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La academia Gaiten » 19

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Cuando el sol proyectaba sus primeros rayos rojizos entre los árboles que se recortaban contra el horizonte del este, los refugiados observaron a los chiflados abandonar el campo de fútbol en ordenada formación para dirigirse al centro de Gaiten y los barrios circundantes. Mientras caminaban fueron dispersándose, descendiendo hacia Academy Avenue como si no hubiera sucedido nada fuera de lo común hacia el final de la noche. Sin embargo, Clay no confiaba en aquella apreciación y consideraba que más les valía ir a la gasolinera ese mismo día si es que querían conseguirlo. Salir en pleno día podía significar disparar contra algunos de ellos, pero siempre y cuando solo se desplazaran en masa al principio y al final del día, Clay estaba dispuesto a correr el riesgo.

Contemplaron lo que Alice dio en llamar Amanecer de los muertos desde el comedor. Más tarde, Tom y el director fueron a la cocina. Clay los encontró sentados a la mesa, bañados por una columna de sol y tomando café tibio. Antes de que Clay pudiera empezar a explicarles lo que pretendía hacer más tarde, Jordan le asió la muñeca.

—Algunos de los locos siguen aquí —dijo antes de añadir en voz más baja—: Algunos de ellos eran compañeros míos en la escuela.

—Creía que a estas horas ya estarían todos en el Kmart, buscando las ofertas especiales —comentó Tom.

—Será mejor que echéis un vistazo —instó Alice desde el umbral—. No sé si es otro de esos… ¿cómo llamarlos? Avances evolutivos, pero es posible…, probable, más bien.

—Ya lo creo —masculló Jordan, sombrío.

Los locos telefónicos que se habían quedado atrás, un escuadrón de unos cien, calculó Clay, estaban sacando cadáveres de debajo de las gradas. Al principio se limitaron a acarrearlos hasta el aparcamiento situado al sur del campo y luego tras un edificio bajo de ladrillo, para luego reaparecer con las manos vacías.

—Ese edificio es el polideportivo —explicó el director—, y también donde se guarda todo el material deportivo. Al otro lado hay un barranco; imagino que están arrojando los cadáveres allí.

—Seguro que sí —convino Jordan con cara de sentir náuseas—. Ahí abajo está todo lleno de barro. Se pudrirán.

—Se estaban pudriendo de todos modos, Jordan —le recordó Tom con suavidad.

—Ya lo sé —musitó Jordan, aún más pálido—, pero al sol se pudrirán más deprisa. —Hizo una pausa—. ¿Señor?

—¿Sí, Jordan?

—He visto a Noah Chutsky, del Club de Lectura Teatral.

Tan pálido como su alumno, el director le dio una palmadita en el hombro.

—No te preocupes.

—No es fácil —susurró Jordan—. Me hizo una foto. Con el…, usted ya sabe.

En aquel momento se produjo otro cambio. Dos docenas de abejas obreras se separaron del pelotón principal sin decir nada y se dirigieron hacia los invernaderos destrozados, marchando en forma de V como una bandada de aves migratorias. Entre ellos caminaba el chaval al que Jordan había identificado como Noah Chutsky. Los demás integrantes del cuerpo de recogedores de cadáveres los siguieron con la mirada unos instantes y luego bajaron de nuevo por las rampas en filas de a tres para continuar pescando cuerpos bajo las gradas.

Veinte minutos más tarde, la partida de los invernaderos regresó, formando ahora una sola hilera. Algunos de ellos tenían las manos vacías, pero casi todos se habían hecho con carretillas de las que suelen emplearse para transportar bolsas grandes de cal o fertilizante. Al poco estaban utilizando las carretillas para deshacerse de los cadáveres, con lo que el proceso se agilizó un tanto.

—Un avance evolutivo, sin duda alguna —comentó Tom.

—Más de uno —puntualizó el director—. Están haciendo limpieza y utilizando herramientas para ello.

—Esto no me gusta nada —masculló Clay.

Jordan lo miró con un semblante pálido y exhausto que parecía pertenecer a una persona mucho mayor que él.

—Bienvenido al club —dijo.

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