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Durante el trayecto, Supermask habla y habla, y todo lo que dice es razonable y tranquilizador.

—Quería hablar contigo con calma porque todo esto es muy delicado —va diciendo—. Supongo que lo comprendes...

El coche corre y corre. Y a un lado y a otro hay huertas y solares con grandes rótulos anunciadores de inmobiliarias y futuras urbanizaciones que prometen paraísos a cómodos plazos.

—Yo sólo quiero ayudarte. Tú necesitabas salir del purgatorio en que te habías metido y yo me he limitado a sugerirte una salida. ¿Quieres huir? Pues huye. Mira, ven y te enseñaré el camino. —Eva mueve la cabeza negativamente—. ¿Que no quieres ir por ahí? De acuerdo, conforme, ya eres mayorcita, pero cuidado, porque ahora puedes meterme en un compromiso. De eso quería hablar contigo, ¿entiendes? —El discurso se alarga y se alarga—. Si tú ahora vuelves a casa y dices que el señor Galabarte te ha incitado a huir de casa y te ha abierto las puertas de su casa, me meterás en un lío, ¿verdad que me entiendes?

—No lo diré, no lo diré.

—Ya sé que no lo dirás, pero precisamente por eso quiero hablar contigo, y quiero hacerte reflexionar y quiero enseñarte una cosa...

Y el discurso se alarga y se alarga.

Ya hace rato que Eva sospecha que no van hacia Barcelona ni hacia su casa. Ahora, de repente, cuando el Nissan abandona la carretera y pasa bajo un arco blanc sobre el que se lee Urbanización Trespiés, Trespeus, Threefeet, Deuxpieds, cae sobre ella la confirmación de todas sus sospechas.

—¿Dónde vamos, dónde vamos? —exclama, con voz delgada y aguda.

—Sólo quiero enseñarte una cosa —dice el Tolondro, muy nervioso—. Sólo una cosa. Quiero que hablemos tranquilamente...

—No quiero. Quiero que me lleves a casa...

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