Champion

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19. Day

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D

A

Y

Cuando me llaman para contarme lo de June, estoy sentado junto a Eden. Después de toda una mañana en el laboratorio, por fin se ha quedado dormido. Por la ventana se ve un cielo encapotado y sombrío. Me parece bien: si hiciera un día alegre y soleado, no sabría cómo tomármelo. El regreso de la comandante Jameson, el intento de asesinato de June… Este día nublado se ajusta a mi estado de ánimo.

Mientras espero a que June llegue al hospital, contemplo a Tess desde el otro lado del cristal. Un equipo de científicos la rodea comprobando a cada poco sus constantes vitales, como un montón de buitres en un documental de animales. Meneo la cabeza: no debería ser tan duro con ellos. Hace un rato me dejaron un traje de protección, y pude entrar en la habitación de Tess y sostenerle la mano. Parecía inconsciente, pero me apretó los dedos. Sabe que estoy aquí, que confío en que la curen.

Han empezado a inyectarle una fórmula elaborada con células sanguíneas de Eden. No tengo ni idea de qué pasará después. Los rostros de los técnicos están ocultos tras máscaras reflectantes que les dan un aspecto extraño. Tess mantiene los ojos cerrados; su tez parece amarillenta y enfermiza.

Se ha contagiado del virus que han extendido las Colonias, me recuerdo a mí mismo.

No. El que extendió la República. Maldita sea mi memoria.

Pascao, Baxter y los demás Patriotas también están en el hospital. ¿Adónde demonios van a ir, si no?

Al cabo de unos minutos, Pascao toma asiento a mi lado y se frota las manos.

—Tess está aguantando bien, ¿verdad? —murmura con los ojos fijos en ella—. Pero hay informes de otros brotes en la ciudad. Sobre todo entre los refugiados. ¿Has visto las noticias en las pantallas?

Niego con la cabeza. Tengo la mandíbula apretada de furia. ¿Cuándo llegará June? Me dijeron que la traerían al hospital hace más de un cuarto de hora.

—Llevo horas aquí, de mi hermano a Tess y de Tess a mi hermano.

Pascao suspira y se pasa una mano por la cara. Tiene el tacto de no preguntarme nada de June. Debería pedirle perdón por hablarle tan bruscamente, pero no estoy de humor.

—Hay tres zonas en cuarentena en el centro —dice—. Si sigues pensando en llevar a cabo tu truquito, tenemos que hacerlo mañana.

—Es todo el tiempo que necesitamos. Si lo que nos han contado June y el Elector es cierto, esta será nuestra mejor oportunidad.

La idea de que Los Ángeles tenga zonas acordonadas me provoca una sensación oscura e incómoda, mezclada con una especie de nostalgia. Todo va tan mal, y yo estoy tan cansado… Me agota preocuparme por todo, no saber si las personas que me importan sobrevivirán un día más. Y sin embargo, soy incapaz de dormir. Las palabras que le dije a Eden todavía resuenan en mis oídos:

Tal vez todos puedan serlo. Sí: todos los habitantes de la República podrían convertirse en soldados.

Acaricio el anillo de clips. Si a June le hubiera pasado algo esta mañana, creo que me habría desquiciado del todo. Siento que estoy al límite de mis fuerzas, y me temo que es literal: las últimas migrañas son insoportables, y el dolor sordo de la nuca ya no me abandona nunca.

Solo serán un par de meses, me digo.

Un par de meses, como han dicho los médicos. Puede que la medicación surta efecto y puedan operarme. Solo tengo que aguantar.

Pascao me contempla con sus ojos claros.

—Tu plan es… Va a ser muy peligroso, Day —indica con cautela—. Puede que mueran personas. No hay forma de evitarlo.

—No creo que tengamos otra alternativa —replico devolviéndole la mirada—. Por retorcido que sea este país, sigue siendo la patria de toda esta gente. Tenemos que pedirles que entren en acción.

De pronto se oyen gritos en el pasillo y Pascao y yo nos callamos, intrigados. Si no fuera imposible, juraría que es la voz del Elector. Extraño. No es que yo sea el mayor fan de Anden, pero jamás le he visto perder el control.

Las puertas dobles del final del pasillo se abren de golpe y los gritos inundan la estancia. El Elector entra como una tromba seguido de su habitual escolta, con June a su lado.

June. Siento una oleada de alivio. Me pongo en pie y su rostro se ilumina al verme avanzar hacia ella.

