo porque sí... Quiero huir...

—¿Conmigo?

—Claro, contigo, contigo, ¿con quién, si no?

—Te da igual con quién. Te iríaz con cualquiera.

—No, no, no. Sólo contigo.

—¿A mi caza? ¿Para ziempre? ¿Al fin del mundo?

Tarda en llegar la respuesta. Pero llega:

—Sí.

—¿Vendráz cuando yo te lo pida?

—Sí, sí, sí.

—Para que me lo crea, primero tendráz que demoztrarme tu amor.

—Como quieras. Yo quiero huir. Pídeme lo que quieras.

—Te lo pediré mañana, por el mezzenger. Tu piénzalo. Pero, zobretodo: no ze lo digaz a nadie, ¿eh? No hablez de ezto con nadie, ni en el inztituto, ni en el mezzenger, ni nada, con nadie. ¿Me haz entendido? Zi no, no habría ninguna pozibilidad, ¿entiendez?

—Sí, sí, claro que lo entiendo.

Supermask corta la comunicación y se acaba la charla.

Eva se queda paralizada, mirando intensamente la oscuridad de la habitación. Allí puede ver y reconocer la mierda de mundo en que está viviendo. Hasta este momento, ha sido cobarde, aceptándolo sin resistencia, pero la nueva luz hace que vea clarísimo el rechazo, y la culpa, y la humillación contínuas que la rodean. Rechazo de sus padres, que nunca están contentos con lo que hace, que siempre le piden más, y que sea de otra manera, que no paran de demostrarle que la consideran una estúpida, que manifiestan constantemente su decepción, el asco que les da haber tenido una hija como ella; y el rechazo de la gente de su edad, del insti y de fuera del insti, que son demasiado diferentes y demasiado perfectos como para tratar de parecerse a ellos, que la ven extraña y la tratan como a una marciana, que sólo se le acercan cuando quieren aprovecharse o reirse de ella, «la Tontalaba», «la MasCulona», «la Mary Macho», «la Chica Sin». La humillación a que la someten diariamente todos, los profesores que la obligan a enfrentarse a su ignorancia e incapacidad delante de los chicos, y sus padres que no paran de hacerle notar los errores que comete, las Tiburonas y sus putas bromas.

Si huyera, todo eso se terminaría. Si huyera con Supermask. Acaban de abrirle una puerta por donde podrá huir de este mundo asqueroso.

«Penzava que teníaz ganaz de huir, de buzcar la felizidad», ha dicho.

Y ella, ¿qué puede decir? ¿Qué otra cosa puede responder más que «¡Sí, sí, sí!»? Ya es mayor, ya ve claro cómo es el mundo, o cómo le gustaría que fuera, de manera que ¿por qué no ir a buscar otra vida, para poder hacerse un mundo a su medida?

Entretanto, Supermask se dice que ya se ha comprometido. Ahora, tiene que ir a por todas. Es el momento de pensar en una estrategia.

Quedar en un lugar, pasar a buscarla con el coche, decirle «Sube». Ella, aunque reconozca a Supermask, no se podrá negar. Quizá, de momento, no sabrá explicarse esa presencia inesperada y no la relacionará con Supermask pero, una vez haya subido al coche y ya no pueda huir, bastará con mencionar algunas cosas que ella misma ha escritoo en el messenger para darse a conocer. «Sé quién eres, dónde vives, qué sientes, por qué estás huyendo, soy tu salvación, tu futuro, la persona que cambiará tu vida y te proporcionará toda la felicidad que te falta.» La chica no podrá ignorar el canto de las sirenas. Nadie la quiere, está terriblemente sola, va de humillación en humillación. No podrá resistirse. Huirán. Se perderán en el laberinto de la ciudad. Hablarán. Y todo se aclarará, por fin.

—¿Tú eres Supermask? —exclamará ella.

—Sí.

El problema es ¿dónde llevarla? ¿Qué hacer de ella?

El lugar ideal es la casa de Canet, claro. Es una urbanización en construcción, hay poco vecinos y, en esta época del año, no debe de haber ninguno. Y, en este momento, es cuando Supermask piensa «Nadie la oirá, si grita».

¿Si grita?

Una imagen se impone: Eva se asusta (¿por qué tiene que asustarse?), Eva grita «¡No, no, no!» (¿por qué tendría que hacerlo?). La imagen culmina con una naturaleza muerta. Accidentalmente muerta, pero muerta.

Se ha resistido, me ha golpeado, me ha insultado, me ha despreciado, me ha escupido a la cara, ¿qué coño se ha creído?

Qué horror. No, no.

No sería la primera vez.

No sería la primera vez.

«Yo sólo quiero lo mejor para ellas pero, a la hora de la verdad, me rechazan. ¡No soy un monstruo!»

Supermask se duerme lentamente. Se le mueven los labios, involuntariamente, mientras el sueño le gana la partida.

«A la hora de la verdad me rechazan.»

«No soy un monstruo.»

«No, no.»

«No sería la primera.»

Ir a la siguiente página

Report Page