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La academia Gaiten » 27

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Despertó gritando, o eso le pareció en el primer momento. Un vistazo a la otra cama, donde Tom seguía durmiendo con algo, tal vez un paño doblado sobre los ojos, le hizo comprender que solo había gritado mentalmente. Tal vez de sus labios hubiera brotado algún sonido, pero no lo bastante fuerte para despertar a su compañero de habitación.

La habitación no estaba a oscuras, pues era media tarde, pero Tom había bajado la persiana antes de acostarse, por lo que en la estancia reinaba la penumbra. Clay permaneció tendido boca arriba unos instantes, la boca reseca, el pulso acelerado en el pecho y los oídos, donde sonaba como alguien corriendo sobre una alfombra de terciopelo. La casa estaba sumida en el más absoluto silencio. Quizá aún no se habían acostumbrado del todo al cambio de horario, pero la noche anterior había sido agotadora, y en aquel momento no se advertía movimiento alguno en la residencia. En el exterior cantó un pájaro, y a lo lejos, no creía que fuera en Gaiten, ululaba una alarma testaruda.

¿Había tenido alguna vez una pesadilla tan espantosa como aquélla? Quizá en una ocasión. Un mes después del nacimiento de Johnny, Clay soñó que lo levantaba de la cuna para cambiarle el pañal y que el cuerpecito rechoncho del niño se desmembraba entre sus manos como una muñeca mal ensamblada. Comprendía bien el significado de ese sueño. Miedo a la paternidad, miedo a cagarla. Era un miedo con el que aún convivía, como bien había detectado el director. Pero ¿cómo interpretar el sueño del que acababa de despertar?

Fuera cual fuese su significado, Clay no quería olvidarlo y sabía por experiencia que había que actuar con rapidez para evitar que eso sucediera.

El dormitorio tenía un escritorio, y en el bolsillo de los vaqueros que Clay había dejado arrugados al pie de la cama había un bolígrafo, se dirigió descalzo hacia el escritorio, se sentó y abrió el cajón situado sobre el hueco para las piernas. Allí encontró lo que esperaba, un montoncito de papel en blanco con el encabezamiento

ACADEMIA GAITEN. Una mente joven es una luz en la oscuridad. Cogió una hoja y la dejó sobre la mesa. Había poca luz, pero le bastaría. Pulsó el botón para sacar la punta del bolígrafo y dedicó unos instantes a intentar recordar el sueño de la forma más detallada posible.

Él, Tom, Alice y Jordan estaban alineados en el centro de un terreno de juego. No era un campo de fútbol como el Tonney, sino tal vez un campo de rugby. Al fondo se alzaba una especie de estructura esquelética en la que se veía una luz roja parpadeante. Clay no sabía qué era, pero sí sabía que las gradas estaban abarrotadas de personas que los miraban con fijeza, personas con la cara destrozada y la ropa hecha jirones, muy fáciles de reconocer. Él y sus amigos estaban en… ¿en jaulas? No, sobre unas plataformas. Y sí eran jaulas pese a carecer de barrotes. Clay no sabía cómo era posible, pero lo era. Ya empezaba a olvidar los detalles del sueño.

Tom se hallaba en un extremo de la fila. Un hombre, un hombre especial, se acercaba a él y le posaba una mano sobre la cabeza. Clay no recordaba cómo podía hacerlo puesto que Tom, al igual que Alice, Jordan y él mismo, estaban subidos a aquellas tarimas, pero lo hacía y decía «

Ecce homo… insanus». La muchedumbre, miles de personas, gritaba «¡NO TOCAR!» al unísono. A continuación, el hombre se acercaba a Clay y repetía la operación. Al apoyar la mano sobre la cabeza de Alice, el hombre recitaba «

Ecce femina… insanus». En el caso de Jordan, «

Ecce puer… insanus». Y en cada ocasión, el gentío respondía «¡NO TOCAR!».

Ni el hombre…, ¿el maestro de ceremonias?, ¿el jefe de pista? ni los espectadores habían abierto la boca durante el ritual; se comunicaban por telepatía.

De repente, Clay dejó que su mano derecha se hiciera con el control de sus pensamientos (su mano derecha y el rincón especial de su cerebro que la dominaba) y empezó a dibujar una imagen sobre el papel. La pesadilla entera había sido terrible, con su acusación falsa, la sensación de cautividad…, pero lo peor de todo había sido el hombre que se acercaba a cada uno de ellos y les apoyaba la mano sobre la cabeza como un subastador disponiéndose a vender ganado en una feria rural. Clay creía que si era capaz de plasmar la imagen de aquel hombre en papel, sería capaz de apresar el terror.

Era un hombre negro de cabeza noble y semblante ascético sobre un cuerpo desgarbado, casi escuálido. Sus cabellos formaban un casco de apretados rizos oscuros en uno de cuyos costados se abría un feo corte en forma de triángulo. Era de hombros delgados y caderas casi inexistentes. Bajo la mata de rizos, Clay esbozó la frente ancha y despejada, la frente de un erudito. A continuación la afeó con otro corte y sombreó el colgajo de piel que le oscurecía una de las cejas. Tenía la mejilla izquierda abierta, quizá por un mordisco, y la parte izquierda del labio inferior desgarrada de modo que la comisura se curvaba hacia abajo en un rictus cansino. Los ojos le plantearon dificultades; no consiguió dibujarlos con fidelidad. En el sueño eran sabios y al mismo tiempo carentes de vida. Tras dos tentativas desistió y se concentró en el jersey para no olvidarlo. El hombre llevaba una sudadera con capucha (

ROJO, escribió con una flecha) y unas letras de imprenta blancas en la pechera. Le iba muy grande y la tela se arrugaba sobre la mitad superior de las letras, pero Clay estaba casi seguro de que ponía

HARVARD. Se disponía a escribir la palabra cuando empezó el llanto, un llanto leve y amortiguado procedente de la planta inferior.

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