Champion

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21. Day

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DAY

Hoy es la segunda noche del alto el fuego.

No tiene mucho sentido volver a mi apartamento. Pascao y yo vamos a recorrer Los Ángeles haciendo pintadas en las puertas y los muros para alertar a la gente y atraerla a nuestra causa; como da igual por dónde empecemos, saldremos directamente del hospital. Además, quiero quedarme con Eden lo más posible. Los análisis de la tarde le han dejado tan hecho polvo que en este rato ha vomitado dos veces. Un enfermero sale de la habitación con una palangana mientras yo le ofrezco a mi hermano un vaso de agua.

—¿Ha habido suerte? —me pregunta débilmente después de beber—. ¿Sabes si los médicos han conseguido algún avance?

—Todavía no —dejo el vaso en una bandeja—. Voy a hablar con ellos, de todas formas. A ver cómo van. Más vale que todo esto sirva de algo.

Eden suspira, cierra los ojos y hunde la cabeza en las almohadas.

—Estoy bien —musita—. ¿Cómo está tu amiga Tess?

Tess… Aún no ha recobrado la consciencia. Por angustioso que fuera ver cómo se resistía a los médicos, yo lo prefería: al menos parecía viva. Trago saliva e intento no pensar en cómo está ahora. Quiero recordar su rostro dulce y alegre, el que conozco desde hace tantos años.

Eden aprieta los dientes y vuelve la cabeza hacia el monitor que muestra sus constantes vitales.

—Parece simpática, por lo que dicen de ella.

—Lo es —sonrío—. Cuando todo esto acabe, deberíais conoceros. Os llevaríais bien.

Si todo esto acaba, me corrijo mentalmente, e intento desterrar el pensamiento de inmediato. Maldita sea, cada día que pasa se me hace más y más difícil soportar todo esto.

Nos quedamos callados, pero Eden continúa apretándome la mano con fuerza. Tiene los ojos cerrados. Al cabo de un rato, su respiración cambia de ritmo y su brazo cae sobre la sábana. Lo arropo hasta la barbilla, me quedo mirándolo unos segundos y me incorporo. Al menos puede dormir profundamente. Yo no soy capaz: llevo dos días despertándome más o menos cada hora con unas pesadillas espantosas, y me cuesta muchísimo quedarme dormido. La migraña no me abandona: es una compañera constante que me recuerda sin cesar el poco tiempo que me queda.

Abro la puerta y salgo lo más silenciosamente que puedo. El pasillo está vacío salvo por un par de enfermeros y por Pascao, que me espera sentado en uno de los bancos. En cuanto me ve, se pone en pie y me lanza una sonrisa.

—Los demás ya están en sus posiciones —me informa—. Contamos con dos docenas de corredores que han empezado a marcar los barrios. Creo que es hora de que nos unamos a ellos.

—¿Preparado para despertar conciencias? —le pregunto medio en broma mientras recorremos el pasillo.

—Estoy tan nervioso que no me quedan uñas.

Pascao empuja una puerta doble y atravesamos una enorme sala de espera. Más o menos al otro lado hay una sala en desuso en la que entramos. Cuando Pascao enciende la luz, veo que hay algo en la camilla: un par de trajes oscuros con las costuras grises, pulcramente doblados sobre las sábanas. Al lado de los trajes veo lo que parecen armas. Me giro hacia Pascao, que lo observa todo con las manos en los bolsillos.

—Échale un vistazo a esto y luego me cuentas —murmura—. Estaba planeándolo todo con Baxter cuando un par de soldados de la República nos proporcionaron estos trajes para los corredores. Puede que nos vengan bien, especialmente a ti. June me dijo que ha usado más de una vez trajes como este y pistolas de arpón para recorrer la ciudad sin que la detecten. Toma —me lanza uno—. Pruébatelo.

Frunzo el ceño. El traje no me parece nada fuera de lo común, pero decido concederle a Pascao el beneficio de la duda.

—Estoy en la habitación de al lado —dice mientras se echa al hombro su traje, y luego me da una palmada en el hombro—. Con estos chismes no debería ser difícil cubrir Los Ángeles esta misma noche.

Empiezo a advertirle que con la migraña y la medicación no voy a tener fuerzas para seguirle por toda la ciudad, pero ya ha salido. Estoy solo en la habitación.

Examino el traje con desconfianza y empiezo a desabotonarme la camisa.

