Champion

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31. June

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J

U

N

E

18:36, 11 de julio

Sector Batalla, Los Ángeles

25 ºC

Hoy cumplo veintisiete años.

Normalmente celebro mis cumpleaños sin darles mucha importancia. Cuando cumplí dieciocho nos reunimos Anden, un par de senadores, Pascao, Tess y algunos compañeros de la Universidad de Drake para cenar en una cafetería del sector Ruby. Los diecinueve los celebré a bordo de un barco junto a Nueva York, una recreación construida por las Colonias de la antigua ciudad sumergida en el océano Atlántico: me habían invitado a una fiesta con otros delegados internacionales de África, Canadá y México. Mi siguiente cumpleaños lo pasé sola, tumbada en la cama con Ollie roncando a mi lado, viendo en las noticias cómo Eden se graduaba antes de tiempo en la academia de la Antártida e intentando atisbar el aspecto de Day con veinte años. Los titulares decían que la Antártida lo había reclutado para su agencia de inteligencia. Cumplí los veintiuno en Vegas: Anden me invitó a una fiesta veraniega y terminó besándome en la habitación de mi hotel. Veintidós años: el primer cumpleaños que celebré como pareja oficial de Anden. Veintitrés: coincidió con la ceremonia en que me nombraron comandante de los escuadrones de California, la más joven de toda la historia de la República. Veinticuatro: mi primer cumpleaños sin Ollie. Veinticinco: cena y baile con Anden a bordo del

DR Constellation. Veintiséis: quedé con Tess y Pascao y les conté que acababa de romper con Anden. Lo habíamos dejado de mutuo acuerdo, porque yo no era capaz de amarle como él hubiera deseado.

Algunos de esos años fueron felices, otros tristes… Pero los sucesos más desgraciados siempre fueron soportables. Nada de lo que me sucedía era comparable a las tragedias sufridas en mi adolescencia. Hoy, sin embargo, es distinto. Llevo años temiendo este cumpleaños: me da miedo que me haga regresar al pasado, a los acontecimientos que tanto he luchado por enterrar en mi memoria.

Paso la mayor parte del día tranquila. Me levanto temprano, hago mis ejercicios de calentamiento y después me dirijo al sector Batalla para organizar las operaciones de mis capitanes. Tengo que dar instrucciones a mis dos mejores patrullas para que escolten a Anden durante una reunión con delegados de las Colonias. Aunque ya no estemos juntos, su seguridad sigue siendo fundamental para mí: siempre será mi Elector, y no tengo ninguna intención de que eso cambie. Hoy va a debatir sobre la inmigración en las fronteras: las Ciudades Unidas se están convirtiendo en zonas muy florecientes, con gran afluencia de civiles tanto de las Colonias como de la República. Lo que antes era una frontera nítida ha empezado a desdibujarse.

Observo desde la barrera a Anden, que estrecha las manos de los delegados y posa para las fotos. Me enorgullece su trayectoria; aunque tenga que avanzar a pequeños pasos, ha avanzado mucho. Metias se habría alegrado de verlo. Day también.

Cuando al fin puedo salir de la intendencia de Batalla, ya entrada la tarde, me dirijo a un edificio de color marfil que se encuentra al este de la plaza. Muestro mi tarjeta de identificación en la entrada y subo hasta la planta doce. Paseo por un corredor que me resulta muy familiar, escuchando el ruido de mis pisadas contra el mármol del suelo. Me detengo ante una lápida de cristal de dos metros con las palabras CAPITÁN METIAS IPARIS grabadas.

Me quedo mirándola un rato. Después me siento con las piernas cruzadas y agacho la cabeza.

—Hola, Metias —murmuro—. Hoy es mi cumpleaños. ¿Sabes cuántos cumplo?

Cierro los ojos y me parece sentir una mano fantasmal sobre mi hombro: la dulce presencia de mi hermano, que me acompaña en los momentos en que estoy sola y tranquila. Me lo imagino sonriendo, con expresión relajada y libre.

—Hoy cumplo veintisiete —continúo en un susurro, y la voz se me quiebra por un instante—. Ahora tenemos la misma edad.

Por primera vez, ya no soy su hermana pequeña.

