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Kashwak » 2

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Poco después de aquella conversación llegaron a un lugar que Clay reconoció, lo cual resultaba inquietante, ya que nunca había estado en aquella parte del estado, salvo una vez, en el sueño de las conversiones masivas.

De nuevo vieron KASHWAK=NO-FO escrito con brillante pintura verde en la calzada. El autobús pasó por encima de las palabras a unos cuarenta y cinco kilómetros por hora mientras los telefónicos proseguían con su majestuosa y diabólica procesión a la izquierda de la carretera.

No fue un sueño, se dijo Clay mientras contemplaba los montones de basura atrapada en los arbustos que flanqueaban la carretera, las latas de refresco y cerveza acumuladas en las zanjas. Bolsas de patatas fritas, Doritos y ganchitos crujían bajo los neumáticos del autobús. Los normales estaban aquí de pie en una fila de a dos, comiendo y bebiendo, sintiendo ese extraño picor en la cabeza, experimentando la peculiar sensación de que una mano mental les daba un empujón en la espalda, esperando su turno para llamar a un ser querido perdido en el momento de El Pulso. Estaban aquí de pie, escuchando al Hombre Andrajoso decir «Derecha e izquierda, dos filas, muy bien, no se detengan, tenemos que procesar a muchos de ustedes antes de que anochezca».

Delante de ellos, los árboles se apartaban de la carretera. Lo que en el otro mundo había sido la tierra de pasto laboriosamente cuidada por un granjero para sus vacas u ovejas se había convertido en una extensión de tierra desnuda a causa de innumerables pisadas. Daba la impresión de que se hubiera celebrado un concierto de rock en aquel lugar. Una de las carpas había desaparecido barrida por el viento, pero la otra había quedado atrapada en unos árboles y aleteaba a la mortecina luz del atardecer como una larguísima lengua parda.

—Soñé con este sitio —anunció Jordan con voz tensa.

—Ah, ¿sí? Yo también —convino Clay.

—Los normales seguían las señales de Kashwak = No-Fo y llegaban hasta aquí —prosiguió Jordan—. Eran como casetas de peaje, ¿verdad, Clay?

—Más o menos —repuso Clay—. Sí, como casetas de peaje.

—Tenían unas cajas de cartón muy grandes llenas de teléfonos —explicó Jordan.

Clay no recordaba aquel detalle, pero no dudó ni un instante de su veracidad.

—Montones y montones de teléfonos. Y cada normal tenía derecho a hacer una llamada. Qué afortunados.

—¿Cuándo tuviste ese sueño, Jordan? —preguntó Denise.

—Anoche —repuso Jordan, cambiando una mirada con el reflejo de Clay en el retrovisor—. Sabían que no hablarían con la persona con la que querían comunicarse. En el fondo lo sabían, pero aun así lo hacían. Cogían el teléfono y escuchaban. De hecho, la mayoría de ellos ni siquiera se resistía. ¿Por qué, Clay?

—Porque estaban cansados de luchar, supongo —repuso Clay—. Cansados de ser distintos. Querían escuchar «Baby Elephant Walk» con otra actitud.

Dejaron atrás los campos destrozados donde habían estado instaladas las carpas. Ante ellos vieron una vía secundaria asfaltada, más ancha y lisa que la carretera principal. Los telefónicos la tomaban y desaparecían entre los árboles. A unos ochocientos metros de distancia, asomada a las copas de los árboles, divisaron una estructura de acero en forma de caballete gigantesco que Clay identificó al instante con la que había visto en sueños. Se dijo que debía de ser algún tipo de atracción, tal vez una Caída Libre. En la bifurcación entre la carretera principal y la vía secundaria había una valla publicitaria en la que se veía a una familia sonriente, papá, mamá, nene y nena, entrando en un maravilloso universo de atracciones, juegos y muestras agrícolas.

EXPO DE LOS CONDADOS DEL NORTE

ESPECTÁCULO DE FUEGOS ARTIFICIALES

EL 5 DE OCTUBRE

VISITEN EL PABELLÓN DE KASHWAKAMAK

«CONFÍN DEL NORTE», ABIERTO DÍA Y NOCHE

DEL 5 AL 15 DE OCTUBRE

¡¡NO SE LO PIERDAN!!

El Hombre Andrajoso estaba de pie ante la valla. En aquel momento levantó una mano para hacerlos parar.