Me sorprende su peso: es ligero como una pluma, y se adapta cómodamente desde los pies hasta el cuello con cremallera. Me lo ajusto en los codos y las rodillas y doy unos pasos. Me quedo perplejo al descubrir que noto las piernas y los brazos más fuertes de lo normal. Mucho más, de hecho. Pruebo a dar un salto y paso por encima de la cama sin apenas esfuerzo; además, el traje absorbe prácticamente todo el impacto al caer. Doblo un brazo y después el otro: me siento capaz de levantar mucho más peso que en los últimos meses. Un estremecimiento de excitación me recorre.

Con esto puedo correr.

Pascao llama a la puerta y entra con su traje puesto.

—¿Qué tal, guapo? —pregunta echándome un vistazo—. Te sienta bien.

—¿Qué es esto? —pregunto sin dejar de probar mis nuevos límites físicos.

—¿Tú qué crees? La República los utiliza cuando sus soldados tienen que realizar misiones de mucho desgaste. Tienen muelles especiales instalados en las articulaciones: los codos, las rodillas… Toda la pesca. Dicho con otras palabras, te convierten en un acróbata.

Increíble. Ahora que lo menciona, noto el levísimo tirón de una especie de resorte en los codos y un empuje en mis rodillas cada vez que las doblo.

—Me gusta —declaro mientras Pascao me observa con aprobación—. Mucho. Me da la sensación de que podría escalar un edificio como en los viejos tiempos.

—Bueno, te cuento lo que he estado pensando —repone él, bajando la voz y perdiendo su sonrisa habitual—. Si los dirigibles de las Colonias aterrizan en Los Ángeles después de que el Elector anuncie la rendición, la República podrá atacarlos por sorpresa y cargárselos antes de que las Colonias se den cuenta de nada. Yo guiaré un equipo de Patriotas y soldados de la República hasta el interior de las torres de despegue para reventar los dirigibles que aterricen.

—Buen plan —asiento mientras doblo un brazo con cuidado, asombrado de la fuerza que me da el traje.

El corazón me late a toda velocidad. Si nos salen mal las cosas y el canciller se da cuenta de lo que estamos tramando, la República perderá toda la ventaja que puede proporcionarle el simulacro de rendición.

Solo tenemos una oportunidad.

Pascao abre el balcón y los dos salimos. El aire de la noche me refresca y se lleva algo de la tristeza y los nervios de los últimos días.

Con este traje me siento casi como el Day de antes. Echo un vistazo a los edificios de alrededor.

—¿Y si probamos estos chismes? —le pregunto a Pascao alzando mi pistola de arpón.

Él se ríe y me lanza un bote de pintura roja.

—Me has quitado las palabras de la boca.

Bajo por la pared tan deprisa que casi pierdo pie, y salto hasta el suelo sin ningún esfuerzo. Nos dividimos: cada uno se encamina a un sector distinto de la ciudad. Mientras corro por el mío, no puedo evitar sonreír.

De nuevo soy libre. Puedo saborear el viento y tocar el cielo. En este momento, todas mis angustias se desvanecen y puedo huir de mis problemas. Soy capaz de fundirme con todos los escombros y el óxido de la ciudad, hacerlos míos.

Me abro paso por los callejones oscuros del sector Tanagashi hasta que encuentro edificios emblemáticos, sitios por donde sé que pasará la gente. Saco mi espray y escribo en el muro:

ESCUCHADME

Debajo pinto algo que todo el mundo reconocerá: una raya roja en un rostro esquemático.

Hago mi pintada en todos los sitios que se me ocurren. Al acabar, utilizo el arpón para viajar al sector contiguo y allí repito el proceso. Horas más tarde, cuando regreso al hospital central, tengo el pelo empapado en sudor y me duelen todos los músculos. Pascao me está esperando fuera, también sudoroso. Me dedica un saludo burlón.

—¿Una carrera hasta arriba? —me pregunta con una sonrisa.

Empiezo a escalar sin decir nada y él me imita. Su silueta apenas se distingue en la oscuridad: es un bulto que trepa de apoyo en apoyo con la facilidad natural de un corredor.

Yo le sigo a toda velocidad. Otro piso, otro más. Alcanzamos el balcón del cuarto piso. Aunque estoy casi sin aliento y me retumba la cabeza, he llegado al mismo tiempo que Pascao.

—Maldición —jadeo cuando los dos nos dejamos caer sobre la barandilla, exhaustos—. ¿Dónde estaba este maldito traje cuando me encontraba bien? Podría haber hundido la República sin ayuda y sin despeinarme.

