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—¡Eva!

Adelaida, la de Sociales, es una mujer gordita, modelo ama de casa, benintencionada, sufridora, todos le tomaban el pelo. No se preocupaba demasiado por su indumentaria, que consistía en rebecas agujereadas en los codos, blusas arrugadas, faldas por debajo de las rodillas y zapato plano. Siempre se la veía corriendo de un lado para el otro, «ay, que se me olvida una cosa», «ay, ¿qué venía a hacer, ahora, aquí?».

Ahora la vemos precipitarse hacia la puerta del instituto y detenerse en seco porque quizá tenga el bolso en la sala de profesores y a lo mejor lo necesita, pero no tiene tiempo de ir a buscarlo si quiere atrapar a Eva antes de que se le escape, y sólo será un momento, de manera que da dos pasos para aquí, dos para allá, media vuelta y se anima a salir a la calle en una callea desbaratada, «¡Eva! ¡Eva!», y Eva la oye pero no hace caso, como si nada, directamente hacia la boca del metro.

—¡Eva! ¡Eva! ¡Criatura!

Los profesores saben que a Eva le hacen el vacío, pero no saben cómo evitarlo. Han hablado mil veces con Elisenda y sus amigas y no ha servido de nada. No se puede obligar a nadie a que hable con alguien, sobre todo cuando este alguien tampoco hace ningún esfuerzo para acercarse a nadie.

—¡Eva! ¡Eva! ¡Espera, criatura!

La atrapa.

Eva se muerde los labios y se limpia las lágrimas con un manotazo, sorbe los mocos ruidosamente y la mira con odio.

—¿Qué te ha pasado, Eva? —le pregunta Adelaida con ojos de gran compasión.

—Que soy la culpable —escupe ella, rabiosa—. ¿De qué? ¡Ah, no ho sé, de todo, de lo que sea, pero la culpable soy yo!

Le resulta muy difícil hablar. Quiere irse de allí, meterse en el metro, bajo tierra, donde nadie pueda verla.

—¡Espera! —Adelaida la agarra de la ropa—. Eva: sé que se están pasando mucho. No hay derecho a lo que te están haciendo...

—No siga —la interrumpe la chica—. No siga por este camino porque eso es precisamente lo que me ha dicho el director. —Muy dura, ella, luchando contra el rictus del llanto, contra el reblandecimiento de las facciones que delatará que debajo del odio se esconde el desconsuelo más profundo—. Como no hay derecho a lo que me están haciendo, resulta que yo soy una resentida que se venga, ¿sabe? Me vengo de todos poniendo mi mp3 en el wáter de los profes pidiendo socorro a gritos... —Estalla en llanto, inevitablemente, quizá porque es verdad que le gustaría pedir socorro a gritos. Y quiere esconder la cabeza bajo el ala, mira al suelo, aparta la vista, muy conmocionada—. No hay derecho, no hay derecho...

Adelaida todavía la tiene agarrada de la manga. Ahora, quiere abrazarla, pasarle el brazo por encima de los hombros.

—No, no, no hay derecho, criatura —dice.

Pero Eva no puede soportar aquella desmotración de cariño allí, en medio de la calle. Ya no cree en nadie. ¿Y ahora por qué me está sobando esta mujer? ¿Qué quiere? Los pensamientos, los miedos y los prejuicios saltan de una neurona a la otra y, de repente, se enciende la lucecita, las maledicencias que corren por el instituto, y Eva aleja a la profesora con un brusco empujón.

—¡Y haga el favor de no tocarme más! ¿No sabe que estoy apestada, que no se me puede dirigir la palabra, que soy la Chica Sin? —Y, no puede evitarlo—: ¿O es que se ha enamorado de mí y se quiere aprovechar? ¡Sólo me faltaría que me llamaran bollera, ahora!

No ha podido evitarlo. Porque las personas que se sienten tratadas injustamente, doloridas y rencorosas, tienen tendencia a tratar injustamente a los otros, en justa reciprocidad, a hacerles daño, enviarlos a la cuerno. Eva sabe que hará daño a Adelaida si alude a su presunta homosexualidad, tan comentada por las aulas, y por eso lo ha mencionado, porque está enfurecida y quiere hacer daño, porque se quiere cobrar el ojo por ojo, porque sí es verdad que existe una Eva sediciendoa de venganza.

Adelaida queda paralizada, como el boxeador que acaba de recibir el golpe de la derrota, parpadea aturdida, moviendo los labios desconcertados, y Eva aprovecha para librarse de ella, quitársela de encima, enviarla al cuerno y alejarse, escaleras del metro abajo, hacia las entrañas de la tierra.

Adelaida, herida, herida, aprieta los labios y cambia de expresión. Desaparece la profesora comprensiva y bienintencionada porque ella también ha recibido muchos golpes en su vida, y también sabe que más vale no ir a por lana si no quiere salir trasquilada. Su boca se tuerce en un insulto, que se traga, mientras regresa hacia el instituto. Ella también es una marginada resentida cuando se encuentra con gente que quiere hacerle daño y sabe cómo hacerlo.

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