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La academia Gaiten » 4

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Consiguieron un mapa de carreteras en una papelería del diminuto pueblo de Ballardvale. Se dirigían hacia el norte y se alegraban de haber decidido quedarse en la zona más o menos bucólica entre las autopistas 93 y 95. Los otros viajeros con que se cruzaban, casi todos los cuales se encaminaban hacia el oeste, alejándose de la 95, les hablaban de terribles atascos y accidentes. Uno de los pocos peregrinos que viajaba hacia el este les contó que en la Autopista 93, cerca de la salida de Wakefield, un camión cisterna había sufrido un accidente y que el consiguiente incendio había ocasionado una cadena de explosiones que había incinerado todos los vehículos que viajaban hacia el norte a lo largo de casi un kilómetro y medio.

—Apestaba como una fritanga de pescado en el infierno —comentó.

Encontraron a más Tipos de las Linternas al pasar por las afueras de Andover y oyeron un rumor tan persistente que ya se repetía como hecho probado. Por lo visto, la frontera de New Hampshire estaba cerrada; la policía del estado y agentes especiales disparaban antes de preguntar, sin importarles si estabas loco o cuerdo.

—Es una nueva versión del puto lema que llevan desde siempre en las putas matrículas —masculló un anciano de expresión amargada con el que caminaron un trecho.

Llevaba una pequeña mochila sobre el carísimo abrigo y una linterna muy larga. De un bolsillo del abrigo sobresalía la culata de un revólver.

—Si estás dentro de New Hampshire, puedes vivir en libertad, pero si pretendes entrar en New Hampshire, te matan.

—Eso es… muy difícil de creer —dijo Alice.

—Crea lo que quiera, señorita —replicó su compañero momentáneo—. Me he cruzado con algunos que intentaron ir hacia el norte como ustedes y que se volvieron pies para qué os quiero hacia el sur después de ver a varias personas abatidas a tiros al intentar entrar en New Hampshire al norte de Dunstable.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó Clay.

—Anoche.

A Clay se le ocurrieron otras preguntas que formular al hombre, pero se contuvo. A la altura de Andover, tanto él como casi todos los demás caminantes con los que habían compartido el trayecto atestado de vehículos, pero practicable, se desviaron por la Carretera 133 en dirección a Lowell y otros lugares más al oeste. Clay, Tom y Alice se encontraron en la calle principal de Andover, desierta a excepción de algunos viajeros armados con linternas, y se detuvieron para tomar una decisión.

—¿Tú te lo crees? —preguntó Clay a Alice.

—No —repuso ella antes de volverse hacia Tom.

—Yo tampoco —convino él—. Me parece la típica leyenda urbana.

Alice asintió con un gesto.

—Las noticias ya no circulan tan deprisa ahora que no hay teléfonos.

—Exacto —coincidió Tom—. Lo que digo, una leyenda urbana de última generación. Sin embargo, estamos hablando de lo que un amigo mío llama New Hámster y por tanto considero que deberíamos cruzar la frontera por el punto menos concurrido que podamos encontrar.

—Me parece un buen plan —comentó Alice.

Acto seguido se pusieron de nuevo en marcha, caminando por la acera mientras hubo acera por la que caminar.

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