Champion

Champion


18. June

Página 22 de 38

JUNE

Todo lo que sucedió anoche me parece un sueño, hasta el último detalle. Sobre todo, por lo diferente que es de lo que he vivido esta mañana: no me cabe la menor duda de que Day se estremeció cuando le toqué el brazo, de que sintió un escalofrío de repulsa ante el roce de mis dedos.

Salgo del apartamento con el corazón en un puño y me dirijo al lugar en el que me espera un todoterreno. Intento dejar de pensar en Day, pero es imposible. La reunión del Senado me parece tan trivial en estos momentos… Las Colonias nos tienen contra las cuerdas gracias a la ayuda de sus aliados, la Antártida se niega a ayudarnos de momento y la comandante Jameson está libre. Y me voy a sentar para hablar de política cuando podría —debería— estar luchando, haciendo aquello para lo que me han entrenado. ¿Qué les voy a decir, de todas formas? ¿Acaso alguno va a escucharme?

¿Hay algo que podamos hacer para salvar la República?

No. Debo concentrarme. Tengo que apoyar a Anden en la nueva ronda de negociaciones con el canciller, los empresarios y los generales de las Colonias. Aunque los dos sepamos que eso no nos llevará a ninguna parte… Lo único que serviría de algo sería la vacuna. Puede que no baste para detener a las Colonias, pero es nuestra única salida. Y tal vez Anden acepte ayudar a los Patriotas con sus planes, especialmente si sabe que Day está involucrado.

En cuanto recuerdo a Day, me viene a la cabeza lo que ha pasado esta noche. Me arden las mejillas, y no se debe al calor que hace en Los Ángeles. No es el momento de pensar en esto, me digo con severidad, y aparto la idea de mi mente. Miro a mi alrededor; las calles de Lake, siempre concurridas, están inquietantemente vacías, como si la gente se refugiara ante un terremoto inminente. Supongo que la descripción se ajusta bastante a la verdad.

De pronto noto un escalofrío. Freno en seco y frunzo el ceño. ¿Qué ha sido eso? No hay nadie en la calle, pero una sensación extraña —una especie de presentimiento— me cosquillea en la nuca. Hay alguien mirándome. Lo descarto de inmediato, pero mientras camino aprieto la mandíbula y me llevo la mano a la pistola. Puede que sea una tontería; tal vez la advertencia de Day —que las Colonias podrían usarme para presionarle, que estoy en su punto de mira— me esté jugando una mala pasada. Aun así, no está de más ser prudente. Me apoyo contra un edificio para cubrirme la espalda y llamo a Anden. Prefiero que venga el conductor a recogerme.

Y entonces, la veo y corto la llamada.

Lleva un buen disfraz (un uniforme ajado de soldado raso que la hace pasar casi desapercibida, con una gorra que le oculta el rostro y apenas deja ver unos mechones de su cabello rojo oscuro). Pero a pesar de la distancia, reconozco su rostro frío y duro.

La comandante Jameson.

Aparto la vista fingiendo desinterés y rebusco en mis bolsillos, mientras el corazón me brinca en el pecho. Está aquí, en Los Ángeles: ha logrado salir de Denver sin caer en las garras de la República. ¿No es mucha coincidencia que se encuentre aquí en este momento? ¿No habrá venido aquí porque sabía que yo iba a estar? Las Colonias… Sus tentáculos son más largos de lo que sospechábamos. Me tiemblan las manos mientras miro de soslayo cómo la comandante Jameson camina por la acera opuesta. No hace ningún gesto que indique que me ha visto, pero sé que lo ha hecho. Hay tan poca gente en la calle que no me puede haber pasado por alto; además, yo no voy disfrazada.

La comandante sigue andando. En cuanto me da la espalda, me cruzo de brazos, inclino la cabeza y llamo a Anden por el intercomunicador.

—La tengo delante. Está aquí. La comandante Jameson está en Los Ángeles.

Hablo tan bajo que a Anden le cuesta entenderme.

—¿La ves? —pregunta con incredulidad—. ¿Está en tu misma calle?

