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La academia Gaiten » 21

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La Pendiente de la Academia era el nombre con que el director Ardai y el único alumno que le quedaba denominaban la larga y sinuosa ladera que descendía desde el campus hasta la calle principal. La hierba aún relucía muy verde, aunque ya se veía salpicada de hojas caídas. Cuando empezó a caer la tarde sin que hubiera rastro de los locos, Alice comenzó a pasearse por el vestíbulo de Cheatham Lodge, deteniéndose una vez en cada círculo para observar por la ventana mirador del salón. El ventanal ofrecía buenas vistas de la pendiente, las dos salas de conferencias principales y el campo de fútbol. Alice llevaba de nuevo la zapatilla atada a la muñeca.

Los otros estaban en la cocina tomando Coca-Cola de lata.

—No van a volver —sentenció Alice al final de uno de sus circuitos—. Se han enterado de lo que planeamos, nos han leído el pensamiento o algo, y no van a volver.

Dio otras dos vueltas al alargado vestíbulo, cada una con una pausa para mirar por la ventana, y luego se asomó de nuevo a la cocina.

—O puede que sea una migración general, ¿os habéis parado a pensarlo? Puede que vayan a pasar el invierno al sur, como los putos petirrojos.

Se fue sin esperar respuesta. Vestíbulo arriba, vestíbulo abajo. Vestíbulo arriba, vestíbulo abajo.

—Está como Ahab en Moby Dick —comentó el director.

—Puede que Eminem sea un capullo, pero tenía razón en lo de ese tío —masculló Tom, sombrío.

—¿Cómo dice, Tom? —preguntó el director.

Tom agitó la mano con ademán vago.

Jordan miró el reloj.

—Anoche no volvieron hasta media hora más tarde de lo que es ahora —señaló—. Si quieren voy a decírselo a Alice.

—No creo que sirva de nada —repuso Clay—. Tiene que procesar todo esto.

—Está muy alterada, ¿verdad, señor?

—¿Tú no, Jordan?

—Sí —asintió Jordan con un hilo de voz—, alteradísimo.

—Quizá sea mejor si no vuelven —declaró Alice la siguiente vez que se asomó a la cocina—. No sé si están reiniciando sus cerebros de una forma nueva, pero lo que está claro es que hay un vudú muy chungo en el ambiente. Me he dado cuenta al ver a esos dos en la calle a mediodía, la mujer del libro y el hombre de los Twinkies. —Sacudió la cabeza—. Un vudú pero que muy chungo.

Reanudó su ronda antes de que nadie tuviera ocasión de contestar, la zapatilla se bamboleaba bajo su muñeca.

El director se volvió hacia Jordan.

—¿Tú has notado algo, hijo?

Jordan titubeó unos instantes antes de contestar.

—Bueno, sí, algo. Los pelos de la nuca intentaron erizárseme.

El director miró a los dos hombres sentados al otro lado de la mesa.

—¿Y ustedes dos? Estaban mucho más cerca.

Alice los libró de responder al irrumpir en la cocina con las mejillas enrojecidas, los ojos abiertos como platos y las suelas de las zapatillas deportivas chirriando sobre las baldosas.

—Ya vienen —anunció.

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