Champion

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30. June

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J

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E

No me separo de Day durante las tres primeras semanas que pasa en el hospital. La misma gente viene a verle una y otra vez: Tess, por supuesto, que permanece en la sala de espera tanto tiempo como yo, aguardando a que despierte del coma; Eden, que se queda todo el tiempo que le permite Lucy; los Patriotas que no han muerto en la batalla, y especialmente Pascao; un sinfín de médicos cuyos nombres termino por aprender… y Anden, que ha regresado del frente con sus propias cicatrices.

Hay una muchedumbre acampada frente al hospital. Anden no tiene ánimos para pedirles que se dispersen, aunque llevan ahí semanas y no parecen dispuestos a retirarse. Muchos llevan el ya familiar mechón teñido de rojo. La mayor parte del tiempo guardan silencio. A veces cantan. Me he acostumbrado a su presencia, y a estas alturas hasta me sirve de consuelo. Me recuerdan que Day aún está vivo. Que sigue luchando.

La guerra entre la República y las Colonias ha terminado, al menos por ahora. La Antártida acudió por fin al rescate con su temible tecnología y sus armas, que intimidaron a África y a las Colonias lo suficiente para retomar el alto el fuego. Anden y el canciller tuvieron que acudir a un tribunal internacional que les impuso sanciones y, finalmente, comenzaron un proceso de paz.

Pero los rescoldos de la batalla siguen encendidos, dispuestos para prender en cualquier momento la hostilidad latente. Nos llevará tiempo cerrar las heridas, y no sé cuánto durará la tregua, ni si la República y las Colonias llegarán alguna vez a un acuerdo definitivo. Tal vez nunca lo logren. Pero de momento, esto es suficiente.

Una de las primeras cosas que tuvieron que hacerle los médicos a Day, después de suturar las heridas de bala, fue operarle el cerebro. El trauma sufrido le impedía recibir toda la medicación necesaria para llevar a cabo la intervención con garantías, pero aun así, siguieron adelante. Que estuviera o no preparado era irrelevante: si no le operaban, moriría de todas formas. Y sin embargo… La idea me impide dormir por las noches. Nadie sabe si volverá a despertar, o si será una persona totalmente distinta cuando lo haga.

Pasan dos meses, y después tres.

Poco a poco, todos empezamos a esperar en nuestras casas. La multitud que se apiñaba a las puertas del hospital va reduciéndose.

Cinco meses. Termina el invierno.

A las 7:28 de un luminoso jueves de marzo, llego a la sala de espera del hospital para hacer la visita de costumbre. Como era de esperar a esa hora, no hay nadie más allí. Eden está en casa con Lucy, durmiendo, que falta le hace. Está creciendo mucho; si Day pudiera verlo se sorprendería de los cambios, de cómo ha desaparecido la redondez infantil de su cara para empezar a mostrar al Eden adulto.

Tess todavía no ha llegado. Viene todos los días al hospital para hacer prácticas, y sigue a los médicos a todas partes. En los descansos nos juntamos a cuchichear. A veces incluso consigue hacerme reír.

—Él te quiere, te quiere de verdad —me dijo ayer—. Te quería aunque eso lo destrozara. Hacéis buena pareja. Supongo que es hasta bonito… —murmuró con una sonrisa tímida, casi a regañadientes.

Me da la sensación de que ha vuelto a ocupar el lugar junto a Day que tenía cuando la conocí, pero ahora como una mujer, mayor y más sabia.

—Hay un vínculo entre vosotros que yo jamás podré alcanzar —repuse dándole un codazo cariñoso—. Incluso cuando estabais fatal.

Ella se sonrojó, y una ola de calidez me esponjó el corazón. En momentos así, Tess es la persona más entrañable del mundo.

—Sé buena con él —musitó—. Prométemelo.

Ahora saludo a la enfermera de la ventanilla, me siento en la silla de siempre y miro a mi alrededor. El hospital parece muy vacío esta mañana, y me doy cuenta de que echo de menos a Tess. Intento distraerme mirando los titulares de las pantallas:

EL PRESIDENTE ANTÁRTICO IKARI APRUEBA

EN LA SEDE DE NACIONES UNIDAS EL TRATADO DE PAZ

ENTRE LA REPÚBLICA Y LAS COLONIAS.