Los dientes de Pascao refulgen en la noche. Examina la ciudad.

—Mejor así, ¿no crees? Si lo hubieras tenido, no quedaría República que salvar.

Me quedo callado, disfrutando por un momento de la brisa.

—¿Merece la pena? —pregunto—. ¿De verdad estás dispuesto a arriesgar tu vida por un país que no ha hecho nada por ti?

Pascao no responde de inmediato. Después alza un brazo y señala un punto en el horizonte.

—Crecí en el sector Winter —explica—. Dos de mis hermanas pequeñas suspendieron la Prueba. Yo estuve a punto de suspenderla también: tropecé y me caí en un salto de las pruebas físicas. Irónico, ¿no crees? Bueno, pues cuando uno de los soldados me vio tropezar y caerme, me dirigió una mirada que jamás olvidaré. Nadie más se había dado cuenta, y le supliqué con los ojos que no lo anotara. Su expresión era de auténtica tortura, pero no notificó la caída. Le di las gracias en un susurro y él me respondió que ya había suficiente con dos muertes en mi familia —se detiene un instante—. Siempre he odiado a la República por lo que le hizo a la gente que yo amaba, a todos nosotros. Pero a veces me pregunto qué le habrá pasado a aquel soldado, cómo fue su vida, quiénes eran sus seres queridos y si seguirá vivo o no. ¿Quién sabe? Puede que ya esté muerto —se encoge de hombros—. No sé… Si decido pasar de la República y al final las Colonias vencen, supongo que podría marcharme a cualquier otra parte —me mira fijamente—. La verdad es que no sé por qué estoy en este bando. Puede que tenga un poco de fe.

Parece frustrado, como si no hubiera logrado encontrar las palabras adecuadas para explicar lo que siente. No me importa: le entiendo perfectamente. Niego con la cabeza y vuelvo la vista hacia el sector Lake, pensando en el hermano de June.

—Sí. Yo también.

Al cabo de un rato entramos de nuevo en el hospital. Me quito el traje y me pongo mi ropa. Se supone que el plan echará a rodar cuando Anden anuncie la capitulación. Después de eso, la suerte está echada: puede pasar cualquier cosa.

Pascao se va a descansar un poco y yo regreso a la habitación de Eden, preguntándome si los científicos tendrán algo nuevo que contarnos. Como si me hubieran leído la mente, veo un corro de trajes blancos ante la puerta de Eden. La serenidad que he experimentado durante la noche se desvanece.

—¿Qué pasa? —pregunto; la tensión que veo en sus ojos me pone un nudo en el estómago—. Necesito saber qué ha ocurrido.

Uno de los técnicos se dirige a mí sin quitarse la capucha de plástico transparente.

—Nos han llegado algunos datos del laboratorio de la Antártida. Parece que la sangre de tu hermano les ha permitido sintetizar algo que casi puede servir como vacuna. Funciona… hasta cierto punto.

¡Una vacuna! El alivio casi me marea. No puedo evitar una sonrisa.

—¿Ya lo sabe el Elector? ¿Funciona? ¿Se puede usar en Tess?

—He dicho «casi» —me corta el científico.

—¿Qué quiere decir eso?

—El equipo de la Antártida opina que el nuevo virus ha mutado a partir del original contra el que Eden desarrolló inmunidad, probablemente combinándose con el genoma de otro. Los linfocitos T de tu hermano tienen la capacidad potencial de desarrollar una respuesta contra este virus tan agresivo. Una de las vacunas parece funcionar parcialmente en las muestras, y…

—¿Y…? —gruño con impaciencia.

El técnico frunce el ceño.

—Que nos falta algo —suspira—. Nos falta un componente.

—¿A qué se refiere? ¿Cómo que falta algo? ¿El qué?

—El virus que está causando esta epidemia parece ser una mutación de la peste de la República, combinada con otro virus. Por tanto, nos falta algo. Es posible que la mutación ocurriera en las Colonias hace tiempo, meses incluso.

Se me cae el alma a los pies.

—Entonces, ¿la vacuna aún no funciona?

—No es solo que no funcione aún; es que no sabemos si funcionará alguna vez. Eden no es el paciente cero que buscábamos —suspira de nuevo—. Y a no ser que encontremos a la persona en la que mutó este virus, no creo que podamos desarrollar una vacuna.

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