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Malden » 1

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En el puente sobre el río Mystic, miles de personas contemplaban el espectacular incendio que lo devoraba todo entre Comm Avenue y el puerto de Boston. El viento del oeste seguía soplando cálido y con fuerza pese a que el sol ya se había puesto, y las llamas rugían como un horno infernal, borrando las estrellas. En el cielo se elevaba una luna llena y sobrecogedora. En ocasiones, el humo la tapaba, pero con demasiada frecuencia aquel ojo desorbitado de dragón surgía para contemplarlo todo y emitir su cansina luz anaranjada, que a Clay le recordó las lunas de los cómics de terror, aunque no lo comentó a los demás.

Nadie decía gran cosa. La muchedumbre del puente se limitaba a contemplar la ciudad que acababan de abandonar, viendo cómo las llamas lamían los carísimos pisos de primera línea de mar para luego devorarlos. Del otro lado del puerto les llegaba la música estridente de las alarmas, en su mayoría de incendios y de coches, puntuada por el ocasional ulular de alguna sirena. Por un instante, una voz amplificada recomendó a los ciudadanos NO SALGAN A LAS CALLES, pero al poco otra empezó a aconsejarles ABANDONEN LA CIUDAD A PIE POR LAS ARTERIAS PRINCIPALES HACIA EL NORTE Y HACIA EL OESTE. Aquellos dos mensajes contradictorios habían competido entre sí durante varios minutos, tras los cuales NO SALGAN A LAS CALLES enmudeció, seguido al cabo de cinco minutos por ABANDONEN LA CIUDAD A PIE. Ahora tan solo se oía el rugido hambriento de las llamas avivadas por el viento, las alarmas y una sucesión de golpes sordos que, en opinión de Clay, se debían a la implosión de las ventanas a causa del intensísimo calor.

Se preguntó cuánta gente habría quedado atrapada entre el fuego y el agua.

—¿Recuerdas que me preguntaste si una ciudad moderna podía arder? —señaló Tom McCourt.

A la luz de las llamas, su rostro menudo e inteligente aparecía cansado y enfermizo. Tenía una mejilla manchada de hollín.

—¿Lo recuerdas?

—Cállate y vámonos —espetó Alice, a todas luces trastornada, aunque hablaba en voz tan baja como Tom.

Es como estar en una biblioteca, pensó Clay, y a renglón seguido, No, como en un velatorio.

—¿Podemos irnos, por favor? —suplicó la chica—. Porque esto me está dejando hecha polvo.

—Por supuesto —repuso Clay—. ¿Está muy lejos tu casa, Tom?

—Desde aquí, a menos de dos millas. Pero siento deciros que no vamos a dejar todo esto atrás.

Habían echado a andar hacia el norte, y Clay señaló hacia delante y a su derecha. El brillo que teñía el cielo en aquella zona recordaba al de las farolas de sodio en una noche nublada, pero aquella noche era clara, y las farolas se habían apagado de nuevo. En cualquier caso, las farolas no despedían columnas de humo.

Alice emitió un gemido y de inmediato se cubrió la boca, como si esperara que alguien de aquella multitud silenciosa la regañara por hacer demasiado ruido.

—No os preocupéis —aseguró Tom con una calma sobrecogedora—. Nosotros vamos a Malden, y creo que aquello es Revere. Tal como sopla el viento, Malden debería ser un lugar seguro.

No sigas, le suplicó Clay mentalmente, pero Tom no le hizo caso.

—Al menos de momento —añadió.

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