Dios mío, pensó Clay al tiempo que detenía el autobús junto a él. Los ojos del Hombre Andrajoso, que Clay no había sido capaz de plasmar con precisión en el dibujo que hiciera en Gaiten, ofrecían un aspecto aturdido y lleno de interés malévolo a un tiempo. Clay se dijo que era imposible que expresaran ambas cosas de forma simultánea, pero así era. A veces el aturdimiento ganaba la partida para luego dar paso a una desagradable y sobrecogedora avidez.

No querrá subir al autobús.

Pero por lo visto sí quería. Levantó las manos hacia la puerta con las palmas juntas y luego las separó. Fue un gesto más bien agradable, como si quisiera expresar que el pájaro había volado, pero las manos estaban ennegrecidas de suciedad, y el meñique de la izquierda aparecía fracturado por al menos dos puntos.

Éstos son los nuevos habitantes de la tierra, se dijo Clay, telépatas que no se lavan.

—No le dejes subir —advirtió Denise con voz temblorosa.

Clay reparó en que el flujo de telefónicos a la izquierda del autobús se había detenido y sacudió la cabeza.

—No tengo elección —aseguró.

«Se meterán en tu cabeza y descubrirán que estás pensando en un puto teléfono móvil», había dicho, casi espetado, Ray. «¿En qué coño crees que piensa todo el mundo desde el 1 de octubre?».

Espero que tuvieras razón, Ray, pensó Clay, porque aún falta una hora y media para que anochezca, como mínimo una hora y media.

Accionó la palanca que abría la puerta, y el Hombre Andrajoso, con el labio desgarrado curvado en su sempiterno rictus de desprecio, subió a bordo. Estaba sobrecogedoramente escuálido, y la sucísima sudadera roja le pendía del cuerpo como un saco. Ninguno de los ocupantes del autobús iba demasiado aseado, porque la higiene no había constituido su principal prioridad desde el 1 de octubre, pero el Hombre Andrajoso despedía un hedor intenso y penetrante que casi quitó el aliento a Clay. Era el olor de una pieza de queso fuerte encerrada en una habitación caldeada en exceso.

El Hombre Andrajoso se sentó en el asiento situado junto a la puerta, de cara al conductor, y miró a Clay. Por un instante todo se concentró en el peso polvoriento de su mirada y en aquella extraña curiosidad a medias risueña.

Finalmente, Tom habló en un tono suave y al mismo tiempo indignado que Clay solo le había oído emplear una vez, al decir «Bueno, ya basta» a la rolliza fanática religiosa que había lanzado un sermón apocalíptico a Alice.

—¿Qué quieres de nosotros? Ya tenéis el mundo, ¿no? ¿Qué más queréis de nosotros?

La boca destrozada del Hombre Andrajoso formó la palabra en el instante en que ésta brotaba de los labios de Jordan en un tono neutro y carente de toda emoción.

—Justicia.

—Pues a mí me parece que no tenéis ni idea de lo que es la justicia —comentó Dan.

El Hombre Andrajoso replicó levantando la mano en dirección a la vía secundaria con la palma hacia fuera y el índice extendido. «En marcha».

Cuando el autobús se puso en movimiento, casi todos los telefónicos siguieron su ejemplo. Unos cuantos más habían caído a consecuencia de las peleas, y por el retrovisor exterior Clay vio a otros caminando por la vía secundaria de la Expo en dirección a la carretera principal.

—Estáis perdiendo soldados —comentó.

El Hombre Andrajoso no habló en nombre del rebaño. Sus ojos, ora apagados, ora curiosos, ora ambas cosas, permanecían clavados en Clay, que casi tenía la impresión de sentirlos deslizarse por su piel. Los dedos retorcidos del Hombre Andrajoso, grises por la suciedad, descansaban sobre el regazo de sus vaqueros también mugrientos. Al cabo de unos instantes esbozó una sonrisa, quizá respuesta más que suficiente. A fin de cuentas, Dan tenía razón. Por cada telefónico que desaparecía había muchos más. Sin embargo, Clay no comprendió cuántos más hasta al cabo de media hora, cuando el bosque se abrió y pasaron bajo un arco de madera en el que se leían las palabras BIENVENIDOS A LA EXPO DE LOS CONDADOS DEL NORTE.

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