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Kashwak » 6

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Nadie les llevó comida, pero había máquinas expendedoras a mansalva, y Dan encontró una barra de hierro en el cuarto de mantenimiento situado en el extremo sur del inmenso edificio. Los demás lo rodearon para observarlo mientras forzaba la máquina de golosinas. Claro que estamos locos, pensó Clay. Cenamos chocolatinas y mañana desayunaremos bollitos. En aquel momento empezó a sonar la música. Y no era «You Light Up My Life» ni «Baby Elephant Walk» lo que salía de los grandes altavoces que rodeaban la explanada de hierba, esta vez no. Era algo lento y majestuoso que Clay ya había escuchado antes, aunque hacía muchos años, una melodía que lo llenó de tristeza y le puso la piel de gallina en la suave cara interior de los brazos.

—Dios mío —musitó Dan—. Creo que es Albinoni.

—No —negó Tom—. Es Pachelbel. El Canon en re mayor.

—Es verdad —dijo Dan, algo avergonzado.

—Es como si… —empezó Denise antes de interrumpirse en seco y mirarse los zapatos.

—¿Qué? —le preguntó Clay—. Vamos, dilo. Estás entre amigos.

—Es como el sonido de los recuerdos —murmuró ella—. Como si no tuvieran nada más.

—Sí —asintió Dan—. Supongo que…

—¡Eh! —gritó Jordan.

Estaba mirando por uno de los ventanucos, situados a bastante altura, aunque poniéndose de puntillas lograba asomarse a duras penas.

—Venid a ver esto.

Los demás se alinearon a su alrededor para contemplar la explanada. Casi era noche cerrada. Los altavoces y los focos se cernían sobre la hierba como centinelas negros recortados contra el cielo muerto. Más allá se veía la silueta en forma de grúa de la Caída Libre, con su única luz parpadeante en lo alto. Y ante ellos, justo delante de ellos, miles de telefónicos se habían arrodillado como musulmanes en plena oración mientras Johann Pachelbel llenaba el aire con lo que tal vez era el sucedáneo de los recuerdos. Y cuando se tendieron, lo hicieron como un solo hombre, provocando un susurro de aire desplazado que levantó nubes de bolsas vacías y latas de refresco aplastadas.

—Hora de acostarse para el ejército de débiles mentales —dijo Clay—. Si queremos hacer algo, tendrá que ser esta noche.

—¿Hacer? ¿Qué vamos a hacer? —replicó Tom—. Las dos puertas que he probado están cerradas, y seguro que las demás también lo están.

Dan sostuvo la barra en alto.

—No me parece buena idea —observó Clay—. Esa cosa ha funcionado con las máquinas expendedoras, pero no olvides que este sitio era un casino antes.

Señaló el extremo norte del pabellón, cubierto por una mullida moqueta y lleno de máquinas tragaperras cuyos acabados cromados relucían a la luz mortecina de las luces de emergencia.

—Yo diría que las puertas son resistentes a tu barra.

—¿Y las ventanas? —preguntó Dan antes de echar un vistazo y responderse a sí mismo—: Puede que Jordan lo consiga.

—Comamos algo —propuso Clay—. Luego nos sentamos y disfrutamos un rato del silencio. Que falta nos hace.

—¿Y qué hacemos? —quiso saber Denise.

—Bueno, vosotros podéis hacer lo que queráis —replicó Clay—, pero yo llevo casi dos semanas sin dibujar y tengo muchas ganas, así que me parece que me pondré a dibujar.

—No tienes papel —le recordó Jordan.

—Cuando no tengo papel, dibujo mentalmente —explicó Clay con una sonrisa.

Jordan le dirigió una mirada insegura mientras intentaba dilucidar si Clay le tomaba el pelo o no.

—Pero eso no puede ser tan guay como dibujar sobre papel, ¿no? —dijo en cuanto se convenció de que Clay hablaba en serio.

—En cierto modo es mejor. En lugar de borrar, me limito a repensar.

En aquel momento se oyó un estruendo, y la puerta de la máquina de golosinas se abrió.

—¡Bingo! —exclamó Dan mientras levantaba la barra por encima de la cabeza—. Para que luego digan que los profesores de universidad no sirven para nada en el mundo real.

—Mirad —señaló Denise con avidez, haciendo caso omiso de Dan—. ¡Un estante entero de chocolatinas rellenas de menta!

—¿Clay? —preguntó Tom.

—¿Qué?

—No has visto a tu chico, ¿verdad? Ni a tu mujer, Sandra.

—Sharon —corrigió Clay—. No, no he visto a ninguno de los dos —ladeó la cabeza para ver más allá de la generosa cadera de Denise—. ¿Eso son barritas de caramelo?

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