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Eva camina de prisa, de prisa, con un objetivo muy preciso. Y Ernesto corre a su lado, mirándole el perfil, atento a sus reacciones y sin dejar de hablar. Es un moscardón insoportable.

—Escucha, Eva. Tú no me conoces, tú no sabes cómo soy, y tengo que contártelo ahora, antes de que sea demasiado tarde. Sé que ayer me oíste cuando hablaba con Bergadá y Camaño, cuando decía todo aquello de Elisenda...

Llegan a la plaza Calatañazor, que tiene una isla en el centro con una fuente con un saleidor muy alto y una escultura. Cruzan hacia esa isla central cuando el semáforo acaba de cambiar a rojo, y eso les obliga a correr.

Junto a la fuente, Eva mira hacia todas partes, ansiosa, sin duda porque ha venido a encontrarse con alguien.

Alicia la observa desde la acera de enfrente, escondida detrás de un árbol y de unas gafas de sol, cerca de un McDonald’s.

—... Que me ’había ligado a Elisenda y todo eso —continúa Ernesto como un rumor de fondo—. Bueno, ya lo sé, me la ligué a principio de curso, sí, ya lo sé, me la ligué o me ligó ella, da igual, pero yo iba a por ti, ¿sabes que yo iba a por ti?

Quien sepa leer en los ojos, verá que en los de Eva hay una pregunta ansiosa: «¿Dónde está? ¿Dónde está?»

Y Ernesto:

—... Tú me gustas mucho, Eva, sí, sí, no me mires así, eres muy guapa, eres la más auténtica de la clase, la que tiene más personalidad. Y no lo creo yo: lo creen todos los tíos del insti. Lo que pasa es que vas siempre tan seria, tan ensimismada...

El Nissan de Supermask llega por detrás de Eva. Se detiene en doble fila, estorbando al tráfico. La presencia de Ernesto es un imprevisto. ¿Qué hace ahí ese crío?

Habla. Ernesto habla y habla:

—... Que no hablas nunca con nadie, que das hasta un poco de miedo, digamos respeto, y los tíos, claro, no se atreven...

A estas alturas del discurso, Eva se anima a replicar, enojada y muy nerviosa:

—¡No me dirigen la palabra porque soy la Chica Sin, porque todos hacen lo que dice Elisenda!

Consulta el reloj. «¿Qué hora es? Bueno, Supermask no dijo hora. Dijo “A la salida del instituto”.» Eva vuelve a consultar el reloj porque no recuerda qué hora ha visto. Y, si ahora le preguntaran qué hora es, tampoco sabría qué decir.

—¡No, no, no! —protesta Ernesto— Lo que pasa es que ya les va bien que seas la Chica 8 porque, así, pueden decir que, si no te hablan, es porque tienes la maldición. Si no fuera por eso, tendrían que reconocer que no te hablan porque no se atreven, porque les das miedo, y entonces pasarían por cobardes...

El guardia municipal ha divisado el Nissan y se dirige hacia él muy decidido a multarlo. Antes de que llegue, el coche arranca, rodea la isla del centro de la plaza y se ve obligado a emprender una calle que lo aleja y que no permitirá que vuelva al punto de partida hasta un par de travesías más allá.

—Te lo digo porque a mí me ocurrió —continúa Ernesto—. Yo iba a por ti, y me parece que tú lo sabes, pero entonces llegó Elisenda a por mí. ¿Sabes por qué vino a por mí? Porque se veía mucho que yo iba por ti y no lo podía soportar. Y, bueno, Elisenda está muy buena...

Pasan coches y coches y coches, y peatones y peatones, hay chicos que salen del cole, y señoras que empujan cochecitos de bebés y un guardia municipal, y tres hombres de negocios con traje y corbata que ya han terminado la jornada laboral y corren hacia el fin de semana de relax que les espera. Y Ernesto que no calla:

—... y todos sueñan con Elisenda, de manera que me dejé enrollar, qué quieres que te diga. Después, es una mierda, esa niña, no sabe hablar de nada, sólo piensa en sí misma, es una engreída insoportable. Y la dejé. Sí, sí, la dejé yo. Y ahora, Eva, ahora, fíjate bien...

¿Quién será Supermask? ¿Ese pintor que se acerca, con la ropa y la cara manchadas de pintura? ¿O ese viejecito que necesita bastón para caminar? ¿O el negro alto y fuerte? ¿Quizá por eso decía que ella no lo aceptaría? Pasa de largo el pintor, pasa de largo el negrazo, y el viejecito, mucho más despacio, no viene en esta dirección. ¿Quién será Supermask?

—Oye, Eva... —Ernesto le pone la mano en el brazo reclamando su atención. Cuidado, que está a punto de soltar algo gordo—. Mírame. Ahora, estoy diciendo a todos que es muy fácil ligar con Elisenda. Lo hago para que todos se atrevan a ir a por ella. Si creen que es fácil, su prestigio se devaluará. Si los chicos creen que cualquiera puede ligar con ella, perderá interés para todos, ¿lo entiendes?

Eva le dedica una ojeada, como si lo que oye le despertara un poco, sólo un poco, de interés.

El Nissan ha desembocado de nuevo en la plaza. De lejos, se ve que Ernesto continúa junto a Eva. Mierda.

Supermask golpea el volante con las manos.

—A la mierda.

El Nissan se aleja de la plaza de Calatañazor.

Y Eva va mirando a derecha y a izquierda, hacia la calle de enfrente y hacia atrás, hacia el árbol que esconde a Alicia Garvey y hacia el otro lado de la fuente del gran saleidor.

—... Y, Eva —dice Ernesto—, ¿sabes qué quiero pedirte? Que el lunes vayas al insti vestida muy sexy...

Ahora Eva casi pega un salto. «¿Sexy? ¿Qué te has creído? ¿De qué vas?»

—¡... Sí, sí, sí! —insiste el chico—. Vas vestida muy sexy y, en cuanto entres en el instituto, me acerco y te pego un buen morreo!

A Eva se le escapa la risa, sin querer. ¿Pero qué está diciendo Ernesto? ¿Se ha vuelto loco?

—¡Tú hazme caso, en serio! No quiero ligar. Sólo quiero acabar con el dominio de Elisenda y las Tiburonas. Te juro que, si lo hacemos, dejarás de ser la Chica Sin. Yo me ofrezco para romper el tabú, ¿me entiendes?

Eva se incomoda y huye, porque es una campeona en fugas. Vuelve a mirar el reloj y, por primera vez, se pregunta qué pasará si Supermask no viene. Entonces, levanta la vista y se le ocurre (¿cómo no se le ha ocurrido antes?) que a lo mejor Supermask no se acercará si Ernesto sigue aquí, estorbando.

—¿Quieres largarte? —le endiña por sorpresa, a gritos—. ¿Quieres largarte de una vez?

Ernesto se queda de piedra. Diría algo más pero la Eva Mutant saca fuerzas de flaqueza y lo empuja:

—¡Fuera de aquí! ¡Deja ya de decir chorradas y déjame en paz!

Él suspira, se rinde. Nunca pensó que fuera una victoria fácil. Si continúa hablando, hará el ridículo.

Da media vuelta y se aleja cruzando por el paso de peatones. Pasa junto a Alicia sin reconocerla y se pierde entre los ciudadanos que celebran la llegada del fin de semana.

Eva vuelve a mirar el reloj y empieza a moverse compulsivamente, contra su voluntad.

«¡Ostras, ostras, ostras, Supermask, no me dejes, Supermask!»

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