He cruzado la línea: estamos en igualdad de condiciones. Y el año que viene seré mayor que él.

No quiero entristecerme demasiado, así que le cuento al fantasma de mi hermano cómo ha ido el año: mis esfuerzos y éxitos en el puesto de comandante, el extenuante trabajo cotidiano… Le digo, como siempre, que le echo de menos. Y como siempre, oigo su respuesta susurrada en mi oído: él también a mí. Me echa de menos y me contempla desde dondequiera que se encuentre.

Una hora después, cuando el sol empieza a ponerse, me levanto y salgo despacio del edificio. Empiezo a escuchar los mensajes que me han dejado en el intercomunicador. Tess acabará pronto su turno en el hospital, y seguro que saldrá provista de nuevas anécdotas sobre sus pacientes. Los primeros años después de la marcha de Day, los dos mantuvieron un contacto muy estrecho. Tess me mantenía informada: los avances en la vista de Eden, el nuevo trabajo de Day, los juegos de moda en la Antártida… Pero según pasaron los años, se fueron distanciando. Tess maduró y construyó una vida propia; poco a poco sus llamadas escasearon, y ahora solo habla con Day una vez al año para saludarse y mantener el contacto. A veces, ni siquiera eso.

Mentiría si dijera que no echo de menos sus anécdotas sobre Day. Pero aun así, me apetece cenar y charlar con ella y con Pascao, que ya habrá salido de la Universidad de Drake cargado de historias sobre los cadetes a los que entrena… Sonrío mientras pienso en lo que me contarán ambos. Me noto más ligera después de hablar con mi hermano. Pienso en Day una vez más. ¿Dónde estará, y con quién? ¿Será feliz?

Espero de corazón que lo sea.

Esta noche no hay demasiado movimiento en el sector (no necesitamos tantas patrullas de policía últimamente), así que estoy sola en la calle. La mayor parte de las farolas están apagadas, y en el cielo asoman un puñado de estrellas. Las pantallas proyectan caleidoscopios brillantes contra el pavimento gris del sector Batalla. Camino sobre ellos y extiendo una mano para examinar los colores que bailan sobre mi piel. Mientras escucho los mensajes de mi intercomunicador, echo un vistazo distraído a las pantallas. Las charreteras de mis hombros tintinean suavemente.

Entonces oigo el mensaje que Tess me ha dejado por la tarde: «Eh, June. Mira las noticias», dice en tono alegre, y luego corta sin más. Frunzo el ceño y suelto una risita. ¿A qué se referirá? Examino las pantallas, esta vez con curiosidad, pero no hay nada que me llame la atención. Espero, curiosa por saber a qué se refiere. Nada. Y entonces aparece un titular pequeño, nada destacado, tan breve que debo de haberlo visto durante todo el día sin haberme fijado en él. Pestañeo y lo leo de nuevo antes de que desaparezca de la pantalla.

EDEN BATAAR WING HACE UNA ENTREVISTA

EN LOS ÁNGELES PARA UN PUESTO

DE INGENIERO EN BATALLA.

¿Eden? La noticia rompe la tranquilidad que me ha acompañado durante todo el día. Releo una y otra vez el titular hasta que me aseguro de que se trata del hermano menor de Day. Eden está aquí: ha venido a hacer una entrevista de trabajo. Él y Day se encuentran en esta ciudad.

Miro a mi alrededor casi por instinto. Están aquí, caminando por las mismas calles que yo. Day está aquí. Sacudo la cabeza, luchando contra la ilusión adolescente que ha brotado de pronto en mi interior. A pesar de todo, después de tanto tiempo, no puedo evitar la esperanza.

Cálmate, June. No hay manera: tengo un nudo en la garganta. El mensaje de Tess resuena en mi mente. Tal vez ella pueda averiguar dónde se encuentran, qué están haciendo… Decido llamarla en cuanto llegue a la estación.

Quince minutos después me encuentro en las afueras del sector Batalla, con la estación de Ruby a la vuelta de la esquina. Ya casi es de noche, y se han encendido todas las farolas. Algunos soldados patrullan por la acera de enfrente; no se ve a nadie más.

Pero al doblar un recodo descubro a dos personas que se acercan en mi dirección. Freno en seco. Frunzo el ceño y observo con atención, sin acabar de creerme lo que estoy viendo.

