Central Park

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Recuerdo…

Recuerdo…

DOS AÑOS ANTES

Recuerdo.

O más bien imagino.

21 de noviembre de 2011.

Un final de tarde lluvioso en la consulta médica de mi marido. Una llamada telefónica interrumpe la visita que está haciendo:

«¿Doctor Paul Malaury? Le llamo del servicio de cirugía torácica del Hôtel-Dieu. Acaban de traer a su mujer. Se encuentra en estado grave y…».

Dominado por el pánico, Paul coge el abrigo, masculla unas palabras de explicación a su secretaria y sale de la consulta precipitadamente. Monta en su viejo Giulietta, aparcado como todos los días con dos ruedas encima de la acera, delante del edificio de la Empresa Municipal de Vivienda de París. La lluvia ha reducido a papilla la multa que le ponen a diario por aparcar mal. Arranca y da la vuelta a la plaza para tomar la rue Bac.

Ya ha caído la noche. Es un feo día de otoño que te hace detestar París, infierno tumoroso, contaminado, superpoblado, atrapado en el fango y la tristeza. Boulevard Saint-Germain, los coches avanzan al ralentí. Con la manga, Paul quita el vaho que se acumula en el parabrisas del Alfa Romeo. Con la manga, Paul se seca las lágrimas que le corren por las mejillas.

«Alice, el niño… Dime que no es verdad».

Desde que se enteró de que iba a ser padre, vive en una nube. Se ha proyectado totalmente hacia el futuro: los primeros biberones, los paseos por el jardín de Luxemburgo, los castillos de arena en la playa, el primer día de cole, los campos de fútbol los domingos por la mañana… Una serie de instantáneas que se está esfumando en su mente.

Rechaza los malos pensamientos e intenta conservar la calma, pero la emoción es demasiado fuerte y los sollozos le sacuden el cuerpo. La cólera se mezcla con el dolor. Llora como un niño. Retenido por un semáforo, da un puñetazo de rabia contra el volante. En su cabeza todavía resuenan las palabras del médico interno describiendo una realidad espantosa: «No le oculto que es grave, doctor: una agresión con arma blanca, heridas de cuchillo en el abdomen…».

El semáforo se pone en verde. Sale acelerando y da un brusco volantazo para pasar al carril de los autobuses. Se pregunta cómo ha podido pasar una cosa semejante. ¿Por qué han encontrado apuñalada a su esposa, con la que ha comido a mediodía en un pequeño bar de la rue Guisarde, en un sórdido piso de la zona oeste de París, cuando se suponía que iba a pasar la tarde con una comadrona para preparar el parto?

Unas imágenes desfilan de nuevo por su cabeza: Alice anegada en sangre, el equipo del Samu que acude urgentemente, el médico de la ambulancia haciendo la primera valoración: «Paciente inestable, presión sistólica a 9, pulso muy débil de cien por minuto, conjuntivas decoloradas. Vamos a intubarla y a poner las vías venosas».

Paul hace luces, adelanta a dos taxis y se dispone a girar a la izquierda. Pero resulta que la policía ha cortado el tráfico en el boulevard Saint-Michel porque hay una manifestación. Aprieta las mandíbulas con todas sus fuerzas.

«¡Joder, no me lo puedo creer!».

Baja la ventanilla para hablar con los agentes, intenta que lo dejen pasar, pero topa con su inflexibilidad y, nervioso, se marcha insultándolos.

El bocinazo furioso de un autobús lo sorprende al entrar de nuevo en el boulevard Saint-Germain sin poner el intermitente.

Tiene que calmarse. Concentrar toda su energía para salvar a su mujer. Y encontrar un médico capaz de hacer milagros. Se pregunta si conoce a algún colega en el Hôtel-Dieu.

«¿Pralavorio, quizá? No, trabaja en Bichat. ¿Jourdin? Está en Cochin, pero tiene una agenda interminable. A él es a quien tengo que llamar».

Busca el teléfono en el abrigo, que está en el asiento de al lado, pero no hay manera de encontrarlo.

El viejo Alfa circula deprisa por el estrecho corredor de la rue Bernardins y toma el puente del Archevêché, la «pasarela de los enamorados», cuyas barandillas enrejadas están cubiertas de miles de candados que brillan en la noche.

Paul frunce los ojos, enciende la luz del techo y acaba viendo el móvil, que se ha caído al suelo. Mantiene una mano en el volante, se agacha para cogerlo. Cuando se incorpora, un faro lo deslumbra y ve, estupefacto, que una moto se dirige hacia él por ese puente que es de sentido único. Demasiado tarde para frenar. Paul da un brusco volantazo para evitar la colisión. El Alfa Romeo se desvía hacia la derecha, patina sobre la acera, sale disparado y choca de frente con una farola antes de atravesar el enrejado metálico del puente.

Paul ya está muerto cuando el coche cae al Sena.

Recuerdo

Que ese mismo día,

El 21 de noviembre de 2011,

Por orgullo, por vanidad, por ceguera,

Maté a mi hijo.

Y maté a mi marido.

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