Central Park

Central Park


21. El velo de nácar

Página 33 de 48

2

1

Tercera parte: Sangre y furor

21

El velo de nácar

¡Ay del solo que cae!, que no tiene quien lo levante.

ECLESIASTÉS 4, 10

El Shelby penetraba en las tinieblas.

La tormenta se abatía sobre la montaña con una fuerza devastadora. El viento hacía bambolearse el coche, la lluvia repiqueteaba contra los cristales y sobre la lona plastificada, produciendo un ruido infernal.

Habían pasado la cima del puerto hacía media hora y comenzado un largo descenso hacia el valle. La carretera, vertiginosa, encadenaba curvas cerradas, resbaladizas ahora a causa del agua.

Alice tenía entre las manos la foto del aparcamiento en la que se distinguía la cara de Seymour. Había intentado varias veces llamar a su «amigo», pero siempre le respondía el buzón de voz. Bajó los ojos hacia la fotografía y la examinó a la débil luz del teléfono.

Se veía sentada al lado de Seymour, en su Audi. Tenía aspecto abatido y de borracha, pero no parecía totalmente inconsciente.

¿Cómo podía no acordarse de ese episodio que databa de la noche anterior? Intentó de nuevo desbloquear esa parte de su memoria, pero el mismo velo de nácar seguía impidiéndole el acceso a los recuerdos. Sin embargo, a fuerza de insistir, el mecanismo de relojería de su cerebro dio súbitamente la impresión de desatascarse. A Alice se le aceleró el corazón. ¡Sí, los recuerdos estaban ahí! Al alcance de las neuronas. Agazapados en los meandros brumosos de su subconsciente. La verdad permitía acercarse a ella. Alice pudo dar vueltas a su alrededor, pero, cuando estaba a punto de hacerla salir a la luz, perdió fuerza, se dispersó para disolverse en el habitáculo helado.

Un verdadero suplicio de Tántalo.

De pronto, una mancha rojo carmín apareció en la negrura de la noche. Alice volvió la cabeza: el indicador luminoso del nivel de gasolina parpadeaba en el salpicadero.

—¡Mierda! —exclamó Gabriel—. No sé si tendremos suficiente gasolina para llegar al hospital. ¡Este cacharro debe de chupar más de veinte litros cada cien kilómetros!

—¿Cuánto nos durará?

—Cincuenta kilómetros como máximo.

Alice iluminó el mapa de carreteras con el móvil.

—Según el mapa, hay un General Store que tiene gasolinera. ¿Cree que podemos aguantar hasta allí?

Gabriel frunció los ojos para distinguir dónde quedaba la tienda.

—Va a ir muy justo, pero es posible. De todas formas, no tenemos elección.

El viento trataba de colarse en el Shelby. Seguía lloviendo a mares y el agua amenazaba con inundarlo. Con los ojos clavados en la carretera, Gabriel tomó la palabra:

—Su amigo Seymour siempre me ha dado mala espina…

Alice suspiró, dominada por el cansancio.

—Usted no lo conoce.

—Siempre me ha parecido sospechoso, eso es todo.

—Lo que me parece sospechoso a mí son sus críticas lapidarias. Si no le importa, esperemos a tener su versión antes de juzgarlo.

—¡No sé qué va a poder cambiar su versión! —replicó, enfadado, el policía—. Le miente desde el principio. ¡Nos miente, joder! ¡Es posible que toda la información que nos ha dado desde esta mañana sea falsa!

Alice consideró esa posibilidad con inquietud. Gabriel buscó un cigarrillo en el bolsillo de su camisa y lo encendió sin apartar los ojos de la carretera.

—¡Y su padre, tres cuartos de lo mismo!

—¡Ya está bien! Deje a mi padre al margen de esto.

Keyne exhaló varias volutas especiadas, que se extendieron por el coche.

—Yo me limito a constatar que está rodeada de personas que la manipulan y la ponen en peligro.

Ahora que habían llegado al valle, empezaban a cruzarse otra vez con vehículos. Un camión se acercó en sentido inverso, proyectando sobre ellos la luz cruda de sus faros.

—¡Y encima les busca justificaciones! —continuó Gabriel.

Exasperada, Alice se defendió con fuerza.

—¡De no ser por Seymour y mi padre, ya no estaría aquí, no sé si se da cuenta! ¿Cómo cree que puede una seguir viviendo después de que un loco la haya destripado, haya asesinado a su hijo y la haya dejado, dándola por muerta, en medio de un charco de sangre?

Gabriel intentó explicarse, pero Alice elevó el tono para no dejarlo argumentar:

—¡Después de la muerte de Paul, estaba destrozada y sólo los tenía a ELLOS para darme apoyo! ¡Si es usted demasiado idiota para comprender eso…!

Gabriel se calló. Pensativo, continuó dando caladas nerviosas en silencio. Alice suspiró y volvió la cabeza hacia la ventanilla de su lado. La lluvia ametrallaba los cristales. Los recuerdos le bombardeaban la cabeza.

Ir a la siguiente página

Report Page