Son dos chicos. Los detalles acuden en tromba a mi mente: no puedo dudar de lo que veo.

Ambos son altos y delgados, con un pelo rubio platino que destaca en la penumbra. No cabe duda de que son familia: tienen el mismo aspecto e idéntica forma de caminar. El de la izquierda, que lleva gafas, habla animadamente, apartándose los rizos rubios de la frente a cada poco y señalando un papel que lleva en la mano. Tiene las mangas subidas hasta los codos y un lado de la camisa le cuelga por fuera del pantalón. En su rostro hay una sonrisa despreocupada.

El de la derecha parece más reservado. Escucha pacientemente a su compañero, con las manos metidas en los bolsillos. Una leve sonrisa asoma a sus labios. Tiene el pelo distinto de como lo recuerdo. Lo lleva corto y despeinado, y se pasa la mano por él de vez en cuando dejándolo todavía más revuelto.

Sus ojos son tan azules como siempre. Ha madurado —ya no es un adolescente—, pero cuando se ríe de lo que dice su acompañante, asoma a su rostro el antiguo fuego que tan bien conozco.

Se me hace un nudo en el estómago.

Day y Eden.

Mantengo la cabeza gacha mientras se acercan, pero por el rabillo del ojo veo que Eden se ha fijado en mí. Se interrumpe en mitad de una frase y esboza una rápida sonrisa. Se gira hacia su hermano.

Day me echa una mirada.

Su intensidad me pilla desprevenida: después de tanto tiempo, me deja sin aliento. Me enderezo y aprieto el paso. Tengo que salir de aquí. De lo contrario, no sé si podré mantener mis emociones bajo control.

Pasamos el uno junto al otro sin decir una palabra. Noto el pecho a punto de estallar y respiro hondo, concentrándome en no perder el equilibrio. Cierro los ojos. Oigo el golpeteo de mi corazón, el rumor de la sangre en mis oídos. Poco a poco, el eco de sus pasos se hace más lejano. Trago saliva con dificultad, intentando apartar de mi mente el aluvión de recuerdos.

Sigo avanzando hacia la estación. Me voy a casa. No pienso mirar atrás.

No voy a hacerlo.

Y entonces oigo de nuevo pasos a mi espalda. Botas que corren. Me paro, intento tranquilizarme y miro por encima del hombro.

Es Day. Me alcanza. Algo más atrás, Eden espera con las manos metidas en los bolsillos. Day me mira con una expresión de perplejidad que me provoca un escalofrío.

—Perdona —dice.

Ah, esa voz… Más profunda, más suave de lo que recordaba, sin la crudeza de la adolescencia y con la seguridad propia de un adulto.

—¿Nos… nos conocemos? —pregunta.

Por un instante me quedo sin palabras. ¿Qué le digo? He pasado tantos años intentando convencerme a mí misma de que ya no nos conocíamos…

—No —susurro, deseando decirle justo lo contrario—. Lo siento.

Day frunce el ceño, confuso. Se pasa la mano por el pelo y atisbo algo brillante en su dedo. Es un anillo de alambre. Un anillo de clips. Se me corta el aliento. Sigue llevando el anillo de clips que le di hace tanto tiempo.

—Ah —responde al fin—. Siento haberte molestado. Lo que pasa es que… me resultas muy familiar. ¿Seguro que no nos conocemos?

Observo sus ojos en silencio, incapaz de decir nada. Una emoción contenida aparece en su rostro, algo que me indica que está esforzándose por situarme, por averiguar de qué me conoce. Apenas puedo resistir las ansias de decírselo, pero no lo hago. Day recorre mi rostro con la mirada y sacude la cabeza.

—Tengo la sensación de que te conozco —murmura—. O más bien, de que te conocí hace mucho tiempo. No recuerdo dónde, pero creo que sé por qué me pasa esto.

—¿Por qué? —pregunto suavemente.

Se queda callado un instante y luego da un paso hacia delante: ahora está tan cerca de mí que puedo ver la pequeña imperfección de su ojo. Se ríe un poco y se sonroja. Siento como si avanzara entre la niebla, como si estuviera metida en un sueño del que no me atrevo a despertar.