EL ELECTOR PRIMO ANUNCIA UN NUEVO SISTEMA

DE CLASIFICACIÓN QUE REEMPLAZARÁ

A LA ANTIGUA PRUEBA.

LAS CIUDADES DE LA NUEVA FRONTERA ENTRE LA REPÚBLICA Y LAS COLONIAS

PASARÁN A DENOMINARSE «CIUDADES UNIDAS»

Y COMENZARÁN A ADMITIR INMIGRANTES DE LAS DOS NACIONES

A FINALES DEL AÑO PRÓXIMO.

LA SENADORA MARIANA DUPREE,

DESIGNADA OFICIALMENTE PRÍNCEPS DEL SENADO.

Los titulares me provocan una débil sonrisa. Ayer por la noche, Anden se pasó por mi apartamento para contarme en persona lo de Mariana, y le dije que la felicitaría personalmente.

—Es muy buena en lo suyo —observé—. Mucho mejor que yo. Me alegro por ella.

Anden inclinó la cabeza.

—Creo que tú habrías sido mejor a largo plazo —me contradijo con una sonrisa—. Entiendes a la gente. Pero me alegro de que hayas vuelto al puesto en el que te sientes cómoda. Nuestro ejército es muy afortunado de contar contigo —titubeó un instante y tomó mi mano entre las suyas, enfundadas en guantes de neopreno con gemelos de plata—. Puede que no nos veamos demasiado de ahora en adelante. Tal vez sea mejor así, ¿no crees? Aun así, me gustaría saber de ti de vez en cuando.

—Lo mismo digo —le contesté estrechándole la mano.

Regreso de golpe al presente al ver a un médico que sale de la habitación de Day. Es el doctor Kann, el responsable de su tratamiento. Al verme, toma aire y se acerca. Me enderezo, tensa. Hace mucho tiempo que no recibo novedades sobre el estado de Day. Una parte de mí quiere saltar de alegría, porque tal vez sean buenas noticias, pero la otra se encoge de miedo por si fueran malas. Examino los ojos del médico en busca de pistas (pupilas ligeramente dilatadas; expresión de ansiedad, pero no como si fuera a darme la peor noticia. Hay indicios de alegría en su rostro). Se me acelera el pulso. ¿Qué irá a decirme? O tal vez no sea nada, puede que simplemente venga a contarme lo de siempre.

Sin cambios, me temo, pero al menos sigue estable. He acabado por acostumbrarme a oírlo.

—Buenos días, oficial Iparis —me dice.

—¿Cómo está? —repongo; es mi saludo habitual.

El doctor Kann sonríe, pero vacila (otra rareza: debe de tener algo importante que decirme).

—He de darle una gran noticia —comienza, y el corazón se me detiene un segundo—. Day ha despertado. Hace menos de una hora.

—¿Está despierto? —jadeo.

Está despierto. De pronto, la noticia me abruma. Examino su rostro cuidadosamente.

—Pero pasa algo más, ¿verdad? —pregunto.

El doctor Kann me pone las manos en los hombros.

—Tranquila: no hay ningún motivo para preocuparse. Day se ha recuperado bien de la operación. Tras despertar, ha pedido un vaso de agua y después ha preguntado por su hermano. Parece centrado y coherente. Le hemos hecho un escáner cerebral —su voz suena innegablemente satisfecha—. Tenemos que realizar pruebas más exhaustivas, por supuesto, pero de entrada los resultados son positivos. Su hipocampo se encuentra en buen estado y parece que todo funciona como debe. En casi todos los aspectos, el Day que conocemos ha regresado.

Las lágrimas asoman a mis ojos.

El Day que conocemos ha regresado. Después de cinco meses de espera, la noticia es tan repentina… Hace nada estaba inconsciente en la cama, entre la vida y la muerte, y ahora está despierto. Tan simple como eso. Sonrío de oreja a oreja y, sin poder reprimir mi alegría, abrazo al médico, que se ríe con expresión avergonzada y me da una palmada en la espalda. No me importa. Quiero ver a Day.

—¿Puedo visitarle? —le pregunto, y de pronto caigo en la cuenta de lo que me ha dicho exactamente—. ¿A qué se refiere con «casi todos los aspectos»?

