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Malden » 9

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Tom se ausentó durante un cuarto de hora. Al regresar echó a Rafe de la silla sin miramiento alguno y dio un bocado contundente a su bocadillo.

—Se ha dormido —anunció—. Se ha puesto uno de mis pijamas mientras yo esperaba en el pasillo, y luego hemos tirado juntos el vestido a la basura. Creo que se ha quedado dormida en menos de medio minuto. Estoy convencido de que tirar el vestido es lo que la ha calmado. —Hizo una pausa antes de continuar—. La verdad es que olía fatal.

—Mientras te esperaba he nombrado a Rafe presidente de Estados Unidos. Ha sido elegido por aclamación unánime —explicó Clay.

—Estupendo —alabó Tom—. Una decisión muy sensata. ¿Quién ha votado?

—Millones de personas, todos los que siguen cuerdos. Han enviado papeletas por correo telepático. —Clay abrió los ojos de par en par y se golpeteó la sien—. Puedo leer el pensamieeentooo…

Tom dejó de masticar un instante y luego siguió comiendo, aunque más despacio.

—¿Sabes una cosa? —dijo por fin—. Dadas las circunstancias, no tiene mucha gracia.

Clay suspiró, bebió un sorbo de té helado y se obligó a comer un poco más, diciéndose que el bocadillo era como combustible para su cuerpo.

—Supongo que tienes razón; lo siento.

Tom brindó con él antes de tomar a su vez un trago de té.

—No pasa nada. Se agradece el esfuerzo. Por cierto, ¿dónde está tu carpeta?

—La he dejado en el porche. Quería tener las dos manos libres mientras recorríamos el Pasillo de la Muerte de Tom McCourt.

—Muy bien. Oye, Clay, siento mucho lo de tu familia…

—No lo sientas todavía —lo atajó Clay con cierta brusquedad—. Aún no hay nada que sentir…

—… pero me alegro mucho de haberme topado contigo, es lo único que quería decir.

—Lo mismo digo —repuso Clay—. Me alegro de tener un lugar tranquilo donde pasar la noche, y estoy seguro de que Alice también.

—Siempre y cuando Malden no se incendie…

Clay asintió con una leve sonrisa.

—Exacto. ¿Has conseguido quitarle la zapatilla de las narices?

—No, se ha acostado con ella, como si fuera…, no sé, un osito de peluche. Si duerme toda la noche de un tirón, mañana se encontrará mucho mejor.

—¿Crees que dormirá de un tirón?

—No —reconoció Tom—, pero si se despierta asustada, dormiré con ella. En la misma cama si hace falta. Ya sabes que conmigo no tiene nada que temer, ¿verdad?

—Sí —asintió Clay.

Sabía que con él tampoco habría tenido nada que temer, pero comprendía a qué se refería Tom.

—En cuanto amanezca saldré hacia el norte. Creo que lo más sensato sería que Alice y tú me acompañarais.

Tom meditó unos instantes.

—¿Y qué hay de su padre? —inquirió por fin.

—Alice dice, y cito textualmente, que es «muy autosuficiente». Hace un rato me ha dicho que lo que más le preocupaba era cómo se las habría apañado para la cena, pero lo que he interpretado entre líneas es que no está preparada para averiguar la verdad. Por supuesto, habrá que ver qué piensa ella, pero preferiría tenerla con nosotros y no quiero ir hacia el oeste, donde están todas esas ciudades industriales.

—No quieres ir hacia el oeste.

—No.

Clay creyó que Tom cuestionaría su decisión, pero no fue así.

—¿Y esta noche qué? ¿Crees que debemos montar guardia?

Clay ni siquiera se lo había planteado.

—No sé de qué serviría. Si una horda de locos se acerca por Salem Street con armas y antorchas, ¿qué podemos hacer nosotros al respecto?

—¿Bajar al sótano?

Clay reflexionó unos instantes. Bajar al sótano le parecía un recurso espantosamente definitivo, como atrincherarse en un búnker, pero siempre cabía la posibilidad de que la presunta horda de locos en cuestión creyera que la casa estaba desierta y pasara de largo. En cualquier caso, mejor ocultarse en el sótano que morir hechos pedacitos en la cocina, tal vez después de presenciar la violación colectiva de Alice.

No llegará a tanto, pensó, inquieto. Se te está yendo la olla a causa de la oscuridad. No llegará a tanto.

Pero a su espalda Boston era pasto de las llamas. La gente saqueaba las licorerías, y los hombres se peleaban por barriles de cerveza, así que las cosas ya habían llegado a tanto.

Tom lo observaba, dándole tiempo para que tomara una decisión…, lo cual significaba que quizá Tom ya había tomado la suya. Rafe se encaramó a su regazo; Tom dejó el bocadillo sobre la mesa y le acarició el lomo.

—Haremos una cosa —anunció finalmente Clay—. Si tienes un par de mantas, ¿qué te parece si paso la noche en el porche? Está cerrado y más oscuro que la calle, lo que significa que probablemente veré a cualquiera que se acerque antes de que me vean a mí, sobre todo si los que vienen son chiflados telefónicos. No me parecen muy sigilosos que digamos.

—No, para nada —convino Tom—. Pero ¿y si viene alguien por la parte trasera de la casa? Lynn Avenue está solo a una manzana.

Clay se encogió de hombros en un intento de transmitir que no podían defenderse de todo, ni siquiera de casi todo, sin expresarlo en voz alta.

—De acuerdo —accedió Tom tras comer otro bocado y darle un pedacito de jamón a Rafe—. Pero podría relevarte hacia las tres. Si Alice no se ha despertado a esa hora, puede que duerma hasta mañana.

—Iremos viendo sobre la marcha —dijo Clay—. Oye, creo que ya sé lo que me contestarás, pero ¿por casualidad tienes un arma?

—No —respondió Tom—, ni siquiera un triste aerosol antivioladores.

Se quedó mirando un momento el bocadillo y por fin lo dejó sobre la mesa. Cuando alzó la mirada hacia Clay, éste advirtió en ella una expresión lúgubre en extremo.

—¿Recuerdas lo que dijo el policía justo antes de disparar a aquel chiflado? —preguntó en voz baja, como si revelara un secreto.

Clay asintió. «Eh, tío, ¿qué tal?». No lo olvidaría jamás.

—Sabía que no sería como en las películas —prosiguió Tom—, pero nunca había imaginado aquella fuerza, aquella inmediatez…, y el sonido cuando eso…, lo de su cabeza…

De repente se inclinó hacia delante, cubriéndose la boca con una de sus pequeñas manos. El gesto sobresaltó a Rafer, que saltó de su regazo. Tom emitió tres arcadas potentes, y Clay se preparó para el vómito que sin duda estaba a punto de producirse. Solo podía esperar no ponerse a vomitar él también, aunque no lo tenía demasiado claro, porque estaba pero que muy a punto. Sabía a qué se refería Tom. El disparo y luego el sonido de algo mojado y viscoso al chocar contra el cemento.

Pero Tom no vomitó, logró contenerse y por fin alzó la cabeza con ojos llorosos.

—Lo siento —se disculpó—. No debería haber sacado el tema.

—No tienes por qué sentirlo.

—Creo que si queremos soportar lo que se nos viene encima, más nos vale dejar a un lado las manías. Las personas incapaces de hacerlo… —Hizo una pausa antes de proseguir—: Las personas incapaces de hacerlo… —Se interrumpió por segunda vez—. Las personas incapaces de hacerlo pueden acabar muertas —logró acabar al tercer intento.

Los dos hombres se miraron a la luz blanca de la lámpara de gas.

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