—Lo siento… Esto te va a sonar muy raro. Yo… —parece buscar las palabras apropiadas—. Llevo mucho tiempo buscando algo que creo que perdí.

Algo que perdió. En mi pecho estalla una esperanza repentina y salvaje.

—No me suena nada raro —me oigo contestar.

Day sonríe como respuesta y algo dulce y anhelante aparece en sus ojos.

—Cuando me crucé contigo, sentí que lo había encontrado. ¿Estás segura de que no…? ¿No nos hemos visto nunca?

No sé qué decirle. La parte de mí que decidió salir de su vida me dice que debería volver a hacerlo, que tengo que protegerlo de todo lo que le hizo daño. Diez años…

¿De verdad ha pasado tanto tiempo? Mi otra parte —la adolescente que le conoció en la calle— me suplica que le diga la verdad. Finalmente, cuando consigo abrir la boca, digo:

—Tengo que irme. He quedado con unos amigos.

—Vaya. Lo siento —carraspea, inseguro—. Yo también, la verdad. Voy a cenar con una vieja amiga en el sector Ruby.

Una vieja amiga. En el sector Ruby. Abro los ojos como platos y de pronto comprendo por qué Tess sonaba tan juguetona en su mensaje, por qué me pidió que viera las noticias.

—¿Tu amiga se llama Tess? —le pregunto en tono vacilante.

Ahora le toca a Day mostrarse sorprendido. Me dedica una sonrisa teñida de intriga.

—¿La conoces?

¿Qué hago? ¿Qué me está pasando? Tengo que estar dormida, y me aterra despertar. He perdido este sueño tantas veces… No quiero que me lo arrebaten de nuevo.

—Sí —murmuro—. Yo también he quedado para cenar con ella.

Nos miramos de hito en hito, en silencio. Day está muy serio, y su mirada es tan intensa que noto su calor. El instante se prolonga; por primera vez en mi vida, soy incapaz de calcular el tiempo que ha pasado.

—Te recuerdo —dice finalmente.

Busco en sus ojos la tristeza, el dolor y la angustia que siempre había allí cuando estábamos juntos. Pero ya no veo nada de eso. En su lugar descubro otra cosa: una herida que se cierra, una cicatriz, un capítulo de su vida con el que puede hacer las paces al fin, después de tantos años. Veo… ¿Será posible? ¿Será cierto?

En sus ojos afloran los recuerdos. Fragmentos de nosotros. Están desperdigados e incompletos, pero se encuentran ahí, desfilando poco a poco por su mente mientras me mira.

Están ahí.

—Eres tú —susurra, y su voz está llena de asombro.

—¿Sí? —respondo, temblorosa por la emoción.

Day está tan cerca; sus ojos son tan brillantes…

—Espero que podamos volver a conocernos —murmura—. Si quieres. Yo… Hay una especie de niebla a tu alrededor que me gustaría despejar.

Sus cicatrices nunca desaparecerán, de eso estoy segura. Pero tal vez con el tiempo, con la edad, podamos volver a ser amigos. Tal vez podamos curarnos, regresar al lugar donde estuvimos cuando ambos éramos jóvenes e inocentes. Tal vez podamos conocernos como lo hace la gente: en una calle cualquiera, una noche de primavera, fijarnos el uno en el otro y presentarnos. El deseo que expresó Day hace tantos años emerge entre los fantasmas del pasado y resuena en mi mente.

¿Existirá el destino, al fin y al cabo?

Me quedo callada, sin saber aún qué responder. Yo no puedo dar el primer paso. No debo. Le corresponde a él.

Por un instante pienso que no va a hacerlo.

Entonces se acerca, me roza la mano y me la estrecha. Y con ese simple gesto nos unimos de nuevo: nuestro vínculo, nuestra historia y nuestro amor laten como una ola de magia entre nuestras manos enlazadas. Siento que ha regresado un amigo perdido hace mucho tiempo, que he recuperado algo destinado a suceder. El sentimiento hace que los ojos se me llenen de lágrimas.

Quizá podamos dar un paso adelante los dos juntos.

—Hola —dice—. Soy Daniel.

—Hola —respondo—. Soy June.

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