Cell

Cell


La academia Gaiten » 2

Página 46 de 146

2

Clay soñó que él, Sharon y Johnny-Gee habían organizado una comida campestre detrás de su casita de Kent Pond. Sharon había extendido su manta de los indios navajos sobre la hierba, y los tres tomaban bocadillos y té helado. De repente, el día se ensombrecía. Sharon señalaba con el dedo por encima del hombro de Clay y exclamaba: «¡Mirad, telépatas!». Pero al volverse, Clay no veía más que una bandada de cuervos tan nutrida que oscurecía el sol. De repente empezaba a oírse un tintineo. Sonaba como el furgón de Míster Softee tocando la sintonía de Barrio Sésamo, pero Clay sabía que era el tono de un teléfono y en el sueño estaba aterrorizado. Cuando se giraba de nuevo, Johnny-Gee había desaparecido, y cuando le preguntaba a Sharon dónde estaba, temeroso…, no, sabedor ya de la respuesta, ella le respondía que Johnny se había metido bajo la manta para contestar el móvil. Había un bulto bajo la manta. Clay se deslizaba debajo, entre la fragancia embriagadoramente dulce del heno, suplicando a Johnny que no cogiera el teléfono, que no contestara, alargando la mano hacia él, pero tocando tan solo el contorno frío de una bola de cristal, el pisapapeles que había comprado en Pequeños Tesoros, aquél con la bruma de diente de león flotando en su interior cual niebla de bolsillo.

De repente, Tom lo estaba zarandeando y diciéndole que según su reloj eran las nueve pasadas, que ya había salido la luna y que si pretendían avanzar algo más valía que se pusieran en marcha. Clay nunca se había alegrado tanto de despertar; en términos generales, prefería los sueños de la carpa del Bingo.

Alice lo observaba con una expresión peculiar.

—¿Qué? —preguntó Clay mientras comprobaba si el seguro de su arma automática estaba puesto, un gesto que se estaba convirtiendo en algo inherente a él.

—Has hablado en sueños. Decías «No contestes, no contestes».

—Nadie debería haber contestado —señaló Clay—. Las cosas nos irían mucho mejor ahora mismo.

—Ya, pero ¿quién es el guapo que se resiste a un teléfono que suena? —quiso saber Tom—. Y pataplum, ya la hemos liado.

—Así habló el puto Zaratustra —espetó Clay.

Alice se echó a reír y no paró hasta que sus carcajadas se trocaron en llanto.

Ir a la siguiente página

Report Page