La sonrisa del médico se desvanece. Se coloca las gafas.

—No es nada que no se pueda arreglar con terapia. Verá: la región del hipocampo afecta a la memoria a corto y a largo plazo. Parece que los recuerdos a largo plazo de Day, esto es, los que afectan a su familia, a su hermano Eden, a su amiga Tess, etcétera, están intactos. Pero según nuestro examen preliminar, no conserva los recuerdos de lo que le sucedió el año pasado y el anterior. Se trata de un caso de amnesia retrógrada —el doctor Kann se remueve, incómodo—. Recuerda la desaparición de su familia. Pero no parece guardar memoria alguna de la comandante Jameson, de la invasión de las Colonias… ni de usted.

Mi sonrisa desaparece.

—¿No…? ¿No me recuerda?

—Por supuesto, con tiempo y terapia, puede recuperar la memoria —me tranquiliza el médico—. Su memoria a corto plazo funciona correctamente. Recuerda lo que le digo y es capaz de generar nuevos recuerdos sin dificultad. En fin, quería advertírselo antes de que le visite: no se sorprenda si no la reconoce. Tómese su tiempo, preséntese. Poco a poco, tal vez en unos años, sus recuerdos podrían regresar.

Asiento como si estuviera soñando.

—De acuerdo —musito.

—Puede entrar ya, si quiere.

Me sonríe como si me estuviera dando las mejores noticias del mundo. Y en realidad, lo está haciendo; pero cuando se aleja me quedo inmóvil, con la mente entumecida. Me siento perdida.

Camino lentamente hasta la habitación de Day, y el pasillo parece agitarse a mi alrededor como un túnel de bruma. En mi mente se repite una y otra vez la oración desesperada que recé junto al cuerpo herido de Day, la promesa que hice a cambio de su vida.

Déjale vivir. Estoy dispuesta a sacrificar cualquier cosa.

Se me cae el alma a los pies. Ahora lo entiendo. Algo respondió a mi oración, y este es el sacrificio que debo hacer. Por fin tengo la oportunidad de no volver a hacer daño nunca más a Day.

Atravieso el umbral. Day está consciente, apoyado en los almohadones y con un aspecto mucho más saludable que en los últimos meses, cuando yacía en coma, pálido y demacrado. Pero hay algo distinto en él. Me observa con la desconfianza y la cortesía con que se recibe a una extraña. Su mirada vuelve a ser la de la primera vez que nos vimos.

El corazón se me encoge mientras me acerco a él. Sé lo que tengo que hacer.

—Hola —saluda mientras me siento al borde de su cama, y en sus ojos aparece una mirada de curiosidad.

—Hola —respondo en voz baja—. ¿Sabes quién soy?

Su expresión muestra un desconcierto que se me clava como un cuchillo.

—¿Es que nos conocemos?

Echo mano de todas mis fuerzas para contener las lágrimas. Day ha olvidado todo lo que hubo entre nosotros: la noche que pasamos juntos, las terribles experiencias que hemos vivido, lo que hemos compartido y lo que hemos perdido… Todo se ha borrado de su memoria sin dejar rastro. El Day que conozco ya no está aquí.

Podría decírselo ahora mismo, claro. Podría contarle que soy June Iparis, recordarle que me salvó una vez en las calles y se enamoró de mí. Podría contárselo todo como me ha dicho el doctor Kann, y eso desencadenaría un aluvión de recuerdos.

Cuéntaselo, June. Díselo. Te haría tan feliz… Sería tan fácil…

Pero cuando abro la boca, no emito ningún sonido. No puedo hacerlo.

Sé buena con él, me dijo Tess.

Prométemelo.

Sé que mientras forme parte de la vida de Day, le haré daño. No existe ninguna alternativa. Recuerdo cómo sollozaba aquella noche en la casa de su madre, acongojado por todo lo que yo le había arrebatado. Ahora el destino me ofrece la solución en bandeja de plata: Day sobrevive a su espantosa experiencia y, a cambio, yo debo salir de su vida. Aunque ahora me mire como a una extraña, sus ojos no muestran el dolor que siempre acompañaba a la pasión y el amor con que me miraba. Ahora es libre.