—Estoy perfectamente —me dice, haciéndome callar con un gesto antes de que pueda abrir la boca; da la sensación de que lleva todo el día repitiendo lo mismo para convencer a los demás—. Se han empeñado en que venga para examinarme, pero te aseguro que es una exageración…

Me importa muy poco si es una exageración o no. La interrumpo y la abrazo con fuerza, notando cómo se me quita un peso de encima. De pronto me invade una oleada de rabia.

—Tú eres el Elector —rujo en dirección a Anden—. Eres el maldito Elector de la República. ¿Eres incapaz de evitar que tu propia candidata a Prínceps sea asesinada por una prisionera a la que ni siquiera habéis podido mantener encerrada? ¿Qué guardias le pusisteis? ¿Cadetes novatos?

Anden me dirige una mirada afilada, pero, para mi sorpresa, no contesta. Me aparto un poco de June y tomo su rostro entre las manos.

—Estás bien, ¿verdad? —pregunto angustiado—. Dímelo otra vez.

June enarca una ceja y me da un beso rápido y tranquilizador.

—Sí, estoy perfectamente.

June mira de reojo a Anden, que parece concentrado en hablar con uno de sus hombres.

—Localiza al conductor que debía recoger a la candidata a Prínceps —le ordena al soldado, que tiene ojeras profundas y el rostro demacrado—. Esto ha sido pura suerte: Jameson podría haberla matado. Hay espacio de sobra delante del pelotón de fusilamiento para todos.

El soldado se cuadra y se marcha a toda prisa para cumplir las órdenes. Mi ira se desvanece y me quedo helado al contemplar la cólera de Anden. Me resulta tan familiar… Es como estar mirando a su padre.

Se vuelve hacia mí, ya más calmado.

—El equipo del laboratorio me ha dicho que tu hermano ha colaborado valientemente en todas las pruebas —dice—. Quería volver a darte las gracias por…

—No me las des aún —le interrumpo enarcando una ceja—. Esto no ha terminado.

Si los experimentos con Eden se extienden varios días más, no creo que en el futuro pueda ser tan cortés como ahora. Bajo la voz e intento mantener la calma y sonar educado. Lo consigo a medias.

—Tenemos que hablar en privado, Elector. Se me han ocurrido unas cuantas ideas. Puede que tengamos una oportunidad de oro para ponérselo difícil a las Colonias. Tú, June, los Patriotas y yo.

La mirada de Anden se vuelve sombría. Frunce el ceño y aprieta los labios mientras contempla a los que le rodean. La sempiterna sonrisa de Pascao no parece mejorar su estado de ánimo, pero al cabo de unos instantes le hace un gesto a un soldado.

—Condúcenos a una sala de conferencias —ordena—. Y pide que apaguen todas las cámaras de seguridad de la estancia.

El escolta se apresura a cumplir su voluntad.

Intercambio una larga mirada con June. Se encuentra bien, está claro. Y sin embargo, me da la sensación de que podría desaparecer si cometo el error de apartar la mirada. Me gustaría preguntarle qué ha pasado, pero prefiero hacerlo cuando nos encontremos a solas; a juzgar por su expresión, ella está también esperando el momento oportuno. Aunque me muero de ganas de estrecharle la mano, no lo hago. Es como si este juego que nos traemos estuviera condenado a repetirse una y otra vez.

Al fin llegamos a la sala. Anden se acomoda en una silla y me dirige una mirada penetrante.

—Veamos —dice—. Tal vez deberíamos empezar con el percance que ha sufrido nuestra candidata a Prínceps esta mañana.

June endereza la espalda. Veo que le tiemblan ligeramente las manos.

—Vi a la comandante Jameson en el sector Ruby. En mi opinión, debía de estar examinando la zona… y creo que sabía dónde me encontraba yo —comienza, y me asombra lo tranquila que suena su voz—. La seguí durante un rato hasta llegar a la hilera de bases aéreas que separan el sector Ruby de Batalla. Allí me atacó.

Basta ese rápido resumen para hacerme perder el control y verlo todo rojo. Anden suspira y se pasa una mano por el pelo.

—Sospechamos que la comandante Jameson ha podido revelar a las Colonias la localización y horarios de los dirigibles de Los Ángeles —explica—. Puede que también intentara secuestrar a la candidata Iparis para utilizarla en la negociación.

—Entonces las Colonias van a atacar Los Ángeles, ¿verdad? —pregunta Pascao, y sé perfectamente lo que está pensando y lo que va a añadir—. Eso significa que los rumores de que Denver ha caído son ciertos… —se calla al ver la expresión de Anden.