—Sí —musito sin perder de vista su silueta—. No creo que haya venido por casualidad; creo que quiere ver adónde me lleva el todoterreno. Quizá pretenda localizarte.

Se aleja y siento un deseo imperioso de seguirla. Por primera vez en mucho tiempo, mis habilidades como agente se despiertan: la política queda atrás y, de pronto, vuelvo a tener una misión. Cuando la comandante dobla la esquina, me pongo en marcha. ¿Adónde irá?

—Está en el cruce de Lake con Colorado —musito rápidamente por el intercomunicador—. Dirección norte. Que venga una patrulla, pero que actúen con discreción: no quiero que se dé cuenta de que la seguimos. Quiero descubrir adónde va —antes de que Anden pueda responder, corto la llamada.

Avanzo pegada a los edificios para fundirme con las sombras, y en cuanto puedo atajo por un callejón. Al llegar al final me escondo y espero, calculando el tiempo que ha pasado y la velocidad a la que caminaba la comandante. Si ha seguido por esta calle, debería haber pasado por la boca del callejón hace al menos un minuto. Finalmente, me atrevo a echar un vistazo: efectivamente, ha pasado de largo y se aleja. El vistazo también me permite averiguar otro detalle: está hablando por su intercomunicador.

Ojalá Day estuviera a mi lado… Él sabría de inmediato cuál es el mejor camino para avanzar sin ser visto. Por un segundo me planteo llamarlo, pero no llegaría a tiempo: sería demasiado esfuerzo para él.

Sigo a la comandante, manteniendo una distancia prudencial, hasta llegar a la frontera del sector Ruby con Batalla. En las cercanías se alzan varias torres de despegue de forma piramidal. Mi objetivo tuerce y yo aprieto el paso para no perderla, pero cuando llego a la calle por la que ha girado, no la veo. Tal vez se haya dado cuenta de que alguien la seguía; al fin y al cabo, tiene mucha más experiencia que yo en este tipo de cosas. Estoy examinando los tejados cuando oigo un chasquido y la voz de Anden crepita en mi auricular.

—La hemos perdido —confirma—. He ordenado a todas las patrullas cercanas que la localicen y me llamen de inmediato. No puede estar muy lejos.

—Es verdad —repongo.

Suelto un suspiro. La comandante ha desaparecido sin dejar rastro. ¿Con quién estaría hablando? Examino la calle y trato de figurarme qué habrá venido a hacer aquí. Espiar para las Colonias, supongo… La idea me pone nerviosa.

—Voy a volver al coche —susurro finalmente mientras me doy la vuelta—. Si mis sospechas son correctas, tal vez tengamos…

Algo silba junto a mi cara y, de pronto, un chispazo me deslumbra. Me estremezco y salto por instinto detrás de un contenedor metálico. ¿Qué ha sido eso?

Una bala. Observo la pared donde ha impactado: falta un trozo de ladrillo. Alguien ha intentado matarme. Si he salvado la vida es porque he cambiado bruscamente de dirección. Manipulo el intercomunicador con torpeza para llamar a Anden. El pulso me retumba en las sienes impidiéndome pensar con lógica. Estoy perdiendo el control. Otra bala choca contra el contenedor. No hay duda: quieren matarme.

Renuncio a hacer la llamada. ¿Desde dónde dispara la comandante Jameson? ¿Habrá con ella algún infiltrado de las Colonias o algún traidor de la República? No lo sé; es imposible averiguarlo. No oigo nada, no veo nada…

En medio del pánico, oigo de pronto la voz de Metias. Tranquila, June. La lógica te salvará cuando ninguna otra cosa pueda hacerlo. Céntrate, piensa, actúa.

Cierro los ojos, aspiro una bocanada de aire y me tomo un segundo para tranquilizarme. No es el momento de venirse abajo. Nunca he permitido que las emociones me dominaran y no pienso empezar ahora.

Piensa, June. No seas tonta. Después de este año traumático, de estos meses de intrigas y negociaciones y de estos días de guerra y muerte, estoy empezando a sospechar de todo y de todos.

Así es como las Colonias pretenden destruirnos: no mediante sus armas y las de sus aliados, sino con su propaganda. Con el miedo y la desesperación.