Se ha liberado de la carga de ambos; a partir de hoy, yo seré la única que lleve el peso de nuestro pasado.

Así que trago saliva con dificultad e inclino la cabeza.

—Day —me obligo a decir—. Me alegro de conocerte. La República me ha enviado para saber cómo te encuentras. Es maravilloso que hayas despertado al fin. Todo el país se alegrará cuando sepa la noticia.

Day asiente educadamente por toda respuesta. Está tenso, se le nota.

—Gracias —responde con cautela—. Los médicos me han dicho que llevo cinco meses en coma. ¿Qué ha pasado?

—Te hirieron durante la batalla entre la República y las Colonias —contesto, y es como si otra persona pronunciara las palabras—. Salvaste a tu hermano Eden.

—¿Eden está aquí?

Sus ojos se iluminan y una hermosa sonrisa se abre en su rostro. Verla me llena de dolor, aunque me hace feliz que se acuerde de su hermano. Ojalá mostrara esa expresión de reconocimiento al hablar de mí…

—Se pondrá muy contento de verte. Los médicos ya le han avisado y llegará dentro de poco.

Le devuelvo la sonrisa; esta vez la mía es auténtica, aunque un poco agridulce. Él examina de nuevo mi rostro, y yo cierro los ojos y hago una leve reverencia. Es hora de que me vaya.

—Day —empiezo lentamente: quiero escoger bien las últimas palabras que le dirija—. Ha sido un honor y un privilegio luchar a tu lado. No sé si llegarás a saber jamás cuántas personas has salvado con tus acciones —clavo por un instante mis ojos en los suyos, diciéndole sin palabras todo lo que no me atrevo a pronunciar—. Gracias —musito—. Por todo.

Parece desconcertado al percibir la emoción en mi voz, pero inclina la cabeza cortésmente.

—El honor es mío —responde, y se me parte el corazón al oír su voz carente de calidez.

Nada en su tono recuerda al amor doloroso que tanto echo de menos, que tanto ansié merecer. El sentimiento ha desaparecido junto con sus recuerdos de mí.

Si supiera quién soy, le habría dicho algo más: dos palabras. Si me recordara, le susurraría una y otra vez la frase que tendría que haber repetido hasta la saciedad cuando aún podía hacerlo. Ahora que estoy segura de lo que siento, es demasiado tarde.

Así que guardo las dos palabras en el fondo de mi corazón y me levanto. Me grabo en la memoria cada detalle de su rostro con la esperanza de llevarlos conmigo adondequiera que vaya. Intercambiamos un adiós silencioso y le doy la espalda por última vez.

Dos semanas más tarde, me da la impresión de que la ciudad entera se reúne para despedir a Day. La misma mañana en que fui a verle, el gobierno antártico invitó a su hermano y a él a emigrar a su país. Habían tomado buena nota del talento de Eden para la ingeniería, y le ofrecían un puesto en una de sus academias; en cuanto a Day, le invitaban como acompañante.

No me uno a la multitud que acude a despedirle. Me quedo en mi apartamento y veo la retransmisión del acontecimiento, mientras Ollie duerme a mi lado. Las calles que rodean mi edificio están llenas de gente que se empuja para ver las pantallas gigantes. El caos de sus voces se convierte en un murmullo sordo mientras leo los titulares de la noticia.

DANIEL ALTAN WING Y SU HERMANO PARTEN

ESTA NOCHE HACIA LA CIUDAD DE ROSS, ANTÁRTIDA.

Day saluda a la multitud que se apiña junto a su apartamento mientras se acerca a un todoterreno que lo aguarda. Tal vez debería llamarle Daniel, como aparece en pantalla; puede que ya nunca más necesite un alias. Observo cómo ayuda a subir a su hermano al coche. Después, se monta él también y desaparece de mi vista.

Qué extraño, pienso mientras acaricio el pelaje de Ollie. No hace mucho tiempo, la policía lo habría arrestado en el acto. Ahora, abandona la República como un héroe al que todo el mundo aclama y recordará de por vida.

Apago la pantalla y me quedo sentada a oscuras. En el exterior, la gente continúa coreando su nombre. Cantan y vitorean hasta la madrugada.

