Cell

Cell


La academia Gaiten » 5

Página 50 de 147

5

A las afueras de Andover, un hombre con dos linternas sujetas en una especie de arnés a ambos lados de la cabeza salió del escaparate roto del supermercado IGA. Los saludó con ademán amistoso y se abrió camino hacia ellos entre el atasco de carros de la compra mientras guardaba latas de comida en lo que parecía una bolsa de lona como las que usaban los repartidores de periódicos. Se detuvo junto a una camioneta volcada de costado, se presentó como Roscoe Handt, de Methuen, y les preguntó hacia dónde se dirigían. Cuando Clay repuso que iban a Maine, el hombre meneó la cabeza.

—La frontera de New Hampshire está cerrada. No hace ni media hora me he cruzado con dos personas que han tenido que dar marcha atrás. Dicen que intentan distinguir a los chiflados telefónicos de los normales, pero que no es que se esfuercen mucho.

—¿Esas personas lo han visto con sus propios ojos? —quiso saber Tom.

Roscoe Handt se quedó mirando a Tom como si creyera que él estaba loco.

—Hay que dar crédito a lo que te cuentan los demás —declaró—, sobre todo ahora que no podemos llamar a nadie para verificar las cosas, ¿no le parece? —Hizo una pausa—. Esos tipos también me han dicho que están quemando los cadáveres en Salem y Nashua, y que huele a cerdo asado. Yo voy con un grupo de cinco personas hacia el oeste, y queremos avanzar unos cuantos kilómetros antes de que salga el sol. La ruta hacia el oeste está abierta.

—Eso es lo que le han dicho, ¿no? —terció Clay.

Handt se volvió hacia él con una expresión de leve desprecio.

—Pues sí, eso es lo que me han dicho. Y como decía mi madre, más vale hacer caso. Si realmente quieren ir hacia el norte, procuren llegar a la frontera de noche. Los locos no salen de noche.

—Ya lo sabemos —señaló Tom.

El hombre de las linternas fijadas a ambos lados de la cabeza hizo caso omiso de Tom y siguió hablando con Clay, a quien sin duda tomaba por el líder del trío.

—Y no llevan linternas. Muévanlas de un lado a otro, hablen, griten. Los locos tampoco hacen esas cosas. No creo que los que vigilen la frontera los dejen pasar, pero con un poco de suerte tampoco les dispararán.

—Se están volviendo más inteligentes —intervino Alice—. Lo sabe, ¿verdad, señor Handt?

Handt lanzó un bufido.

—Se mueven en manadas y ya no se matan los unos a los otros; no sé si eso significa que se están volviendo más inteligentes o no, pero lo que sí sé es que todavía nos están matando a nosotros.

Sin duda detectó cierto escepticismo en la expresión de Clay, porque esbozó una sonrisa que las linternas trocaron en un gesto desagradable.

—Esta mañana los he visto atacar a una mujer —explicó—. Lo he visto con mis propios ojos, ¿vale?

—Vale —asintió Clay.

—Creo que sé por qué estaba en la calle. Estábamos en Topsfield, a unos quince kilómetros al este de aquí, en un Motel 6. Ella caminaba hacia allí, bueno…, más que caminar, casi corría y miraba una y otra vez por encima del hombro. La vi porque no podía dormir. —Sacudió la cabeza—. Cuesta acostumbrarse a dormir de día.

Clay contempló la posibilidad de decirle que todos acabarían por acostumbrarse, pero decidió callar. Advirtió que Alice había sacado de nuevo su talismán. No quería que la chica escuchara la historia de Handt y al mismo tiempo sabía que no había forma de impedirlo, en parte porque aquella información era útil para la supervivencia y, a diferencia de los rumores sobre la frontera de New Hampshire, estaba bastante seguro de que eran datos veraces, y en parte porque el mundo estaría lleno de historias como aquella durante algún tiempo. Si escuchaban un número suficiente de ellas, tal vez acabaran dilucidando alguna clase de patrón que les fuera de ayuda.

—Probablemente solo buscaba un lugar donde refugiarse, ¿saben?, y al ver el Motel 6 pensó: «Qué bien, una habitación con una cama justo al lado de la gasolinera Exxon, a menos de una manzana». Pero a medio camino un puñado de chiflados apareció por una esquina. Caminaban…, bueno, ya saben cómo caminan ahora, ¿no?

Roscoe echó a andar hacia ellos con paso rígido, como un soldadito de plomo, la bolsa de lona bamboleándose de un lado a otro. Los chiflados telefónicos no caminaban de aquel modo, pero los tres viajeros comprendieron lo que intentaba transmitir y asintieron.

—Y ella… —Handt se apoyó contra la camioneta volcada y se restregó el rostro con las manos—. Esto es lo que quiero que entiendan, la razón por la que no pueden dejar que los cojan o pensar que se están volviendo normales, porque de vez en cuando uno aprieta por pura casualidad los botones correctos en una minicadena y pone un compacto…

—¿Los ha visto hacer eso? —atajó Tom—. ¿Lo ha oído?

—Sí, dos veces. El segundo tipo al que vi iba caminando y balanceando el trasto con tal fuerza que el disco no dejaba de saltar, pero sí, sonaba. O sea, que les gusta la música y es posible que estén recuperando algún que otro tornillo, pero precisamente por eso hay que andarse con ojo.

—¿Qué fue de la mujer a la que cogieron? —preguntó Alice.

—Intentó comportarse como ellos —explicó Handt—. Y yo pensé, mientras la miraba por la ventana de la habitación del motel: «Eso es, chica, puede que tengas una oportunidad si sigues así un rato y luego sales corriendo y te metes en alguna parte». Porque no les gusta entrar en edificios, ¿se han fijado?

Clay, Tom y Alice negaron con la cabeza.

—Lo hacen si no les queda más remedio —prosiguió el hombre—, pero no les gusta.

—¿Qué le pasó a la mujer? —insistió Alice.

—Pues no lo sé exactamente. Creo que la olieron o algo.

—O le leyeron el pensamiento —aventuró Tom.

—O no pudieron leérselo —añadió Alice.

—No tengo ni idea —aseguró Handt—, pero lo que sí sé es que la despedazaron en medio de la calle…, literalmente.

—¿Y eso cuándo pasó? —quiso saber Clay, y al ver que Alice se balanceaba un poco, le rodeó los hombros con el brazo.

—A las nueve de esta mañana, en Topsfield. Así que si ven a un grupo de chiflados recorriendo el camino de baldosas amarillas con una minicadena en la que suena «Why Can’t We Be Friends». [«Por qué no podemos ser amigos»]… —Los miró con expresión sombría a la luz de las linternas que llevaba sujetas a la cabeza—. Bueno, yo personalmente no haría el kamikaze… —Hizo una pausa antes de continuar—: Y tampoco iría hacia el norte. Aunque no los maten a tiros, es una pérdida de tiempo.

Pero tras debatir el asunto durante unos instantes en el aparcamiento del IGA, reanudaron su viaje hacia el norte a pesar de todo.

Ir a la siguiente página

Report Page