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Mientras Eva busca refugio en la biblioteca, se va fijando en cada detalle de un entorno que a lo mejor ya no volverá a ver nunca más. Supermask le dijo, una vez, que madurar consiste en aprender a despedirse. Bueno, pues eso es lo que está haciendo ahora, cuando mira descaradamente a Elisenda y las Tiburonas, que conspiran como siempre, evitando mirarla directamente a los ojos. Hoy no sonríen como tienen por costumbre, no parecen felices ni traciesas, sino como trastornadas por alguna fechoría cuyas consecuencias temieran que se les volvieran en contra. A Eva le gustaría creer que están preocupadas por culpa de la gamberrada que hicieron ayer y que ella ha tenido que tragarse.

Como le gustaría creerlo, piensa en ello intensamente durante un buen rato, en la biblio, delante de un libro que ni lee ni podría entender. Eva sabe que debería leer, que tendría que estudiar, claro que lo sabe, sabe incluso que sería provechoso para ella y le gustaría poder hacerlo, ¿pero cómo se va a concentrar en fábulas ni lecciones una persona acorralada, que tiene que improvisar una fuga desesperada hacia la felicidad? Imposible. Le resulta mucho más sencillo y satisfactorio especular con la fantasía de que las Tiburonas lamentan mucho lo sucedido ayer, que hoy se estén diciendo que deberían reparar el daño de alguna manera y no saben cómo acercarse a ella y pedirle perdón. Entonces, si lo hicieran, Eva las enviaría a la mierda y se quedaría tan a gusto. Le dirían «Porfa, Eva, perdónanos», y ella respondería «No». Y añadiría «sois unas cabronas asquerosas», y entonces podría huir de casa, del insti y del mundo bien contenta. ¿Bastaría con «cabronas asquerosas»? ¿«Cabronas asquerosas» concreta exactamente lo que piensa de ellas?

Al salir de la biblioteca, por el pasillo, se encuentra cara a cara con el Mediacaca, el director. Le hubiera gustado hacerse invisible, o ser lo bastante valiente como para dar media vuelta y alejarse corriendo o, mejor aún, para ignorarlo cuando ve que se dirige muy decidido hacia ella. Pero no es capaz de hacerlo y, de pronto, se encuentra con aquella manita pulcra posada sobre su hombro, y con aquellos ojos negros, duros y brillantes como minerales, clavados en los suyos. Hoy, le parece que todos la miran de una manera especial. Quizá sea cosa de ella, que querría que nadie la mirase porque está deseando dejar de verlos a todos.

El caso es que tiene encima al Mediacaca, su mano pesando sobre su hombro. Y el dire que le dice:

—Quiero pedirte perdón por lo que te dije ayer. Me dejé llevar por los nervios. Debo decirte, para que lo sepas, que hay mucha gente en este instituto que te quiere, Eva. Que vela por ti, aunque no te lo creas. Hay gente que me ha venido a ver y me ha hecho reflexionar y darme cuenta de que fui injusto contigp. ¿Me perdonas? —Hace una pausa pero no muy larga porque la mirada de Eva debe de ser fulminante—. Te lo pido de todo corazón. Di. Me gustaría ayudarte pero no sé cómo hacerlo. Sabes que si cito a mi despacho a las chicas que te hacen la vida imposible todavía puede ser peor... —Eva lo mira de reojo, con desdén, como para transmitirle «No te canses, porque no me creo ni una palabra». Y él se rinde—: Bueno, no sé. Di: ¿me perdonas?

Bueno, a Eva no le cuesta nada perdonarle la vida. Mueve la cabeza, para decir que sí, que le perdona. Le da igual. Es como si ya no estuviera aquí y, de paso, se ha quitado la manita de encima del hombro. Venga, fuera, aire.

Más tarde, mucho más tarde, cuando ya es hora de volver a casa, y Supermask no ha telefoneado, Eva oye la voz de Ernesto al pie de la escalera. Ella está bajando y hay alguien que está diciendo:

—Tú no te ligaste a Elisenda, tío. Fue ella quien te ligó a ti.

Entonces reconoce la veu de Ernesto que replica:

—Que te digo que me la ligué yo, tío... —La reconoce y lo lamenta porque eso significa que la conoce, y detiene el paso, y se maldice el alma porque eso quiere decir que le importa lo que Ernesto pueda decir. Es su voz inconfundible, juguetona, voz de chistes, expectante de risas y amistad, que se expresa en voz baja, o no tan baja pero cómplice y furtiva—: Me la ligué y no fue tan difícil, tío. Con una tía como Elisenda sólo tienes que sabértelo montar. ¿Quieres que te diga cómo tienes que hacer?

Chulo de porquería. Eva se indigna. ¿Qué se habrá creído? Aprieta el paso, llega al pie de la escalera, ahora el grupo de Ernesto ya puede verla, quizá no la vean, pero da igual, quizá están demasiado concentrados en conversaciones machistas para fijarse en la chica más invisible del insti, el cero a la izquierda, que ahora se pierde entre el gentío que llena el vestíbulo, que ahora sale a la calle.

Nadie la llama, «Eh, Eva», nadie dice «Eh, tú», pero da igual porque ella tampoco habría hecho caso.

Ya tiene a Supermask.

Supermask que la llama al móvil justo antes de que entre en el metro. Suena el aparato, responde ansiosa y se siente arrebatada por la emoción cuando una voz desconocida le dice «¿Eva? Zoy Zupermazk».

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