Cuando por fin se hace el silencio, me levanto del sofá, me pongo las botas, una chaqueta y una bufanda fina y me echo a la calle. Mi pelo se sacude con la suave brisa nocturna y los mechones me acarician las pestañas. Deambulo un rato por las calles silenciosas. No sé adónde me dirijo. Tal vez esté buscando inconscientemente la forma de llegar hasta Day. Pero eso no es lógico: ya se ha ido, y su ausencia me deja un dolor hueco en el pecho. El viento hace que se me salten las lágrimas.

Camino durante una hora y finalmente tomo un tren en dirección al sector Lake. Me bajo y paseo por el borde del lago, contemplando las luces del centro de la ciudad y el estadio de la Prueba, oscuro y vacío: un inquietante recordatorio del pasado. Las hélices gigantes que hay junto a la orilla giran sin descanso. Su ritmo produce un sonido reconfortante, como una sinfonía de fondo.

No sé adónde voy; lo único que tengo claro es que, en este momento, el sector Lake me resulta más familiar que Ruby. Siento que aquí está mi hogar, que aquí no estoy tan sola. En estas calles todavía noto el latido del corazón de Day.

Vuelvo a hacer el recorrido que seguí hace meses: paso junto a los edificios de la orilla del lago, contemplo las mismas casas que se desmoronan. La primera vez que caminé por aquí era una persona distinta, llena de odio y confusión, perdida e ignorante. Me resulta extraño recorrer de nuevo estas calles, ahora que soy tan diferente. Todo me resulta a la vez desconocido y familiar.

Una hora después, me detengo ante un callejón que no tiene nada de especial. Al fondo hay un edificio ruinoso de doce pisos, con las ventanas tapiadas. La primera planta está exactamente igual que como la recordaba, con ventanas rotas y cristales por el suelo. Me acerco a las sombras y rememoro la escena. Aquí es donde Day me tendió la mano por primera vez entre el humo y el polvo, antes de que descubriéramos quiénes éramos, y me salvó.

Aquel fue el comienzo de unas pocas noches en las que él solamente era un chico vagabundo y yo una chica que necesitaba ayuda.

El recuerdo se hace cada vez más nítido en mi memoria.

Una voz me pide que me incorpore. Cuando giro la cara, veo que un chico me tiende la mano. Tiene los ojos de color azul brillante y la cara sucia, y lleva puesta una gorra destrozada. Me atraviesa la mente un pensamiento absurdo: es el chico más guapo que he visto en mi vida.

Deambulando sin rumbo, he terminado justo al comienzo de nuestro viaje. Supongo que es lógico regresar aquí, ahora que todo ha terminado.

Me quedo en la oscuridad bastante rato, reviviendo todo lo que hemos compartido. El silencio me envuelve y me reconforta. Me llevo una mano al costado y rozo la cicatriz que me hizo Kaede. Tantos recuerdos, tantas alegrías y tristezas…

Las lágrimas caen por mis mejillas. Me pregunto qué estará pensando Day, de camino a una nación extranjera. ¿Me recordará de alguna forma, aunque sea a retazos, aunque mi memoria esté enterrada en las profundidades? ¿Conservará algún fragmento de lo que vivimos juntos?

Cuanto más tiempo permanezco aquí, más se aligera mi corazón. Day lo superará y continuará con su vida. Yo también lo haré. Todo irá bien. Tal vez algún día, en un futuro lejano, volvamos a encontrarnos.

Extiendo la mano y rozo la pared, imaginando que siento la vida y el calor que desprendía Day cuando lo conocí aquí mismo. Subo la vista hacia los tejados y después al firmamento nocturno, donde brillan débilmente algunas estrellas, y casi puedo verle. Siento su presencia en cada piedra que ha tocado, en cada persona a la que ha ayudado, en cada callejón por el que ha pasado, en cada ciudad que ha cambiado en sus pocos años de vida. Porque él es la República, él es nuestra luz, y yo… te quiero, Day. Te llevaré en mi corazón hasta el día en que volvamos a encontrarnos y atesoraré tu recuerdo; lloraré por todo lo que no tuvimos, me alegraré por todo lo que hicimos, y siempre, siempre desearé tenerte junto a mí.

Te quiero. Nunca dejaré de quererte.

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