—Efectivamente, están llegando muchos rumores —contesta el Elector—. Dicen que las Colonias poseen una bomba con la que podrían destruir la ciudad entera. Lo único que los detiene es la presión internacional; no creo que les interese obligar a la Antártida a intervenir, evidentemente —dice, con un sarcasmo que no le conocía—. En cualquier caso, si nos atacan ahora no nos será fácil mostrar una vacuna a la Antártida antes de que nos derroten. Defendernos contra las Colonias es una cosa; aguantar ante las Colonias y África es otra.

Titubeo antes de expresar la idea que me lleva rondando desde esta mañana.

—Mientras hablaba con Eden después de los experimentos se me ocurrió algo —digo al fin.

—¿Qué? —pregunta June.

Me vuelvo y la contemplo. Sigue siendo espectacular, pero su postura no es tan erguida como de costumbre: incluso ella empieza a acusar los nervios de la invasión. Miro a Anden de nuevo.

—Rendirnos —declaro.

Se queda estupefacto: no se lo esperaba.

—¿Quieres que capitulemos?

—Sí —bajo la voz hasta convertirla en un susurro—. Ayer por la tarde, el canciller de las Colonias logró contactar conmigo y me hizo una oferta: si consigo que el pueblo de la República se alce en favor de las Colonias y contra los soldados de la República, Eden y yo no sufriremos ningún daño cuando la guerra acabe. Pues bien: pongamos que la República declara su rendición, y al mismo tiempo yo me ofrezco a reunirme con el canciller para decirle que acepto su propuesta. De este modo, podríais atacarlos mientras tienen la guardia bajada. El canciller da por sentado que vais a rendiros en cualquier momento, de todas formas.

—Fingir una rendición va contra las leyes internacionales —murmura June mientras considera la idea con expresión intrigada—. No sé si a los antárticos les hará mucha gracia, y lo que necesitamos es convencerlos de que nos ayuden, ¿no?

Niego con la cabeza.

—No pareció importarles demasiado que las Colonias rompieran el alto el fuego cuando empezó todo esto —miro de soslayo a Anden, que tiene el mentón apoyado en la palma—. Ahora deberíais devolverles el favor, ¿no?

—¿Y qué pasará cuando te reúnas con el canciller? —pregunta finalmente—. Una rendición falsa no nos dará mucho tiempo para actuar.

Me inclino hacia él y trato de aparentar convicción.

—¿Sabes lo que me dijo Eden esta mañana, lo que me dio la idea?: «Es una pena que no todos sean soldados en la República». Pero podrían serlo.

Anden guarda silencio.

—Déjame que marque todos los sectores de la ciudad con algún símbolo que convenza a la gente de que no puede quedarse sentada —insisto—. Algo que les indique que deben esperar una señal mía, algo que les recuerde por qué estamos luchando. Y luego, cuando me dirija al pueblo de la República como me ha pedido el canciller, no les pediré que se unan a las Colonias: les diré que se rebelen contra ellas.

—¿Y si no te hacen caso? —pregunta June.

Le dirijo una sonrisa fugaz.

—Ten fe en mí, hermana. La gente me adora.

June me devuelve la sonrisa.

Me giro hacia Anden, de nuevo con expresión seria.

—La gente aprecia a la República más de lo que crees —aseguro—. Y más de lo que yo creía hasta hace poco. ¿Sabes la cantidad de veces que he oído a los evacuados cantar himnos patrióticos? ¿Sabes cuántas pintadas he visto en los últimos meses que te apoyaban a ti y al país? —me dejo llevar por la pasión—. La gente cree en ti. Creen en nosotros. Y lucharán por nosotros si se lo pedimos. Quemarán las banderas de las Colonias, se manifestarán frente a sus cuarteles, convertirán sus hogares en trampas para atraer a sus soldados —entrecierro los ojos—. Habrá un millón de personas actuando como yo lo haría; un millón de versiones de mí.

Anden y yo nos miramos fijamente. Finalmente, sonríe.

—Bueno —interviene June—. Mientras te dedicas a convertirte en el criminal más buscado de las Colonias, los Patriotas y yo podemos hacer lo mismo y llevarlo a escala nacional. Si la Antártida protesta, la República siempre puede responder que son actos individuales. A las Colonias les gusta jugar sucio, ¿verdad? Pues jugaremos sucio.

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