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Rosas marchitas, este jardín se ha terminado » 2

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Hacia las cuatro de la mañana, Alice dio las buenas noches a Clay y Tom en un murmullo y se dirigió hacia su habitación con paso inseguro. Los dos hombres se sentaron en la cocina y tomaron té frío sin hablar demasiado; por lo visto, no había nada que decir. Justo antes del amanecer se oyó otro de aquellos gruñidos, espectral a causa de la niebla y la distancia, procedente del nordeste. Tembló como el grito de un theremín en una película antigua de terror, y justo cuando empezaba a desvanecerse, un gemido de respuesta mucho más potente resonó desde Gaiten, adonde el Hombre Andrajoso había conducido a su nuevo rebaño, mucho más numeroso.

Clay y Tom salieron y sortearon la barrera de cadenas de música derretidas para poder bajar la escalinata. Sin embargo, no vieron nada, porque el mundo entero aparecía teñido de blanco. Tras permanecer ahí un rato, volvieron a entrar.

Ni el grito de muerte ni la respuesta desde Gaiten despertó a Alice ni a Jordan, lo cual era una bendición. Su mapa de carreteras, ahora doblado y arrugado en las esquinas, estaba sobre el mostrador de la cocina.

—Puede que viniera de Hooksett o Suncook —aventuró Tom mientras ojeaba el mapa—. Son dos poblaciones bastante grandes al nordeste de aquí…, bastante grandes en términos de New Hampshire, quiero decir. Me gustaría saber a cuántos se han cargado y cómo lo han hecho.

Clay se limitó a sacudir la cabeza.

—Espero que a muchos —continuó Tom con una sonrisa tenue y carente de humor—. Espero que al menos a mil y a fuego lento. No paro de pensar en una cadena de restaurantes que siempre promocionaba sus «pollos asados a fuego lento». ¿Nos iremos mañana por la noche?

—Si el Hombre Andrajoso no nos mata hoy, supongo que será lo mejor, ¿no te parece?

—No creo que tengamos otra elección —señaló Tom—, pero te diré una cosa, Clay. Me siento como una vaca de camino al matadero. Casi me parece oler la sangre de mis hermanitas.

Clay tenía la misma sensación, pero por otro lado se le ocurría una y otra vez la misma pregunta. Si lo que albergaba aquella conciencia colectiva era acabar con su vida, ¿por qué no hacerlo allí mismo? Podrían haberlos matado el día anterior por la tarde en lugar de dejar una pila de cadenas de música derretidas y la zapatilla de Alice en el porche.

—Voy a acostarme —anunció Tom con un bostezo—. ¿Aguantarás despierto un par de horas más?

De hecho, Clay no tenía ningunas ganas de dormir. Su cuerpo estaba exhausto, pero su mente no cesaba de dar vueltas y vueltas. De vez en cuando se serenaba un poco, pero de repente recordaba el sonido de la pluma al salir de la cuenca ocular del director, el chirrido del metal contra el hueso.

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque si deciden matarnos hoy, prefiero morir a mi manera que a la suya. La suya ya la he visto. ¿Estás de acuerdo?

Clay pensó que si la mente colectiva a la que representaba el Hombre Andrajoso había obligado al director a clavarse una estilográfica en el ojo, los cuatro supervivientes de Cheatham Lodge podían descubrir que el suicidio ya no se contaba entre sus opciones. Sin embargo, no le apetecía enviar a Tom a la cama con semejante perspectiva, de modo que se limitó a asentir.

—Me llevo el arma arriba —dijo Tom—. Tú tienes el .45, ¿no?

—Sí, el especial de Beth Nickerson.

—Pues buenas noches. Y si los ves… o los sientes venir, llámame. —Tom hizo una pausa—. Si te da tiempo. Y si te dejan.

Clay lo siguió con la mirada mientras salía de la cocina, pensando en que Tom le llevaba ventaja desde el principio, pensando en lo bien que le caía, pensando en que le gustaría llegar a conocerlo mejor, pensando en que lo tenía bastante crudo. ¿Y Johnny y Sharon? Tenía la impresión de que estaban más lejos que nunca.

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