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Tanto Tom como Alice llevaban cinturones con armas de gran calibre enfundadas, todas ellas automáticas. Asimismo, Tom se había puesto una bandolera de munición al hombro. Clay no sabía si echarse a reír o llorar. Una parte de él tenía ganas de hacer ambas cosas a la vez. Por supuesto, si lo hacía, los otros creerían que había sucumbido a la histeria, y por supuesto, tendrían razón.

El televisor de plasma colgado de la pared era el hermano mayor…, mucho mayor que el de la cocina. Otro televisor tan solo un poco más pequeño estaba conectado a una estación de videojuegos multimarca que en otras circunstancias a Clay le habría encantado examinar, para babear un rato. Como contrapunto, en un rincón se veía una máquina de discos antigua Seeberg junto a la mesa de ping-pong de los Nickerson, desprovista ahora de sus fabulosas luces de colores. Y por supuesto, las dos vitrinas de armas, aún cerradas con llave pero con las lunas rotas.

—Estaban aseguradas con barras, pero Arnie tenía una caja de herramientas en el garaje —explicó Tom—, y Alice las ha roto con una llave inglesa.

—No eran nada resistentes —aseguró Alice con modestia—. Esto estaba en el garaje, detrás de la caja de herramientas, envuelto en un trozo de manta. ¿Es lo que creo que es?

Cogió un objeto que había dejado sobre la mesa de ping-pong, sujetándolo con cuidado por la culata adaptable, y se lo llevó a Clay.

—Joder —masculló él—. Es… —Inspeccionó con ojos entornados la marca grabada sobre el protector del gatillo—. Creo que es ruso.

—Estoy seguro de que lo es —afirmó Tom—. ¿Crees que es un Kalashnikov?

—Ni idea. ¿Hay balas para cargarlo? ¿Alguna caja que coincida con la marca?

—Media docena, y son cajas muy pesadas. Es un fusil de asalto, ¿verdad?

—Supongo que podría llamarse así. —Clay accionó una palanca—. Estoy bastante seguro de que una de estas posiciones es para disparo manual y la otra para fuego automático.

—¿Cuántas balas por minuto dispara? —inquirió Alice.

—No lo sé, pero creo que se mide por segundos —repuso Clay.

—Madre mía —se maravilló ella con los ojos muy abiertos—. ¿Podrás averiguar cómo se usa?

—Alice…, estoy bastante seguro de que en las zonas rurales enseñan a disparar estos trastos a los chicos de dieciséis años. Sí, podré averiguarlo. Puede que gaste una caja de munición en el intento, pero podré averiguarlo.

Por favor, Dios, que no me explote en las manos, pensó.

—¿Este tipo de arma es legal en Massachusetts? —quiso saber Alice.

—Ahora sí, Alice —replicó Tom sin sonreír—. ¿Es hora de irse?

—Sí —asintió ella antes de volverse hacia Tom, quizá aún no del todo cómoda en su nuevo papel de líder.

—Sí —corroboró él—. Hacia el norte.

—Me parece perfecto —dijo Alice.

—Sí, vayamos hacia el norte —secundó Tom.

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