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Bingo telefónico » 4

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A las tres menos cuarto de la madrugada, con los pies doloridos y empapados pese al anorak con capucha que había encontrado en la caseta del guarda de Springvale, Clay llegó al cruce de las carreteras 11 y 160. En la misma intersección se había producido un accidente múltiple, y el Corvette que había visto pasar a toda velocidad en North Shapleigh se había unido a la fiesta. El conductor tenía medio cuerpo asomado a la ventanilla izquierda, que aparecía muy comprimida, con la cabeza hacia abajo y los brazos colgando. Cuando Clay intentó levantarle la cabeza para comprobar si seguía vivo, la parte superior de su cuerpo cayó a la calzada, arrastrando tras de sí un amasijo de entrañas. Clay se alejó dando tumbos hasta un poste de teléfonos, apoyó la frente de pronto ardiente contra la madera y vomitó hasta que no le quedó nada en el estómago.

En el otro extremo del cruce, donde la Carretera 160 se dirigía hacia el norte, se alzaba el colmado de Newfield. Un rótulo en el escaparate prometía CARAMELOS, AUTÉNTICO SIROPE ARTESANÍA INDIA «CHUCHERÍAS». Parecía destrozado además de desvalijado, pero le proporcionaría cobijo de la lluvia y del horror absurdo e inesperado que acababa de presenciar. Clay entró y permaneció sentado con la cabeza baja hasta que dejó de tener la certeza de que iba a desmayarse. Había cadáveres en el establecimiento, los olía, pero alguien los había cubierto todos con una lona, salvo a dos, y al menos aquéllos no estaban destrozados. La máquina de cerveza estaba rota y vacía, la de Coca-Cola, solo rota. Clay sacó un ginger ale y se lo tomó en sorbos largos y lentos, deteniéndose para eructar. Al cabo de un rato empezó a encontrarse algo mejor.

Echaba desesperadamente de menos a sus amigos. El desgraciado del coche y quienes fueran los ocupantes del vehículo con el que lo había visto competir eran los únicos velocistas con los que se había topado en toda la noche, y tampoco había visto a ningún grupo de refugiados. Había pasado la noche entera con sus pensamientos por toda compañía. Tal vez el tiempo retuviera a los viajeros, o quizá habían empezado a desplazarse de día. No había motivo para no hacerlo si los telefónicos habían pasado del asesinato a la conversión.

De repente reparó en que llevaba toda la noche sin escuchar lo que Alice había dado en llamar música de rebaño. Tal vez todos los rebaños estuvieran más al sur, salvo el grande (suponía que debía de ser grande) que gestionaba las Conversiones de Kashwak. En cualquier caso, no le importaba demasiado; por muy solo que estuviera, se tomaría aquellas vacaciones de «I Hope You Dance» y «The Theme from A Summer Place» como un pequeño regalo.

Decidió continuar una hora más a lo sumo y luego buscar un lugar donde cobijarse. La lluvia gélida lo estaba matando. Salió de la tienda de Newfield y evitó con firmeza no mirar el Corvette accidentado ni los restos empapados que yacían junto a él.

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