De pronto, el pánico se disipa y la lógica se abre camino en mi mente. Primero desenfundo mi pistola. Luego hago un gesto exagerado, como si estuviera a punto de salir corriendo de mi refugio tras el contenedor, pero me quedo en el sitio.

Mi estratagema es suficiente para hacer que mis atacantes disparen de nuevo. ¡Bang! La bala se hunde en la pared de ladrillos. Observo la marca para detectar su procedencia (no viene de las azoteas, porque no tiene suficiente ángulo. Han disparado desde un cuarto piso, tal vez un quinto. Pero no del edificio que tengo justo enfrente, sino el de al lado).

Examino las ventanas: hay muchas abiertas. Cuando estoy a punto de disparar metódicamente hacia cada una de ellas, caigo en la cuenta de que podría darle a alguien por accidente. Observo el edificio con atención. Parece una emisora o una intendencia; está bastante cerca de las bases aéreas, así que tal vez sea su centro de control.

¿Qué relación puede tener Jameson con las torres de despegue? ¿Estarán planeando las Colonias un ataque sorpresa contra ellas?

Enciendo el micrófono.

—Anden —susurro después de introducir su código—. Necesito refuerzos. Que me localicen con el dispositivo de seguimiento de mi pistola.

Sin embargo, por más que repito la llamada, no consigo contactar. Medio segundo después, otra bala impacta justo encima de mi cabeza. Me crispo y me lanzo debajo del contenedor de basura. Cuando abro los ojos, me encuentro frente a la mirada gélida de la comandante Jameson.

Me aferra de la muñeca.

Me debato, me alejo rodando de ella y me agazapo, con el arma preparada. Ella se aparta a tiempo y empuña su pistola. Juraría que no me está apuntando a matar. ¿Por qué?, me pregunto, y solo tardo una décima de segundo en comprenderlo. Porque las Colonias me necesitan viva. Porque quieren utilizarme para negociar.

Ella dispara y yo me echo a un lado. La bala pasa a centímetros de mi pierna. Me yergo, la apunto, disparo y fallo por un pelo. La comandante aprovecha para refugiarse tras el contenedor mientras yo intento llamar de nuevo a Anden, esta vez con éxito.

—¡Anden! —grito, dándome la vuelta y echando a correr—. ¡Sacadme de aquí!

—Las tropas ya están en camino —responde.

Doblo la esquina y oigo silbar una bala sobre mí. Es la última: en ese momento, un todoterreno aparece a toda velocidad y frena derrapando a poca distancia. Dos soldados bajan de un salto y me cubren mientras otros dos echan a correr hacia la comandante Jameson. Pero es demasiado tarde: ya ha debido de huir. Todo ha terminado tan rápido como empezó. Entro en el coche y me derrumbo en el asiento mientras tomamos velocidad. La adrenalina hace que me estremezca de pies a cabeza.

—¿Se encuentra bien? —me pregunta un soldado.

Su voz suena muy lejana. No respondo: ahora mismo solo puedo pensar en lo que significa este encuentro. La comandante Jameson sabía que yo saldría de ese edificio; debió de atraerme voluntariamente hasta el callejón para tratar de capturarme. No puede ser una coincidencia que esté tan cerca de las torres de despegue.

Tiene que estar pasando información a las Colonias sobre los turnos y ubicación de nuestras tropas. Y estoy segura de que hay más infiltrados: la comandante no podría moverse con tanta facilidad si no fuera así. Así, con su experiencia y ayuda externa, no le será difícil esquivar a nuestras patrullas hasta que nos invadan las Colonias. Hasta que nos invadan las Colonias.

Ya sé cuál es su nuevo objetivo.

Oigo la voz de Anden por el auricular.

—Estoy de camino —dice con voz nerviosa—. ¿Te encuentras bien? El todoterreno te traerá directamente a la intendencia de Batalla. He dispuesto que una patrulla la…

—Les está pasando información sobre nuestras bases aéreas —le interrumpo con voz entrecortada—. Las Colonias están a punto de atacar Los Ángeles.

Ir a la siguiente página

Report Page