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Kent Pond » 10

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—¿Cómo esperáis ir hacia el oeste? —preguntó Clay mientras regresaban a la señal del cruce—. Puede que las noches sigan siendo nuestras durante un tiempo, pero los días les pertenecen a ellos, y ya habéis comprobado lo que son capaces de hacer.

—Estoy casi seguro de que podemos mantenerlos fuera de nuestras mentes cuando estamos despiertos —afirmó Dan—. Cuesta un poco de esfuerzo, pero puede hacerse. Dormiremos por turnos, al menos durante un tiempo. Lo más importante es mantenernos alejados de los rebaños.

—Lo que significa llegar al oeste de New Hampshire y entrar en Vermont lo antes posible —añadió Ray—, siempre evitando las zonas urbanizadas. —Alumbró con la linterna a Denise, que estaba reclinada contra los sacos de dormir—. ¿Todo listo, cielo?

—Sí —asintió ella—. Me gustaría que me dejarais llevar algo.

—Ya llevas a tu bebé —le recordó Ray en tono afectuoso—. Y con eso basta. Además, podemos dejar los sacos de dormir aquí.

—En algunos puntos puede que incluso nos convenga ir en coche —comentó Dan—. Ray cree que algunas carreteras secundarias pueden estar despejadas durante veinte kilómetros seguidos. Tenemos buenos mapas.

Apoyó una rodilla en el suelo y se cargó la mochila al hombro mientras miraba a Clay con una sonrisita amarga.

—Sé que las perspectivas no son demasiado halagüeñas. No soy estúpido, por si lo pensabas. Pero hemos aniquilado dos de sus rebaños, hemos matado a cientos de ellos, y no quiero acabar sobre una de esas plataformas.

—Tenemos otra cosa a nuestro favor —intervino Tom.

Clay se preguntó si Tom era consciente de que acababa de alinearse con el equipo de Hartwick. Probablemente sí. Tom no tenía un pelo de tonto.

—Nos quieren vivos —prosiguió su amigo.

—Exacto —corroboró Dan—. Puede que lo consigamos. Es pronto para ellos, Clay; aún están tejiendo su red, y apuesto algo a que todavía tiene muchos agujeros.

—Si ni siquiera se han cambiado de ropa todavía —observó Denise.

Clay la admiraba; la joven parecía estar de seis meses o quizá incluso más, pero era dura de roer. Ojalá Alice la hubiera conocido.

—Podríamos escabullimos —insistió Dan—. Entrar en Canadá por Vermont o por Nueva York. Cinco es mejor que tres, pero seis sería aún mejor que cinco… Tres para dormir y tres para montar guardia durante el día y combatir la telepatía. Nuestro propio rebaño. ¿Qué me dices?

Clay meneó la cabeza muy despacio.

—Me voy en busca de mi hijo.

—Piénsatelo bien, Clay —pidió Tom—. Por favor.

—Déjalo en paz —terció Jordan—. Ya ha tomado una decisión. —Extendió los brazos y abrazó a Clay—. Espero que lo encuentres —le deseó—, pero aunque lo encuentres, imagino que a nosotros no volverás a encontrarnos.

—Seguro que sí —afirmó Clay antes de besar a Jordan en la mejilla y apartarse—. Me agenciaré a un telépata y lo utilizaré de brújula. Quizá al mismísimo Hombre Andrajoso.

Se volvió hacia Tom y le tendió la mano. Tom hizo caso omiso de ella, lo abrazó y lo besó en ambas mejillas.

—Me salvaste la vida —le susurró al oído; su aliento cálido le hacía cosquillas, y Clay sentía la piel rasposa de la mejilla de su amigo contra la suya—. Deja que ahora te la salve yo. Ven con nosotros.

—No puedo, Tom. Tengo que hacer esto.

Tom retrocedió un paso y lo miró.

—Lo sé, lo sé —musitó mientras se enjugaba los ojos—. Joder, mira que se me dan mal las despedidas. Pero si ni siquiera fui capaz de despedirme de mi puto gato.

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